} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 1; 39-56

viernes, 3 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 1; 39-56


Capítulo 1; 39-56

 39  En aquellos días, levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá;

 40  y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet.

 41  Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo,

 42  y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre.

 43  ¿Por qué se me concede esto a mí, que la madre de mi Señor venga a mí?

 44  Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.

 45  Y bienaventurada la que creyó, porque se cumplirá lo que le fue dicho de parte del Señor.

 46  Entonces María dijo:

 Engrandece mi alma al Señor;

 47  Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. 

 48  Porque ha mirado la bajeza de su sierva;

 Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. 

 49  Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso;

 Santo es su nombre, 

 50  Y su misericordia es de generación en generación

 A los que le temen. 

 51  Hizo proezas con su brazo;

 Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. 

 52  Quitó de los tronos a los poderosos,

 Y exaltó a los humildes. 

 53  A los hambrientos colmó de bienes,

 Y a los ricos envió vacíos. 

 54  Socorrió a Israel su siervo,

 Acordándose de la misericordia 

 55  De la cual habló a nuestros padres,

 Para con Abraham y su descendencia para siempre.

 56  Y se quedó María con ella como tres meses; después se volvió a su casa.      

 

 

                  Debemos observar en este pasaje los beneficios que resultan del trato fraterno entre los creyentes. Leemos que la Virgen María hizo una visita a su prima  Isabel. Se nos refiere de una manera notable como en esta entrevista estas dos mujeres se llenaron de júbilo, y se sintieron inspiradas de pensamientos sublimes. Sin esta visita, Isabel nunca hubiera podido estar tan llena del Espíritu Santo, como aquí se nos dice que estuvo; y María nunca hubiera podido pronunciar ese cántico de alabanza que es conocido en toda la iglesia de Cristo. Las palabras de un teólogo de otros tiempos son interesantes y ciertas: "La  felicidad comunicada se duplica. El pesar se aumenta si lo ocultamos: el gozo, si lo expresamos...

Siempre debemos mirar la comunicación con los otros creyentes como medio eminente de gracia. En nuestra larga jornada por el camino estrecho que  conduce a la vida eterna es agradable detenernos de cuando en cuando para comunicar nuestros sentimientos a nuestros compañeros de viaje. Nos alivia a  nosotros y los alivia a ellos, y así resulta en provecho mutuo. Es el contento más aproximado que podemos tener en la tierra de los goces del cielo. "Hierro con  hierro se aguza, y el hombre aguza el rostro de su amigo." Necesario es que tengamos esto presente. Este asunto no recibe la atención que merece, y a  consecuencia de esto sufren las almas de los creyentes. Hay muchos que temen a Dios y piensan en Su nombre, empero olvidan a menudo hablarse unos a  otros. Malaquías 3.16 Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre.. Procuremos ante todo ponernos en comunicación con Dios. Después de esto solicitemos la sociedad de los que aman a Dios. Si  hiciéramos esto con más frecuencia y fuésemos más cautelosos en la elección de nuestros amigos, sentiríamos más a menudo el influjo del Espíritu Santo.

Debemos observar en este pasaje el conocimiento claro y espiritual que se revela en el lenguaje de Isabel. La expresión de que hace uso con respecto a la  Virgen María, manifiesta quo había recibido luz de lo alto. Ella la llama "la madre de mi Señor...

Nuestros oídos están tan acostumbrados a las palabras "Mi Señor," que no notamos todo lo que ellas encierran. En el tiempo en que se profirieron tenían  mayor significación de lo que ahora pudiera creerse: eran nada menos que la declaración precisa de que el niño que había de nacer de la Virgen María era el  Mesías que había sido prometido desde remotos tiempos, el "Señor" de quien David en espíritu había profetizado, el Ungido de Dios. Considerada bajo este  aspecto, la expresión es un ejemplo maravilloso de fe; es una confesión digna de colocarse al lado de la de Pedro, cuando dijo a Jesús: "Tú eres el Cristo...

