Capítulo 7; 1-10
1 Después
que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum.
2 Y el
siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de
morir.
3
Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los
judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo.
4 Y
ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que
le concedas esto;
5
porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga.
6 Y
Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión
envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de
que entres bajo mi techo;
7 por
lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo
será sano.
8
Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados
bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi
siervo: Haz esto, y lo hace.
9 Al
oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le
seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.
10 Y al
regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había
estado enfermo.
El personaje central de esta historia es un centurión romano. No era un
hombre cualquiera.
Estos versículos describen la cura milagrosa
de un enfermo. Un centurión u oficial del ejército Romano acude a nuestro Señor
interesarlo en favor de su siervo, y
obtiene lo que pide. Milagro de curación mayor que este no se registra en
ninguna parte de los Evangelios . Aun sin ver al paciente, que estaba
moribundo, tocarlo con la mano, ni
mirarlo, nuestro Señor le restituye la salud por medio de una sola palabra.
Habla, y el enfermo es curado. Manda, y la enfermedad desaparece. No leemos de ningún profeta o
apóstol, que obrara milagros de esta manera. He aquí el dedo de Dios.
Debemos de notar en estos versículos la bondad
del centurión. Este rasgo de su carácter se manifiesta de tres modos distintos.
Le vemos en el tratamiento que da a su
siervo: lo cuida tiernamente cuando está enfermo, y se esmera en que recobre la
salud. Le vemos también en su cariño por el pueblo Judío. No lo desprecia como otros gentiles lo hacían
generalmente, pues los ancianos dan este testimonio importante: "él ama a
nuestra nación." Le vemos finalmente en
la generosidad con que patrocinó la sinagoga de Capernaúm: no manifestó
su amor para con Israel de palabra solamente, sino también con hechos. Los mensajeros que envió a nuestro Señor apoyaron
la petición diciendo: "Él nos edificó una sinagoga...
Ahora bien, ¿en dónde aprendió el centurión a
ser bondadoso? ¿Cómo podemos explicarnos porqué uno que era pagano de nacimiento
y soldado de profesión manifestara tal
carácter? Cualidades como estas no es probable que se adquiriesen entre los
paganos ni que se formasen en la sociedad de un
campamento romano. La filosofía Griega y la Latina no las recomendaban.
Los tribunos, cónsules, prefectos, y emperadores no podían fomentarlas.
Ocurre solamente una razón: el centurión era lo que era "por la
gracia de Dios." El Espíritu había abierto los ojos de su
entendimiento, y le cambió el corazón.
Su discernimiento de las cosas divinas
era sin duda muy oscuro. Sus opiniones religiosas se fundaban probablemente en
un conocimiento imperfecto de las
Escrituras del Antiguo Testamento. Pero cualquiera que fuese la luz que
hubiese recibido de lo alto, ella influyó en su vida, y uno de sus resultados
fue la bondad descrita en este pasaje.
Sírvanos de ejemplo la conducta del centurión.
Como él, demos muestras de benevolencia a todos aquellos con quienes nos
tratemos. Empeñémonos en tener una mano
dispuesta a socorrer, y un corazón inclinado a sentir, y una voluntad pronta a
hacer bien a todo el mundo. Estemos dispuestos a llorar con los que lloran, y a alegrarnos con los que están
alegres. Este es un medio de hacer simpática nuestra religión, y de enaltecerla
ante los ojos de los hombres. La bondad
es una virtud que todos pueden alcanzar; y por la cual nos hacemos semejantes a
nuestro bendito Salvador. Si hay algún rasgo de su carácter más notable que otro, es su bondad no
interrumpida y su amor. El bondadoso será feliz y próspero aun en esta vida. La
persona benéfica rara vez estará sin
amigos.
Debemos
observar también en este pasaje la humildad del centurión. Manifiéstese en el mensaje verbal que envió a
nuestro Señor cuando este estaba cerca
de su casa: "No soy digno de que entres debajo de mi techo; por lo
cual ni aun me tuve por digno de venir a ti." Tales expresiones forman un
contraste sorprendente con el lenguaje
que usaron, los ancianos de los judíos. "Digno es," dijeron, "de
concederle esto." "No soy digno," dice el buen centurión, "
de que entres debajo de mi techo...
Humildad como esta es una de las pruebas más
fuertes de que el Espíritu de Dios mora en el corazón. De ella no sabemos nada
por naturaleza, porque todos nacemos soberbios. Convencernos de pecado, exponer
nuestra propia vileza y corrupción, colocarnos en lugar que nos corresponde,
hacernos sumisos y abatidos, he aquí
algunas de las principales obras que el Espíritu Santo realiza el corazón del
hombre. Pocas expresiones de nuestro Señor son más rechazadas como las que terminan la parábola
del Fariseo y el publicano: "Cualquiera que se
ensalza será humillado, y oí que se humilla será ensalzado." Luc_18:14.
Poseer grandes idas y hacer grandes obras por Dios, no es dado a todos los
oyentes. Pero todos los creyentes deben procurar ser humildes.
Debemos
notar además la fe del centurión. De ella tenemos una prueba en
la súplica que hizo a nuestro Señor: "Di tan solo la palabra, y mi criado
será sano." El cree superfluo que
nuestro Señor vaya al lugar en que su criado yace moribundo. Considera al Señor
ejerciendo sobre las enfermedades una autoridad tan completa como la que él tenía sobre sus
soldados, o como la del aperador Romano sobre él; confía en que una palabra de
Jesús, bastase para expeler la
enfermedad; no quiere ver señal o milagro alguno; y expresa su
convicción de que Jesús es Señor y Rey Todopoderoso, y de que las enfermedades,
cual siervos obedientes a órdenes,
desaparecerán prontamente.
