} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 7; 1-10

jueves, 30 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 7; 1-10

 Capítulo 7; 1-10

 1  Después que hubo terminado todas sus palabras al pueblo que le oía, entró en Capernaum.

 2  Y el siervo de un centurión, a quien éste quería mucho, estaba enfermo y a punto de morir.

 3  Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo.

 4  Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto;

 5  porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga.

 6  Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo;

 7  por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo será sano.

 8  Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.

 9  Al oír esto, Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe.

 10  Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo.     

 

         El personaje central de esta historia es un centurión romano. No era un hombre cualquiera.

Estos versículos describen la cura milagrosa de un enfermo. Un centurión u oficial del ejército Romano acude a nuestro Señor interesarlo en favor de su siervo,  y obtiene lo que pide. Milagro de curación mayor que este no se registra en ninguna parte de los Evangelios . Aun sin ver al paciente, que estaba moribundo,  tocarlo con la mano, ni mirarlo, nuestro Señor le restituye la salud por medio de una sola palabra. Habla, y el enfermo es curado. Manda, y la enfermedad  desaparece. No leemos de ningún profeta o apóstol, que obrara milagros de esta manera. He aquí el dedo de Dios.

Debemos de notar en estos versículos la bondad del centurión. Este rasgo de su carácter se manifiesta de tres modos distintos. Le vemos en el tratamiento  que da a su siervo: lo cuida tiernamente cuando está enfermo, y se esmera en que recobre la salud. Le vemos también en su cariño por el pueblo Judío. No lo  desprecia como otros gentiles lo hacían generalmente, pues los ancianos dan este testimonio importante: "él ama a nuestra nación." Le vemos finalmente en  la generosidad con que patrocinó la sinagoga de Capernaúm: no manifestó su amor para con Israel de palabra solamente, sino también con hechos. Los  mensajeros que envió a nuestro Señor apoyaron la petición diciendo: "Él nos edificó una sinagoga...

Ahora bien, ¿en dónde aprendió el centurión a ser bondadoso? ¿Cómo podemos explicarnos porqué uno que era pagano de nacimiento y soldado de  profesión manifestara tal carácter? Cualidades como estas no es probable que se adquiriesen entre los paganos ni que se formasen en la sociedad de un  campamento romano. La filosofía Griega y la Latina no las recomendaban. Los tribunos, cónsules, prefectos, y emperadores no podían fomentarlas. Ocurre  solamente una razón: el centurión era lo que era "por la gracia de Dios." El Espíritu había abierto los ojos de su entendimiento, y le cambió  el corazón. Su  discernimiento de las cosas divinas era sin duda muy oscuro. Sus opiniones religiosas se fundaban probablemente en un conocimiento imperfecto de las  Escrituras del Antiguo Testamento. Pero cualquiera que fuese la luz que hubiese recibido de lo alto, ella influyó en su vida, y uno de sus resultados fue la  bondad descrita en este pasaje.

Sírvanos de ejemplo la conducta del centurión. Como él, demos muestras de benevolencia a todos aquellos con quienes nos tratemos. Empeñémonos en  tener una mano dispuesta a socorrer, y un corazón inclinado a sentir, y una voluntad pronta a hacer bien a todo el mundo. Estemos dispuestos a llorar con los  que lloran, y a alegrarnos con los que están alegres. Este es un medio de hacer simpática nuestra religión, y de enaltecerla ante los ojos de los hombres. La  bondad es una virtud que todos pueden alcanzar; y por la cual nos hacemos semejantes a nuestro bendito Salvador. Si hay algún rasgo de su carácter más  notable que otro, es su bondad no interrumpida y su amor. El bondadoso será feliz y próspero aun en esta vida. La persona benéfica rara vez estará sin  amigos.

