Filipenses 3:17-21
Hermanos, sed
imitadores míos, y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en
nosotros.
Porque
muchos andan como os he dicho muchas veces, y ahora os lo digo aun llorando, que
son enemigos de la cruz de Cristo,
cuyo
fin es perdición, cuyo dios es su apetito y cuya gloria está en
su vergüenza, los cuales piensan sólo en las cosas terrenales.
Porque nuestra ciudadanía está en los cielos,
de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo,
el
cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al
cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar
todas las cosas a sí mismo.
No hay nada de soberbia en esta exhortación,
sino una humilde confianza, porque Pablo sabía que él seguía a Cristo. Andaba
en el camino correcto. Es guía fiel para nosotros. Si imitamos a Pablo, como él
imitó a Cristo, nunca dejaremos el camino correcto y perseveraremos hasta el
fin. Todo el mundo es imitador. Parece ser instintivo imitar a otros. Desde
nacer imitamos a otros. Es cuestión, pues, de escoger a quién imitar. Siempre
estamos rodeados de malos ejemplos, falsos maestros y guías ciegos. De estos
Pablo habla en seguida (vers. 18,19). En 1Co_10:6 Pablo
dice que los judíos eran "ejemplos" que no debemos imitar, pero
también hay buenos ejemplos. Hay dos clases de ejemplos: debemos seguir a los
espirituales y no seguir a los carnales.
"Mirad", SKOPEO, de la misma
raíz viene la palabra SKOPOS, un vigilante, un atalaya. En Rom_16:17 dice "mirar" para evitar. Aquí
dice "mirar" para imitar. Por ejemplo, en esta misma carta, el
ejemplo de Timoteo (2:19-23) y Epafrodito (2:25-30). "Mirad" a ellos para seguirlos.
Debemos seguir a Cristo, seguir a Pablo como él siguió a Cristo, y también
debemos imitar a los hermanos fieles. 2Co_8:1-5; los corintios deberían imitar el ejemplo de
los macedonios, como también esperaba que los de Macedonia imitaran a Acaya (los corintios, 9:2). Lo mismo 1Ts_1:7,
"habéis sido ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya". Heb_11:1-40 es un capítulo de ejemplos de hombres y
mujeres de fe (fieles) a quiénes debemos seguir.
Pocos
predicadores se atreverían a hacer el llamamiento con el que Pablo empieza esta
sección. «Competid entre vosotros en imitarme.» La mayor parte de los
predicadores empiezan por tener que decir: "No hagáis lo que hago yo, sino
lo que yo os digo.» Pablo podía decir, no sólo: «Escuchad mis palabras,» sino
también «Seguid mi ejemplo.» Vale la pena notar en este pasaje lo que Bengel,
uno de los más grandes intérpretes de la Escritura que haya habido nunca,
traduce esto de una manera diferente: «Sed mis co-imitadores en imitar a
Jesucristo.» Pero es mucho más probable -casi todos los demás intérpretes
coinciden- que Pablo podía invitar a sus amigos, no simplemente a escucharle,
sino también a imitarle.
Había
en la iglesia de Filipos hombres cuya conducta era un escándalo manifiesto, y
que, en sus vidas, daban señales de ser enemigos de la Cruz de Cristo. Quiénes
eran, no estamos seguros; pero está claro que llevaban vidas glotonas e
inmorales, y usaban su llamado cristianismo para justificarse. Sólo podemos
suponer quiénes eran.
En este texto Pablo expresa una emoción
profunda. El que se ocupa sinceramente en la obra de salvar almas y
confirmarlas en la fe también se preocupa por ellas, y se siente muy
afligido al ver la destrucción de almas causada por los enemigos de la cruz.
Pablo escribió a los corintios
"con muchas lágrimas" (2Co_2:4),
porque había pecado entre ellos y no lo habían corregido (1Co_5:1-2). El predicaba y trabajaba entre los efesios
"con muchas lágrimas" (Hch_20:19; Hch_20:31).
