Capítulo 6; 20-26
20 Y
alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: Bienaventurados vosotros los
pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
21
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
22
Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os
aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa
del Hijo del Hombre.
23
Gozaos en aquel día, y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es
grande en los cielos; porque así hacían sus padres con los profetas.
24 Mas
¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo.
25 ¡Ay
de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de
vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis.
26 ¡Ay
de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así
hacían sus padres con los falsos profetas.
El Sermón de la Llanura de Lucas se
corresponde con el Sermón del Monte de Mateo (Mateo, capítulos 5 al 7). Los dos
empiezan con una serie de bienaventuranzas. Hay algunas diferencias entre las
versiones de Mateo y de Lucas, pero una cosa está clara: son una serie de
bombas que destrozan la filosofía y leyes mundanas. Puede ser que las hayamos
leído tantas veces que nos hemos olvidado de lo revolucionarias que son. Son
completamente diferentes de las leyes que propondría un filósofo o un sabio
típico. Cada una de ellas es un desafío.
Es preciso tengamos buen cuidado de no dar una
inteligencia errada a las palabras de nuestro Señor. No debemos suponer por
tanto que por el mero hecho de estar uno
pobre, hambriento pesaroso y aborrecido de los hombres tenga derecho a esperar
bendición de Cristo. La pobreza de que aquí se habla es la pobreza acompañada de la piedad. La necesidad
es una necesidad vinculada en la fiel adhesión a Jesús. Las aflicciones son las
aflicciones del Evangelio. La
persecución es la persecución por amor al Hijo del Hombre. Semejante
necesidad, pobreza y aflicción y persecución, fueron la consecuencia de la fe
en Cristo, en los primeros siglos del
Cristianismo. Millares tuvieron que renunciar a cuanto poseían en este mundo
por causa de su religión. Fue a ellos que
Jesús tuvo especialmente presentes en este pasaje. El socorrerlos, así
como a todos los que sufren por amor del Evangelio, con particulares consuelos.
Como dijo Deissmann, "se pronunciaron en
una atmósfera electrificada. No eran tranquilas estrellitas, sino descargas de
relámpagos seguidos de truenos de sorpresa y sobrecogimiento.» Toman los
patrones que todo el mundo acepta, y los ponen boca abajo. Los que Jesús llama
afortunados son los que el mundo considera desgraciados, y los que Jesús llama
desgraciados son los que el mundo considera afortunados. Figuraos que alguien
dijera: "¡Felices los pobres!» y « ¡Pobres de los ricos!» Iría contra toda
la escala de valores del mundo.
¿Dónde está la clave de todo esto? En el
versículo 24. Allí dice Jesús: "¡Pero, ay de vosotros los ricos, porque ya
tenéis todo lo bueno que vais a tener!» La palabra que usa Jesús para tener es
la que se usa para saldar una cuenta. Lo que quiere decir es: "Si te
propones y aplicas todas tus energías a obtener las cosas que valora el mundo,
puede que las obtengas, pero eso es todo lo que vas a sacar.» Pero si, por el
contrario, te propones y aplicas todas tus energías a ser totalmente leal a
Dios y fiel a Cristo, te encontrarás con muchos problemas; a los ojos del mundo
serás un desgraciado, pero no te perderás la mejor recompensa, que será la
felicidad eterna.
Sin embargo, aquí, no menos que en los
versículos precedentes, debemos tener cuidado de no entender mal lo que nuestro
Señor se propuso enseñar. No hemos de
suponer que la posesión de riquezas y un carácter alegre, y la alabanza de los
hombres son necesariamente pruebas de que los que tales ventajas gozan no son discípulos de Cristo. Abrahán y
Job eran ricos. David y S. Pablo tuvieron sus temporadas de regocijo. Timoteo
tuvo en su favor el buen testimonio de
los que estaban fuera de la iglesia. Sabemos todos estos fueron siervos
verdaderos de Dios. Todos ellos fueron felices en esta vida, y recibirán la bendición del Señor el día de su segunda
venida.
