Capítulo 2; 41-52
41 Iban sus padres todos los años a Jerusalén en
la fiesta de la pascua;
42 y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén
conforme a la costumbre de la fiesta.
43 Al regresar ellos, acabada la fiesta, se
quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo supiesen José y su madre.
44 Y pensando que estaba entre la compañía,
anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos;
45 pero como no le hallaron, volvieron a
Jerusalén buscándole.
46 Y aconteció que tres días después le hallaron
en el templo, sentado en medio de los doctores de la ley, oyéndoles y
preguntándoles.
47 Y todos los que le oían, se maravillaban de
su inteligencia y de sus respuestas.
48 Cuando le vieron, se sorprendieron; y le dijo
su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? He aquí, tu padre y yo te hemos
buscado con angustia.
49 Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?
50 Mas ellos no entendieron las palabras que les
habló.
51 Y descendió con ellos, y volvió a Nazaret, y
estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón.
52 Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y
en gracia para con Dios y los hombres.
Este
es un pasaje muy importante de los evangelios. La ley establecía que todo judío
adulto que viviera a no más de veinticinco kilómetros de Jerusalén tenía que
asistir a la Pascua. De hecho, todos los judíos que vivían más lejos querían ir
a la fiesta por lo menos una vez en la vida.
Estos versículos deben ser siempre muy interesantes
para todo lector de la Biblia. Ellos contienen el único hecho que sabemos
relativamente a los primeros treinta
años de la vida de nuestro Señor Jesucristo, después de su infancia. ¡Cuántas
cosas no quisiera saber el cristiano sobre los acontecimientos de esos treinta años, y la historia diaria de la casa
de Nazaret! Más no tenemos razón para dudar que sea por sabios motivos que la
Escritura no dice nada sobre este punto.
Si nos hubiera convenido saber más, se nos habría revelado.
Primeramente notemos que este pasaje enseña una
lección a todos los casados. Tenérnosla a la vista en la conducta de José y
María en él descrita. Se nos dice que
"iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua." Honraban
con regularidad los establecidos por Dios. La distancia de Nazaret a Jerusalén era grande. El viaje,
para gente pobre sin ningunos medios de trasporte, era, sin duda, molesto y
fatigoso. Dejar la casa y el país por diez o
quince días no era factible con poco gasto. Más Dios había dado un
precepto a Israel, y José y María lo obedecían estrictamente. Dios había
establecido el estatuto para su bien
espiritual, y ellos lo observaban con puntualidad; y todo cuanto hacían
concerniente a la Pascua, lo hacían de común acuerdo: cuando subían a la fiesta, subían siempre juntos.
Así deben conducirse los cónyuges cristianos. Deben
ayudarse mutuamente en los asuntos espirituales, y mutuamente alentarse a
perseverar en el servicio de Dios. Bien
que el matrimonio no es sacramento como erróneamente lo asevera la iglesia
Romana. Más el matrimonio es el estado que ejerce mayor influjo en el alma de los que lo adoptan: contribuye a
elevarlos o a degradarlos; aproximarlos más al cielo o los acerca más al
infierno. Nuestra conducta depende mucho
de la de las personas con quienes nos asociamos. Nuestros caracteres se
amoldan insensiblemente a los de las personas con quienes vivimos. De ninguno
es esto tan como de los casados. El
marido y la mujer obran de continuo en mutuo provecho o en mutuo perjuicio de
sus almas.
Que mediten bien sobre estas cosas todos los que
están casados o piensan casarse. Que acaten el ejemplo de José y María, y
resuelvan imitarlos. Que oren juntos,
lean la Biblia juntos, vayan juntos a la casa de Dios, y juntos conversen sobre
materias espirituales. Sobre todo que se abstengan de poner obstáculos delante de sí, y de desalentarse en el camino
que cada uno siga en asuntos religiosos. Felices los maridos que digan a sus
mujeres lo que Elcana dijo a Ana:
"Haz lo que bien te pareciere." Felices las mujeres que digan
a sus maridos lo que Lia y Raquel dijeron a Jacob: "Haz pues todo lo que
Dios te ha dicho." 1 Sam. 1.23;
Gen. 21.16.
Un joven judío alcanzaba la mayoría de edad a los
doce años. Entonces llegaba a ser hijo de la ley, y tenía que cumplir todas las
obligaciones que imponía la ley. Es posible que Jesús fuera entonces a
Jerusalén por primera vez. Podemos figurarnos la impresión que le harían la
santa ciudad, el templo y todas las ceremonias sagradas.
Cuando sus padres iniciaron la vuelta, Jesús se
quedó atrás. No fue por descuido por lo que no le echaron de menos. Lo
corriente era que las mujeres de la caravana se pusieran en camino bastante
antes que los hombres, porque iban más despacio. Los hombres salían después, y
las alcanzaban donde habían decidido pasar la noche. Esta era probablemente la
primera Pascua de Jesús, y lo más probable es que José pensara que estaba con
María, y viceversa, así es que no se dieron cuenta de que faltaba hasta que
llegaron al campamento de la tarde.
