} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 2; 25-35

miércoles, 8 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 2; 25-35

 

 

Capítulo 2; 25-35

 25  Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.

26  Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor.

27  Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley,

28  él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:

29  Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz,

 Conforme a tu palabra; 

30  Porque han visto mis ojos tu salvación, 

31  La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; 

32  Luz para revelación a los gentiles,

 Y gloria de tu pueblo Israel.

33  Y José y su madre estaban maravillados de todo lo que se decía de él.

34  Y los bendijo Simeón, y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha

35  (y una espada traspasará tu misma alma), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.  

 

              Estos versículos nos refieren la historia de un hombre cuyo nombre no se encuentra en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, "el justo y piadoso" Simeón.

   No había judío que no creyera que su nación era el pueblo escogido de Dios. Pero los judíos no podían por menos de darse cuenta de que no sería por medios humanos por los que su nación llegara a alcanzar la suprema grandeza que creían que le estaba reservada. Con mucho la mayoría de ellos creía que, como los judíos eran el pueblo escogido, estaban destinados a llegar a ser algún día los amos del mundo y los señores de todas las naciones. Para traer ese día, algunos creían que vendría del Cielo algún gran campeón; otros creían que surgiría otro rey de la dinastía de David que devolvería al pueblo toda su antigua grandeza, y otros creían que Dios mismo intervendría directamente en la historia de manera sobrenatural. En contraste con todos esos había unos pocos a los que llamaban los reposados de la tierra: no tenían sueños de grandeza, violencia o poder de ejércitos con banderas; creían en una vida de constante oración y de reposada pero vigilante espera hasta que Dios interviniera. Pasaban la vida esperando tranquila y pacientemente en Dios. Nada sabemos de su vida pues del nacimiento antes o después de Cristo. Se nos dice solamente, que inspirado por el Espíritu, vino al templo, cuando María  llevó a él al niño Jesús, y que tomando á este en sus brazos, bendijo a Dios con palabras que hoy son bien conocidas en todo el mundo.

Vemos en el caso de Simeón que Dios tiene gente creyente aun en los peores lugares, y en las épocas más tenebrosas. La religión había decaído en Israel  cuando Cristo nació. La fe de Abraham corrompida con la doctrina de los Fariseos y Saduceos. El oro brillante se encontraba en un estado de deplorable  opacidad. Pero aún entonces hallamos en medio de Jerusalén un hombre "justo y piadoso," uno "sobre quién era el Espíritu Santo. Es un pensamiento consolador que Dios tiene siempre alguno que de testimonio de Él. Pequeña como puede ser algunas veces Su iglesia creyente, las puertas  del infierno jamás prevalecerán contra ella. La iglesia verdadera puede ser arrollada al desierto, y forzada a vivir como un rebaño pequeño y disperso, pero  jamás perece. Hubo un Lot en Sodoma, un Daniel en Babilonia, y un Jeremías en la corte de Zedequías; y en los últimos  días de la iglesia Judía, cuando la copa de su iniquidad casi colmado, hubo aun en Jerusalén, piadosos, como Simeón. Así era Simeón: en oración, en adoración, en humilde y fiel expectación, esperaba el día en que Dios había de consolar a su pueblo. Dios le había prometido por medio del Espíritu Santo que no llegaría al final de su vida sin haber visto al ungido Rey de Dios. En el niño Jesús reconoció al Rey prometido, y se sintió feliz. Ahora estaba preparado para partir de esta vida en paz.

Vemos en el cántico de Simeón como el creyente puede vivir completamente exento del temor de la muerte. Ahora despides, "Señor," dice el anciano Simeón,  "a tu siervo en paz." Habla como si la sepultura hubiera perdido para él sus terrores, y el mundo sus encantos. Desea que librándolo de las miserias de la  peregrinación de la vida, que se le conceda ir a la patria celestial. Desea estar "separado del cuerpo y habitar con el Señor." Expresase como quien sabe a  dónde va cuando muere, y no se cuida cuan pronto llegue el día. Sabe que el cambio redundará en su provecho, y desea que pronto se verifique.

 ¿Qué puede hacer que el hombre mortal se exprese de esta manera? ¿Qué puede ponernos a salvo de ese " temor de la muerte " en el cual tantos viven en  cautiverio? ¿Qué puede librarnos del aguijón de la muerte? Hay una sola respuesta a estas preguntas: Únicamente una fe firme en Cristo puede hacerlo. La fe con que  nos acogemos con firmeza al Salvador que no podemos ver; la fe que se apoya en las promesas de un Dios invisible; la fe, y la fe únicamente, puede hacer  capaz al hombre de mirar ante sí la muerte, y exclamar: "Yo muero en paz." No basta estar dispuesto a someterse a cualquiera cosa con objeto de cambiar  cuando uno está cansado del dolor y de las enfermedades. No basta estar indiferente al mundo, cuando ya no tenemos fuerza para mezclarnos en los negocios,  o para gozar de los placeres que nos brinda. Es menester que sintamos algo más que esto, si deseamos morir en paz verdadera. Es menester que tengamos fe  como la del anciano Simeón, es decir, aquella fe que es el don de Dios. Puede suceder que sin esa fe muramos tranquilamente, y parezca que " Porque no tienen congojas por su muerte, Pues su vigor está entero.Salmo_73:4. Pero muriendo sin esa fe, nunca nos hallaremos en la morada que deseamos, cuando nos despertemos en el otro mundo.

