Proverbios 4; 20-22
Hijo mío,
presta atención a mis palabras, inclina tu oído a mis razones;
que no se aparten de tus ojos, guárdalas en
medio de tu corazón.
Porque son vida para los que las hallan, y
salud para todo su cuerpo.
Esta
amonestación de hacer caso a la sabiduría consiste de la motivación para
prestar atención a la enseñanza. Estos tres versículos recuerdan a intervalos
el llamado sobre la importancia de la verdad y la sabiduría. De nuevo un
llamado a intensa atención lleva a la promesa de vida y salud. Eso introduce
consejo respecto a guardar la persona total: corazón, habla, mirada y el andar.
La persona interior debe ser recta, porque eso es la fuente de todo lo demás;
pero la conducta exterior no queda librada sólo a surgir de aquella. Tenemos
que dar atención a hablar, mirar y caminar rectamente.
El contenido del
pasaje revela la profundidad y la totalidad del compromiso necesario para
lograr el éxito en la vida espiritual.
Hacen referencia a mis palabras
mis dichos. En él se subrayan los ojos y el corazón, que simbolizan la
alta visibilidad y las prioridades de uno (ojos) y el centro de la voluntad humana y de donde se toman las
decisiones vitales (corazón).
Las enseñanzas del sabio han de estar siempre presentes. La sabiduría afirma la vida del joven y a la
vez muestra su poder para sanar el espíritu humano.
No se cansa de recomendar una y otra vez el estudio
y aplicación a la sabiduría y de poner de relieve sus benéficos frutos. Quiere
que su discípulo aplique a ella todos sus sentidos, que lleve sus consejos en
su corazón. Pues son vida en el sentido material de salud y bendiciones
terrestres; el influjo de una vida recta en la salud corporal es manifiesta,
como el de ciertos vicios en enfermedades repugnantes. Y lo son también en el
sentido de vida moral a que lleva su cumplimiento.
Para no incurrir en la senda de la
iniquidad, el discípulo de la sabiduría ha de guardar ante todo su corazón,
porque él es la fuente de la vida material y también moral. Por lo que a ésta
se refiere, Jesucristo hizo el mejor comentario cuando enseñaba que “el hombre
bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo saca cosas
malas de su mal tesoro”. De los
sentimientos del corazón depende toda la conducta. Y como “de la
abundancia del corazón habla la lengua”, la guarda de aquél facilita el buen
gobierno de ésta; el sabio ha de detestar toda mentira y toda detracción y
calumnia. Nada más opuesto a la sabiduría, compañera inseparable de la verdad.
La Sabiduría encarnada se presentaría en los tiempos mesiánicos como la Verdad,
y Pedro afirmaría que “en su boca no fue hallado engaño.”
También la vigilancia de los ojos es precisa a quienes no
quieran incurrir en el mal. Son las ventanas del corazón, por las que éste
puede entrar. El ser humano virtuoso ha
de tener fija su mirada en el camino que le señalan los consejos de la
sabiduría y nada debe distraérsela de él. Finalmente, los pies son los ejecutores de los deseos del corazón, los que
llevan al mal o al bien. El hombre inteligente, antes de mover su pie, mira
dónde pisa; el virtuoso, antes de obrar, ha de reflexionar sobre lo que va a
hacer, consultando a la sabiduría, y seguir la senda que ésta le señale, sin
desviarse de ella.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario