Capítulo 5; 27-32
27 Después de estas cosas salió, y vio a un
publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo:
Sígueme.
28 Y dejándolo todo, se levantó y le siguió.
29 Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y
había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos.
30 Y los escribas y los fariseos murmuraban
contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y
pecadores?
31 Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están
sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.
32 No he venido a llamar a justos, sino a
pecadores al arrepentimiento.
Aquí tenemos la vocación de Mateo (Mat_9:9-13 9 Pasando Jesús de allí, vio a un hombre
llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo:
Sígueme. Y se levantó y le siguió. 10 Y
aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos
publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con
Jesús y sus discípulos. 11 Cuando vieron
esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los
publicanos y pecadores?12 Al oír esto
Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. 13 Id, pues, y aprended lo que significa:
Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos,
sino a pecadores, al arrepentimiento.). Los publicanos o recaudadores de
impuestos eran los más odiados de Palestina. Palestina era un país sometido a
los romanos, y los recaudadores de impuestos estaban al servicio del gobierno
de Roma; por tanto, se los consideraba como renegados y traidores.
El sistema de impuestos se prestaba a abusos.
La costumbre romana era subastar los impuestos; a un distrito se le asignaba
una cantidad, y luego se le vendía el derecho de recogida de impuestos al mejor
postor. Mientras éste entregara la cantidad asignada al final del ejercicio,
podía quedarse con lo demás que le hubiera sacado al pueblo. (Parecidos a los
inspectores de Hacienda en España) Y como no había periódicos, ni radio, ni
televisión para que los anuncios llegaran a todo el mundo, las personas
corrientes no tenían idea de lo que tenían que pagar.
Este sistema particular se había prestado a
abusos tan gordos que ya se había cambiado en los tiempos del Nuevo Testamento;
sin embargo, todavía había impuestos y recaudadores colaboracionistas al
servicio de Roma y abusos y explotación.
Había dos tipos de impuestos. El primero eran
los impuestos de estado. Había un impuesto general que tenían que pagar todos
los hombres de 14 a 65 años y las mujeres de 12 a 65, solamente por el
privilegio de existir. Había un impuesto de la tierra, que consistía en la
décima parte de los cereales y la quinta del vino y el aceite, y se podía pagar
en especie o en dinero. Había un impuesto sobre la renta, que era del uno por
ciento de lo que se ganara. En estos impuestos no había mucho margen para el abuso.
El segundo tipo de impuestos era muy diverso:
por usar las principales carreteras, puertos y mercados; por tener un carro, y
por cada una de sus ruedas y por el animal que lo llevaba; había impuestos por
la compra de ciertos artículos, y por la importación y exportación. Un cobrador
de impuestos podía mandar a un hombre que se detuviera en el camino y
desempaquetara, y cobrarle casi lo que le diera la gana. Si no podía pagar, a
veces el cobrador se ofrecía a prestarle dinero a un interés exorbitante, y así
tenerle más en sus garras. Nada nuevo hay bajo el sol si creemos que hoy nos “fríen a impuestos”.
Se consideraba que los ladrones, los asesinos
y los cobradores de impuestos pertenecían a la misma clase. Los publicanos
estaban excomulgados de la sinagoga. Un escritor romano nos cuenta que vio una
vez un monumento dedicado a un cobrador de impuestos honrado. Un espécimen
honrado de esa profesión renegada era tan raro que se le hacía un monumento.
Estos versículos deben en sumo grado ser
interesantes para todo el que sepa cuánto vale el alma inmortal, y desee la
salvación, En ellos se describe la
conversión de uno de los primeros discípulos de Cristo. Todos nosotros
por naturaleza hemos nacido también en pecado, y tenemos necesidad de
convertirnos.
Veamos si sabemos algo de este gran cambio.
Comparemos nuestra propia experiencia con la del hombre arriba mencionado, pues
tal comparación nos será provechosa.
Se nos demuestra en este pasaje la eficacia
del llamamiento de Cristo, Dice que nuestro Señor llamó a un publicano llamado
Leví para que fuese discípulo suyo. Leví
pertenecía a una clase que era entre los judíos proverbial, por su maldad. Con
todo, aun a él le dice nuestro Señor, "Sígueme." Se nos dice
además, que tal fue el poderoso influjo
que ejercieron las palabras de nuestro Señor sobre el corazón de Leví, que a
pesar de "estar sentado al banco de los tributos," cuando recibió la invitación, al instante
todo lo dejó, se levantó, siguió a Cristo, y se hizo Su discípulo.
Después
de leer esto, no debemos desesperar nunca de la salvación de persona alguna,
mientras esté vivo. Jamás digamos que alguno es demasiado perverso, o insensible, o mundano, para llegar a ser
cristiano. Ningún pecado es demasiado malo para ser perdonado. Ningún corazón
es demasiado duro o demasiado aferrado
al mundo para ser convertido. El que llamó a Leví vive todavía, y no ha
cambiado desde entonces. Para Cristo nada es imposible.