Debemos observar también en este pasaje la humildad del centurión. Manifiéstese en el mensaje verbal que envió a nuestro Señor cuando este estaba cerca  de su casa: "No soy digno de que entres debajo de mi techo; por lo cual ni aun me tuve por digno de venir a ti." Tales expresiones forman un contraste  sorprendente con el lenguaje que usaron, los ancianos de los judíos. "Digno es," dijeron, "de concederle esto." "No soy digno," dice el buen centurión, " de  que entres debajo de mi techo...

Humildad como esta es una de las pruebas más fuertes de que el Espíritu de Dios mora en el corazón. De ella no sabemos nada por naturaleza, porque todos nacemos soberbios. Convencernos de pecado, exponer nuestra propia vileza y corrupción, colocarnos en lugar que nos corresponde, hacernos sumisos y  abatidos, he aquí algunas de las principales obras que el Espíritu Santo realiza el corazón del hombre. Pocas expresiones de nuestro Señor son más  rechazadas como las que terminan la parábola del Fariseo y el publicano: "Cualquiera que se ensalza será humillado, y oí que se humilla será ensalzado."  Luc_18:14. Poseer grandes idas y hacer grandes obras por Dios, no es dado a todos los oyentes. Pero todos los creyentes deben procurar ser humildes.

Debemos notar además la fe del centurión. De ella tenemos una  prueba en la súplica que hizo a nuestro Señor: "Di tan solo la palabra, y mi criado será sano."  El cree superfluo que nuestro Señor vaya al lugar en que su criado yace moribundo. Considera al Señor ejerciendo sobre las enfermedades una autoridad tan  completa como la que él tenía sobre sus soldados, o como la del aperador Romano sobre él; confía en que una palabra de Jesús, bastase para expeler la  enfermedad; no quiere ver señal o milagro alguno; y expresa su convicción de que Jesús es Señor y Rey Todopoderoso, y de que las enfermedades, cual  siervos obedientes a órdenes, desaparecerán prontamente.

Fe como esta era, a la verdad, muy rara cuando el Señor Jesús estaba en la tierra. "Muéstranos una señal del cielo," fue lo que exigieron los despreciativos  Fariseos. Ver alguna cosa maravillosa fue el gran deseo del gentío que agolpado seguía a nuestro Señor. No hay que extrañar, pues estas palabras notables,  "Jesús se maravilló de él," y que dijera a las gentes, "Os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe." Ningunos debieran haber tenido una el vuelo a sus  altos pensamientos con algunas palabras oportunas "Muchos que son primeros serán últimos, y los últimos primeros...

¡Que verdad no encierran estas palabras aun aplicadas a los doce apóstoles! Entre los que oían a nuestro Señor se encontraba un hombre que por algún  tiempo pareció ser uno de los más preeminentes de los doce. Tenía a su cuidado el tesoro y guardaba lo que en él se ponía; y, sin embargo, ese hombre cayó  y tuvo un fin desastroso. Se llamaba Judas Iscariote. Por el contrario, entre los oyentes de nuestro Señor no se encontraba aquel día uno que en época  posterior hizo más por Cristo que todos los doce. Cuando nuestro Señor hablaba así era a un joven fariseo, que se educaba a los pies de Gamaliel, y que  por nada sentía tanto celo como por la ley. Y, sin embargo, ese joven al fin fue convertido a la fe do Cristo, no se quedó atrás de los principales de los  apóstoles, y trabajó más que todos. Su nombre era Saulo. Con razón dijo nuestro Señor, "los primeros serán últimos, y los último  primeros...

¡Que verdaderas son esas palabras, cuando las aplicamos a la historia de las iglesias cristianas! Hubo un tiempo que el Asia Menor, la Grecia, y el África  Septentrional estaban llenas de cristianos, mientras que la Europa y la América eran países paganos. Mil setecientos años han producido un gran cambio.

Las iglesias de África y de Asia se han hundido en una ruina completa, al mismo tiempo que las iglesias de Europa y de América están trabajando en  extender por el mundo el Evangelio. Con razón pudo decir nuestro Señor que "los primeros serán los últimos, y los últimos primeros...

