} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 2; 36-38

miércoles, 8 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 2; 36-38


Capítulo 2; 36-38

36  Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad,

37  y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones.

38  Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.

 

             Los versículos que acabamos de leer nos introducen a una sierva de Dios, cuyo nombre no se menciona en ninguna otra parte del Nuevo Testamento. La  historia de Ana, lo mismo que la de Simeón, ha sido referida solamente por S. Lucas. La sabiduría de Dios ordenó que una mujer, así como también un  hombre, diera testimonio de que el Mesías había nacido. Por boca de dos testigos se hizo constar que la profecía de Malaquías se había cumplido, y que el  mensajero de la alianza había venido repentinamente al templo. Malaq. 3:1. He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos.

Observemos, en estos versículos, cuál era el carácter de la mujer piadosa antes de la predicación del Evangelio de Cristo. Los hechos referidos con relación a  Ana son pocos y sencillos; más contienen verdades muy instructivas. Ana también era una de los «reposados de la tierra.» De ella no sabemos nada más que lo que nos dicen estos versículos; pero Lucas nos traza en ellos un verdadero boceto de su carácter.

(i) Ana era viuda.

Ana era mujer de carácter intachable. Después de haber estado casada solamente siete años, había pasado ochenta y cuatro como viuda. El desamparo, las  pruebas y las tentaciones de tal estado fueron probablemente muy grandes; más Ana con ayuda de la gracia divina lo venció todo, y correspondiendo a la  descripción que hace S. Pablo, " Honra a las viudas que en verdad lo son. 1 Tim. 5.3. Sabía lo que era el sufrimiento, pero no estaba amargada. El sufrimiento puede producir en nosotros una de dos cosas: o nos hace duros, amargados, resentidos y rebeldes a Dios, o nos hace más amables, tiernos y compasivos; puede hacernos perder la fe, o arraigarla aún más en nuestro corazón. Todo depende de lo que pensemos de Dios: si le consideramos un tirano, seremos unos resentidos; si le tenemos como nuestro Padre, estaremos seguros de que nunca hace que sus hijos derramen lágrimas innecesarias.

(ii) Tenía ochenta y cuatro años. Era anciana, pero no había perdido la esperanza. La edad puede despojarnos del encanto y del vigor de nuestro cuerpo; y aun puede producir un efecto peor: los años pueden llevarse la vida del corazón hasta el punto de que se nos mueren las esperanzas que hemos abrigado antes, y nos contentamos y resignamos con las cosas tal y como son. También en esto todo depende de lo que pensamos de Dios: si creemos que es distante y desinteresado, podremos caer en la desesperación; pero si creemos que está interesado y conectado con la vida, y que no retira la mano del timón, estaremos seguros de que lo mejor está todavía por venir, y los años no nos harán nunca perder la esperanza.

¿Cómo es que Ana era así?

(i) Nunca dejaba de adorar a Dios. Pasaba la vida en la casa de Dios y con el pueblo de Dios. Ana amaba la casa de Dios. "No se separaba del templo." Lo consideraba como el lugar en donde Dios moraba de una manera particular, y hacia el cual a todo judío piadoso en países extranjeros, le era grato, como a Daniel, dirigir sus plegarias. "Más cerca de Dios, más cerca de Dios," era el deseo de su corazón, y  sentía que nunca estaba tan cerca como dentro de los muros que contenían el arca, el altar, y el santo de los santos. Ella podía entrar repitiendo las palabras de  David: Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. Salmo 84.2.Dios nos ha dado su iglesia para que sea nuestra madre en la fe. Nos privamos de un tesoro incalculable cuando descuidamos el ser parte de un pueblo que da culto a Dios. Ana era mujer de grande abnegación. "Servía a Dios en ayunos y oraciones de noche y de día." Crucificaba continuamente la carne, y la mantenía en sujeción  por medio de una abstinencia voluntaria.

Estando bien persuadida de que tal práctica era útil a su alma, no se ahorraba incomodidades a fin de continuarla.

