} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 5; 27-32

viernes, 24 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 5; 27-32

 


Capítulo 5; 27-32

 27  Después de estas cosas salió, y vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme.

 28  Y dejándolo todo, se levantó y le siguió.

 29  Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos.

 30  Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?

 31  Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.

 32  No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.

 

Aquí tenemos la vocación de Mateo (Mat_9:9-13 9  Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. 10  Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. 11  Cuando vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores?12  Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. 13  Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.). Los publicanos o recaudadores de impuestos eran los más odiados de Palestina. Palestina era un país sometido a los romanos, y los recaudadores de impuestos estaban al servicio del gobierno de Roma; por tanto, se los consideraba como renegados y traidores.

El sistema de impuestos se prestaba a abusos. La costumbre romana era subastar los impuestos; a un distrito se le asignaba una cantidad, y luego se le vendía el derecho de recogida de impuestos al mejor postor. Mientras éste entregara la cantidad asignada al final del ejercicio, podía quedarse con lo demás que le hubiera sacado al pueblo. (Parecidos a los inspectores de Hacienda en España) Y como no había periódicos, ni radio, ni televisión para que los anuncios llegaran a todo el mundo, las personas corrientes no tenían idea de lo que tenían que pagar.

Este sistema particular se había prestado a abusos tan gordos que ya se había cambiado en los tiempos del Nuevo Testamento; sin embargo, todavía había impuestos y recaudadores colaboracionistas al servicio de Roma y abusos y explotación.

Había dos tipos de impuestos. El primero eran los impuestos de estado. Había un impuesto general que tenían que pagar todos los hombres de 14 a 65 años y las mujeres de 12 a 65, solamente por el privilegio de existir. Había un impuesto de la tierra, que consistía en la décima parte de los cereales y la quinta del vino y el aceite, y se podía pagar en especie o en dinero. Había un impuesto sobre la renta, que era del uno por ciento de lo que se ganara. En estos impuestos no había mucho margen para el abuso.

El segundo tipo de impuestos era muy diverso: por usar las principales carreteras, puertos y mercados; por tener un carro, y por cada una de sus ruedas y por el animal que lo llevaba; había impuestos por la compra de ciertos artículos, y por la importación y exportación. Un cobrador de impuestos podía mandar a un hombre que se detuviera en el camino y desempaquetara, y cobrarle casi lo que le diera la gana. Si no podía pagar, a veces el cobrador se ofrecía a prestarle dinero a un interés exorbitante, y así tenerle más en sus garras. Nada nuevo hay bajo el sol  si creemos que hoy nos “fríen a impuestos”.

Se consideraba que los ladrones, los asesinos y los cobradores de impuestos pertenecían a la misma clase. Los publicanos estaban excomulgados de la sinagoga. Un escritor romano nos cuenta que vio una vez un monumento dedicado a un cobrador de impuestos honrado. Un espécimen honrado de esa profesión renegada era tan raro que se le hacía un monumento.

Estos versículos deben en sumo grado ser interesantes para todo el que sepa cuánto vale el alma inmortal, y desee la salvación, En ellos se describe la  conversión de uno de los primeros discípulos de Cristo. Todos nosotros por naturaleza hemos nacido también en pecado, y tenemos necesidad de convertirnos.

Veamos si sabemos algo de este gran cambio. Comparemos nuestra propia experiencia con la del hombre arriba mencionado, pues tal comparación nos será  provechosa.

Se nos demuestra en este pasaje la eficacia del llamamiento de Cristo, Dice que nuestro Señor llamó a un publicano llamado Leví para que fuese discípulo  suyo. Leví pertenecía a una clase que era entre los judíos proverbial, por su maldad. Con todo, aun a él le dice nuestro Señor, "Sígueme." Se nos dice además,  que tal fue el poderoso influjo que ejercieron las palabras de nuestro Señor sobre el corazón de Leví, que a pesar de "estar sentado al banco de los tributos,"  cuando recibió la invitación, al instante todo lo dejó, se levantó, siguió a Cristo, y se hizo Su discípulo.

Después de leer esto, no debemos desesperar nunca de la salvación de persona alguna, mientras esté vivo. Jamás digamos que alguno es demasiado perverso,  o insensible, o mundano, para llegar a ser cristiano. Ningún pecado es demasiado malo para ser perdonado. Ningún corazón es demasiado duro o demasiado  aferrado al mundo para ser convertido. El que llamó a Leví vive todavía, y no ha cambiado desde entonces. Para Cristo nada es imposible.

