} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 4; 16-30

domingo, 19 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 4; 16-30

Capítulo 4; 16-30

16  Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo[a] entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.

17  Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito:

18  El Espíritu del Señor está sobre mí,

 Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;

 Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;

 A pregonar libertad a los cautivos,

 Y vista a los ciegos;

 A poner en libertad a los oprimidos;

19  A predicar el año agradable del Señor.

20  Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él.

21  Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.

22  Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José?

23  El les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra.

24  Y añadió: De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra.

25  Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra;

26  pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón.

27  Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio.

28  Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira;

29  y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarle.

30  Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue..

 

              Una de las primeras visitas de Jesús fue a su pueblo de Nazaret.  Es probable que nuestro Señor viviera principalmente en esta ciudad hasta los treinta años de edad; pero, después de entrar en su ministerio público, su lugar de residencia habitual era la casa de Pedro, en Capernaum.  No era una aldea, sino una polis, que quería decir un pueblo o ciudad; y es muy posible que tuviera tantos como 20.000 habitantes. Estaba edificada en una pequeña vaguada de las colinas que hay en las laderas más bajas de Galilea, ya cerca de la llanura de Jezreel; pero un chico no tenía más que subir a la cima de la colina que coronaba el pueblo para contemplar un maravilloso panorama de muchos kilómetros a la redonda.

El gran geógrafo e historiador de Israel George Adam Smith describe la escena desde la colina: La historia de Israel se despliega ante los ojos del observador. Allí estaba la llanura de Esdrelón en la que pelearon Débora y Barac; donde Gedeón ganó sus victorias; donde Saúl se había hundido en el desastre y Josías había muerto en la batalla; allí había estado la viña de Nabot, y el lugar en el que Jehú había matado a Jezabel; allí estaba Sunem, donde había vivido Eliseo; allí estaba el Carmelo, donde Elías había peleado su batalla épica con los profetas de Baal; y, azul en la distancia, estaba el Mediterráneo, con sus islas.

Pero no era sólo la historia de Israel la que se contemplaba desde allí; también la historia universal se desplegaba a la vista de la colina que coronaba Nazaret. Tres grandes carreteras la bordeaban: la que venía del Sur, por la que transitaban los peregrinos que iban a Jerusalén; el gran Camino del Mar, que comunicaba Egipto con Damasco, por el que viajaban las caravanas cargadas con toda clase de mercancías, y la gran carretera del Este, que era la que frecuentaban las caravanas de Arabia y las legiones romanas que se dirigían a las fronteras del Este del Imperio. Es falso que Jesús se criara en un ignoto rincón de la Tierra; más bien debemos pensar que su pueblo estaba en una de las encrucijadas de la historia, y que el tráfico del mundo pasaba cerca de sus puertas.

Ya hemos descrito el culto de la sinagoga, y en este pasaje tenemos una escena real que tuvo lugar en él. No fue un libro lo que tomó Jesús, porque en aquel tiempo todo se escribía en rollos. Lo que leyó se encuentra en Isaías 61. En el versículo 20 de la versión Reina-Valera se usa la confusa palabra ministro. El funcionario en cuestión era el jazzán. Tenía muchas obligaciones: era el que sacaba de un arcón especial los rollos de la Escritura que se habían de leer, y los colocaba luego en su sitio; tenía a su cargo la limpieza de la sinagoga; era el que anunciaba la llegada del sábado con tres toques con una trompeta de plata desde la azotea de la sinagoga, y era también el maestro en la escuela del pueblo. El versículo 20 nos dice también que «se sentó en el lugar del predicador», y eso nos da la impresión de que había terminado; pero lo que quiere decir realmente es que se disponía a empezar, porque el predicador siempre se sentaba para hacer el sermón, y los rabinos daban las clases sentados. En Mateo   leemos que Jesús se sentó para pronunciar el  Sermón del Monte; y esa misma idea sobrevive en la expresión cátedra, que usamos para designar el sillón del catedrático o profesor. Fácil es comprender que la elección que hizo nuestro Señor de este pasaje de Isaías no fue casual. Deseaba imprimir en el ánimo Judíos que lo oían el  verdadero carácter del Mesías, a quien el sabía que todo Israel estaba esperando entonces. Sabía que ellos esperaban era un rey temporal, que los libertase de  la dominación romana, y los elevase otra vez al primer las naciones; y quería hacerles comprender que tales esperanzas eran prematuras a la vez que erradas.

