Cantares 8: 7
Las
muchas aguas no pueden extinguir el amor, ni los ríos lo anegarán; si el hombre
diera todos los bienes de su casa por amor, de cierto lo menospreciarían.
El amor
verdadero tiene unos celos que son un reflejo del celo de Dios (Exo. 20:5; 2 Cor. 11:2). Una esposa tiene todo derecho
de estar celosa si su marido comienza a enre darse con otra mujer. Los celos
hieren, y hieren mucho, y esa es la razón por la que pueden ser tan
inconmovibles como el Seol. Además, el amor verdadero es tan inapagable
como una llama de fuego. Como poderosa llama puede leerse “como la llama
misma del Señor”. El amor verdadero tiene su origen en Dios, porque Dios es
amor. Tanto amor tiene un poder sobrenatural que ningún esfuerzo humano puede
extinguir. La humanidad trató de apagar tal amor en el Calvario, pero sus
esfuerzos fueron fútiles. Las aguas del pecado, la muerte, el Seol, Satanás y
toda la rebeldía de la humanidad no pueden apagar el amor de Cristo para el
mundo. Finalmente, el amor verdadero no puede ser comprado. Aunque el precio
ofrecido sea extremadamente elevado, el amor desprecia la compra. La invitación
del evangelio es venir y comprar sin dinero (Isa. 55:1).
Las
persecuciones (Hech_8:1) no pueden apagar el
amor (Heb_10:34; Apoc_12:15-16). Las muchas
provocaciones nuestras no pueden apagar el amor de él (Rom_8:33-39).
Si diese el hombre … hacienda …
menospreciaran—ninguna cosa que no sea Jesucristo mismo, ni tampoco el
cielo sin él, puede satisfacer al santo (Fil_3:8).
Satanás ofrece el mundo, como a Jesucristo (Mat_4:8),
también al santo, en vano (1Jn_2:15-17; 1Jn_5:4).
Nada sino nuestro amor, a la vez, puede satisfacerle a él (1Co_13:1-3).
Si amamos a
Cristo, el temor de perder su amor o las tentaciones de abandonarlo serán
sumamente penosas para nosotros. No hay agua que pueda sofocar el amor de
Cristo por nosotros, ni anegación que lo ahogue. Que nada abata nuestro amor
por Él. Ni la vida ni todos sus bienestares incitan al creyente para que deje
de amar a Cristo. El amor de Cristo nos capacita para rechazar y vencer las
tentaciones de las sonrisas del mundo, como asimismo de sus ceños fruncidos.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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