No era indiferente hacia su condición espiritual. Habiendo hablado de muchos
sufrimientos dice (2Co_11:28), "y además de
otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las
iglesias". ¡He aquí la concordancia entre el denunciar fuertemente a los
falsos y al mismo tiempo el derramar lágrimas por causa de ellos! Debemos estar
muy preocupados por enseñar y defender la verdad contra el error, y al mismo
tiempo estar preocupados por las almas que son víctimas del error. Pablo tenía
la mente de Cristo. ¿Exponía el error? Sí. ¿Denunciaba el pecado? Sí.
¿Aborrecía al pecador y al falso maestro? No.
Pablo es un ejemplo muy bueno para
todo evangelista. Expresó una profunda preocupación por las almas perdidas.
"Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el
Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque
deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los
que son mis parientes según la carne" (Rom_9:1-3).
¿Cuántos predicadores hablan así de los perdidos? "Hermanos, ciertamente
el anhelo de mi corazón, y mi oración a Dios por Israel, es para
salvación" (Rom_10:1). ¿Cuántos
evangelistas sienten el dolor expresado por Pablo en Gál_4:19?
("Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que
Cristo sea formado en vosotros".) Al leer de las lágrimas de Pablo debemos
reflexionar seriamente sobre nuestro ministerio. ¿Tenemos miedo de ser
emocionales con respecto a la obra del Señor? ¿Tenemos temor de que nos llamen
pentecostales si lloramos o si predicamos o enseñamos con emoción? Hay gran
peligro de que el evangelio que predicamos no penetre bien en lo más profundo
de nuestros propios corazones. Un evangelio que solamente sale de la boca no
lleva el peso que debe llevar.
Timoteo es elogiado por Pablo en esta
carta: "a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se
interese por vosotros" (2:20). En 2Ti_1:4 Pablo
dice, "deseando verte, al acordarme de tus lágrimas". Timoteo era
imitador de Pablo en muchas maneras. Pablo y Timoteo convirtieron y confirmaron
a muchos porque no tuvieron vergüenza de derramar lágrimas al predicar, enseñar
y meditar sobre la salvación de la gente.
--
" enemigos de la cruz ". Los judaizantes negaban la eficacia
de la cruz sola (es decir, la cruz aparte de la circuncisión y la guarda de la
ley de Moisés) para salvar. Los libertinos la menospreciaban, rehusando
controlar sus apetitos carnales y sujetarse a Cristo. Muchos son enemigos de la
cruz porque para ellos es un tropiezo (Gál_5:11),
como lo era para los judaizantes. Siempre hay quienes no desean "padecer
persecución a causa de la cruz de Cristo" (Gál_6:12).
Pero todo cristiano verdadero dirá con Pablo, "lejos esté de mí gloriarme,
sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es
crucificado a mí y yo al mundo" (Gál_6:14).
Los enemigos de
la cruz dominados por sus apetitos y pasiones carnales. No quieren practicar el
dominio propio, ni sujetarse a la sana doctrina. Rom_16:17
habla de los que "causan divisiones y tropiezos en contra de la
doctrina" pura y el ver. 18 dice que "tales personas no sirven a
nuestro Señor Jesucristo, sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y
lisonjas engañan los corazones de los ingenuos". Por lo tanto no debemos
pensar que estos maestros "cuyo dios es el vientre" sean inconversos;
son hermanos falsos. " cuya gloria es su vergüenza " o dicho
de otro modo, aquello de lo que se glorían debería causarles vergüenza.
