} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 6; 7-11

sábado, 25 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 6; 7-11


Capítulo 6; 7-11

 Jesús fue otra vez a la sinagoga; y había allí un hombre que tenía un brazo seco; y estaban observando cuidadosamente a Jesús para ver si le curaría en sábado, para presentar una acusación contra Él.

Jesús le dijo al hombre que tenía el brazo seco:

Levántate, y ponte aquí en medio de la congregación. Entonces dijo dirigiéndose a todos: ¿Es conforme a la Ley el hacer una buena obra en sábado o hacer una mala obra? ¿Salvar una vida o matar?

Y todos se quedaron callados. Jesús miró a Su alrededor con ira, porque estaba dolorido por la dureza de corazón de ellos, y le dijo al hombre:

-¡Extiende el brazo!

Y él lo extendió, y se le puso bueno del todo.

Los fariseos salieron inmediatamente, y empezaron a urdir una conspiración con los del bando de Herodes para eliminar a Jesús.       


                Estos versículos nos vuelven a presentar a nuestro Señor haciendo un milagro.   Ocupado siempre  de los negocios de su Padre, siempre haciendo bien, y haciéndolo a vista de enemigos y de amigos -tal era el curso diario del ministerio terrenal de nuestro  Señor. Y " Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas;" 1 Pedro 2.21 "¡Benditos sean esos cristianos que se esfuerzan en su debilidad por imitar a su  Maestro!.  Para este tiempo la oposición a Jesús iba concretándose. Estaba enseñando en la sinagoga un sábado, y los escribas y los fariseos estaban también allí con el propósito de espiarle para, si curaba al enfermo, acusarle de quebrantar el sábado. Hay un detalle interesante: si comparamos esta historia en Mateo12:10-13 Y he aquí había allí uno que tenía seca una mano; y preguntaron a Jesús, para poder acusarle: ¿Es lícito sanar en el día de reposo?11  El les dijo: ¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si ésta cayere en un hoyo en día de reposo,[g] no le eche mano, y la levante?12  Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Por consiguiente, es lícito hacer el bien en los días de reposo. 13  Entonces dijo a aquel hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y le fue restaurada sana como la otra , y Marcos_3:1-6 Otra vez entró Jesús en la sinagoga; y había allí un hombre que tenía seca una mano. 2  Y le acechaban para ver si en el día de reposo le sanaría, a fin de poder acusarle. 3  Entonces dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte en medio. 4  Y les dijo: ¿Es lícito en los días de reposo  hacer bien, o hacer mal; salvar la vida, o quitarla? Pero ellos callaban. 5  Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana. 6  Y salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él para destruirle. , con la versión de Lucas, nos damos cuenta de que es sólo éste el que nos dice que era el brazo el que tenía seco el hombre. Aquí habla el médico, interesado en todos los detalles del caso.

        En este incidente, Jesús quebrantó abiertamente la ley tradicional. Curar era un trabajo, y estaba prohibido hacer ningún trabajo el sábado. Es verdad que si había peligro de muerte se podía hacer algo para mantener la vida. También era legal tratar las dolencias de ojos o garganta. Pero este hombre no estaba en peligro de muerte; podría haber esperado hasta el día siguiente sin peligro. Pero Jesús estableció el gran principio de que, dijeran lo que dijeran las leyes y las reglas, siempre se puede hacer un bien en sábado. Jesús les dirigió la pregunta punzante: «Os preguntaré una cosa: ¿Qué es lo que se permite hacer el sábado, ayudar a alguien o hacerle daño, salvar la vida o destruirla?» Eso tiene que haberles llegado al alma, porque mientras Él estaba tratando de ayudar a la vida del hombre del brazo seco, ellos estaban haciendo todo lo posible para destruirle a Él. Era Él el que estaba tratando de salvar, y ellos de destruir.

Establece este principio haciendo una pregunta muy notable. Pregunta a los que estaban en torno suyo, si era "legítimo hacer bien o mal en sábados, salvar la  vida, o matar" ¿era mejor curar a ese pobre enfermo que tenía en su presencia con una mano seca, o abandonarlo a su destino? ¿Era más pecaminoso restaurar  a una persona la salud en sábado, que tramar un asesinato, o alimentar odios contra un inocente, como lo estaban haciendo en aquel mismo momento con El?  ¿Eran ellos intachables que deseaban matarlo? No es de admirarse que al ser así interrogados los enemigos de nuestro Señor "guardaran silencio.

