Juan
4; 29
Venid,
ved a un hombre que me ha dicho todo lo que yo he hecho. ¿No será éste el
Cristo?
Si queremos
convencer a otros que Jesús es el Cristo, debemos recordar las palabras
"Ven y ve" (Juan1:39, 46; Mat_28:6). De esta manera, tienen que
investigar, estudiar y pensar por sí mismos. Los que tienen verdadera fe en
Cristo la proclaman a otros (Juan1:46). Parece que esta mujer consideraba que
su experiencia con seis hombres era "todo cuanto he hecho".
Algunos han comentado sobre la obra de
Jesús en Samaria diciendo que El no hizo milagros allí. Que sepamos no sanó a
los enfermos ni echó fuera demonios, pero demostró un atributo divino (la
omnisciencia) al decir a la mujer todo cuanto había hecho.
-- ¿No será éste el Cristo? -- Para
esta mujer la omnisciencia de Cristo era suficiente evidencia para probar que
Él era el Cristo, y quería que otros la tomaran en cuenta y que juzgaran por sí
mismos.
Para entonces la
mujer ya estaba de camino de vuelta al pueblo sin su cacharro de agua. El hecho
de que lo dejara revelaba dos cosas: que tenía prisa en compartir su
experiencia extraordinaria, y que ella daba por sentado que volvería a aquel
lugar. Toda su reacción nos dice mucho de la experiencia cristiana verdadera.
(i) Su
experiencia empezó cuando se vio obligada a enfrentarse consigo misma y a verse
tal como era. Es lo mismo que le sucedió a Pedro. Después de la pesca
milagrosa, cuando Pedro descubrió de pronto algo de la majestad de Jesús, todo
lo que pudo decir fue: "¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!»
(Luc_5:8 ). Nuestra experiencia cristiana empezará a menudo con una ola
humillante de desprecio propio. Suele suceder que lo último que ve una persona
es a sí misma. Y pasa a menudo que lo primero que Cristo hace por una persona
es empujarla a hacer lo que se ha pasado la vida resistiéndose a hacer: mirarse
a sí misma.
(ii) La
Samaritana estaba alucinada con la habilidad que Cristo tenía para ver su
interior. Le admiraba Su profundo conocimiento del corazón humano, y del suyo
en particular. Al salmista también le había infundido una gran reverencia: «Has
entendido desde lejos mis pensamientos... Hasta antes de que brote la palabra
de mi lengua, ¡oh Señor!, Tú ya sabes lo que quiero decir» (Sal_139:1-4 ). Se
cuenta que una vez una chiquilla estaba oyendo un sermón de C. H. Spurgeon, y
le susurró a su madre: «Mamá, ¿cómo sabe él lo que pasa en casa?» No hay
tapujos ni disfraces que oculten de la mirada de Cristo. Él puede ver hasta lo
profundo del corazón humano. Y no sólo ve lo malo, sino también al héroe que
hay dormido en el alma de todas las personas. Es como el cirujano que ve la
parte enferma, y lo sana que quedará cuando se quite el mal.
(iii) El primer
impulso de la Samaritana fue compartir su descubrimiento. Cuando encontró a
aquella Persona tan maravillosa, se sintió impulsada a decírselo a otros. La
vida cristiana se basa en dos pilares: el descubrimiento y la comunicación!: El
descubrimiento no es completo hasta que nos llena el corazón del deseo de
comunicarlo; y no podemos comunicar a Cristo a otras personas a menos que Le
hayamos descubierto por nosotros mismos. Lo primero de todo es encontrar, luego
contar; son los dos grandes pasos de la vida cristiana.
(iv) El deseo de
contarles a otros su descubrimiento acabó con su sentimiento de vergüenza. No
cabe duda de que era una marginada: El mismo hecho de que tuviera que ir a
sacar agua de aquel pozo tan lejano del pueblo demuestra que sus vecino la
evitaban, y ella tenía que hacer lo mismo con ellos. Pero entonces fue
corriendo a contarles su descubrimiento. Una persona puede tener algún problema
que le da corte mencionar y que trata de mantener secreto; pero una vez que lo
ha superado, está a menudo tan llena de alegría y de agradecimiento que tiene
libertad para contárselo a todo el mundo. Uno puede que haya estado siempre
tratando de esconder su pecado; pero una vez que descubre a Jesucristo como su
Salvador, su primer impulso es decirles a los demás: «¡Mira cómo era antes, y
mira cómo soy ahora!. ¡Y todo se lo debo a Cristo!»
