Capítulo 6; 43-45
43 No
es buen árbol el que da malos frutos, ni árbol malo el que da buen fruto.
44
Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de
los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas.
45 El
hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo,
del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón
habla la boca.
Los versículos 43 y 44 nos recuerdan que no se puede juzgar a nadie más
que por sus obras. Se le decía a un maestro: " No puedo oír lo que me
dices porque estoy escuchando lo que haces.» Enseñar y predicar es impartir
" verdad por medio de la personalidad.» Las palabras bonitas no pueden
tomar el lugar de las buenas obras. Eso viene muy a cuento hoy en día. Tenemos
miedo de ideologías y de sectas extrañas; pero debemos darnos cuenta de que no
las derrotaremos escribiendo libros o celebrando congresos; la única manera de
demostrar la superioridad del Evangelio es mostrando en nuestras vidas que es
el único poder que puede producir hombres y mujeres mejores.
Versículo 45. Jesús nos recuerda que las
palabras que afloran a nuestros labios son en última instancia el producto de
nuestro corazón. Nadie puede hablar de Dios con sentido a menos que tenga en el
corazón el Espíritu de Dios. Nada revela el estado de un corazón humano tanto
como lo que dice cuando no está midiendo cuidadosamente las palabras; cuando
dice lo primero que se le ocurre. Si preguntamos dónde está un sitio, alguien
nos dirá que está cerca de tal iglesia; otro, que está cerca de tal cine; otro,
que está cerca de tal campo de fútbol; otro, que está cerca de tal bar. La
respuesta a una pregunta casual muestra a menudo hacia dónde se vuelven
naturalmente los pensamientos de una persona, y cuáles son sus intereses. Lo
que decimos nos delata.
Parece que el objeto principal que nuestro
Señor se propuso fue imprimir en el ánimo de los ministros y maestros la
importancia de que sus hechos estén en
armonía con sus principios. El pasaje es una solemne amonestación para
que no contradigamos con nuestra vida lo que decimos con nuestros labios.
El predicador jamás se granjeará la
atención y el respeto de los cristianos si no practica lo que predica. La
ordenación, los grados universitarios, los títulos pomposos, y las protestas ruidosas de pureza
de doctrina, jamás ayudarán a los oficiantes del culto a predicar de una manera
edificante, si sus oyentes los ven
entregados a hábitos inmorales.
Pero sobre este punto pudieran decirse otras
cosas de aplicación general. Esta es una lección que muchas otras personas,
además de los ministros, deben
aprovechar. Toda cabeza de familia, todos los amos de casa, todos los
padres, todos los maestros de escuelas, todos los ayos, todos los
institutores--deben acordarse con
frecuencia de esta enseñanza. Todos ellos deben ver en las palabras de nuestro
Señor la lección importante de que nada influye tanto en los demás como el ser consecuente con
nuestras palabras. Imploro a Dios que nadie olvide esta lección.
Aprendemos en estos versículos que hay solo
una prueba satisfactoria de la religiosidad del hombre. Esta prueba es su
conducta.
Las palabras de nuestro Señor sobre este punto
son claras e inequívocas. Hace uso del símil del árbol, y establece el
principio general, "Cada árbol por su
fruto es conocido." Pero nuestro Señor no se detiene ahí. Sigue
adelante para enseñar que la conducta de un hombre es el índice del estado de
su corazón. Los frutos, en las
Escrituras y en la fraseología judía, se toman por obras de cualquier tipo.
"Las obras de un hombre", dice alguien, "son la lengua de su
corazón, y dicen honestamente si es interiormente corrupto o puro". Por
estas obras puedes distinguir (επιγνωσεσθε) estos lobos hambrientos de los verdaderos
pastores. El juicio que se forma de un hombre por su conducta general es
seguro: si el juicio no es favorable a la persona, es culpa suya, ya que usted
tiene su opinión de él por sus obras, es decir, la confesión de su propio
corazón.
Los judíos, los griegos y los romanos, todos
usaban la idea de que a un árbol se le juzga por sus frutos. Un proverbio
decía: «Como la raíz, así el fruto.» Epicteto había de decir más adelante:
"¿Cómo podrá una cepa no crecer como tal sino como un olivo; o, cómo podrá
un olivo no crecer como tal sino como una vid?» (Epicteto, Discursos 2:20).
Séneca declaraba que el bien no puede crecer del mal como tampoco puede salir
una higuera de una aceituna.
Pero todavía hay aquí más de lo que parece a
simple vista. «Seguro que no se cosechan uvas en los espinos,» decía Jesús. Hay
una clase de espino, el espino cerval, que produce unas bayas pequeñas y negras
que parecen uvas pequeñas. «Ni higos en los cardos.» Hay una especie de cardo
que tiene una flor que por lo menos a cierta distancia, se podría tomar por un
higo chumbo.
. La verdadera prueba de cualquier enseñanza
es: ¿Fortalece a una persona para sobrellevar las cargas de la vida, y para
recorrer el camino del deber? Como el espino solo puede producir espinas, no
uvas; y el cardo, no higos, sino espinas; de modo que un corazón no regenerado
producirá frutos de degeneración. Así como sabemos perfectamente que un buen
árbol no producirá malos frutos y que el árbol malo no producirá buenos frutos,
sabemos que la profesión de piedad, mientras que la vida es impía, es
impostura, hipocresía y engaño. Un hombre no puede ser santo y pecador al mismo
tiempo. Recordemos que así como el buen árbol significa un buen corazón, y el
buen fruto, una vida santa, y que todo corazón es naturalmente vicioso; así que
no hay nadie más que Dios que pueda arrancar el árbol vicioso, crear un buen
corazón, plantar, cultivar, regar y hacerlo continuamente fructífero en
justicia y verdadera santidad.
"De la abundancia del corazón habla la
boca." Estos dos dichos son sumamente importantes. Ambos deben atesorarse
con las máximas principales de nuestro
Cristianismo.
Que sea pues un principio fijo de nuestra fe,
que cuando una persona no produce fruto alguno del Espíritu, no tiene el
Espíritu en su corazón.
Rechacemos como error nefasto la idea común de
que todos los que han sido bautizados han experimentado el renacimiento, y que
todos los miembros de la iglesia poseen
el Espíritu Santo. Una pregunta sencilla debe servirnos de regla. ¿Qué fruto produce
ese hombre? ¿Se arrepiente? ¿Cree de corazón en Jesús? ¿Vive una vida recta? ¿Vence al mundo?
Resultados semejantes a estos son los que la Escritura llama
"frutos." Cuando hay carencia de estos "frutos," es
una blasfemia decir que uno tiene el
Espíritu de Dios en su corazón. El inmaduro llama fruto al activismo y asistencia
en la congregación. Craso error. Un
banco lleva 50 o 100 años en una iglesia y no deja de ser banco.
Que sea también principio fijo que cuando la
conducta de alguno es, en general, irreligiosa, de ahí debe inferirse que
carece de la gracia divina y no se ha
convertido. No nos dejemos llevar de la opinión común, que nadie puede
saber cosa alguna acerca del estado del corazón de otro, y que aunque
algunos estén viviendo inicuamente
tienen en el fondo buen corazón. Estas opiniones están diametralmente opuestas a
la enseñanza de nuestro Señor. ¿Es el carácter
de la conversación de aquel hombre, carnal, mundano, irreligioso, impío,
o profano? Deduzcamos de ahí que así es también su corazón. Cuando la
lengua, generalmente hablando, es mala,
es absurdo, no menos que contrario a la Escritura, decir que su corazón es
puro.
Concluyamos este pasaje haciendo un examen
minucioso de nuestra propia vida y apliquémoslo para determinar el estado de
nuestro corazón para con Dios.
¿Qué frutos está produciendo nuestra vida?
¿Son o no frutos del Espíritu? ¿Qué testimonio dan nuestras palabras con
respecto al estado de nuestros
corazones? ¿Conversamos como hombres cuyos corazones son "justos en
la presencia de Dios"? No hay modo de evadir la doctrina sentada por
nuestro Señor en este pasaje. La conducta es la piedra de toque del carácter.
Las palabras son el índice del estado del corazón.
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