Capítulo 5; 17-26
17 Aconteció un día, que él estaba enseñando, y
estaban sentados los fariseos y doctores de la ley, los cuales habían venido de
todas las aldeas de Galilea, y de Judea y Jerusalén; y el poder del Señor
estaba con él para sanar.
18 Y sucedió que unos hombres que traían en un
lecho a un hombre que estaba paralítico, procuraban llevarle adentro y ponerle
delante de él.
19 Pero no hallando cómo hacerlo a causa de la
multitud, subieron encima de la casa, y por el tejado le bajaron con el lecho,
poniéndole en medio, delante de Jesús.
20 Al ver él la fe de ellos, le dijo: Hombre,
tus pecados te son perdonados.
21 Entonces los escribas y los fariseos
comenzaron a cavilar, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿Quién puede
perdonar pecados sino sólo Dios?
22 Jesús entonces, conociendo los pensamientos
de ellos, respondiendo les dijo: ¿Qué caviláis en vuestros corazones?
23 ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son
perdonados, o decir: Levántate y anda?
24 Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre
tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te
digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa.
25 Al instante, levantándose en presencia de
ellos, y tomando el lecho en que estaba acostado, se fue a su casa,
glorificando a Dios.
26 Y todos, sobrecogidos de asombro,
glorificaban a Dios; y llenos de temor, decían: Hoy hemos visto maravillas.
Aquí tenemos un relato que es todo un cuadro. Jesús estaba enseñando en una casa. Las casas de Palestina tenían terraza, con un mínimo de inclinación para que cayera el agua de la lluvia. La techumbre estaba formada por vigas que iban de lado a lado a corta distancia, con cañizo y cuerdas y cubierta con una capa de aislante. Era lo más fácil del mundo el quitar el relleno entre dos vigas. De hecho, los ataúdes se metían y sacaban muchas veces por el techo.
Tres milagros en uno llaman nuestra atención en
estos versículos. Vemos a nuestro Señor a la vez perdonando pecados, leyendo
los pensamientos de los hombres, y
sanando a un paralítico. Aquel que pudo hacer cosas tales, y hacerlas con tal
facilidad, autoridad perfección, debió ser realmente el verdadero Dios. Ningún hombre poseyó jamás poder
semejante.
Notemos en primer lugar qué incomodidades se toman
los hombres para lograr lo que pretenden, cuando de veras lo desean. Los amigos
del paralítico deseaban traerlo a Jesús
para que pudiera ser curado. Al principio no pudieron lograr su intento por
causa del gentío que rodeaba a Jesús. ¿Qué hicieron entonces? Subieron al terrado, y haciendo una
abertura en el techo, le descolgaron con su camilla por entre el tejado, y lo
pusieron en medio, delante de Jesús.
De este modo los amigos del paciente consiguieron
llamar la atención de nuestro Señor hacia él, y la curación se efectuó. Con
incomodidades, trabajo y perseverancia,
sus amigos salieron bien de la empresa.
Cuánto se consigue por medio de incomodidades y
trabajos es cosa que vemos a cualquier lado que tornemos la vista. En cada
profesión, en cada carrera, en cada
oficio, vemos que el trabajo es el gran secreto del buen éxito. No es por la
suerte o por casualidad que los hombres prosperan, sino porque trabajan
con ahínco. Los banqueros y comerciantes
honrados no adquieren grandes fortunas sin incomodidad y consagración. Los
abogados y médicos no consiguen clientela sin
aplicación y estudio. Este es un principio que los hijos de este mundo
entienden bien. Una de sus máximas favoritas es, "El que algo quiere, algo
le cuesta...
Y estemos persuadidos que el trabajo y la aplicación
son exactamente tan esenciales al bienestar y prosperidad de nuestras almas,
como lo son al de nuestros cuerpos. En
todos nuestros esfuerzos para acercarnos a Dios, para allegarnos a Cristo,
debemos tener una resolución tan firme como la que desplegaron los amigos del paralítico. Debemos evitar que
dificultad alguna nos detenga o que algún obstáculo nos impida hacer algo que
sea realmente para nuestro bien
espiritual. Es preciso, especialmente, que tengamos esto presente
relativamente al deber de leer la Biblia con regularidad, oír el Evangelio, obedecerlo,
guardar el domingo, y orar en secreto.
En todos estos puntos es preciso huyamos de la indolencia y del ánimo de los
que inventan disculpas. La necesidad es
madre de la industria. Si no podemos conservar estos hábitos de un modo,
busquemos otro. Pero es preciso fijar en nuestras mentes, que de una manera u
otra tenemos que cumplir nuestro deber.