Fe
como esta era, a la verdad,
muy rara cuando el Señor Jesús estaba en la tierra. "Muéstranos una señal
del cielo," fue lo que exigieron los despreciativos Fariseos. Ver alguna cosa maravillosa fue el
gran deseo del gentío que agolpado seguía a nuestro Señor. No hay que extrañar,
pues estas palabras notables,
"Jesús se maravilló de él," y que dijera a las gentes,
"Os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe." Ningunos
debieran haber tenido una el vuelo a sus
altos pensamientos con algunas palabras oportunas "Muchos que son
primeros serán últimos, y los últimos primeros...
¡Que verdad no encierran estas palabras aun
aplicadas a los doce apóstoles! Entre los que oían a nuestro Señor se
encontraba un hombre que por algún
tiempo pareció ser uno de los más preeminentes de los doce. Tenía a su
cuidado el tesoro y guardaba lo que en él se ponía; y, sin embargo, ese hombre
cayó y tuvo un fin desastroso. Se
llamaba Judas Iscariote. Por el contrario, entre los oyentes de nuestro Señor
no se encontraba aquel día uno que en época
posterior hizo más por Cristo que todos los doce. Cuando nuestro Señor
hablaba así era a un joven fariseo, que se educaba a los pies de Gamaliel, y
que por nada sentía tanto celo como por
la ley. Y, sin embargo, ese joven al fin fue convertido a la fe do Cristo, no
se quedó atrás de los principales de los
apóstoles, y trabajó más que todos. Su nombre era Saulo. Con razón dijo
nuestro Señor, "los primeros serán últimos, y los último primeros...
¡Que verdaderas son esas palabras, cuando las
aplicamos a la historia de las iglesias cristianas! Hubo un tiempo que el Asia
Menor, la Grecia, y el África
Septentrional estaban llenas de cristianos, mientras que la Europa y la
América eran países paganos. Mil setecientos años han producido un gran cambio.
Las iglesias de África y de Asia se han
hundido en una ruina completa, al mismo tiempo que las iglesias de Europa y de
América están trabajando en extender por
el mundo el Evangelio. Con razón pudo decir nuestro Señor que "los
primeros serán los últimos, y los últimos primeros...
¡Cuán verdaderas parecen estas palabras a los
creyentes, cuando registran sus pasadas vidas y recuerdan todo lo que han visto
desde el día de su conversión! Cuantos
empezaron a servir a Cristo en la misma época que ellos y al parecer marcharon
bien por algún tiempo. ¿Pero en donde se encuentran ahora? El mundo ha cautivado a uno; falsas doctrinas
han extraviado a otro; un matrimonio malo ha echado a perder a un tercero; y
pocos son los creyentes que no puedan
recordar muchos casos parecidos. Pocos son los que al fin no descubren que
"los últimos son a menudo los primeros, y los primeros últimos...
Aprendamos a pedir en nuestras oraciones
humildad al leer llaman buenas colocaciones son con frecuencia las que arruinan
por toda la eternidad a los que las
obtienen.
Todos los centuriones que aparecen en el Nuevo
Testamento eran personas respetables (Luc_23:47 Cuando el
centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo:
Verdaderamente este hombre era justo.; Hchs _10:22
Ellos dijeron: Cornelio el centurión, varón
justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los
judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa
para oír tus palabras.; Hchs_22:26 Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno,
diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano.; Hchs_23:17Pablo, llamando
a uno de los centuriones, dijo: Lleva a este joven ante el tribuno, porque
tiene cierto aviso que darle. ; Hchs_23:23-24
Y llamando a dos centuriones, mandó que
preparasen para la hora tercera de la noche doscientos soldados, setenta
jinetes y doscientos lanceros, para que fuesen hasta Cesarea; 24 y que preparasen cabalgaduras en que poniendo
a Pablo, le llevasen en salvo a Félix el gobernador.; Hchs_24:23 Y mandó al
centurión que se custodiase a Pablo, pero que se le concediese alguna libertad,
y que no impidiese a ninguno de los suyos servirle o venir a él.; Hchs_27:43 Pero el
centurión, queriendo salvar a Pablo, les impidió este intento, y mandó que los
que pudiesen nadar se echasen los primeros, y saliesen a tierra;).
El historiador Polibio nos describe las
cualidades de un centurión: «Debe ser, más que un militar temerario, uno que es
capaz de mandar a la tropa, firme en la acción y de confianza; no demasiado
dispuesto a entrar en combate, pero cuando es necesario debe estarlo a defender
su posición y a morir en su puesto.» El
centurión tenía que ser un hombre especial, o no habría podido conservar su
puesto.
Tiene que haber tenido más que un interés
superficial para construir una sinagoga. Es verdad que los Romanos consideraban
que la religión era buena para mantener a la gente en orden; la consideraban
como el opio del pueblo. Augusto recomendaba que se construyeran sinagogas por
esa razón. El historiador Gibbon dice en una frase famosa: " Todas las
formas de religión que existían en el Imperio Romano, la gente las consideraba
como igualmente verdaderas; los filósofos, como igualmente falsas, y los
magistrados como igualmente útiles.» Pero
este centurión no era un administrador cínico, sino un hombre sinceramente
religioso.
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