¿Y nosotros? ¿Seguimos a Cristo dejándolo
todo? Esta, en conclusión, es la pregunta más importante. ¿Estamos aguardando
lo que no ha de venir, o dejamos para
más tarde nuestro arrepentimiento, porque nos imaginamos que la cruz es
demasiado pesada, y que nunca podemos servir a Cristo? Desechemos de una vez y para siempre tales pensamientos. Confiemos
en que Cristo puede con Su Espíritu darnos valor para renunciarlo todo, y
separarnos del mundo. Tomemos nuestra
cruz a cuestas, y sigamos adelante sin temor.
Se nos
enseña, en segundo lugar en este pasaje, que la conversión es causa de gozo
para el verdadero creyente. Leemos que Leví después de su conversión, dio un "gran banquete en su casa." Por el placer se hace el banquete, y el vino alegra a los
vivos; y el dinero sirve para todo. Eclesiastés
10:19. Leví consideró su cambio
espiritual como un motivo de regocijo, y quiso que otros se regocijasen con él.
Hay razón para suponer que la conversión de
Leví causara pesar a sus irreverentes amigos. Le veían renunciar una profesión
lucrativa, ¡por seguir a un nuevo
maestro de Nazaret! Su conducta, según ellos era un rasgo lastimoso de
locura, y un motivo de duelo mas bien que de gozo. Es que ellos, sin duda, consideraban solo sus pérdidas temporales y
no sus ganancias espirituales.
Existen
entre nosotros muchas personas semejantes a ellos. Hay, en todo tiempo, millares de individuos que al saber que algún
pariente se ha convertido, consideran tal acontecimiento como una desgracia. En
lugar de alegrarse, mueven la cabeza en
señal de compasión.
Esto no obstante, estemos seguros de que Leví
hizo bien en regocijarse, y si nosotros nos convertimos, regocijémonos también.
Nada puede acontecer al hombre que deba
causarle tanto gozo, su conversión. Es un acontecimiento mucho más importante
que casarse, o llegar a la mayoría de edad, o recibir una gran fortuna. ¡Es el nacer de un alma inmortal! ¡Rescatar del
infierno a un pecador!; ¡pasar de la muerte a la vida! Es recibir el título de
rey y sacerdote para siempre jamás; y
con él todo lo que uno necesita, ¡tanto en esta vida como en la eternidad! ¡Es
ser adoptado en la más noble y más rica de todas las familias, ¡En la familia de Dios!
En esta materia no hagamos caso de la opinión
del mundano, la gente habla mal de cosas que no comprende. Como Leví, consideremos cada nueva conversión como
motivo de gran regocijo. Nunca
debiéramos sentir tanto gozo, tanto júbilo, como cuando nuestros hijos, o nuestros hermanos, o nuestros amigos se
arrepienten y vienen a Cristo. Las palabras del padre del pródigo deben
presentes: "Mas era necesario hacer fiesta y
regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había
perdido, y es hallado.." Lucas_15:32.
Se nos enseña, además, que las almas convertidas desean promover la
conversión de otras. Se
nos dice que cuando Leví se convirtió, y dio con este motivo un banquete, convidó gran número de
publicanos que de él participasen. Es muy probable que estos fueran sus
antiguos amigos y compañeros. El conocía
bien las necesidades de sus almas, pues él se había asociado con ellos;
y deseaba hiciesen conocimiento con aquel Salvador que había sido tan misericordioso para con él. Habiendo hallado
misericordia, quería que otros también la hallasen. Habiendo sido librado
benignamente del cautiverio del pecado, deseaba que otros también obtuvieran libertad.
El tierno afecto de Leví debe caracterizar
siempre al verdadero cristiano. Puede afirmarse con toda seguridad, que no lo
es el que no se cuida de la salvación de
su prójimo. El corazón que reciba
realmente el influjo del Espíritu Santo, rebosa siempre de amor, caridad y
compasión. El alma destinada para el cielo
desea encarecidamente la salud eterna de las demás. El hombre convertido
no desea ir al cielo solo.
¿Qué pensamos sobre este asunto? ¿Nos animan
sentimientos semejantes a los que animaron a Leví después de su conversión?
¿Nos esforzamos, valiéndonos de todos
los medios, a fin de quo nuestros amigos y parientes conozcan a Cristo?
¿Decimos a otros, como Moisés dijo a Hobab, "Ven
con nosotros, y te haremos bien"?
