Capítulo 6; 46-49
46 ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no
hacéis lo que yo digo?
47 Todo
aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es
semejante.
48
Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el
fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu
contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la
roca.
49 Mas
el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra,
sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue
grande la ruina de aquella casa.
Se ha dicho con mucha verdad, que
ningún sermón debiera concluir sin hacer alguna aplicación dirigida a las
conciencias de los que lo oyen.
El pasaje que tenemos a la vista ofrece un
ejemplo de esta regla, y confirma su exactitud. Es la conclusión solemne y
penetrante, del discurso más solemne.
Observemos en estos versículos cuan antiguo y
común es el pecado de no practicar y cumplir lo que se dice y se promete.
Escrito está que nuestro Señor dijo:
" ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?" El
mismo Hijo de Dios fue seguido de muchos que pretendían tributarle honor llamándolo, Señor, y que sin embargo no
cumplían Sus mandamientos. El mal que nuestro Señor denuncia en estos
versículos ha afligido en todos tiempos
la iglesia de Dios. Había existido seiscientos años antes del nacimiento
de nuestro Señor, en el tiempo de Ezequiel: " Y vendrán a ti como viene el pueblo,
y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán
por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos
de su avaricia Ezeq. 33:31.
Existió también en la primitiva iglesia de Cristo en los días de Santiago. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores,
engañándoos a vosotros mismos.Stg_1:22.
Es un mal que nunca ha cesado de prevalecer en toda la Cristiandad. Es una plaga destructora de las almas, que está
arrastrando continuamente por el camino ancho de la perdición multitud de
oyentes del Evangelio. El pecado que no
se pone máscara para ocultar su fealdad, y la incredulidad declarada
abiertamente arruinan sin duda a millares; más el pecado de que venimos hablando arruina a millares de millares.
Persuadámonos que ningún pecado indica tanta
imbecilidad e insensatez. El sentido común basta para enseñarnos que el nombre
y la forma del Cristianismo de nada nos
aprovechan, en tanto que nuestros corazones permanezcan aferrados al pecado, y
en tanto que llevemos una vida anticristiana. Debe sentarse como principio fijo en nuestra religión, que
la obediencia es la única prueba perfecta de la fe que salva, y que las
protestas de los labios son peor que
inútiles, si no van acompañadas con la santificación de la vida. El
hombre en cuyo corazón mora de veras el Espíritu Santo, jamás se contentará con
estarse quieto, y sin hacer nada que
demuestre su amor hacia Cristo.
Para tener una idea más completa de esta
parábola tenemos que leer también la versión de Mateo (7:24-27). En la versión
de Lucas parece que la crecida del agua no viene a cuento; tal vez es porque
Lucas no era natural de Palestina, y no tenía una idea muy clara de la escena;
mientras que Mateo, que sí era de Palestina, la conocía muy bien. En verano,
muchos valles presentan el lecho arenoso totalmente seco; pero en invierno,
después de las lluvias de septiembre, vuelve el torrente con toda su fuerza.
Puede ser que alguien que estaba buscando dónde hacerse la casa vio ese espacio
libre y se decidió a construir en él, descubriendo para su mal cuando llegó la
época de las lluvias que el río también volvía a su cauce, y se llevaba la
casa. Un hombre sensato habría buscado la roca, para lo cual habría tenido que
realizar más trabajo; pero, cuando llegara el invierno, se vería que no había
sido en vano, porque la casa permanecería segura en su sitio. En cualquiera de
las dos versiones queda clara la enseñanza de que es importante que nuestra
vida tenga una cimentación firme. Y la única que lo es de verdad es la obediencia
a las enseñanzas de Jesús.
Notemos en segundo lugar, en estos versículos,
cuan a lo vivo nos pinta nuestro Señor la religión del hombre que no solamente
oye la palabra de Cristo, sino que
también cumple su voluntad. Lo compara a uno que, "edificando una casa,
cavó, y ahondó, y puso el fundamento sobre roca...
Su religión puede costar mucho a ese hombre.