"¿Se han avergonzado de haber hecho abominación? Ciertamente no se han
avergonzado, ni aun saben tener vergüenza; por tanto, caerán entre los que
caigan" (Jer_6:15). Deben querer esconder
su vergüenza, es decir, su práctica vergonzosa, pero al contrario se glorían en
ella. "Habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales
cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen
con los que las practican" (Rom_1:32)
¿No tenía miedo Pablo de hablar tanto
de los falsos en la iglesia? ¿No había peligro de que los de afuera concluyeran
que tanta falsedad en la iglesia era prueba de que no valía? Pregúntese la
misma cosa con respecto al dinero. ¿No hay billetes falsos? ¡Circulan millones
en billetes falsos! ¿No debemos, por eso, dejar de usar dinero? No conozco a
nadie que quiera hacerlo. Seguimos usando el dinero genuino, y al mismo tiempo
seguimos tratando de descubrir y acabar con todo el dinero falso.
Hay muchos enemigos de la cruz de
Cristo: el catolicismo, el humanismo (y su fundamento básico, la evolución), el
modernismo, el sectarismo de toda clase, el liberalismo en la iglesia, etcétera.
Los enemigos de las Escrituras son enemigos de la cruz de Cristo: la Iglesia
Católica Romana, los "testigos", los mormones, los traductores y
publicadores de versiones que niegan la Deidad de Cristo, etcétera.
Los enemigos de la enseñanza de
Cristo y sus apóstoles son enemigos de la cruz de Cristo : Hch_2:42; 1Co_4:16-17; 1Jn_4:6; 2Jn_1:9-10. Los
enemigos de la iglesia verdadera de Cristo son enemigos de la cruz de Cristo.
En fin, la "cruz" es el corazón del evangelio que abarca todo el plan
de Dios para la redención del hombre. Los que cambian el evangelio se
oponen a la cruz de Cristo.
Además, los que llevan vidas
carnales (aunque sean miembros de la iglesia) son enemigos de la cruz. Los
carnales son los que no dan evidencia de un cambio de corazón, del nuevo
nacimiento, de haber crucificado el viejo hombre con sus deseos y pasiones.
Aunque escuchen sermones cada semana, no quieren dejar sus vicios, celos,
envidias, amarguras, etcétera. Prefieren vivir carnalmente. De hecho, los enemigos de la cruz más
amenazantes no son los de afuera sino los mismos miembros de la iglesia que
siguen carnales, mundanos, indiferentes y rebeldes.
Puede que fueran
gnósticos. Y los gnósticos eran herejes que trataban de intelectualizar el
Cristianismo convirtiéndolo en una especie de filosofía. Empezaban por el principio
de que, desde el principio del tiempo, había habido siempre dos realidades: el
espíritu y la materia. El espíritu, decían, es totalmente bueno, y la materia
es totalmente mala. Fue porque el mundo fue creado a partir de esa materia
defectuosa por lo que el pecado y el mal están en él. Así que, si la materia es
esencialmente mala, el cuerpo también lo es, y seguirá siendo malo hagas lo que
hagas con él. Por tanto, haz lo que te dé la gana; puesto que es malo de todas
maneras, es lo mismo lo que se haga con él. Así es que estos gnósticos
enseñaban que la glotonería, el adulterio, la homosexualidad y las borracheras
no tenían ninguna importancia, porque no afectaban nada más que al cuerpo, que
no tenía ninguna importancia.
Había otro grupo
de gnósticos que mantenían una posición diferente. Argüían que una persona no
podía llegar a ser completa hasta que hubiera experimentado todo lo que la vida
puede ofrecer, tanto bueno como malo. Por tanto, decían, una persona tenía el
deber de sumergirse en las simas del pecado lo mismo que escalar las cimas de
la virtud.
Dentro de la
Iglesia había dos clases de personas a las que se podían aplicar estas
acusaciones. Estaban los que tergiversaban el principio de la libertad
cristiana, que decían que en el Cristianismo ya no existía ninguna ley, y que
el cristiano tenía libertad para hacer lo que quisiera. Convertían la libertad
cristiana en una licencia descristianizada, y presumían de dar rienda suelta a
sus pasiones. Estaban los que tergiversaban la doctrina cristiana de la gracia.
Decían que, puesto que la gracia era suficientemente amplia para cubrir
cualquier pecado, uno podía pecar todo lo que quisiera sin preocuparse; todo
daba lo mismo ante un Dios que lo perdonaba todo.