El reinado de la primera venida había de ser un reinado espiritual. Sus victorias no serían sobre enemigos políticos, sino sobre el pecado. Su redención no  tendría por objeto el librarlos del poder dé Roma, sino del poder del demonio y del mundo. De esta manera, ellos debieron esperar ver cumplidas las palabras  de Isaías.

Lo que enfureció a la gente fue el elogio que Jesús pareció dedicar a los gentiles. Los judíos estaban tan convencidos de que eran el pueblo escogido de Dios que despreciaban a todos los demás. Algunos incluso decían que «Dios había creado a los gentiles para usarlos como leña en el infierno.» Y aquí estaba este joven de Jesús, a quien todos conocían, predicando como si los gentiles fueran los favoritos de Dios. Empezaba a amanecerles la idea de que había cosas en el nuevo mensaje que no se les había ocurrido ni soñar.

Debemos darnos cuenta de otro par de cosas:

(i) Jesús tenía la costumbre de ir a la sinagoga los sábados. Debe de haber habido muchas cosas con las que estaba totalmente en desacuerdo, o que herían su sensibilidad y sin embargo iba. Como era su costumbre: Nuestro Señor asistía regularmente al culto público de Dios en las sinagogas; porque allí se leían las Escrituras: otras partes del culto eran muy corruptas; pero era lo mejor en ese momento que se podía encontrar en la tierra. El culto de la sinagoga tal vez distaba mucho de ser perfecto; pero Jesús nunca dejaba de unirse a los que daban culto a Dios el día del Señor.

(ii) No tenemos más que leer el pasaje de Isaías que leyó Jesús para darnos cuenta de la diferencia que había entre Jesús y Juan el Bautista. Juan era un predicador del juicio, y su mensaje debe haber hecho estremecerse de terror a sus oyentes. Pero lo que Jesús trajo fue un evangelio -una Buena Noticia. Jesús también sabía de la ira de Dios; pero sabía que es la ira del amor.

Tengamos cuidado de saber bajo qué punto de vista es que particularmente debemos contemplar a Cristo. Es bueno y justo reverenciarlo como verdadero  Dios. Es bueno reconocerlo como el Ser supremo que todo lo dirige; como Profeta Poderoso; Juez universal, Rey de reyes. Más es preciso no hacer alto aquí,  si queremos ser salvos. Es preciso reconocer a Jesús como Protector de los pobres de espíritu, como Médico de los de corazón contrito, como Libertador de las  almas que están en cautiverio. Estas son las principales y altas funciones que vino a desempeñar en la tierra.

Bajo este punto de vista es menester conocerlo, y conocerlo por el sentido íntimo, así como también por lo que oigamos acerca de él. Sin tal conocimiento  moriremos en nuestros pecados,  Finalmente, debemos observar qué ejemplo tan instructivo tenemos en estos versículos de la manera como se oyen muchas veces las lecciones religiosas. Se  nos refiere que cuando nuestro Señor hubo acabado Su sermón en Nazaret, Sus oyentes "Le dieron testimonio y estaban maravillados de las palabras de gracia  que salían de su boca" No podían hallar falta alguna en la explicación de la escritura que habían oído. No podían negar la belleza del magnífico discurso que  habían escuchado. "Jamás ningún hombre habló este hombre." Más sus corazones permanecieron sin afectarse ni conmoverse. Aún más, estaban llenos de  envidia y enemistad contra el Predicador. En resumen, el sermón parece no haber producido en ellos otro efecto que una emoción de corta duración.

Es inútil tratar de ocultar que hay millares de personas en las iglesias cristianas que se asemejan en esto a los oyentes de nuestro Señor. Millares hay que oyen  con regularidad la predicación del Evangelio, y la admiran cuando la oyen. No controvierten lo que oyen; y hasta experimentan una especie de placer  intelectual al oír un sermón bueno y eficaz; pero su religión no pasa de allí. El oír sermones no les es obstáculo para continuar en una vida de ligereza, codicia  y pecado.

Examinémonos a menudo sobre este punto importante. Veamos qué efecto positivo produce en nuestros corazones y en nuestro modo de vivir la predicación  que decimos nos agrada. ¿Nos conduce al verdadero arrepentimiento para con Dios, y a la fe viva para con nuestro Señor Jesucristo? ¿Nos estimula cada  semana a hacer esfuerzos por cesar en el pecado, y resistir al diablo? Estos son los frutos que deben producir los sermones, si realmente nos aprovechan. Sin  tal fruto, la mera admiración no es absolutamente de ningún valor. No es signo de gracia. No salva ninguna, alma.

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