Juan 1; 11-12
A
lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.
Pero a todos los que le
recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su
nombre,
Un modismo
(hebraísmo) que significa que vino a
su casa; probablemente significa que vino a su pueblo, el pueblo
escogido de Dios (Deu_7:6), o sea, los que
lógicamente deberían recibirlo. Mat_15:24.
El
tema de esta línea es el rechazo.
No lo recibieron en su propia casa. No le dieron la bienvenida. No aceptaron o
no reconocieron que Él era la persona que profesaba ser. Jesús fue aceptado por los samaritanos (Jn_4:1-54), buscado por los griegos, pero rechazado
por los representantes de su propio pueblo. Estos decían que eran hijos de Dios
sin Cristo.
Cuando algún discípulo o iglesia de
Cristo comete pecado, Cristo está a la puerta y llama (Apo_3:20-21).
Los que no se arrepienten no le reciben.
No todos lo rechazaron, porque algunos le recibieron; Mat_10:41; Hch_13:48.
Los que reciben
a Cristo creen en Cristo; los que creen en Cristo son los que lo reciben. ¿Qué
significa la frase creen en su nombre?
"En ti confiarán los que conocen tu nombre" (Sal_9:10),
es decir, los que conocen la verdadera naturaleza
de Dios. "Estos confían en carros, y aquéllos en caballos; mas nosotros
del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria" (Sal_20:7). Confiamos en Dios porque sabemos quién es y
cómo es. Creer en el nombre de
Cristo significa creer en su naturaleza, aceptar que Él es Dios y someternos a
su divina voluntad. Creer o creer en su nombre significa que el hombre es
justificado por la fe sola, equivale a nacer del agua y del Espíritu. Significa
obedecer al evangelio (como se
ve claramente a través del libro de Hechos). "Pues todos sois hijos de
Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en
Cristo, de Cristo estáis revestidos" (Gál_3:26-27).
¿Qué dirán los que no creen en El? ¿Que
solamente era un buen hombre? Si no es Dios, no es buen hombre porque dice que
es Dios. Los que no creen en Cristo están obligados a explicar la evidencia
presentada por Juan y los otros escritores que claramente prueba la deidad de
Jesús.
No todos rechazaron a Jesús cuando vino;
hubo algunos que sí Le recibieron y Le dieron la bienvenida, y a esos les dio
Jesús el derecho de llegar a ser hijos de Dios.
Hay un sentido en el que una persona no
es hija de Dios por naturaleza, sino que tiene que llegar a serlo. Tenemos que pensarlo en términos humanos porque
son los únicos de que disponemos.
Hay dos clases de hijos. Están los que
jamás hacen nada más que aprovecharse de su hogar. A lo largo de su juventud se
apropian de todo lo que el hogar les ofrece sin dar nada a cambio. Puede que
sus padres trabajen y se sacrifiquen para darles la mejor oportunidad posible
en la vida, y lo toman todo como un derecho, sin darse cuenta nunca de lo que
están recibiendo, y sin hacer el menor esfuerzo por merecerlo o compensarlo.
Cuando se marchan de la casa paterna no hacen el menor esfuerzo para mantenerse
en contacto. El hogar ha cumplido su misión, y ahí termina la cosa. No
reconocen ningún lazo que tengan que mantener, ni ninguna deuda que tengan que
pagar. Son los hijos de sus padres, y a ellos les deben la existencia y lo que
son; pero no reconocen ningún vínculo de amor o intimidad. Sus padres se lo han
dado todo por amor, pero los hijos no les han dado nada a cambio.
Por otra parte hay hijos que siempre son
conscientes de lo que sus padres han hecho y hacen por ellos, y aprovechan
todas las oportunidades que se les presentan para demostrarles su
agradecimiento y tratar de ser la clase de hijos que sus padres querían que
fueran. A medida que pasan los años están cada vez más cerca de sus padres, con
los que desarrollan una relación de confianza y amistad. Hasta cuando salen del
hogar el vínculo permanece, y son conscientes de una deuda que nunca podrán
pagar.
En el primer caso, los hijos cada vez
están más lejos de los padres; en el segundo, cada vez más cerca. Todos son
hijos, pero de manera diferente. Los del segundo grupo llegan a ser hijos de una manera que los otros no alcanzan.