La salud de nuestras almas está en peligro. Sean cuales fueren las
dificultades, es preciso abrirnos paso por en medio de ellas. Si los hijos de este mundo se afanan
tanto por una corona corruptible, ¿cuánto más debemos afanarnos nosotros por
una que es incorruptible? ¿Por qué es
que tanta gente se afana tan poco por la religión? ¿Cómo es que nunca tienen
tiempo para orar, leer la Biblia y oír el Evangelio? ¿Cuál es el secreto de su continua serie de disculpas
para descuidar los medios de gracia? ¿Cómo es que los mismos hombres que están
llenos de celo en lo tocante a dinero,
negocios, placeres o política, no se inquietan acerca de sus almas? La
respuesta a estas preguntas es breve y a la vez sencilla. Estos hombres no piensan seriamente en la salvación; no
sienten la enfermedad espiritual; no experimentan interiormente la necesidad
del Médico Espiritual; no saben que sus
almas están en peligro de perecer eternamente; y juzgan que no hay para
que inquietar acerca de la religión. En
tal ignorancia millares viven y mueren.
¡Felices son, en verdad, los que han descubierto su
peligro, y estiman todas cosas por perdidas, si pueden ganar a Cristo, y ser
hallados con él!
Notemos en
segundo lugar cuán grande es la bondad y compasión de nuestro Señor Jesucristo.
Dos veces en este pasaje se nos dice habló cariñosamente al pobre paciente que trajeron delante de Él. La
primera vez le dirigió estas admirables y consoladoras "Hombre, tus
pecados te son perdonados." Después añadió
otras palabras, que en punto a consuelo solo ceden el primer a la
precedente concesión de perdón. "Levántate," dice, tu cama, y vete a
tu casa." Primero le anuncia la
salud del alma después la del cuerpo, y lo llena de júbilo, No perdamos jamás
de vista este rasgo del carácter de nuestro Señor. La bondad de Cristo para con sus elegidos jamás cambia ni decae.
Es un manantial perenne de agua vivificante. Comenzó toda desde la eternidad, antes que el hombre fuese creado. Los escogió, llamó, y vivificó cuando
estaban muertos en sus culpas y pecados. Los llevó hacia Dios, y cambió su
naturaleza, y renovó sus afectos y
deseos, puso un nuevo cántico en sus labios. Ha sobrellevado todas sus
faltas y todos sus extravíos. Nunca los dejará separarse de Dios. El amor y
la misericordia de Cristo: he aquí su
única defensa cuando el río de la muerte, y entre en la patria celestial.
Procuremos conocer este amor por experiencia
interna, y démosle mayor estimación. Que cada día nos sintamos más
dispuestos a vivir, no para nosotros mismos, sino para Aquel que murió y
resucitó por nosotros.
Notemos en conclusión cuan plenamente nuestro Señor
Jesucristo podía penetrar los pensamientos de los hombres. Leemos que cuando
los Escribas y los Fariseos comenzaron a
discurrir secretamente entre sí, e imputaron en privado a nuestro Señor el
pecado de blasfemia, El conoció sus pensamientos e intenciones, y los avergonzó en público.
Escrito está: "El conoció sus pensamientos." Deberíamos meditar
diariamente sobre la gran verdad de que no
podemos tener nada secreto para Jesús. Á él se refiere las palabras de
S. Pablo, "todas las cosas están desnudas y
abiertas a los ojos de aquel, a quien
tenemos que dar cuenta." Heb.
4.13. A Él se refieren también las palabras solemnes del Salmo
139--salmo que todo Cristiano debe estudiar
frecuentemente. No hay una sola palabra en nuestros labios, ni un solo
deseo en nuestro corazones, que no sea conocido de Jesús. Pues aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh
Jehová, tú la sabes toda. Salmo_139:4.
¡Cuánto examen de conciencia no debe despertar en
nuestro interior esta gran verdad! ¡Cristo nos está viendo siempre! ¡Cristo nos
conoce! ¡Cristo lee y observa
diariamente nuestras acciones, palabras, y pensamientos! El recuerdo de esto
debiera alarmar a los malvados, y alejarlos de sus pecados. Su maldad no puede estar oculta, y algún día
será descubierta, a menos que se arrepientan. Esto deberá también atemorizar a
los hipócritas. Ellos pueden engañar al
hombre, más no pueden engañar a Cristo. Esto deberá dar vida y animación a
todos los sinceros creyentes; si tuvieran siempre presente que su compasivo Maestro los está mirando, y si
procedieran en todo como si estuvieran ante Su vista; y sabiendo que aunque
mofados y denigrados por el mundo, son
recta y justamente juzgados por la sabiduría infinita de su Salvador. Ellos
pueden decir: Señor, tú sabes todas las cosas, tú sabes
que te amo. Jn_21:17.
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