Como la casa edificada sobre la roca, puede acarrearle penas, trabajos y
abnegación; pues tiene que desechar el
orgullo y la presunción, mortificar la carne rebelde, revestirse del amor y
humildad de Cristo, cargar la cruz diariamente, y dar por perdidas todas las
cosas por amor de Cristo--todo esto es
en verdad difícil. Pero a semejanza de la casa edificada sobre la roca, tal fe
se sostendrá firme. El torrente de las
aflicciones puede dar contra ella impetuosamente, y las avenidas de las
persecuciones pueden agolparse alrededor de sus paredes, más no caerá jamás.
El Cristianismo en que los hechos están
en armonía con las buenas palabras es un edificio sólido, inmóvil.
Observemos, finalmente, en estos versículos,
que cuadro tan melancólico bosqueja nuestro Señor del hombre que oye las
palabras de Cristo, pero no las observa.
Lo compara a uno que edificó su casa sobre tierra sin fundamento.
Un hombre semejante puede parecer al principio
muy religioso. Tal vez un ojo inexperto no descubra diferencia alguna entre su
religión y la del cristiano verdadero.
Ambos asisten acaso al culto en la misma iglesia; observan las mismas reglas,
profesan la misma fe. La apariencia exterior de la casa edificada en la roca, y la de la casa sin ningún
fundamento sólido, pueden ser casi lo mismo. Pero los padecimientos y las
aflicciones son pruebas que el que profesa
meramente una religión exterior no puede resistir. Cuando la tormenta y
la tempestad dan contra la casa que no tiene fundamento, las paredes que
se levantaban tan orgullosas en días
serenos y bonancibles, caen al suelo inevitablemente. El Cristianismo que
consiste solamente en oír las lecciones de la
religión, y no en practicarlas, es un edificio que tiene que
derrumbarse. ¡Grande, en verdad, será la ruina! No hay pérdida igual a la
pérdida de un alma.
Este es un pasaje de la Escritura que debe
despertar en nuestras mentes pensamientos muy solemnes. Los cuadros que
presenta son de cosas que están pasando
diariamente a nuestro rededor. Por todos lados veremos a millares de personas
construyendo, para la eternidad edificios fundados sobre una conformidad externa a las doctrinas del
Cristianismo; esforzándose en amparar sus almas bajo vanos refugios; y
contentándose con una mera apariencia de
santidad. ¡Pocos son en verdad los que edifican sobre la roca, y grande
es el ridículo y la persecución que tienen que sufrir! Muchos los que edifican
sobre arena, y enormes son los chascos y
reveses que experimentan como único fruto de su trabajo. Ciertamente, si jamás
hubiera habido prueba de que el hombre
es un ser caído e ignorante de las materias espirituales, la tendríamos
en el hecho que muchos de los que reciben el bautismo en cada generación,
persisten en fabricar sobre tierra
deleznable.
¿Sobre qué cimiento estamos edificando
nosotros? Esta es, al cabo, la pregunta que nos concierne. ¿Estamos edificando
sobre la roca, o sobre la arena?
Gústanos oír el Evangelio; aceptamos todas sus doctrinas cardinales; y
convenimos en todo lo que dice de Cristo y del Espíritu Santo, de la
justificación y santificación, del
arrepentimiento y de la fe, de la conversión y santidad, de la Biblia y de la
oración; pero ¿qué estamos haciendo? ¿Cuál es la historia
diaria y práctica de nuestra vida, en público y en privado, en el seno
de la familia y en contacto con el mundo? ¿Puede decirse que nosotros no
solamente oímos las palabras de Cristo,
sino que también las cumplimos? La hora se acerca, y pronto llegará, en que se
nos hagan preguntas como estas, y nosotros tendremos que contestarlas, ya nos
gusten o no. Á la hora de la angustia y
del desamparo, de la enfermedad y de la muerte, se revelará si estamos sobre la
roca, o sobre la arena. Acordémonos de esto con tiempo; no nos engañemos con nuestras almas. Procuremos
creer y vivir, oír la voz de Cristo, y seguirle de tal manera que cuando
sobrevengan las avenidas, y los torrentes
den contra nosotros, nuestro edificio permanezca inmóvil.
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