Capítulo 6; 7-11
Jesús fue otra vez a la sinagoga; y había allí
un hombre que tenía un brazo seco; y estaban observando cuidadosamente a Jesús
para ver si le curaría en sábado, para presentar una acusación contra Él.
Jesús le dijo al hombre que tenía el
brazo seco:
Levántate, y ponte aquí en medio de
la congregación. Entonces dijo dirigiéndose a todos: ¿Es conforme a la Ley el
hacer una buena obra en sábado o hacer una mala obra? ¿Salvar una vida o matar?
Y todos se quedaron callados. Jesús
miró a Su alrededor con ira, porque estaba dolorido por la dureza de corazón de
ellos, y le dijo al hombre:
-¡Extiende el brazo!
Y él lo extendió, y se le puso bueno
del todo.
Los fariseos salieron
inmediatamente, y empezaron a urdir una conspiración con los del bando de
Herodes para eliminar a Jesús.
Estos versículos nos vuelven a presentar a nuestro Señor haciendo un
milagro. Ocupado siempre de los negocios de su Padre, siempre haciendo
bien, y haciéndolo a vista de enemigos y de amigos -tal era el curso diario del
ministerio terrenal de nuestro Señor. Y
" Pues para esto fuisteis llamados;
porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis
sus pisadas;" 1 Pedro 2.21 "¡Benditos sean esos cristianos
que se esfuerzan en su debilidad por imitar a su Maestro!. Para este tiempo la oposición a Jesús iba
concretándose. Estaba enseñando en la sinagoga un sábado, y los escribas y los
fariseos estaban también allí con el propósito de espiarle para, si curaba al
enfermo, acusarle de quebrantar el sábado. Hay un detalle interesante: si
comparamos esta historia en Mateo12:10-13 Y he aquí había allí uno que tenía seca una mano; y
preguntaron a Jesús, para poder acusarle: ¿Es lícito sanar en el día de reposo?11 El les dijo: ¿Qué hombre habrá de vosotros,
que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo,[g] no le
eche mano, y la levante?12 Pues ¿cuánto
más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en
los días de reposo. 13 Entonces dijo a
aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como
la otra , y Marcos_3:1-6 Otra vez entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre
que tenía seca una mano. 2 Y le
acechaban para ver si en el día de reposo le sanaría, a fin de poder acusarle. 3 Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca:
Levántate y ponte en medio. 4 Y les
dijo: ¿Es lícito en los días de reposo hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o
quitarla? Pero ellos callaban. 5
Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de
sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le
fue restaurada sana. 6 Y salidos los
fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él para destruirle. , con la versión de Lucas, nos damos cuenta de
que es sólo éste el que nos dice que era el brazo el que tenía seco el hombre.
Aquí habla el médico, interesado en todos los detalles del caso.
En
este incidente, Jesús quebrantó abiertamente la ley tradicional. Curar era un
trabajo, y estaba prohibido hacer ningún trabajo el sábado. Es verdad que si
había peligro de muerte se podía hacer algo para mantener la vida. También era legal
tratar las dolencias de ojos o garganta. Pero este hombre no estaba en peligro
de muerte; podría haber esperado hasta el día siguiente sin peligro. Pero Jesús
estableció el gran principio de que, dijeran lo que dijeran las leyes y las
reglas, siempre se puede hacer un bien en sábado. Jesús les dirigió la pregunta
punzante: «Os preguntaré una cosa: ¿Qué es lo que se permite hacer el sábado,
ayudar a alguien o hacerle daño, salvar la vida o destruirla?» Eso tiene que
haberles llegado al alma, porque mientras Él estaba tratando de ayudar a la
vida del hombre del brazo seco, ellos estaban haciendo todo lo posible para
destruirle a Él. Era Él el que estaba tratando de salvar, y ellos de destruir.
Establece este principio haciendo una pregunta
muy notable. Pregunta a los que estaban en torno suyo, si era "legítimo
hacer bien o mal en sábados, salvar la
vida, o matar" ¿era mejor curar a ese pobre enfermo que tenía en su
presencia con una mano seca, o abandonarlo a su destino? ¿Era más pecaminoso
restaurar a una persona la salud en
sábado, que tramar un asesinato, o alimentar odios contra un inocente, como lo
estaban haciendo en aquel mismo momento con El?