Podemos ilustrar esta clase de relación
desde otro punto de vista, distinto pero parecido. A un famoso profesor le
mencionaron el nombre de un joven que se presentaba como discípulo suyo. Este
dijo: «Puede que asistiera a mis clases, pero no era uno de mis estudiantes.»
Hay un mundo de diferencia entre asistir a las clases de un profesor y ser uno
de sus estudiantes. Puede haber contacto sin comunión; puede- haber relación
sin comunicación. «Todos somos hijos de Dios», se oye decir con frecuencia, y
con razón si nos referimos a que todos Le debemos a Dios que nos haya creado y
nos conserve la vida; pero sólo algunos llegan
a ser hijos de Dios con la profundidad e intimidad de la verdadera
relación entre Padre e hijos.
Juan proclama que sólo podemos entrar en
esa relación real y verdadera de hijos con Dios por medio de Jesucristo. Cuando
Juan dice que esto no viene de la sangre, está expresando la convicción judía
de que un hijo nacía de la unión de la simiente del padre con la sangre de la
madre. Esta condición de hijos no es el resultado de ningún impulso o deseo
humano, ni de ningún acto de la voluntad humana; procede exclusivamente de
Dios. No podemos hacernos a nosotros mismos hijos de Dios; tenemos que entrar
en la relación con Dios que Él nos ofrece. Nadie puede entrar nunca en una
relación de amistad con Dios por su propia voluntad y capacidad; hay una gran
sima entre lo humano y lo divino. El hombre sólo puede entrar en amistad con
Dios cuando Dios mismo le abre el camino por medio de Su Hijo Jesucristo.
Pensemos otra vez en términos humanos.
Un plebeyo no puede acercarse a un rey para ofrecerle su amistad; si ha de
producirse tal amistad tendrá que ser el rey el que la inicie y establezca. Eso
es lo que sucede entre nosotros y Dios: no podemos entrar en relación con Él
por nuestra voluntad o méritos, porque somos seres humanos y Él es Dios. Sólo
puede ser cuando Dios; en Su gracia que no podemos merecer de ninguna manera,
condesciende a abrirnos el camino.
Pero esto tiene también su lado humano.
Lo que Dios ofrece, el hombre se lo tiene que apropiar. Puede que un padre
humano le ofrezca a su hijo su amor, su consejo y su amistad, y que el hijo no
los acepte y siga su propio camino. Así sucede con Dios: Él nos ofrece el derecho de llegar a ser hijos,
pero no nos obliga a aceptarlo.
Como lo aceptamos es creyendo en el
nombre de Jesucristo. ¿Qué quiere decir eso? El pensamiento y el lenguaje
Hebreos usaban el nombre de una
manera que nos resulta extraña. Con esa expresión los judíos no se referían
tanto al nombre propio de una persona como a su naturaleza en tanto en cuanto
era revelada o conocida. Por ejemplo, en el Sal_9:10 el salmista dice: «En Ti confiarán los
que conocen Tu nombre.» Está claro que eso no quiere decir «los que saben que
Te llamas Jehová,» sino los que conocen el carácter de Dios, Su naturaleza,
cómo es Dios; ésos son los que están dispuestos a poner su confianza en Dios
para todo. Está claro que esto no quiere decir que
hacemos alarde de que Dios se llama Jehová. Quiere decir que algunos ponen su
confianza en medios materiales, pero nosotros la ponemos en Dios porque sabemos
cómo es.
Confiar en el nombre de Jesús, por
tanto, quiere decir poner nuestra confianza en lo que Él es. Él era la
encarnación de la amabilidad y del amor y de la ternura y del servicio. La gran
doctrina central de Juan es que en Jesús vemos la misma Mente de Dios, Su
actitud para con los hombres. Si de veras creemos eso, entonces también creemos
que Dios es como Le vemos en Jesús: tan amable y amoroso como era Jesús. Creer
en el nombre de Jesús es creer que Dios es como Él; y es sólo cuando, creemos
eso cuando podemos someternos a Dios y llegar a ser Sus hijos. A menos que hayamos
visto en Jesús cómo es Dios, nunca nos atreveríamos a creer que podemos llegar
a ser Sus hijos. Es lo que es Jesús lo que nos abre la posibilidad de llegar a
ser hijos de Dios.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario