Capítulo 4; 38-44
38
Entonces Jesús se levantó y salió de la sinagoga, y entró en casa de
Simón. La suegra de Simón tenía una gran fiebre; y le rogaron por ella.
39 E
inclinándose hacia ella, reprendió a la fiebre; y la fiebre la dejó, y
levantándose ella al instante, les servía.
40 Al
ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los
traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba.
41
También salían demonios de muchos, dando voces y diciendo: Tú eres el
Hijo de Dios. Pero él los reprendía y no les dejaba hablar, porque sabían que él
era el Cristo.
42
Cuando ya era de día, salió y se fue a un lugar desierto; y la gente le
buscaba, y llegando a donde estaba, le detenían para que no se fuera de ellos.
43 Pero
él les dijo: Es necesario que también a otras ciudades anuncie el evangelio del
reino de Dios; porque para esto he sido enviado.
44 Y
predicaba en las sinagogas de Galilea.
Debemos
notar en este pasaje la suprema autoridad de nuestro Señor Jesucristo. Vemos
que las enfermedades y los demonios se rinden a su palabra. Increpa a los espíritus inmundos y
estos se separan de los desgraciados a quienes habían poseído. Increpa a la
fiebre y pone las manos sobre enfermos, y al punto desaparecen las
enfermedades, y los enfermos quedan sanos.
Jesús no dejaba hablar a los demonios. A
menudo nos encontramos con que Jesús los mandaba callar. ¿Por qué? Por esta
buena razón: los judíos tenían sus propias ideas populares acerca del Mesías;
esperaban que fuera un gran rey conquistador que le pusiera el pie en el
pescuezo al águila romana y barriera sus ejércitos de la tierra de Palestina.
Todo el país estaba preparado para la gran conflagración. La revolución estaba
siempre a flor de piel, y estallaba a menudo. Jesús sabía que si se corría la
voz de que Él era el Mesías, los revolucionarios se inflamarían. Antes de que
le reconocieran como el Mesías tenía que enseñarles que el Mesías no era un rey
conquistador, sino un siervo paciente. Mandaba callar a los demonios porque la
gente no sabía todavía lo que era el carácter mesiánico, y si se lanzaban con
sus ideas equivocadas pronto se producirían la destrucción y la muerte.
Debemos notar en estos versículos la costumbre
de nuestro Señor de sustraerse de cuando en cuando de la observación pública en
algún lugar solitario. Leemos, que
después de haber sanado a muchos enfermos, y lanzado a muchos diablos,
"salió y se fue a un lugar solitario."
El objeto que se propuso al obrar así se descubre comparando este versículo
con otros de los Evangelios. Acostumbraba suspender sus tareas en tiempo
oportuno, para ponerse en comunicación
con Su Padre celestial, y para orar.
De madrugada, Jesús salió para estar a solas
con Dios. Podía responder a las insistentes necesidades humanas gracias a que
antes buscaba la compañía de Dios. Una vez, en la guerra de 1914-18, estaba a
punto de celebrarse una conferencia de los jefes, y ya estaban todos presentes
menos el mariscal Foch, que era el general en jefe. Un oficial que le conocía
bien dijo:
-Creo que sé dónde podemos encontrarle.
Y llevó a los demás a las ruinas de una
capilla cercana al cuartel general; y allí, ante el altar derruido, estaba el
gran soldado arrodillado en oración. Antes de encontrarse con los hombres tenía
que encontrarse con Dios.
Hay en esto un ejemplo que harían bien en
imitar todos los que progresan en la gracia, y caminar en la senda de Dios.
Debemos destinar algún tiempo para la
meditación, y para estar solos en presencia de Dios. Es menester no
contentarnos con orar diariamente y leer las Escrituras--con oír leer el
Evangelio con regularidad, y participar
de la Cena del Señor. Todo esto es bueno, pero
hay necesidad de algo más. Debemos destinar algunas horas para
examinarnos a solas, y para meditar en
las cosas celestiales. Cuántas veces a la semana esta práctica ha de repetirse,
es cosa que cristiano debe determinar por sí mismo. Pero que esta hora es muy provechosa, lo prueban
claramente tanto las Escrituras la experiencia misma. Atravesamos una época de
actividad y bullicio. El acaloramiento
producido por los negocios y las ocupaciones incesantes mantiene a muchos en
movimiento perpetuo, y ponen algunas almas en gran peligro.
La omisión de la práctica de que venimos
hablando, es la causa probable de muchas inconsecuencias y deslices, que causan
escándalo en la iglesia de Cristo.
Cuanto más tengamos que hacer tanto más
debemos imitar a nuestro Maestro. Si él, en medio de sus múltiples tareas
hallaba tiempo para retirarse del mundo
de cuando en cuando, ¿Cuánto más no podemos hacerlo nosotros? Si el
Maestro juzgo esa práctica necesaria, mil veces más necesaria debe ser a
sus discípulos.