Num_10:29. ¿Decimos como la mujer de
Samaría, "Venid a ver a un hombre, que me ha dicho todo cuanto yo he
hecho"? ¿Gritamos a nuestros
hermanos como Andrés gritó a Simeón, "Hemos hallado al Cristo"? Estas
son preguntas muy serias. Nos suministran la prueba más severa para conocer la condición verdadera de nuestras
almas. No nos excusemos de aplicarla. No hay bastante espíritu de propaganda
entre los cristianos. No debemos
contentarnos con salvarnos a nosotros. Debemos también tratar de hacer
bien a los demás. No todos pueden ir a predicar a los paganos, más todo
creyente debe trabajar por la conversión
de sus semejantes. Habiendo recibido la gracia divina no debemos guardar
silencio.
(Me gustaría contaros lo que me ocurrió hace algún tiempo, era viernes. Veréis desde la floristería donde trabajaba se veía un parque. Era pleno verano, y allí pegaba de pleno el sol la temperatura era de 40º. Vi a un muchacho sentado en el suelo a la poca sombra donde podía refugiarse. Era cerca de la hora de comer. Tenía un pañuelo en el suelo, donde los viandantes echaban monedas. En un momento dado, reclinó su cabeza sobre sus rodillas, y nuestras miradas se cruzaron. Yo muy bien podía ser aquella persona, y la gracia de Dios me llevó a actuar, recordando al buen samaritano. Me ocupé de él. (Lo que hice queda en secreto, entre Dios y yo) y reparé en que su calzado estaba roto. Cómo hasta las 15,30 h no entraba a trabajar, estuve conversando con él, hablándole de nuestra condición de pecadores y de Jesús como nuestro sustituto para pagar por nuestros pecados y reconciliarnos con Dios. Escuchó en silencio, con una sonrisa dibujada en los labios. ¡Sí creo que hay Alguien que tiene un poder sobrenatural y que su energía es vital para la vida! Me respondió. Ese “ Alguien”, como tú dices, es Dios Creador, al cual tú y yo de alguna forma repudiamos y contra el cual pecamos…Me di cuenta del vacío que tenía, y la necesidad de respuestas a sus preguntas. Le invité a acudir el domingo a la congregación,(me tocaba trabajar) que preguntara de mi parte, por la persona encargada del ropero para probar algún calzado que le sirviera, y a escuchar la palabra de Dios. Ese día fue y recibió calzado para sus pies. Le entregaron también un folleto del Evangelio de San Juan para que lo leyera. El lunes cuando le vi de nuevo en el parque, me interesé, y me dijo que ninguna persona se había parado a hablar con él de lo que le hablé. Quedé extrañado y puse en duda sus palabras. Me dolió escuchar la frialdad del trato recibid, y me dijo: “No todos los cristianos sois iguales”.
Lo más sorprendente, es que él tenía razón. Para ciertos cristianos evangélicos
veteranos, “prójimo” sólo es aquel que pertenezca a la familia de la fe o bien
sea familia de la sangre. Ahora resulta que Jesús se equivocaba. Desde entonces
entendí muchas actitudes.)
Este pasaje nos presenta por último uno de los
principales objetos de la venida, de Cristo. Se centra en las bien conocidas
palabras: "No he venido a llamar a los justos,
sino a los pecadores al arrepentimiento.”.
Esta es la gran lección del Evangelio, que ya
en una forma ya en otra, se enseña constantemente en el Nuevo Testamento. Más
nunca ha sido impresa en nuestra mente
de una manera indeleble. Tal es nuestra natural ignorancia y presunción en
materias religiosas, que frecuentemente la estamos olvidando.
Necesitamos se nos recuerde sin cesar, que Jesús no vino con el
exclusivo carácter de maestro, sino también como Salvador a los que estaban
perdidos totalmente; y que solamente pueden recibir mercedes de Él los que de todo corazón que
son pecadores sin esperanza y llenos miseria y de penalidades.
Apliquemos esta verdad importante si hasta
ahora no la habíamos aplicado. ¿Estamos convencidos de nuestra propia maldad y
corrupción? ¿Sentimos que no merecemos
otra cosa que ira y condenación? Entonces comprenderemos que somos las personas
por cuya salvación vino Jesús al mundo. Si nos
conceptuamos justos, Cristo no tiene nada que decirnos; pero si nos
tenemos por pecadores Cristo nos llama al arrepentimiento. Que el llamamiento
no en vano.
Continuemos aplicando esta verdad importante
si ya la habíamos aplicado. ¿Conocemos, por experiencia, que nuestros corazones
son frágiles y engañosos? ¿Sentimos que, " queriendo hacer el mal habita con
nosotros"? Rom_7:21. Todo esto
puede ser cierto, más no debe obstar para que confiemos en Cristo, el vino al mundo a salvar a los
pecadores," y si nos reputamos por tales tenemos el privilegio de acudir a
él, y de confiar en él hasta de nuestra vida.
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