Capítulo 4; 16-30
16 Vino a Nazaret,
donde se había criado; y en el día de reposo[a] entró en la sinagoga, conforme
a su costumbre, y se levantó a leer.
17 Y se le dio el
libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde
estaba escrito:
18 El Espíritu del
Señor está sobre mí,
Por cuanto me ha
ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
Me ha enviado a sanar
a los quebrantados de corazón;
A pregonar libertad a
los cautivos,
Y vista a los ciegos;
A poner en libertad a
los oprimidos;
19 A predicar el año
agradable del Señor.
20 Y enrollando el
libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga
estaban fijos en él.
21 Y comenzó a
decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.
22 Y todos daban buen
testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían
de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José?
23 El les dijo: Sin
duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que
hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra.
24 Y añadió: De
cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra.
25 Y en verdad os
digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo
fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la
tierra;
26 pero a ninguna de
ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón.
27 Y muchos leprosos
había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado,
sino Naamán el sirio.
28 Al oír estas
cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira;
29 y levantándose, le
echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el
cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle.
30 Mas él pasó por en
medio de ellos, y se fue..
Una
de las primeras visitas de Jesús fue a su pueblo de Nazaret. Es probable que nuestro Señor viviera
principalmente en esta ciudad hasta los treinta años de edad; pero, después de
entrar en su ministerio público, su lugar de residencia habitual era la casa de
Pedro, en Capernaum. No era una aldea,
sino una polis, que quería decir un pueblo o ciudad; y es muy posible que
tuviera tantos como 20.000 habitantes. Estaba edificada en una pequeña vaguada
de las colinas que hay en las laderas más bajas de Galilea, ya cerca de la
llanura de Jezreel; pero un chico no tenía más que subir a la cima de la colina
que coronaba el pueblo para contemplar un maravilloso panorama de muchos
kilómetros a la redonda.
El gran geógrafo e historiador de Israel George Adam
Smith describe la escena desde la colina: La historia de Israel se despliega
ante los ojos del observador. Allí estaba la llanura de Esdrelón en la que
pelearon Débora y Barac; donde Gedeón ganó sus victorias; donde Saúl se había
hundido en el desastre y Josías había muerto en la batalla; allí había estado
la viña de Nabot, y el lugar en el que Jehú había matado a Jezabel; allí estaba
Sunem, donde había vivido Eliseo; allí estaba el Carmelo, donde Elías había
peleado su batalla épica con los profetas de Baal; y, azul en la distancia,
estaba el Mediterráneo, con sus islas.
Pero no era sólo la historia de Israel la que se
contemplaba desde allí; también la historia universal se desplegaba a la vista
de la colina que coronaba Nazaret. Tres grandes carreteras la bordeaban: la que
venía del Sur, por la que transitaban los peregrinos que iban a Jerusalén; el
gran Camino del Mar, que comunicaba Egipto con Damasco, por el que viajaban las
caravanas cargadas con toda clase de mercancías, y la gran carretera del Este,
que era la que frecuentaban las caravanas de Arabia y las legiones romanas que
se dirigían a las fronteras del Este del Imperio. Es falso que Jesús se criara
en un ignoto rincón de la Tierra; más bien debemos pensar que su pueblo estaba
en una de las encrucijadas de la historia, y que el tráfico del mundo pasaba
cerca de sus puertas.
Ya hemos descrito el culto de la sinagoga, y en este
pasaje tenemos una escena real que tuvo lugar en él. No fue un libro lo que
tomó Jesús, porque en aquel tiempo todo se escribía en rollos. Lo que leyó se
encuentra en Isaías 61. En el versículo 20 de la versión Reina-Valera se usa la
confusa palabra ministro. El funcionario en cuestión era el jazzán. Tenía
muchas obligaciones: era el que sacaba de un arcón especial los rollos de la
Escritura que se habían de leer, y los colocaba luego en su sitio; tenía a su
cargo la limpieza de la sinagoga; era el que anunciaba la llegada del sábado
con tres toques con una trompeta de plata desde la azotea de la sinagoga, y era
también el maestro en la escuela del pueblo. El versículo 20 nos dice también
que «se sentó en el lugar del predicador», y eso nos da la impresión de que
había terminado; pero lo que quiere decir realmente es que se disponía a
empezar, porque el predicador siempre se sentaba para hacer el sermón, y los
rabinos daban las clases sentados. En Mateo leemos
que Jesús se sentó para pronunciar el Sermón del Monte; y esa misma idea sobrevive
en la expresión cátedra, que usamos para designar el sillón del catedrático o
profesor. Fácil es comprender que
la elección que hizo nuestro Señor de este pasaje de Isaías no fue casual.
Deseaba imprimir en el ánimo Judíos que lo oían el verdadero carácter del Mesías, a quien el sabía
que todo Israel estaba esperando entonces. Sabía que ellos esperaban era un rey
temporal, que los libertase de la
dominación romana, y los elevase otra vez al primer las naciones; y quería
hacerles comprender que tales esperanzas eran prematuras a la vez que erradas.