¿Eran ellos intachables que deseaban matarlo? No es de admirarse que al
ser así interrogados los enemigos de nuestro Señor "guardaran silencio.
Según estas palabras del Señor es muy claro
que ningún cristiano debe nunca titubear en hacer en domingo una obra que sea
realmente buena y necesaria. Una
verdadera obra de misericordia, como asistir a los enfermos o aliviar
algún dolor, puede hacerse siempre sin ningún escrúpulo.
Pero debemos tener cuidado que no se abuse del
principio que aquí establece nuestro Señor y se le haga servir para malos
fines. No nos permitamos la suposición
que el permiso de "hacer el bien" implica la idea que cada cual puede
hacer lo que le agrade el día del sábado. El permiso de "hacer el
bien" no quiso decir nunca que
abrieran las puertas a diversiones, festividades mundanas, viajes, paseos y
goces sensuales. Guardémonos de pervertir el verdadero significado de las
palabras de nuestro Señor.
Recordemos que clase de bien hizo El en sábado y sancionó con su bendito ejemplo. Preguntémonos si hay la más ligera semejanza entre las obras de nuestro Señor el sábado y esa manera de emplear el sábado por muchos atreviéndose a apelar para ello al ejemplo de nuestro Señor. Fijémonos en el significado claro y genuino de las palabras de nuestro Señor y apoyémonos en ellas. Nos ha dado libertad para "hacer el bien" pero no para fiestas, espectáculos, reuniones mundanas, ni excursiones.
En esta escena hay tres personajes.
(i) Está
el hombre del brazo seco. Podemos decir dos cosas de él.
(a) En uno de los evangelios apócrifos, es
decir, de los que no llegaron a formar parte del Nuevo Testamento, se nos dice
que el hombre era mampostero, y vino a Jesús para pedirle ayuda y le dijo: «Yo
era mampostero, y me ganaba la vida con las manos; te suplico, Jesús, que me
devuelvas la salud para que no tenga que mendigar mi pan con vergüenza.» Era un
hombre que quería trabajar. Dios siempre mira con aprobación al que quiere
ganarse la vida decentemente.
(b) Era un hombre que estaba dispuesto a
intentar lo imposible. No se puso a discutir cuando le dijo Jesús que
extendiera el brazo inútil; lo intentó y lo consiguió, con las fuerzas que le
dio Jesús. Imposible es una palabra que habría que desterrar del vocabulario
del cristiano. Como ha dicho un famoso hombre de ciencia, «La diferencia entre
lo difícil y lo imposible está sólo en que se tarda un poco más en hacer lo
imposible.»
(ii) Está
Jesús. Hay en esta historia una gloriosa atmósfera de desafío. Jesús sabía
que le estaban espiando, pero no vaciló en sanar. Le dijo al hombre que se
pusiera en medio: esto no se iba a hacer en un rincón. Se cuenta de uno de los
primeros predicadores metodistas, que tenía el propósito de predicar en un
pueblo hostil. Alquiló a un pregonero para que anunciara la reunión, y éste
empezó a hacerlo en un susurro aterrado. Entonces el predicador le quitó de la
mano la campana, la hizo sonar y tronó: -¡Mister Fulano de Tal predicará en tal
y tal lugar a tal y tal hora de la noche y ese hombre soy yo! El verdadero
cristiano despliega con orgullo la bandera de la fe, y desafía abiertamente a
la oposición.
(iii) Estaban
los fariseos. Aquí tenemos a unos hombres que siguieron el extraño camino
de odiar a un hombre que acababa de curar a un paciente. Son el ejemplo
sobresaliente de los que aman sus leyes y sus reglas más que a Dios. Seguimos
viendo esta actitud en las iglesias una y otra vez en aquellos dirigentes que
se envuelven en un halo de tradicionalismo, pero no mueven un dedo para suplir
una necesidad. Aún en el día del Señor, y en los momentos de tributarle
adoración, estos miserables traman maldades en sus pensamientos y corazón enalteciéndose
con sus conocimientos intelectuales de la Escritura. Proverbios
5.14 Casi en
todo mal he estado, En medio de la sociedad y de la congregación. Los mismos hombres que pretenden ser tan estrictos y tan santos en
cosas de poca importancia, estaban
llenos de pensamientos maliciosos y coléricos en medio de la
congregación. Discusiones, no acerca de las grandes cuestiones de la fe, sino
sobre cuestiones de gobierno eclesiástico y cosas por el estilo. Leighton dijo
una vez: «Cómo se haya de gobernar la iglesia es indiferente; pero la paz y la
concordia, la amabilidad y la buena voluntad son indispensables.»