1 ¿Quiénes son las personas a quienes nuestro
Señor dice: " Ay de vosotros"? Son las que rehúsan adquirir tesoros
en el cielo, porque aman más los bienes
de este mundo, y no renunciarían su dinero por amor de Cristo si fuese
necesario. Son los que prefieren los goces y la decantada felicidad de este
mundo, al gozo y a la paz del que cree,
y no arriesgan la paz del que cree, y no arriesgan perdida de lo uno con objeto
de ganar lo otro. Son los que estiman más la
alabanza del hombre que la de Dios, y que rechazan a Cristo por no
separarse del mundo. Esta es la clase de gentes que nuestro Señor tuvo a la
mira cuando profirió las palabras
solemnes: "Ay, ay de vosotros." Él sabía bien que había millares de
esas personas entre los Judíos; millares que, no obstante Sus milagros y sermones, amarían el mundo más que
a El. Sabia asimismo que en su iglesia había de haber en todos tiempos millares
da hombres parecidos a los
Judíos--millares que, aunque convencidos de la verdad del Evangelio,
nunca renunciarían cosa alguna por amor de éste. A todos estos les dirige la
terrible admonición: " ¡Ay, ay de
vosotros!.
Una lección muy importante se desprende de
estos versículos. ¡Ojalá la depositemos todos en el corazón, y crezcamos en
sabiduría! Esta lección es el
antagonismo que siempre encontramos entro los pensamientos de Cristo y
la opinión general del género humano. Las situaciones de la vida que el
mundo estima como apetecibles, son las
mismas contra las cuales el Señor pronuncia los "ayes." La pobreza, y
el hambre, y la aflicción, y la persecución: he aquí lo que el hombre se empeña en evitar. Las
riquezas, y la saciedad, y la diversión, y la popularidad: he aquí los bienes
por cuya adquisición los hombres están
esforzándose constantemente. Después que hayamos hecho todo lo posible
por atenuar las palabras de nuestro Señor, quedan todavía en pié dos aserciones que contradicen abiertamente las enseñanzas
universales del hombre. El estado de vida que nuestro Señor bendice, es
despreciado del mundo. Las gentes a quienes el Señor dice, "Ay de
vosotros," son precisamente las mismas que el mundo admira, elogia, e imita.
Este es un hecho lamentable que debe
inducirnos a hacer un escrupuloso examen de corazón.
Nos encontramos frente a frente con una
decisión que empieza en la infancia y que no termina hasta el final de la vida.
¿Vas a escoger el camino fácil que produce un placer y un provecho inmediatos,
o vas a escoger el camino difícil que produce trabajos y hasta sufrimiento a
veces? ¿Quieres asir el placer y el provecho momentáneo, o estás dispuesto a
fijar tu mirada más allá, y a sacrificarlos por un bien mayor? ¿Te vas a
concentrar en las recompensas del mundo, o en Cristo? Si sigues el camino del
mundo, tienes que abandonar los valores de Cristo; y si emprendes el camino de
Cristo, tienes que abandonar los valores del mundo.
Jesús no tenía la menor duda acerca de cuál
conducía a la felicidad. F. R. Matby decía: «Jesús les prometió a sus
discípulos tres cosas: que no le tendrían miedo absolutamente a nada; que serían
felices a tope, y que siempre tendrían problemas.» G. K. Chesterton, cuyos
principios siempre le estaban metiendo en líos, dijo una vez: «Me encanta
meterme en aguas turbulentas. ¡Sale uno limpio!» Jesús enseña que la felicidad
del Cielo compensará con creces los problemas de la Tierra. Como decía Pablo:
«La ligera aflicción momentánea sirve para prepararnos una gloria consistente y
eterna que no admite comparación» (2Co_4:17 ). El desafío de las
bienaventuranzas es: ¿Quieres ser feliz a la manera del mundo, o a la manera de
Cristo?
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