1 Juan
5; 5
¿Y
quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?
El versículo 2
declara cuál es la victoria que vence al mundo. Es la fe. Se sigue, pues, que
el que vence al mundo es el que tiene dicha fe. El contexto trata a través de
la epístola del conflicto entre los gnósticos que negaban la humanidad y la
deidad de Jesucristo (negaban la encarnación,1 Juan 2.22; 4:3), y los que seguían fielmente a la
doctrina apostólica. La confesión de fe en la encarnación de Cristo vino, pues,
a ser la gran prueba en este conflicto de cuál de los dos grupos era en
realidad de nacidos de Dios. El error tan común de muchos maestros sectarios de
hoy en día es el ignorar el contexto y citar este pasaje para afirmar que para
que se salve el pecador inconverso, es necesario solamente creer (con una fe no
de descripción bíblica).
Creer una mentira no es la fe que vence
al mundo. El diablo es padre de la mentira (Jua_8:44) y sus hijos (Jua 3:10) creen
la mentira y se perderán eternamente (2 Tesalonicenses 2:11,12). La mentira no
procede de la verdad (2:21). Así es que la fe que salva no es cualquier fe,
sino la que confiesa la humanidad y la deidad de Jesucristo, y que obedece a
Cristo correspondientemente. Creer que Cristo Jesús es el Señor, el Hijo de
Dios, implica hacer lo que manda este Señor.
La fe en la
Encarnación es la convicción de que Dios comparte y se preocupa y se identifica
con nosotros. Cuando tenemos esa fe se producen ciertos resultados:
(i) Tenemos una
defensa para resistir las infecciones del mundo. Por todos lados nos oprimen
los estándares y los motivos mundanos; de todas partes nos llegan las
fascinaciones de cosas malas. De dentro y de fuera nos asaltan las tentaciones
que son parte de la situación humana en un mundo y una sociedad que no están
interesados en Dios, sino que hasta le son hostiles. Pero, una vez que nos
damos cuenta de la presencia constante de Dios en Jesucristo con nosotros,
tenemos un profiláctico fuerte contra las infecciones del mundo. Es un hecho de
la experiencia que la práctica de la bondad es más fácil cuando se está en
compañía de gente buena; y, si creemos en la Encarnación, tenemos con nosotros
la presencia continua de Dios en Jesucristo.
(ii) Tenemos
fuerza para resistir los ataques del mundo. La situación humana está llena de
cosas que tratan de apartamos de nuestra fe. Están los dolores y perplejidades
de la vida; las desilusiones y las frustraciones; los fracasos y los
desalientos... Pero, si creemos en la Encarnación, creemos en un Dios Que ha
pasado por todo esto hasta llegar a la Cruz, y Que puede, por tanto, ayudar a
los que lo tengan que pasar.
(iii) Tenemos la
esperanza indestructible de la victoria final. El mundo Le hizo todo el mal que
pudo a Jesús. Le acosó, Le persiguió y Lé calumnió; Le acusó de hereje y amigo
de pecadores; Le juzgó y Le crucificó y Le enterró. Hizo todo lo humanamente
posible para eliminarle -¡y fracasó! Después de la Cruz vino la Resurrección;
después de la vergüenza vino la gloria. Ese es el Jesús Que está con nosotros,
Que vio la vida en su aspecto más tenebroso, a Quien la vida trató mal a más no
poder, Que murió, Que conquistó la muerte y Que nos ofrece participar en esa
victoria que Él ganó. Si creemos que Jesús es el Hijo de Dios tenemos siempre
con nosotros al Cristo Vencedor que nos hace vencedores.
¡Maranata! ¡Sí,
ven Señor Jesús!
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