Siempre está presente el peligro de poner la
lealtad al sistema por encima de la lealtad a Dios.
El pueblo de Cristo no debe esperar ser
tratado mejor que su Maestro. Están siempre espiados por un mundo malévolo y
rabioso. Examina su conducta con ojos
perspicaces y envidiosos; todos sus pasos son vigilados y seguidos
constantemente. Son hombres marcados y nada pueden hacer que el mundo no lo
note.
Su vestido, sus gestos, el empleo de su
tiempo, su conducta en todas las situaciones de la vida, todo en ellos es
observado rígida y menudamente. Sus
adversarios están esperando su primer tropezón, y tan pronto como
incurren en un error, los impíos se regocijan.
Bueno es que los cristianos tengan esto
siempre presente. Adonde quiera que vayamos, cualquiera cosa que hagamos,
recordemos que estamos "espiados"
como nuestro Maestro. Esta idea debe decidirnos a ejercer una santa
vigilancia sobre nuestra conducta, para que no hagamos nada que permita al
enemigo blasfemar. Debería comunicarnos
una diligencia exquisita para evitar aun las "apariencias del mal".
Sobre todo, debería influir en nosotros para que orásemos mucho, contuviéramos nuestra cólera y
nuestras lenguas, y nos manejáramos siempre bien en público. Ese Salvador que
estuvo "espiado", sabe simpatizar con
su pueblo, y suministrarle la gracia que necesita en sus épocas de
necesidad.
Notemos por último, los sentimientos que la
conducta de los enemigos de nuestro Señor desertó en su corazón. Se nos dice
que "Indignado fijó sus miradas en
todos los que lo rodeaban, condoliéndose de la dureza de sus
corazones".
Esta expresión es muy notable digna de una
atención especial. Es para recordarnos que nuestro Señor Jesucristo en cuanto
hombre, era como nosotros en todo,
exceptuando tan solo el pecado. Nuestro Señor conocía por experiencia y
experimentaba todos los sentimientos puros que son propios de la constitución
del hombre. Leemos que se
"maravillaba", que se "regocijaba", que
"lloraba", que "amaba" y en este pasaje leemos que
"sentía indignación".
Se deduce claramente de estas palabras que hay
una "indignación" legítima, justa, y no pecaminosa. Hay una
indignación justificable y que en algunos casos
es permitido manifestar. Salomón y Pablo enseñan ambos la misma lección.
El viento del norte ahuyenta la lluvia, Y el rostro
airado la lengua detractora. Proverbios
25.23 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el
sol sobre vuestro enojo, Efesios 4.26.
Debe confesarse, sin embargo, que la cuestión
es muy difícil. De todos los sentimientos que el corazón del hombre
experimenta, ningún se despierta quizás más
pronto que la cólera o la indignación. No hayan ninguno que sea más difícil de dominar
cuando comienza a excitarse, ni cuyas consecuencias sean más terribles.
Todos debemos saber a qué extremos arrastra
aun a hombres religiosos el mal carácter, la irritabilidad, y la pasión. La
historia de la "disputa" de Pablo y
Bernabé en Antioquia y la de Moisés cuando provocado, "habló desesperado
con sus labios" son familiares a todos los lectores de la Biblia. El
hecho terrible que palabras apasionadas
son una infracción del sexto mandamiento, se nos enseña muy claramente en el
Sermón de la Montaña; y, sin embargo,
vemos aquí que hay una indignación que es legítima.
Concluyamos de meditar sobre este punto orando
fervorosamente para que podamos distinguir el espíritu que nos domina cuando la
indignación o la cólera se apoderan de
nosotros. Estemos seguros que no hay ningún sentimiento en el hombre que
debamos vigilar con más cautela. Una ira
no pecaminosa es cosa muy rara. La
rabia del hombre tiene rara vez por causa la Gloria de Dios. De todas maneras creo que una indignación
justa debe estar mezclada con dolor y
pesar por los que la causan, como sucedió en el caso del Señor que aquí se
nos refiere. Y de esto es que debemos estar seguros -que es mejor no
indignarnos nunca, que sentir
indignación y pecar.
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