Tito 3; 3-5
Porque
nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes, extraviados,
esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y envidia,
aborrecibles y odiándonos unos
a otros.
Pero cuando se manifestó la bondad de Dios
nuestro Salvador, y su amor
hacia la humanidad,
Él nos salvó, no por obras de justicia que
nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a su misericordia, por medio del
lavamiento de la regeneración y la renovación por el Espíritu Santo,
La dinámica de la vida cristiana es
doble.
Procede en primer lugar de la convicción
del converso cristiano de no haber sido en el pasado en nada mejor que sus
prójimos paganos. La bondad cristiana no le hace a uno orgulloso, sino
agradecido. No mira a los demás con desprecio; dice, viendo a un ladrón,
asesino o adultero de la actualidad " Ese, si no fuera por la gracia de
Dios, sería yo.»
Procede de la convicción de lo que Dios
ha hecho por la humanidad en Jesucristo. Tal vez no haya otro pasaje en el
Nuevo Testamento que presente de una manera tan resumida, y sin embargo tan
completa como este, la obra de Cristo por los hombres. Hay aquí siete Hechos
sobresalientes acerca de esa obra.
(i) Jesús nos puso en una nueva relación
con Dios. Hasta que Él vino, se creía que Dios era el Rey al Que todos temían,
el Rey ante Quien todo el mundo se encogía de terror, el Potentado al Que solo
se podía considerar con miedo. Jesús vino a decirles a los hombres que Dios es
el Padre que tiene el corazón abierto y los brazos extendidos de amor. Vino a
hablarles, no de la justicia que los perseguiría por siempre jamás, sino del
amor que no los abandonaría nunca.
(ii) El amor y la gracia de Dios son
dones que nadie podría ganarse nunca; solo se pueden aceptar con perfecta
confianza y con un naciente amor. Dios les ofrece Su amor a los hombres
solamente por la incalculable bondad de Su corazón, y el cristiano no piensa
nunca en lo que ha ganado, sino en lo que Dios le ha dado. La clave de la vida
cristiana debe ser siempre una gratitud admirada y humilde, nunca una orgullosa
autosatisfacción. Todo el proceso se debe a dos grandes cualidades de Dios.
Es debido a Su bondad. La palabra original es jréstótés, que quiere decir benignidad. Quiere decir ese espíritu que, por pura bondad, está
siempre dispuesto a dar todo lo que sea necesario. Jréstótés es la amabilidad que todo lo abarca y abraza, que se
manifiesta no solo en un sentimiento cálido sino también en una actitud siempre
generosa.
Es debido al amor de Dios a los hombres. La palabra original es filanthrópía, que se define como el amor al ser humano en cuanto tal.
Los griegos apreciaban mucho esta hermosa palabra. La usaban refiriéndose a la
amabilidad de un hombre bueno hacia sus semejantes, a la generosidad de un rey
bueno hacia sus súbditos, a la activa compasión de un hombre caritativo hacia
los que estaban en cualquier angustia, y especialmente a la compasión que movía
a un hombre a redimir a un semejante que había caído cautivo.
Detrás de todo esto no hay mérito alguno
por parte del hombre, sino solo la benigna amabilidad y el amor universal del
corazón de Dios.
(iii) El amor y la gracia de Dios se
transmiten a la humanidad por medio de la Iglesia. Nos llegan a través del
Bautismo en el Espíritu. Esto no es decir que no puedan venir de otra manera,
porque Dios no Se encuentra limitado por Sus ordenanzas; pero la puerta al amor
y a la gracia siempre está abierta en Su Iglesia. Cuando pensamos en el
Bautismo de los primeros días de la Iglesia debemos recordar que los que eran
bautizados eran hombres y mujeres hechos y derechos que llegaban directamente
del paganismo. Dejaban deliberadamente una forma de vida para asumir otra.
Cuando Pablo escribe a la iglesia corintia dice: «Ya habéis sido lavados, ya
habéis sido santificados, ya habéis sido justificados» (1 Corintios 6: 11 ).
En la carta a los Efesios les dice que Jesucristo tomó por Esposa a la Iglesia
«para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la
Palabra» (Efe_5:26). En el Bautismo venía el
poder purificador, recreador, de Dios.
En relación con esto Pablo usa dos
palabras.
Habla del nuevo nacimiento (palinguenesía). Aquí tenemos una palabra que
tenía muchas asociaciones. Cuando se recibía un prosélito en la comunidad
judía, después de ser bautizado se le trataba como si fuera un bebé. Era como
si acabara de nacer otra vez, y la vida empezara para él de nuevo. Lo importante es que cuando uno acepta a
Cristo como Salvador y Señor, la verdadera vida empieza para él. Hay una
calidad nueva en la vida que solo se puede expresar diciendo que se ha
experimentado un nuevo y superior nacimiento.
Habla de una renovación. Es como si la vida estuviera desgastada; y,
cuando una persona descubre a Cristo, tiene lugar un acto de renovación, que no
se consuma en un momento de tiempo sino que se repite cada día.
(iv) El amor y la gracia de Dios se
transmiten a la humanidad por medio de la Iglesia, porque en ella actúa todo el
poder del Espíritu Santo. Toda la obra de la Iglesia, todas sus palabras, todas
sus ordenanzas serían inoperantes si no fuera por el poder del Espíritu Santo.
Por muy excelentemente que esté organizada una iglesia, por muy espléndidas que
sean sus ceremonias, por muy hermosos que sean sus edificios, todo sería
ineficaz sin ese poder. La lección está clara. El avivamiento no viene a la
Iglesia de una creciente eficacia en la organización, sino de esperar en Dios.
No es que la eficacia no sea necesaria; pero no hay eficacia que pueda insuflar
vida en un cuerpo del que se ha apartado el Espíritu.
(v) El efecto de todo esto es triple.
Trae el perdón de los pecados pasados. En Su misericordia, Dios no nos los
tiene en cuenta. Una vez había un hombre lamentándole lúgubremente sus pecados
a Agustín. " ¡Pero, hombre -le dijo Agustín-, deja ya de contemplar tus
pecados, y pon tu mirada en Dios!» No es que uno no deba estar arrepentido de
sus pecados toda su vida, sino que su mismo recuerdo debería moverle a
maravillarse de la misericordia perdonadora de Dios en Cristo Jesús.
(vi) El efecto es también la vida
presente. El Cristianismo no limita su oferta a las bendiciones del mundo
venidero; ofrece a cada cual aquí y ahora una vida de una calidad que no había
conocido antes. Cuando Cristo entra en la vida, empieza a vivir de veras por
primera vez.
(vii) Por último, está la esperanza de
cosas aún mayores. Los cristianos somos personas para las que lo mejor está
todavía por venir; sabemos que, por muy maravillosa que sea la vida presente con
Cristo, la vida venidera lo será incalculablemente más. Los cristianos conocemos la maravilla de que nuestros pecados han sido perdonados, la emoción de la vida
presente con Cristo, y la esperanza de una vida más plena por venir.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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