Según estas palabras del Señor es muy claro que ningún cristiano debe nunca titubear en hacer en domingo una obra que sea realmente buena y necesaria. Una  verdadera obra de misericordia, como asistir a los enfermos o aliviar algún dolor, puede hacerse siempre sin ningún escrúpulo.  

Pero debemos tener cuidado que no se abuse del principio que aquí establece nuestro Señor y se le haga servir para malos fines. No nos permitamos la  suposición que el permiso de "hacer el bien" implica la idea que cada cual puede hacer lo que le agrade el día del sábado. El permiso de "hacer el bien" no  quiso decir nunca que abrieran las puertas a diversiones, festividades mundanas, viajes, paseos y goces sensuales. Guardémonos de pervertir el verdadero significado de las palabras de nuestro Señor.

Recordemos que clase de bien hizo El en sábado y sancionó con su bendito ejemplo. Preguntémonos si hay la más ligera semejanza entre las obras de nuestro  Señor el sábado y esa manera de emplear el sábado por muchos atreviéndose a apelar para ello al ejemplo de nuestro Señor. Fijémonos en el significado claro  y genuino de las palabras de nuestro Señor y apoyémonos en ellas. Nos ha dado libertad para "hacer el bien" pero no para fiestas, espectáculos, reuniones  mundanas, ni excursiones.

En esta escena hay tres personajes.

(i) Está el hombre del brazo seco. Podemos decir dos cosas de él.

(a) En uno de los evangelios apócrifos, es decir, de los que no llegaron a formar parte del Nuevo Testamento, se nos dice que el hombre era mampostero, y vino a Jesús para pedirle ayuda y le dijo: «Yo era mampostero, y me ganaba la vida con las manos; te suplico, Jesús, que me devuelvas la salud para que no tenga que mendigar mi pan con vergüenza.» Era un hombre que quería trabajar. Dios siempre mira con aprobación al que quiere ganarse la vida decentemente.

(b) Era un hombre que estaba dispuesto a intentar lo imposible. No se puso a discutir cuando le dijo Jesús que extendiera el brazo inútil; lo intentó y lo consiguió, con las fuerzas que le dio Jesús. Imposible es una palabra que habría que desterrar del vocabulario del cristiano. Como ha dicho un famoso hombre de ciencia, «La diferencia entre lo difícil y lo imposible está sólo en que se tarda un poco más en hacer lo imposible.»

(ii) Está Jesús. Hay en esta historia una gloriosa atmósfera de desafío. Jesús sabía que le estaban espiando, pero no vaciló en sanar. Le dijo al hombre que se pusiera en medio: esto no se iba a hacer en un rincón. Se cuenta de uno de los primeros predicadores metodistas, que tenía el propósito de predicar en un pueblo hostil. Alquiló a un pregonero para que anunciara la reunión, y éste empezó a hacerlo en un susurro aterrado. Entonces el predicador le quitó de la mano la campana, la hizo sonar y tronó: -¡Mister Fulano de Tal predicará en tal y tal lugar a tal y tal hora de la noche y ese hombre soy yo! El verdadero cristiano despliega con orgullo la bandera de la fe, y desafía abiertamente a la oposición.

(iii) Estaban los fariseos. Aquí tenemos a unos hombres que siguieron el extraño camino de odiar a un hombre que acababa de curar a un paciente. Son el ejemplo sobresaliente de los que aman sus leyes y sus reglas más que a Dios. Seguimos viendo esta actitud en las iglesias una y otra vez en aquellos dirigentes que se envuelven en un halo de tradicionalismo, pero no mueven un dedo para suplir una necesidad. Aún en el día del Señor, y en los momentos de tributarle adoración, estos miserables traman maldades en sus pensamientos y corazón enalteciéndose con sus conocimientos intelectuales de la Escritura. Proverbios 5.14 Casi en todo mal he estado, En medio de la sociedad y de la congregación.   Los mismos hombres que pretenden ser tan estrictos y tan santos en cosas de poca importancia, estaban  llenos de pensamientos maliciosos y coléricos en medio de la congregación. Discusiones, no acerca de las grandes cuestiones de la fe, sino sobre cuestiones de gobierno eclesiástico y cosas por el estilo. Leighton dijo una vez: «Cómo se haya de gobernar la iglesia es indiferente; pero la paz y la concordia, la amabilidad y la buena voluntad son indispensables.»