Jesús no dijo ni una palabra de queja o
resentimiento cuando la gente invadió su soledad. La oración es algo muy
importante, pero en última instancia la necesidad humana lo es más. La gran
maestra misionera Florence Allshorn dirigía una escuela para preparar
misioneros; conocía la naturaleza humana, y no disculpaba a los que de pronto
se daban cuenta de que había llegado su momento de oración privada precisamente
cuando había que fregar los cacharros. Hay que orar; pero la oración no debe
ser nunca una evasión de la realidad. La oración no nos debe aislar del clamor,
insistente de la necesidad humana, sino prepararnos para salirle al paso. Y
algunas veces tendremos que dejar de estar de rodillas para ponernos en pie
antes de lo que quisiéramos, y ponernos a hacer algo.
Es como aquel creyente que estaba en necesidad
imperiosa, e inocente de él sólo se le ocurre acudir en busca de ayuda a los
ancianos de la iglesia. Éstos después de escucharle, le dicen que van a orar
para saber lo que tienen que hacer. Y este creyente recibió el pronto auxilio,
pero de un “no creyente” que Dios movió según Su propósito.
Finalmente, debemos notar en estos versículos
la aserción que hizo el Señor en cuanto a uno de los objetos de Su venida al mundo.
Leemos que dijo: "También a otras
ciudades es necesario que del Evangelio del reino de Dios: porque para esto soy
enviado' Una afirmación como esta debe acallar para siempre las necias observaciones que se hacen algunas veces
contra la predica-; El mero hecho de que el eterno Hijo de Dios se hizo
predicador, debe satisfacernos de que la
predicación es uno de los más valiosos medios de gracia. Hablar de ella,
cual lo hacen algunos, como cosa de menos importancia que las oraciones
públicas, o que la Cena del Señor, es
por lo menos manifestar ignorancia de la Escritura. Es una circunstancia
admirable en la historia de nuestro Señor,
que aunque Él estaba predicando casi incesantemente no se nos dice que
jamás bautizara a nadie. El testimonio de Juan es explícito en este punto.
"Jesús no bautizaba. Jn_4:2.
Guardémonos de tener en poco la predicación.
Ella ha sido en todos los siglos de la iglesia el medio principal de que Dios
se ha servido para conmover a los
pecadores, y para sustentar a los justos. Las épocas en que ha habido
poca o ninguna predicación han sido épocas en que se ha hecho poco o ningún
bien en la iglesia. Oigamos los sermones
con espíritu reverente, y acordémonos que son la palanca que el mismo Cristo
empleó, cuando estuvo en la tierra. Oremos
también diariamente por que nunca falte una falange de predicadores
fieles de la palabra de Dios. Según
sea el pulpito será la congregación y la iglesia.
Aquí aparece por primera vez en el evangelio
de Lucas la mención del Reino de Dios. Según Marcos, diciendo:
El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y
creed en el evangelio. (Marcos 1:15).
Eso era la esencia de su mensaje. ¿Qué quería decir con el Reino de Dios? Para
Jesús era tres cosas al mismo tiempo.
(a) Era pasado. Abraham, Isaac y Jacob estaban
en el Reino, aunque habían vivido hacía siglos (Lucas_13:28
Allí será el llanto y el crujir de dientes,
cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de
Dios, y vosotros estéis excluidos.).
(b) Era presente. " ni dirán: Helo aquí, o helo allí;
porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros. » (Lucas_17:21).
(c) Era futuro. Era algo que Dios todavía
tenía que dar y por lo que hemos de orar.
¿Cómo es posible que el Reino sea las tres
cosas al mismo tiempo? Volvamos a la Oración que Jesús nos enseñó; en ella
encontramos dos peticiones íntimamente relacionadas: Venga
tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
(Mat_6:10).
En la
poesía hebrea, como se puede ver abundantemente en los Salmos, la misma idea se
repetía dos veces con otras palabras; y la segunda explicaba, o desarrollaba, o
completaba el sentido de la primera. Pongamos ahora juntas estas dos
peticiones: Venga tu Reino - Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo.
La segunda aclara la primera; por tanto el Reino de Dios es una sociedad en la
Tierra donde la voluntad de Dios se hace tan perfectamente como en el Cielo. Si
alguien del pasado ha cumplido la voluntad de Dios, está en el Reino; si
alguien la cumple ahora, está en el Reino; pero todavía falta mucho para que
toda la humanidad cumpla la voluntad de Dios de una manera perfecta, y por
tanto la consumación está en el futuro. Por eso el Reino de Dios es pasado y
presente y futuro al mismo tiempo.
Los hombres cumplen la voluntad de Dios a
rachas, obedeciendo unas veces y desobedeciendo otras. Sólo Jesús la cumplió
perfectamente. Por eso es el fundamento y la encarnación del Reino. Vino para
capacitar a los hombres a hacer lo mismo. El cumplir la voluntad de Dios es ser
ciudadano del Reino de Dios: Hacemos bien en pedir: «Señor, venga tu Reino, empezando
por mí.»
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