Como no le encontraron entre los parientes y
vecinos, se volvieron a Jerusalén. En el tiempo de la Pascua el sanedrín tenía
costumbre de reunirse en los atrios del templo para discutir cuestiones
teológicas en presencia de todos los que quisieran escuchar. Y fue allí donde encontraron
a Jesús sus padres. Escuchar y hacer preguntas era la manera en que los judíos
expresaban la relación de los alumnos que aprendían de sus maestros. Jesús
estaba escuchando las discusiones y mostrando mucho interés en conocer y
comprender, como ávido estudiante.
Por espacio de cuatro días estuvo lejos de María y
de José. Durante tres días "le buscaron con dolor," ignorando lo que le habría sobrevenido.
¿Quién puede concebir la ansiedad de tal madre por la pérdida de tal hijo? ¿Y
dónde lo encontraron al fin? No gastando
ociosamente el tiempo, o haciendo daño, como hacen muchos muchachos de doce
años; no en compañía vana e inútil: "Lo hallaron en el templo de Dios; sentado en medio " de los doctores
de Judea, "oyéndoles" lo que tenían que decir, y haciéndoles
preguntas sobre cosas que deseaba se le explicasen.
Así deben conducirse los niños de las familias
cristianas. Deben ser juiciosos y hacerse acreedores a la confianza de sus
padres, tanto en la ausencia de estos
como en su presencia. Deben buscar la compañía de los sabios y
prudentes, y valerse de todas las oportunidades que se les presenten para
adquirir conocimientos espirituales,
antes de que los cuidados de la vida los abrumen, y en tanto que sus memorias
están frescas y vigorosas.
Que mediten bien estas cosas los niños cristianos, e
imiten el ejemplo que les presentó Jesús, cuando tenía solo doce años. Que
tengan presente, que si tienen
suficiente edad para obrar mal, también la tienen para obrar bien; y que
si pueden usar internet, también pueden orar y leer sus Biblias. Que tengan
presente, que, aunque sean niños, son
responsables para con Dios, y que escrito está: Y oyó
Dios la voz del muchacho; y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le
dijo: ¿Qué tienes, Agar? No temas; porque Dios ha oído la voz del muchacho en
donde está. Gen. 21.17. ¡Felices, en verdad, aquellas familias en las cuales los niños "buscan
a Dios desde sus primeros años," y no hacen derramar lágrimas a sus
padres! ¡Felices los que puedan decir respecto de sus niños, cuando separados de ellos:
"Yo confió en que mis hijos no pecarán intencionalmente."!
Y ahora viene uno de los pasajes clave de la vida de
Jesús. En él leemos las palabras solemnes que
nuestro Señor dirigió a su madre María, cuando esta le dijo: "Hijo,
¿por qué nos has hecho así?" ¿"No sabíais?," fue la respuesta,
¿"que en los negocios que son de mi
padre, conviene estar?" No hay duda que en esta respuesta iba implícita
una suave censura. Jesús quiso recordar a su madre, que él no era una persona ordinaria, y que había venido al
mundo a ejecutar una obra nada común. Quiso así dar a entender a su madre que
se estaba olvidando insensiblemente que
él había venido al mundo de una manera extraordinaria, y que no podía esperar
que él siempre viviese tranquilamente en Nazaret. Fue una admonición solemne de que, como Dios, tenía un Padre en
el cielo, y que la obra de este Padre celestial exigía primeramente su
atención.
Fijémonos con cuánta cortesía, pero también con
cuánta claridad Jesús toma el nombre de padre que María ha usado refiriéndose a
José, y se lo aplica a Dios. En algún momento Jesús tiene que haber descubierto
su relación única y exclusiva con Dios. No podía saberlo cuando era un bebé
acostado en el pesebre, o en los brazos de su madre. Pero conforme avanzaban
los años, Jesús pensaría; y en aquella primera Pascua, en la aurora de la
mayoría de edad, manifestó que ya se había dado cuenta de que era el Hijo de
Dios en un sentido único y exclusivo.
En este relato podemos ver que Jesús ya sabía quién
era. Pero, fijémonos en que el descubrimiento no le hizo orgulloso, ni mirar
por encima del hombro a sus humildes padres terrenales, la gentil María y el
laborioso José. «Jesús volvió con ellos a Nazaret, y los obedecía en todo.»
Estas palabras debieran penetrar profundamente
en los corazones de todos los cristianos. Así tendrían estos un signo al cual
dirigir los ojos en las horas de
extravío, una piedra de toque con la cual podrían examinar su conducta
cada día de su vida.
Estas
palabras debieran animarnos en nuestro desaliento, y contenernos cuando nos
sintamos inclinados a volver al mundo. ¿Nos ocupamos de los asuntos de nuestro Padre? ¿Estamos siguiendo las huellas
de Jesucristo?" Tales preguntas parecerán muchas veces humillantes, y nos
harán avergonzar a nuestros propios
ojos; más ellas son eminentemente provechosas para nuestras almas. Nunca
se encuentra una iglesia en tan próspero estado cuando sus miembros tienen
miras elevadas, y se esfuerzan ser en
todo semejantes a Cristo.
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