Capítulo 2; 36-38
36 Estaba también
allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada,
pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad,
37 y era viuda hacía
ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día
con ayunos y oraciones.
38 Esta,
presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos
los que esperaban la redención en Jerusalén.
Los
versículos que acabamos de leer nos introducen a una sierva de Dios, cuyo
nombre no se menciona en ninguna otra parte del Nuevo Testamento. La historia de Ana, lo mismo que la de Simeón,
ha sido referida solamente por S. Lucas. La sabiduría de Dios ordenó que una
mujer, así como también un hombre, diera
testimonio de que el Mesías había nacido. Por boca de dos testigos se hizo
constar que la profecía de Malaquías se había cumplido, y que el mensajero de la alianza había venido
repentinamente al templo. Malaq. 3:1. He
aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y
vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel
del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los
ejércitos.
Observemos, en estos versículos, cuál era el
carácter de la mujer piadosa antes de la predicación del Evangelio de Cristo.
Los hechos referidos con relación a Ana
son pocos y sencillos; más contienen verdades muy instructivas. Ana también era
una de los «reposados de la tierra.» De ella no sabemos nada más que lo que nos
dicen estos versículos; pero Lucas nos traza en ellos un verdadero boceto de su
carácter.
(i) Ana era
viuda.
Ana era mujer de carácter intachable. Después de
haber estado casada solamente siete años, había pasado ochenta y cuatro como
viuda. El desamparo, las pruebas y las
tentaciones de tal estado fueron probablemente muy grandes; más Ana con ayuda
de la gracia divina lo venció todo, y correspondiendo a la descripción que hace S. Pablo, " Honra a las viudas que en verdad lo son. 1 Tim. 5.3.
Sabía lo que era el sufrimiento, pero no estaba amargada. El sufrimiento puede
producir en nosotros una de dos cosas: o nos hace duros, amargados, resentidos
y rebeldes a Dios, o nos hace más amables, tiernos y compasivos; puede hacernos
perder la fe, o arraigarla aún más en nuestro corazón. Todo depende de lo que
pensemos de Dios: si le consideramos un tirano, seremos unos resentidos; si le
tenemos como nuestro Padre, estaremos seguros de que nunca hace que sus hijos
derramen lágrimas innecesarias.
(ii) Tenía
ochenta y cuatro años. Era anciana, pero no había perdido la esperanza. La
edad puede despojarnos del encanto y del vigor de nuestro cuerpo; y aun puede
producir un efecto peor: los años pueden llevarse la vida del corazón hasta el
punto de que se nos mueren las esperanzas que hemos abrigado antes, y nos
contentamos y resignamos con las cosas tal y como son. También en esto todo
depende de lo que pensamos de Dios: si creemos que es distante y desinteresado,
podremos caer en la desesperación; pero si creemos que está interesado y
conectado con la vida, y que no retira la mano del timón, estaremos seguros de
que lo mejor está todavía por venir, y los años no nos harán nunca perder la
esperanza.
¿Cómo es que Ana era así?
(i) Nunca
dejaba de adorar a Dios. Pasaba la vida en la casa de Dios y con el pueblo
de Dios. Ana amaba la casa de Dios. "No se separaba del templo." Lo
consideraba como el lugar en donde Dios moraba de una manera particular, y
hacia el cual a todo judío piadoso en países extranjeros, le era grato, como a
Daniel, dirigir sus plegarias. "Más cerca de Dios, más cerca de
Dios," era el deseo de su corazón, y
sentía que nunca estaba tan cerca como dentro de los muros que contenían
el arca, el altar, y el santo de los santos. Ella podía entrar repitiendo las
palabras de David: Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de
Jehová; Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo. Salmo 84.2.Dios nos ha dado su iglesia para que
sea nuestra madre en la fe. Nos privamos de un tesoro incalculable cuando
descuidamos el ser parte de un pueblo que da culto a Dios. Ana era mujer de grande abnegación. "Servía a
Dios en ayunos y oraciones de noche y de día." Crucificaba continuamente
la carne, y la mantenía en sujeción por
medio de una abstinencia voluntaria.
Estando bien persuadida de que tal práctica era útil
a su alma, no se ahorraba incomodidades a fin de continuarla.