¿Y nosotros? ¿Seguimos a Cristo dejándolo todo? Esta, en conclusión, es la pregunta más importante. ¿Estamos aguardando lo que no ha de venir, o dejamos  para más tarde nuestro arrepentimiento, porque nos imaginamos que la cruz es demasiado pesada, y que nunca podemos servir a Cristo? Desechemos de una  vez y para siempre tales pensamientos. Confiemos en que Cristo puede con Su Espíritu darnos valor para renunciarlo todo, y separarnos del mundo. Tomemos  nuestra cruz a cuestas, y sigamos adelante sin temor.

 Se nos enseña, en segundo lugar en este pasaje, que la conversión es causa de gozo para el verdadero creyente. Leemos que Leví después de su conversión,  dio un "gran banquete en su casa." Por el placer se hace el banquete, y el vino alegra a los vivos; y el dinero sirve para todo. Eclesiastés 10:19. Leví consideró su cambio espiritual como un motivo de regocijo, y quiso que  otros se regocijasen con él.

Hay razón para suponer que la conversión de Leví causara pesar a sus irreverentes amigos. Le veían renunciar una profesión lucrativa, ¡por seguir a un nuevo  maestro de Nazaret! Su conducta, según ellos era un rasgo lastimoso de locura, y un motivo de duelo mas bien que de gozo. Es que ellos, sin duda,  consideraban solo sus pérdidas temporales y no sus ganancias espirituales.

Existen entre nosotros muchas personas semejantes a ellos. Hay, en todo tiempo,  millares de individuos que al saber que algún pariente se ha convertido, consideran tal acontecimiento como una desgracia. En lugar de alegrarse, mueven la  cabeza en señal de compasión.

Esto no obstante, estemos seguros de que Leví hizo bien en regocijarse, y si nosotros nos convertimos, regocijémonos también. Nada puede acontecer al  hombre que deba causarle tanto gozo, su conversión. Es un acontecimiento mucho más importante que casarse, o llegar a la mayoría de edad, o recibir una gran  fortuna. ¡Es el nacer de un alma inmortal! ¡Rescatar del infierno a un pecador!; ¡pasar de la muerte a la vida! Es recibir el título de rey y sacerdote para  siempre jamás; y con él todo lo que uno necesita, ¡tanto en esta vida como en la eternidad! ¡Es ser adoptado en la más noble y más rica de todas las  familias, ¡En la familia de Dios!

En esta materia no hagamos caso de la opinión del mundano, la gente habla mal de cosas que no comprende. Como Leví,  consideremos cada nueva conversión como motivo de gran regocijo. Nunca debiéramos sentir tanto gozo, tanto júbilo, como cuando nuestros hijos, o  nuestros hermanos, o nuestros amigos se arrepienten y vienen a Cristo. Las palabras del padre del pródigo deben presentes: "Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.."  Lucas_15:32.

Se nos enseña, además, que las almas convertidas desean promover la conversión de otras. Se nos dice que cuando Leví se convirtió, y dio con este motivo  un banquete, convidó gran número de publicanos que de él participasen. Es muy probable que estos fueran sus antiguos amigos y compañeros. El conocía  bien las necesidades de sus almas, pues él se había asociado con ellos; y deseaba hiciesen conocimiento con aquel Salvador que había sido tan misericordioso  para con él. Habiendo hallado misericordia, quería que otros también la hallasen. Habiendo sido librado benignamente del cautiverio del pecado, deseaba que  otros también obtuvieran libertad.

El tierno afecto de Leví debe caracterizar siempre al verdadero cristiano. Puede afirmarse con toda seguridad, que no lo es el que no se cuida de la salvación  de su prójimo. El corazón que reciba realmente el influjo del Espíritu Santo, rebosa siempre de amor, caridad y compasión. El alma destinada para el cielo  desea encarecidamente la salud eterna de las demás. El hombre convertido no desea ir al cielo solo.

¿Qué pensamos sobre este asunto? ¿Nos animan sentimientos semejantes a los que animaron a Leví después de su conversión? ¿Nos esforzamos, valiéndonos  de todos los medios, a fin de quo nuestros amigos y parientes conozcan a Cristo? ¿Decimos a otros, como Moisés dijo a Hobab, "Ven con nosotros, y te  haremos bien"? Num_10:29. ¿Decimos como la mujer de Samaría, "Venid a ver a un hombre, que me ha dicho todo cuanto yo he hecho"? ¿Gritamos a  nuestros hermanos como Andrés gritó a Simeón, "Hemos hallado al Cristo"? Estas son preguntas muy serias. Nos suministran la prueba más severa para  conocer la condición verdadera de nuestras almas. No nos excusemos de aplicarla. No hay bastante espíritu de propaganda entre los cristianos. No debemos  contentarnos con salvarnos a nosotros. Debemos también tratar de hacer bien a los demás. No todos pueden ir a predicar a los paganos, más todo creyente  debe trabajar por la conversión de sus semejantes. Habiendo recibido la gracia divina no debemos guardar silencio.

