Capítulo 3; 21-22
21 Aconteció que cuando todo el pueblo se
bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió,
22 y descendió el Espíritu Santo sobre él en
forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi
Hijo amado; en ti tengo complacencia.
En
el pasaje que tenemos a la vista, el valor que el Señor Jesús dio al bautismo,
y que el Salvador del mundo vino entre otros que acudieron a Juan el
Bautista, y fue "bautizado por
él." rito con el cual cumplió el Hijo de Dios, y que más tarde prescribió
para toda su iglesia, merece recordarlo a los cristianos en todos los siglos. No puede ser un rito de
poca importancia, puesto que Cristo mismo se hizo bautizar. Es casi innecesario
decir cuántos errores de todo género
abundan sobre esta materia. Algunos hacen del bautismo un ídolo, y le exaltan a
un lugar superior al que le asigna la Biblia. Otros lo degradan y menosprecian, y casi parecen olvidar que fue
ordenado por el mismo Cristo. Unos limitan tanto su uso que no bautizan a
ninguno, a menos que sea adulto y dé
prueba satisfactoria de su conversión. Otros atribuyen al agua del
bautismo tan mágico poder que quisieran que los misioneros fueran a los países
paganos y bautizasen a todo el mundo,
jóvenes y viejos indistintamente, y creen que por ignorantes que sean los gentiles
el bautismo debe comunicarles alguna virtud.
Tal vez, sobre ningún otro asunto de religión, hay tanta necesidad de que los Cristianos oren a Dios que los ilumine para que puedan decidir con acierto.
Percibimos, en este pasaje, la íntima relación que
existe entre la administración del bautismo y la oración. Se nos refiere
especialmente por S. Lucas, que cuando
nuestro Señor fue bautizado estaba también orando.
Este hecho contiene sin duda una gran lección, que
la iglesia de Cristo ha considerado con demasiada indiferencia. Nos enseña que para
que el bautismo obtenga la bendición de
Dios es necesario que vaya acompañado de la oración. La inmersión en el agua no
es suficiente, ni basta que se invoque el nombre de la Santísima Trinidad: la forma del sacramento
no comunica por sí sola ninguna gracia. Es indispensable que haya algo más que
esto: es indispensable que se eleve
"la oración de la fe." Puede asegurarse que no tenemos derecho para
esperar que sobre un bautismo sin oración recaiga la bendición de Dios.
En estos versículos contienen una prueba notable de
la doctrina de la Trinidad. Según sus palabras, las tres personas de la
Divinidad cooperan y obran
simultáneamente. Dios el Hijo empieza la obra sublime de su ministerio terrenal
recibiendo el bautismo. Dios el Padre lo acredita solemnemente como el Mediador con una voz del cielo. Dios el
Espíritu Santo baja "en forma corporal como paloma" sobre nuestro
Señor, declarando con esta que él es Aquel a
quien "Porque el que Dios envió, las
palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida. Jn_3:34.
Hay algo muy instructivo y sumamente consolador en
esta revelación de la bendita Trinidad, en la época mencionada. Esto manifiesta
cuan eficaz y grandioso es el plan de
nuestra redención, Es la obra en común de Dios el Padre, Dios el Hijo, y Dios
Espíritu Santo. Todas las tres personas de la Divinidad están igualmente interesadas en librar nuestras
almas del infierno. Esto entonces debe consolarnos cuando estamos acongojados y
abatidos. Este pensamiento debe
alentarnos e infundirnos valor, cuando estamos cansados del conflicto
con el mundo, la carne, y el demonio. Los enemigos de nuestras almas son
poderosos, pero nuestros protectores son
aún más poderosos. Todo el poder de Jehová trino y uno está de nuestra parte.
Estos versículos nos presentan, la maravillosa
proclamación de la misión de nuestro Señor como Mediador entre Dios y el
hombre. Se oyó en su bautismo una voz
del cielo, que dijo "Tu eres mi Hijo amado, en ti es mi placer." Solo
uno puede decir esto, Dios el Padre.
Estas palabras solemnes encierran, sin duda, muchos
misterios o, a lo menos, es bastante claro: la declaración divina que Señor
Jesucristo es el Redentor que desde el
principio determinó enviar al mundo, y que con Su encarnación, sacrificio y
sustitución por el hombre, Dios el Padre está satisfecho y bien complacido; pues ha cumplido plenamente su
santa ley. Por mediación de Él, está dispuesto a recibir en su gracia al pobre
hombre pecador, y no acordarse más de
sus pecados.
Que se tranquilicen con estas palabras las almas de
los verdaderos cristianos, y se consuelen con ellas cada día. Nuestras faltas y
nuestros pecados son muchos y muy
grandes. En nosotros no hay nada de bueno. Pero si creemos en Jesús, el Padre
no hallará en nosotros culpa que no pueda perdonar del todo. Él nos considera como " miembros "de
Su querido Hijo, y por amor de él está muy complacido.
El bautismo
de Juan era una señal de arrepentimiento, y los cristianos estamos convencidos
de que Jesús no había cometido ningún pecado. ¿Por qué se bautizó entonces?
En la vida de todo hombre hay ciertas etapas
determinadas, ciertas bisagras en las que gira toda la vida. Así sucedió en la
vida de Jesús, y de vez en cuando tendremos que pararnos para tratar de ver su
vida en su conjunto. La primera gran bisagra fue la visita al templo cuando
tenía doce años, cuando descubrió su relación única y exclusiva con Dios.
Cuando apareció Juan, Jesús tenía unos treinta años (Luc 3:23 ); es decir, que
habían pasado unos dieciocho años. A lo largo de ese tiempo Jesús tiene que
haberse ido dando cuenta más y más de su absoluta singularidad. Pero siguió
siendo el carpintero del pueblo de Nazaret. Tiene que haber sabido que llegaría
algún día en que tendría que decirle adiós a Nazaret y lanzarse a cumplir su
misión más amplia. Debe de haber esperado alguna señal.
Cuando surgió Juan, la gente iba a oírle y a
bautizarse en grandes multitudes. En todo el país había un movimiento hacia
Dios sin precedentes. Y Jesús se dio cuenta de que había sonado su hora. No es
que se sintiera pecador y necesitara arrepentirse, sino que quería
identificarse con ese movimiento hacia Dios. Para Jesús, el surgimiento de Juan
fue la llamada de Dios a la acción; y el primer paso que dio fue para
identificarse con la gente que buscaba a Dios.
Pero algo sucedió en el bautismo de Jesús. Antes de
dar este paso de gigante tenía que estar seguro; y en el momento del bautismo,
Dios le habló. No nos equivoquemos: aquello fue una experiencia personal de
Jesús. La voz de Dios le vino a Él, y le dijo que había tomado la decisión
correcta. Pero más, mucho más que eso: aquella voz le trazó todo el curso de su
vida.
Dios le dijo: «¡Yo publicaré
el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo
eres tú; Yo te engendré hoy. Ese dicho está tomado de dos textos: del Salm_2:7 , He aquí mi
siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he
puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. de Isaías 42: I , de la descripción del Siervo del
Señor cuyo retrato culmina en los sufrimientos del capítulo 53. Por tanto, en
su bautismo Jesús se dio cuenta, en primer lugar, de que era el Mesías, el Rey
ungido por Dios; y en segundo lugar, que eso suponía, no poder y gloria, sino
sufrimiento y cruz. La cruz no le pilló a Jesús desprevenido: desde el primer
momento la vio como algo que le esperaba inevitablemente. En el bautismo vemos
a Jesús buscando la aprobación de Dios, y recibiendo la Cruz como destino.
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