(ii) Nunca
dejaba de orar. El culto de la iglesia es algo grande; pero no lo es menos
el culto privado y personal. Como ha dicho alguien, " los que oran mejor
con los demás son los que antes oran a solas.» Los años habían dejado a Ana sin
amargura y con una esperanza inquebrantable, porque día tras día se mantenía en
contacto con el Que es la fuente de toda fuerza, y en cuya fuerza se
perfecciona nuestra debilidad. Ana oraba mucho.
"Servía a Dios en oraciones de noche y de día." Estaba continuamente
hablando con él, como con su mejor amigo, sobre las cosas que concernían a su paz espiritual. Jamás se
cansaba de suplicarle en favor de otros, y principalmente, para que se
cumpliesen sus promesas respecto del Mesías
(iii) Ana tenía relaciones con otras personas
piadosas. Así tan luego como hubo visto a Jesús "habló sobre él"
á otros que ella conocía en Jerusalén, y con quienes, sin duda, tenía amistad. Existía un vínculo
de unión entre ella y todos los que abrigaban la misma esperanza: eran siervos
de un mismo Señor, y viajeros a la misma
tierra de promisión.
Y Ana recibió, antes de que dejara
este mundo, una rica recompensa por su consagración en el servicio de Dios. Se
le concedió ver a Aquel que había sido
prometido desde remotos tiempos, y por cuya venida había orado tan
constantemente. Su fe, al fin, se cambió en visión real y su esperanza en
realidad. El gozo de esta mujer santa
debió de haber sido, en verdad, "a quien amáis sin
haberle visto, en quien creyendo, aunque ahora no lo veáis, os alegráis con
gozo inefable y glorioso." 1Pe_1:8.
Convendría a todas las cristianas estudiar detenidamente el carácter de Ana para
así adquirir sabiduría. Todo, sin duda, ha cambiado mucho: los deberes sociales de la mujer cristiana de hoy son muy
diferentes de los de una judía creyente de Jerusalén en aquel entonces; y no
todas han sido colocadas por Dios en la
condición de viudas; pero aún, después de conceder todo esto, queda mucho en la
historia de Ana digno de imitarse. Cuando leemos la relación de su firmeza, santidad, abnegación y de sus ruegos
continuos, no podemos menos de desear que muchas hijas de la iglesia cristiana
procurasen ser como ella.
Observemos, en estos versículos, la
descripción que, hace de los justos de Jerusalén en la época en que Jesús
nació. Eran gentes "que esperaban
la redención..
Siempre hallaremos que la fe es el
distintivo universal de los escogidos de Dios. Estos hombres y estas mujeres de
quienes se hace mención en estos
versículos residiendo como residían en una ciudad malvada, vivían por la
fe, y no se dejaron arrastrar por el torrente de vanidad mundana, de hipocresía
y presunción que los rodeaba. Ni tomaban
parte en la expectativa de un Mesías puramente terrenal, a la cual se habían
abandonado la mayor parte de los judíos;
más vivían en la fe de los patriarcas y profetas: creían que el Redentor
venidero introduciría en el mundo santidad y justicia, y que su principal
victoria sería sobre el pecado y el
diablo; y aguardaban con paciencia a ese Redentor, y deseaban ardientemente esa
victoria.
Esta buena gente nos enseña una
lección. Si ellos, con tan
pocos auxilios y con tantas causas de desaliento, vivieron con tanta fe, cuánto
más debemos nosotros vivir de la misma
manera, siendo así que tenemos una Biblia y un Evangelio completos.
Procuremos, como ellos, vivir con fe y fijar los ojos en el porvenir. La segunda venida de Cristo está
aún por verificarse. La completa
"redención" del pecado, de Satanás y de la maldición, aún está por
realizarse.
Manifestemos claramente por medio de
nuestra vida y de nuestra conducta que esperamos y anhelamos la segunda venida
de Jesucristo, entonces nuestra redención será completada. Estemos ciertos que
el tipo más glorioso del cristianismo
aun hoy día, consiste en "esperar la redención" y amar la venida del
Señor. Rom_8:23 y no sólo ella, sino que también nosotros
mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro
de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.; 2Ti_4:8. Por lo demás, me está guardada la corona de
justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí,
sino también a todos los que aman su venida.
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