Los cristianos verdaderos, en cada siglo, deben recordar esto y consolarse. Es una verdad que están prontos a olvidar; y en consecuencia, se rinden al  descaecimiento de ánimo. "Yo solo he quedado," decía Elías, "y procuran quitarme la vida." Más ¿qué le dijo Dios por respuesta? "Y yo haré que queden en  Israel siete mil." Abriguemos más esperanza. Confiemos en que la gracia puede vivir y prosperar, aun en medio de las más desfavorables circunstancias. Hay  en el mundo más Simeones de los que suponemos.

 Vemos además de esto, en el cántico de Simeón, qué conocimiento tan claro alcanzaron algunos judíos creyentes de la obra y ministerio de Cristo, aun antes  que se predicase el Evangelio. Hallamos a ese buen anciano hablando de Jesús como "la salud que Dios ha aparejado"; como "una luz para ser revelada a los  gentiles, y la gloria de su pueblo Israel." Bueno habría sido para los eruditos Escribas y Fariseos del tiempo de Simeón, que se hubiesen sentado en su  presencia, y escuchado su doctrina.

Cristo fue en verdad "una luz para ser revelada a los Gentiles." Sin él ellos estaban sumidos en la superstición y las tinieblas más horribles, ignorando el  camino de la vida, y adorando las obras de sus propias manos. Sus filósofos más sabios vivían en completa ignorancia de las cosas espirituales. Romanos 1;21-22 Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. 22  Profesando ser sabios, se hicieron necios,

 El Evangelio de Cristo fue para Grecia y Roma, y todo el mundo pagano, como el salir del sol. La luz que en  materias religiosas hizo penetrar en las mentes de los hombres, fue tan grande como el cambio de la noche en día.  Cristo fue verdaderamente "la gloria de Israel." La descendencia de Abraham, las alianzas, las promesas, la ley de Moisés, el servicio del templo de institución  divina, todas estas fueron para los israelitas grandes prerrogativas. Más nada fueron comparadas con el grande hecho, que de Israel nació el Salvador del  mundo. Había de ser el más alto honor de la nación Judía, que la madre de Cristo fuera una mujer de su raza, y que la sangre de Aquel "acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne,." Rom_1:3

Más no olvidemos que las palabras del anciano Simeón aún obtendrán más completo cumplimiento. La "luz" que vio por la fe, cuando sostenía al niño Jesús  en sus brazos, todavía ha de resplandecer con brillantez tal que sea vista de todas las naciones de mundo gentil. La gloria de aquel Jesús a quien Israel  crucificó, será algún día revelada tan claramente a los Judíos dispersos, que, mirando a Aquel que ellos crucificaron, se arrepentirán y se convertirán. Vendrá  el día en que el velo será levantado del corazón de Israel, y todos "En Jehová será justificada y se gloriará toda la descendencia de Israel.." Isaí. 45:25. Esperemos confiados ese día; roguemos que llegue  pronto. Si Dios es la luz y la gloria de nuestras almas, ese día no puede venir demasiado pronto.

Contiene, finalmente, este pasaje un anuncio admirable de los resultados que habían de surgir cuando Jesucristo y Su Evangelio aparecieron en el mundo.

Cada palabra del anciano Simeón, sobre punto, merece meditación especial. El todo forma una profecía que se está cumpliendo diariamente.

Cristo había de ser "blanco de contradicción." Había de ser el blanco de todos los fieros dardos del malvado. Había de ser "despreciado y rechazado de los  hombres." él y su pueblo habían de ser una " ciudad edificada sobre un collado," asaltada de todos, y odiada de toda clase de enemigos. Y así resultó: hombres  que jamás han estado acordes en ninguna otra materia, lo han estado en odiar a Cristo. Desde el principio millares han sido perseguidores e incrédulos.

Cristo había de ser la causa "de la caída de muchos en Israel." Había de ser "la piedra de tropiezo y la roca de ofensa" a muchos orgullosos y presuntuosos  Judíos, que lo rechazarían y morirían en sus pecados. Y así sucedió: para gran número de ellos Cristo crucificado fue ocasión de tropiezo, y Su Evangelio  1Co_1:23 pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; 2Co_2:16 a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?  Cristo había de ser la causa del " levantamiento de muchos en Israel." Había de resultar ser el Salvador de muchos que al principio lo rechazaron, lo ultrajaron  y lo cubrieron de blasfemias, pero que después se arrepintieron y creyeron. Y así también sucedió: cuando los millares que lo crucificaron se arrepintieron, y  Saulo que persiguió a sus discípulos se convirtió, hubo algo como un levantamiento.

Cristo había de ser la causa de que "fueran manifestados los pensamientos de muchos corazones." Su Evangelio había de descubrir los caracteres verdaderos  de muchas gentes: la falta de amor hacia Dios en unos, los anhelos espirituales de otros. Y así resultó: el libro de los Hechos de los Apóstoles, en casi cada  capítulo, revela que en esto, como en todos los otros puntos de su profecía, el anciano Simeón dijo la verdad.

Y ahora bien ¿Qué opiniones tenemos respecto de Cristo? Esta es la pregunta que debe ocupar nuestras mentes. ¿Qué reflexiones despierta en nuestras mentes?  Este es el examen que debe ocuparnos seriamente. ¿Estamos por él, o contra él? ¿Lo amamos, o lo menospreciamos? Nos es tropiezo su doctrina, o hallamos  que es "causa de levantamiento." No estemos jamás tranquilos en tanto que no hayamos respondido satisfactoriamente estas preguntas.

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