Siempre está presente el peligro de poner la lealtad al sistema por encima de la lealtad a Dios.

El pueblo de Cristo no debe esperar ser tratado mejor que su Maestro. Están siempre espiados por un mundo malévolo y rabioso. Examina su conducta con  ojos perspicaces y envidiosos; todos sus pasos son vigilados y seguidos constantemente. Son hombres marcados y nada pueden hacer que el mundo no lo note.

Su vestido, sus gestos, el empleo de su tiempo, su conducta en todas las situaciones de la vida, todo en ellos es observado rígida y menudamente. Sus  adversarios están esperando su primer tropezón, y tan pronto como incurren en un error, los impíos se regocijan.

Bueno es que los cristianos tengan esto siempre presente. Adonde quiera que vayamos, cualquiera cosa que hagamos, recordemos que estamos "espiados"  como nuestro Maestro. Esta idea debe decidirnos a ejercer una santa vigilancia sobre nuestra conducta, para que no hagamos nada que permita al enemigo  blasfemar. Debería comunicarnos una diligencia exquisita para evitar aun las "apariencias del mal". Sobre todo, debería influir en nosotros para que orásemos  mucho, contuviéramos nuestra cólera y nuestras lenguas, y nos manejáramos siempre bien en público. Ese Salvador que estuvo "espiado", sabe simpatizar con  su pueblo, y suministrarle la gracia que necesita en sus épocas de necesidad.

 

Notemos por último, los sentimientos que la conducta de los enemigos de nuestro Señor desertó en su corazón. Se nos dice que "Indignado fijó sus miradas en  todos los que lo rodeaban, condoliéndose de la dureza de sus corazones".

Esta expresión es muy notable digna de una atención especial. Es para recordarnos que nuestro Señor Jesucristo en cuanto hombre, era como nosotros en todo,  exceptuando tan solo el pecado. Nuestro Señor conocía por experiencia y experimentaba todos los sentimientos puros que son propios de la constitución del  hombre. Leemos que se "maravillaba", que se "regocijaba", que "lloraba", que "amaba" y en este pasaje leemos que "sentía indignación".

Se deduce claramente de estas palabras que hay una "indignación" legítima, justa, y no pecaminosa. Hay una indignación justificable y que en algunos casos  es permitido manifestar. Salomón y Pablo enseñan ambos la misma lección. El viento del norte ahuyenta la lluvia, Y el rostro airado la lengua detractora. Proverbios 25.23 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, Efesios 4.26.

Debe confesarse, sin embargo, que la cuestión es muy difícil. De todos los sentimientos que el corazón del hombre experimenta, ningún se despierta quizás  más pronto que la cólera o la indignación. No hayan ninguno que sea más difícil de dominar cuando comienza a excitarse, ni cuyas consecuencias sean más terribles.

Todos debemos saber a qué extremos arrastra aun a hombres religiosos el mal carácter, la irritabilidad, y la pasión. La historia de la "disputa" de Pablo y  Bernabé en Antioquia y la de Moisés cuando provocado, "habló desesperado con sus labios" son familiares a todos los lectores de la Biblia. El hecho  terrible que palabras apasionadas son una infracción del sexto mandamiento, se nos enseña muy claramente en el Sermón de la Montaña; y, sin embargo,  vemos aquí que hay una indignación que es legítima.

Concluyamos de meditar sobre este punto orando fervorosamente para que podamos distinguir el espíritu que nos domina cuando la indignación o la cólera se  apoderan de nosotros. Estemos seguros que no hay ningún sentimiento en el hombre que debamos vigilar con más cautela. Una ira no pecaminosa es cosa  muy rara. La rabia del hombre tiene rara vez por causa la Gloria de Dios. De todas maneras creo que una indignación justa debe estar mezclada con dolor  y pesar por los que la causan, como sucedió en el caso del Señor que aquí se nos refiere. Y de esto es que debemos estar seguros -que es mejor no indignarnos  nunca, que sentir indignación y pecar.

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