} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: 13 febrero 2019: Estudiando la Palabra de Dios en la Biblia.

miércoles, 13 de febrero de 2019

13 febrero 2019: Estudiando la Palabra de Dios en la Biblia.



Juan 4; 29
Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será éste el Cristo? 

Si queremos convencer a otros que Jesús es el Cristo, debemos recordar las palabras "Ven y ve" (Juan1:39, 46; Mat_28:6). De esta manera, tienen que investigar, estudiar y pensar por sí mismos. Los que tienen verdadera fe en Cristo la proclaman a otros (Juan1:46). Parece que esta mujer consideraba que su experiencia con seis hombres era "todo cuanto he hecho".
         Algunos han comentado sobre la obra de Jesús en Samaria diciendo que El no hizo milagros allí. Que sepamos no sanó a los enfermos ni echó fuera demonios, pero demostró un atributo divino (la omnisciencia) al decir a la mujer todo cuanto había hecho.
         -- ¿No será éste el Cristo? -- Para esta mujer la omnisciencia de Cristo era suficiente evidencia para probar que Él era el Cristo, y quería que otros la tomaran en cuenta y que juzgaran por sí mismos.
Para entonces la mujer ya estaba de camino de vuelta al pueblo sin su cacharro de agua. El hecho de que lo dejara revelaba dos cosas: que tenía prisa en compartir su experiencia extraordinaria, y que ella daba por sentado que volvería a aquel lugar. Toda su reacción nos dice mucho de la experiencia cristiana verdadera.
(i) Su experiencia empezó cuando se vio obligada a enfrentarse consigo misma y a verse tal como era. Es lo mismo que le sucedió a Pedro. Después de la pesca milagrosa, cuando Pedro descubrió de pronto algo de la majestad de Jesús, todo lo que pudo decir fue: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!» (Luc_5:8 ). Nuestra experiencia cristiana empezará a menudo con una ola humillante de desprecio propio. Suele suceder que lo último que ve una persona es a sí misma. Y pasa a menudo que lo primero que Cristo hace por una persona es empujarla a hacer lo que se ha pasado la vida resistiéndose a hacer: mirarse a sí misma.
(ii) La Samaritana estaba alucinada con la habilidad que Cristo tenía para ver su interior. Le admiraba Su profundo conocimiento del corazón humano, y del suyo en particular. Al salmista también le había infundido una gran reverencia: «Has entendido desde lejos mis pensamientos... Hasta antes de que brote la palabra de mi lengua, ¡oh Señor!, Tú ya sabes lo que quiero decir» (Sal_139:1-4 ). Se cuenta que una vez una chiquilla estaba oyendo un sermón de C. H. Spurgeon, y le susurró a su madre: «Mamá, ¿cómo sabe él lo que pasa en casa?» No hay tapujos ni disfraces que oculten de la mirada de Cristo. Él puede ver hasta lo profundo del corazón humano. Y no sólo ve lo malo, sino también al héroe que hay dormido en el alma de todas las personas. Es como el cirujano que ve la parte enferma, y lo sana que quedará cuando se quite el mal.
(iii) El primer impulso de la Samaritana fue compartir su descubrimiento. Cuando encontró a aquella Persona tan maravillosa, se sintió impulsada a decírselo a otros. La vida cristiana se basa en dos pilares: el descubrimiento y la comunicación!: El descubrimiento no es completo hasta que nos llena el corazón del deseo de comunicarlo; y no podemos comunicar a Cristo a otras personas a menos que Le hayamos descubierto por nosotros mismos. Lo primero de todo es encontrar, luego contar; son los dos grandes pasos de la vida cristiana.
(iv) El deseo de contarles a otros su descubrimiento acabó con su sentimiento de vergüenza. No cabe duda de que era una marginada: El mismo hecho de que tuviera que ir a sacar agua de aquel pozo tan lejano del pueblo demuestra que sus vecino la evitaban, y ella tenía que hacer lo mismo con ellos. Pero entonces fue corriendo a contarles su descubrimiento. Una persona puede tener algún problema que le da corte mencionar y que trata de mantener secreto; pero una vez que lo ha superado, está a menudo tan llena de alegría y de agradecimiento que tiene libertad para contárselo a todo el mundo. Uno puede que haya estado siempre tratando de esconder su pecado; pero una vez que descubre a Jesucristo como su Salvador, su primer impulso es decirles a los demás: «¡Mira cómo era antes, y mira cómo soy ahora!. ¡Y todo se lo debo a Cristo!»