(ii) Nunca dejaba de orar. El culto de la iglesia es algo grande; pero no lo es menos el culto privado y personal. Como ha dicho alguien, " los que oran mejor con los demás son los que antes oran a solas.» Los años habían dejado a Ana sin amargura y con una esperanza inquebrantable, porque día tras día se mantenía en contacto con el Que es la fuente de toda fuerza, y en cuya fuerza se perfecciona nuestra debilidad. Ana oraba mucho. "Servía a Dios en oraciones de noche y de día." Estaba continuamente hablando con él, como con su mejor amigo, sobre las cosas que  concernían a su paz espiritual. Jamás se cansaba de suplicarle en favor de otros, y principalmente, para que se cumpliesen sus promesas respecto del Mesías

(iii) Ana tenía relaciones con otras personas piadosas. Así tan luego como hubo visto a Jesús "habló sobre él" á otros que ella conocía en Jerusalén, y con quienes,  sin duda, tenía amistad. Existía un vínculo de unión entre ella y todos los que abrigaban la misma esperanza: eran siervos de un mismo Señor, y viajeros a la  misma tierra de promisión.

Y Ana recibió, antes de que dejara este mundo, una rica recompensa por su consagración en el servicio de Dios. Se le concedió ver a Aquel que había sido  prometido desde remotos tiempos, y por cuya venida había orado tan constantemente. Su fe, al fin, se cambió en visión real y su esperanza en realidad. El  gozo de esta mujer santa debió de haber sido, en verdad, "a quien amáis sin haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con gozo inefable y glorioso." 1Pe_1:8.

Convendría a todas las cristianas estudiar detenidamente el carácter de Ana para así adquirir sabiduría. Todo, sin duda, ha cambiado mucho: los deberes  sociales de la mujer cristiana de hoy son muy diferentes de los de una judía creyente de Jerusalén en aquel entonces; y no todas han sido colocadas por Dios  en la condición de viudas; pero aún, después de conceder todo esto, queda mucho en la historia de Ana digno de imitarse. Cuando leemos la relación de su  firmeza, santidad, abnegación y de sus ruegos continuos, no podemos menos de desear que muchas hijas de la iglesia cristiana procurasen ser como ella.

Observemos, en estos versículos, la descripción que, hace de los justos de Jerusalén en la época en que Jesús nació. Eran gentes "que  esperaban la redención..

Siempre hallaremos que la fe es el distintivo universal de los escogidos de Dios. Estos hombres y estas mujeres de quienes se hace mención en estos  versículos residiendo como residían en una ciudad malvada, vivían por la fe, y no se dejaron arrastrar por el torrente de vanidad mundana, de hipocresía y  presunción que los rodeaba. Ni tomaban parte en la expectativa de un Mesías puramente terrenal, a la cual se habían abandonado la mayor parte de los judíos;  más vivían en la fe de los patriarcas y profetas: creían que el Redentor venidero introduciría en el mundo santidad y justicia, y que su principal victoria sería  sobre el pecado y el diablo; y aguardaban con paciencia a ese Redentor, y deseaban ardientemente esa victoria.

Esta buena gente nos enseña una lección. Si ellos, con tan pocos auxilios y con tantas causas de desaliento, vivieron con tanta fe, cuánto más debemos  nosotros vivir de la misma manera, siendo así que tenemos una Biblia y un Evangelio completos. Procuremos, como ellos, vivir con fe y fijar los ojos en el  porvenir. La segunda venida de Cristo está aún por verificarse. La completa "redención" del pecado, de Satanás y de la maldición, aún está por realizarse.

Manifestemos claramente por medio de nuestra vida y de nuestra conducta que esperamos y anhelamos la segunda venida de Jesucristo, entonces nuestra redención será completada. Estemos ciertos que el tipo más  glorioso del cristianismo aun hoy día, consiste en "esperar la redención" y amar la venida del Señor. Rom_8:23 y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.; 2Ti_4:8. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.

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