El reinado de la primera venida había de ser un
reinado espiritual. Sus victorias no serían sobre enemigos políticos, sino
sobre el pecado. Su redención no tendría
por objeto el librarlos del poder dé Roma, sino del poder del demonio y del
mundo. De esta manera, ellos debieron esperar ver cumplidas las palabras de Isaías.
Lo que enfureció a la gente fue el elogio que Jesús
pareció dedicar a los gentiles. Los judíos estaban tan convencidos de que eran
el pueblo escogido de Dios que despreciaban a todos los demás. Algunos incluso
decían que «Dios había creado a los gentiles para usarlos como leña en el
infierno.» Y aquí estaba este joven de Jesús, a quien todos conocían,
predicando como si los gentiles fueran los favoritos de Dios. Empezaba a
amanecerles la idea de que había cosas en el nuevo mensaje que no se les había
ocurrido ni soñar.
Debemos darnos cuenta de otro par de cosas:
(i) Jesús
tenía la costumbre de ir a la sinagoga los sábados. Debe de haber habido
muchas cosas con las que estaba totalmente en desacuerdo, o que herían su
sensibilidad y sin embargo iba. Como era su costumbre: Nuestro Señor asistía
regularmente al culto público de Dios en las sinagogas; porque allí se leían
las Escrituras: otras partes del culto eran muy corruptas; pero era lo mejor en
ese momento que se podía encontrar en la tierra. El culto de la sinagoga tal
vez distaba mucho de ser perfecto; pero Jesús nunca dejaba de unirse a los que
daban culto a Dios el día del Señor.
(ii) No tenemos más que leer el pasaje de Isaías que
leyó Jesús para darnos cuenta de la diferencia que había entre Jesús y Juan el
Bautista. Juan era un predicador del juicio, y su mensaje debe haber hecho
estremecerse de terror a sus oyentes. Pero lo que Jesús trajo fue un evangelio
-una Buena Noticia. Jesús también sabía de la ira de Dios; pero sabía que es la
ira del amor.
Tengamos cuidado de saber bajo qué punto de vista es
que particularmente debemos contemplar a Cristo. Es bueno y justo reverenciarlo
como verdadero Dios. Es bueno
reconocerlo como el Ser supremo que todo lo dirige; como Profeta Poderoso; Juez
universal, Rey de reyes. Más es preciso no hacer alto aquí, si queremos ser salvos. Es preciso reconocer a
Jesús como Protector de los pobres de espíritu, como Médico de los de corazón
contrito, como Libertador de las almas
que están en cautiverio. Estas son las principales y altas funciones que vino a
desempeñar en la tierra.
Bajo este punto de vista es menester conocerlo, y
conocerlo por el sentido íntimo, así como también por lo que oigamos acerca de
él. Sin tal conocimiento moriremos en
nuestros pecados, Finalmente, debemos
observar qué ejemplo tan instructivo tenemos en estos versículos de la manera
como se oyen muchas veces las lecciones religiosas. Se nos refiere que cuando nuestro Señor hubo
acabado Su sermón en Nazaret, Sus oyentes "Le dieron testimonio y estaban
maravillados de las palabras de gracia
que salían de su boca" No podían hallar falta alguna en la
explicación de la escritura que habían oído. No podían negar la belleza del
magnífico discurso que habían escuchado.
"Jamás ningún hombre habló este hombre." Más sus corazones
permanecieron sin afectarse ni conmoverse. Aún más, estaban llenos de envidia y enemistad contra el Predicador. En
resumen, el sermón parece no haber producido en ellos otro efecto que una
emoción de corta duración.
Es inútil tratar de ocultar que hay millares de
personas en las iglesias cristianas que se asemejan en esto a los oyentes de
nuestro Señor. Millares hay que oyen con
regularidad la predicación del Evangelio, y la admiran cuando la oyen. No
controvierten lo que oyen; y hasta experimentan una especie de placer intelectual al oír un sermón bueno y eficaz;
pero su religión no pasa de allí. El oír sermones no les es obstáculo para
continuar en una vida de ligereza, codicia
y pecado.
Examinémonos a menudo sobre este punto importante.
Veamos qué efecto positivo produce en nuestros corazones y en nuestro modo de
vivir la predicación que decimos nos
agrada. ¿Nos conduce al verdadero arrepentimiento para con Dios, y a la fe viva
para con nuestro Señor Jesucristo? ¿Nos estimula cada semana a hacer esfuerzos por cesar en el
pecado, y resistir al diablo? Estos son los frutos que deben producir los
sermones, si realmente nos aprovechan. Sin
tal fruto, la mera admiración no es absolutamente de ningún valor. No es
signo de gracia. No salva ninguna, alma.
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