¡Cuán verdaderas parecen estas palabras a los creyentes, cuando registran sus pasadas vidas y recuerdan todo lo que han visto desde el día de su conversión!  Cuantos empezaron a servir a Cristo en la misma época que ellos y al parecer marcharon bien por algún tiempo. ¿Pero en donde se encuentran ahora? El  mundo ha cautivado a uno; falsas doctrinas han extraviado a otro; un matrimonio malo ha echado a perder a un tercero; y pocos son los creyentes que no  puedan recordar muchos casos parecidos. Pocos son los que al fin no descubren que "los últimos son a menudo los primeros, y los primeros últimos...

Aprendamos a pedir en nuestras oraciones humildad al leer llaman buenas colocaciones son con frecuencia las que arruinan por toda la eternidad a los que  las obtienen.

Todos los centuriones que aparecen en el Nuevo Testamento eran personas respetables (Luc_23:47  Cuando el centurión vio lo que había acontecido, dio gloria a Dios, diciendo: Verdaderamente este hombre era justo.; Hchs _10:22 Ellos dijeron: Cornelio el centurión, varón justo y temeroso de Dios, y que tiene buen testimonio en toda la nación de los judíos, ha recibido instrucciones de un santo ángel, de hacerte venir a su casa para oír tus palabras.; Hchs_22:26 Cuando el centurión oyó esto, fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano.; Hchs_23:17Pablo, llamando a uno de los centuriones, dijo: Lleva a este joven ante el tribuno, porque tiene cierto aviso que darle. ; Hchs_23:23-24 Y llamando a dos centuriones, mandó que preparasen para la hora tercera de la noche doscientos soldados, setenta jinetes y doscientos lanceros, para que fuesen hasta Cesarea; 24  y que preparasen cabalgaduras en que poniendo a Pablo, le llevasen en salvo a Félix el gobernador.; Hchs_24:23 Y mandó al centurión que se custodiase a Pablo, pero que se le concediese alguna libertad, y que no impidiese a ninguno de los suyos servirle o venir a él.; Hchs_27:43 Pero el centurión, queriendo salvar a Pablo, les impidió este intento, y mandó que los que pudiesen nadar se echasen los primeros, y saliesen a tierra;).

El historiador Polibio nos describe las cualidades de un centurión: «Debe ser, más que un militar temerario, uno que es capaz de mandar a la tropa, firme en la acción y de confianza; no demasiado dispuesto a entrar en combate, pero cuando es necesario debe estarlo a defender su posición y a morir en su puesto.» El centurión tenía que ser un hombre especial, o no habría podido conservar su puesto.

 Tenía una actitud muy poco corriente con su esclavo. Amaba a su esclavo, y habría hecho lo que fuera necesario para salvarle la vida. La ley romana definía al esclavo como una herramienta viva; no tenía derechos; su amo le podía maltratar y matar si quería. Un escritor romano recomienda a los terratenientes que pasen revista a sus aperos todos los años, y que tiren los que ya están, rotos o inservibles, y que hagan lo mismo con los esclavos. Era corriente abandonar a los esclavos para que se murieran cuando ya no rendían en el trabajo. Pero la actitud de este centurión era fuera de lo corriente.

Tiene que haber tenido más que un interés superficial para construir una sinagoga. Es verdad que los Romanos consideraban que la religión era buena para mantener a la gente en orden; la consideraban como el opio del pueblo. Augusto recomendaba que se construyeran sinagogas por esa razón. El historiador Gibbon dice en una frase famosa: " Todas las formas de religión que existían en el Imperio Romano, la gente las consideraba como igualmente verdaderas; los filósofos, como igualmente falsas, y los magistrados como igualmente útiles.» Pero este centurión no era un administrador cínico, sino un hombre sinceramente religioso.

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