Acordémonos de la significación profunda de las palabras, "el Señor," y guardémonos de usarlas ligera y ociosamente. Consideremos qué, de derecho, a nadie  son aplicables sino a Aquel que fue crucificado en el Calvario por nuestros pecados. Que el recuerdo de este hecho haga que revistamos dichas palabras de  reverencia y que tengamos cuidado de qué modo las pronunciamos. Hay dos textos que tienen relación con esta expresión, y que deberíamos recordar con  frecuencia. El primero es 1 Cor. 12.3: "Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo." Es el otro Filip. 2.11: y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.  

Finalmente, debemos observar en estos versículos la alta alabanza que Isabel tributa a la fe. "Y bienaventurada," dice, "la que creyó”. No es en manera alguna extraño que esta santa mujer ensalzara así la fe. Sin duda que conocía bien las Escrituras del Antiguo Testamento, y sabía qué  prodigios había obrado la fe. ¿Qué es la historia de los hijos de Dios en todos los siglos, sino la biografía de hombres y mujeres que se distinguieron por su fe?  ¿Qué es la historia sencilla de todos desde los tiempos de Abel hasta nuestros días, sino la relación de los hechos de pecadores redimidos que creyeron, y por  ello fueron benditos? Con fe aceptaron promesas; con fe vivieron; con fe guiaron su conducta; con fe llevaron las injurias. Con fe esperaron un Salvador  invisible. Todas las promesas que aún estaban por cumplirse; con fe lucharon con el mundo, la carne y el demonio; con la fe vencieron y fueron salvos al  cielo. De esta clase de santas personas fue la Virgen María. No hay que extrañar que Isabel dijese: "Bienaventurada la que creyó...

¿Tenemos algún conocimiento de esta preciosa fe? Esta, en ilusión, es la cuestión que nos concierne. ¿Tenemos conocimiento de la fe de los elegidos de Dios,  de la fe que es obra de Dios? Tito1.2 en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos,   Col. 2.12 sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos. No busquemos descanso hasta que la hayamos poseído, y una vez que la poseamos no cesemos de rogar que  vaya en aumento cada día. Mejor es mil veces ser rico en fe que en oro. El oro no tendrá valor alguno en el mundo invisible a donde todos nos encaminamos.

La fe será allí reconocida en la compañía de Dios el Padre, y de los santos ángeles. Cuando aparezca el trono blanco y se abran los libros, cuando los muertos  sean llamados del sepulcro a oír su sentencia final, el valor de la fe será al fin plenamente conocido. Los hombres aprenderán entonces, si antes no lo hubieren  aprendido, cuan verdaderas son las palabras, " Felices los que creyeron...

Esta es una maravillosa exposición lírica de la bienaventuranza de María. En ninguna vida se ve más clara que en la suya la paradoja de la bienaventuranza. A María se le concedió la bienaventuranza de ser la madre del Hijo de Dios. Bien podía llenársele el corazón de una alegría trémula y maravillada por tan gran privilegio. Y sin embargo, esa misma bienaventuranza iba a ser como una espada que le atravesara el corazón; porque conllevaba el destino de ver un día a ese hijo clavado en una cruz.

La elección de Dios quiere decir, a menudo y al mismo tiempo, una corona de felicidad y una cruz de angustia. La inquietante realidad es que Dios no escoge a una persona para darle tranquilidad y comodidad y disfrute egoísta, sino para una misión que requerirá todo lo que la mente y el corazón y las fuerzas puedan dar de sí. Dios escoge a una persona para usarla.  

Cuando somos conscientes de esta verdad, los dolores y las dificultades que conlleva el servicio de Dios dejan de ser tema de lamentaciones y se convierten en nuestra gloria, porque todo lo sufrimos por Dios.

Un gran predicador moderno decía: «Jesucristo no vino para hacer la vida fácil, sino para hacer grandes a los hombres.»

La paradoja de la bendición consiste en que le confiere a una persona al mismo tiempo la mayor felicidad y la mayor tarea del mundo.

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