(Me gustaría contaros lo que me ocurrió hace algún tiempo, era viernes. Veréis desde la floristería donde trabajaba se veía un parque. Era pleno verano, y allí pegaba de pleno el sol la temperatura era de 40º. Vi a un muchacho sentado en el suelo a la poca sombra donde podía refugiarse. Era cerca de la hora de comer. Tenía un pañuelo en el suelo, donde los viandantes echaban monedas. En un momento dado, reclinó su cabeza sobre sus rodillas, y nuestras miradas se cruzaron. Yo muy bien podía ser aquella persona, y la gracia de Dios me llevó a actuar, recordando al buen samaritano. Me ocupé de él. (Lo que hice queda en secreto, entre Dios y yo) y reparé en que su calzado estaba roto. Cómo hasta las 15,30 h no entraba a trabajar, estuve conversando con él, hablándole de nuestra condición de pecadores y de Jesús como nuestro sustituto para pagar por nuestros pecados y reconciliarnos con Dios. Escuchó en silencio, con una sonrisa dibujada en los labios. ¡Sí creo que hay Alguien que tiene un poder sobrenatural y que su energía es vital para la vida! Me respondió. Ese “ Alguien”, como tú dices, es Dios Creador, al cual tú y yo de alguna forma repudiamos y contra el cual pecamos…Me di cuenta del vacío que tenía, y la necesidad de respuestas a sus preguntas. Le invité a acudir el domingo a la congregación,(me tocaba trabajar) que preguntara de mi parte, por la persona encargada del ropero para probar algún calzado que le sirviera, y a escuchar la palabra de Dios. Ese día fue y recibió calzado para sus pies. Le entregaron también un  folleto del Evangelio de San Juan para que lo leyera. El lunes cuando le vi de nuevo en el parque, me interesé, y me dijo que ninguna persona se había parado a hablar con él de lo que le hablé. Quedé extrañado y puse en duda sus palabras. Me dolió escuchar la frialdad del trato recibid, y me dijo: “No todos los cristianos sois iguales”.

Lo más sorprendente, es que él tenía razón. Para ciertos cristianos evangélicos veteranos, “prójimo” sólo es aquel que pertenezca a la familia de la fe o bien sea familia de la sangre. Ahora resulta que Jesús se equivocaba. Desde entonces entendí muchas actitudes.)

Este pasaje nos presenta por último uno de los principales objetos de la venida, de Cristo. Se centra en las bien conocidas palabras: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento.”.

Esta es la gran lección del Evangelio, que ya en una forma ya en otra, se enseña constantemente en el Nuevo Testamento. Más nunca ha sido impresa en  nuestra mente de una manera indeleble. Tal es nuestra natural ignorancia y presunción en materias religiosas, que frecuentemente la estamos olvidando.

Necesitamos se nos recuerde sin cesar, que Jesús no vino con el exclusivo carácter de maestro, sino también como Salvador a los que estaban perdidos  totalmente; y que solamente pueden recibir mercedes de Él los que de todo corazón que son pecadores sin esperanza y llenos miseria y de penalidades.

Apliquemos esta verdad importante si hasta ahora no la habíamos aplicado. ¿Estamos convencidos de nuestra propia maldad y corrupción? ¿Sentimos que no  merecemos otra cosa que ira y condenación? Entonces comprenderemos que somos las personas por cuya salvación vino Jesús al mundo. Si nos  conceptuamos justos, Cristo no tiene nada que decirnos; pero si nos tenemos por pecadores Cristo nos llama al arrepentimiento. Que el llamamiento no en  vano.

Continuemos aplicando esta verdad importante si ya la habíamos aplicado. ¿Conocemos, por experiencia, que nuestros corazones son frágiles y engañosos?  ¿Sentimos que, " queriendo hacer el mal habita con nosotros"? Rom_7:21. Todo esto puede ser cierto, más no debe obstar para que confiemos en  Cristo, el vino al mundo a salvar a los pecadores," y si nos reputamos por tales tenemos el privilegio de acudir a él, y de confiar en él hasta de nuestra vida.

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