1 Juan 5; 5
¿Y quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?

El versículo 2 declara cuál es la victoria que vence al mundo. Es la fe. Se sigue, pues, que el que vence al mundo es el que tiene dicha fe. El contexto trata a través de la epístola del conflicto entre los gnósticos que negaban la humanidad y la deidad de Jesucristo (negaban la encarnación,1 Juan  2.22; 4:3), y los que seguían fielmente a la doctrina apostólica. La confesión de fe en la encarnación de Cristo vino, pues, a ser la gran prueba en este conflicto de cuál de los dos grupos era en realidad de nacidos de Dios. El error tan común de muchos maestros sectarios de hoy en día es el ignorar el contexto y citar este pasaje para afirmar que para que se salve el pecador inconverso, es necesario solamente creer (con una fe no de descripción bíblica).
         Creer una mentira no es la fe que vence al mundo. El diablo es padre de la mentira (Jua_8:44) y sus hijos (Jua 3:10) creen la mentira y se perderán eternamente (2 Tesalonicenses 2:11,12). La mentira no procede de la verdad (2:21). Así es que la fe que salva no es cualquier fe, sino la que confiesa la humanidad y la deidad de Jesucristo, y que obedece a Cristo correspondientemente. Creer que Cristo Jesús es el Señor, el Hijo de Dios, implica hacer lo que manda este Señor.
La fe en la Encarnación es la convicción de que Dios comparte y se preocupa y se identifica con nosotros. Cuando tenemos esa fe se producen ciertos resultados:

(i) Tenemos una defensa para resistir las infecciones del mundo. Por todos lados nos oprimen los estándares y los motivos mundanos; de todas partes nos llegan las fascinaciones de cosas malas. De dentro y de fuera nos asaltan las tentaciones que son parte de la situación humana en un mundo y una sociedad que no están interesados en Dios, sino que hasta le son hostiles. Pero, una vez que nos damos cuenta de la presencia constante de Dios en Jesucristo con nosotros, tenemos un profiláctico fuerte contra las infecciones del mundo. Es un hecho de la experiencia que la práctica de la bondad es más fácil cuando se está en compañía de gente buena; y, si creemos en la Encarnación, tenemos con nosotros la presencia continua de Dios en Jesucristo.

(ii) Tenemos fuerza para resistir los ataques del mundo. La situación humana está llena de cosas que tratan de apartamos de nuestra fe. Están los dolores y perplejidades de la vida; las desilusiones y las frustraciones; los fracasos y los desalientos... Pero, si creemos en la Encarnación, creemos en un Dios Que ha pasado por todo esto hasta llegar a la Cruz, y Que puede, por tanto, ayudar a los que lo tengan que pasar.

(iii) Tenemos la esperanza indestructible de la victoria final. El mundo Le hizo todo el mal que pudo a Jesús. Le acosó, Le persiguió y Lé calumnió; Le acusó de hereje y amigo de pecadores; Le juzgó y Le crucificó y Le enterró. Hizo todo lo humanamente posible para eliminarle -¡y fracasó! Después de la Cruz vino la Resurrección; después de la vergüenza vino la gloria. Ese es el Jesús Que está con nosotros, Que vio la vida en su aspecto más tenebroso, a Quien la vida trató mal a más no poder, Que murió, Que conquistó la muerte y Que nos ofrece participar en esa victoria que Él ganó. Si creemos que Jesús es el Hijo de Dios tenemos siempre con nosotros al Cristo Vencedor que nos hace vencedores.

¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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