Así es que los
que Pablo ataca puede que fueran intelectuales gnósticos que presentaban
argumentos para justificar su vida de pecado, o cristianos confusos que
tergiversaran las cosas más preciosas para justificar sus pecados más feos.
Quienesquiera
que fueran, Pablo les recuerda una gran verdad: «Nuestra ciudadanía-les
dice-está en el Cielo.» Esa era una figura que los Filipenses podían entender.
Filipos era una colonia romana. Por todas partes, en puntos militarmente
estratégicos, los romanos establecían sus colonias. En tales lugares, los
ciudadanos eran mayormente soldados que se habían licenciado después de cumplir
los veintiún años de servicio, a los que Roma recompensaba con la ciudadanía
plena. La característica principal de estas colonias era que, dondequiera que
estuvieran, eran auténticas réplicas de Roma. Se vestía en ellas a lo romano;
gobernaban magistrados Romanos; se hablaba latín; se administraba justicia
romana; se observaba la moral romana. Hasta los fines de la tierra se mantenían
inalterablemente romanas. Pablo les dice a los Filipenses: «Lo mismo que los de
las colonias romanas no se olvidan nunca de que pertenecen a Roma, vosotros no
debéis olvidar nunca que sois ciudadanos del Cielo, y vuestra conducta debe
corresponder a vuestra ciudadanía.»
Para terminar,
Pablo habla de la esperanza cristiana. El cristiano espera anhelante la venida
de Cristo, cuando todo cambiará. Aquí la versión Reina-Valera fue cambiando en
sucesivas revisiones de el cuerpo de
nuestra bajeza (1862, 1909), a el
cuerpo de la humillación nuestra (1960), a nuestro cuerpo mortal (1995). En el estado en que nos
encontramos ahora, nuestros cuerpos están sujetos a cambios y desgaste, a
enfermedad y muerte, cuerpos de un estado de humillación comparado con el
estado glorioso del Cristo Resucitado; pero llegará el día cuando dejaremos a
un lado este cuerpo mortal que ahora poseemos, y seremos semejantes a
Jesucristo mismo. La esperanza del cristiano es que llegará un día en que su
humanidad se transformará en nada menos que la divinidad de Cristo, y en el que
la necesaria bajeza de la mortalidad se cambiará en el esplendor esencial de la
vida inmortal.
“Mas nuestra
ciudadanía está en los cielos ". Literalmente, nuestra comunidad,
nuestra patria. Somos gobernados por leyes celestiales. El cielo es nuestro
verdadero hogar. Nuestros intereses principales están arriba. Nuestros nombres
están escritos allí. Nuestras oraciones ascienden al cielo. Nuestros tesoros
están depositados en el banco celestial (Mat_6:19-20),
y por lo tanto, nuestro corazón está allí también. Nuestra esperanza, el ancla
del alma (Heb_6:18-19), está en el cielo.
Nuestra madre es "Jerusalén de arriba" (Gál_4:26).
Aquí en este mundo somos peregrinos y extranjeros (Heb_13:14;
1Pe_2:11). Los demás ("cuyo
dios es el vientre") no tienen ciudad celestial; solamente viven para el
tiempo presente.
-- " esperamos
", "anhelo ardiente", Rom_8:19;
"gemimos... esperando", Rom_8:23. "Esperamos (con anhelo intenso) al
Salvador". Algunos hacen burla de esta bendita promesa (2Pe_3:4), pero para el cristiano es el ancla del alma
(Heb_6:19), el consuelo vital (1Ts_4:13-18) que lo sostiene. Cristo prometió volver (Jn_14:1-3); los ángeles dijeron que "vendrá como
le habéis visto ir al cielo" (Hch_1:11). El
libro final de la Biblia (Apocalipsis) principia y termina con esta promesa: 1:7, "He aquí viene con las nubes, y todo ojo le
verá" y 22:20, "Ciertamente vengo en
breve".
¡Maranata!
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