} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 6; 46-49

miércoles, 29 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 6; 46-49


Capítulo 6; 46-49

  46  ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?

 47  Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras y las hace, os indicaré a quién es semejante.

 48  Semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca; y cuando vino una inundación, el río dio con ímpetu contra aquella casa, pero no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca.

 49  Mas el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento; contra la cual el río dio con ímpetu, y luego cayó, y fue grande la ruina de aquella casa.

      

             Se ha dicho con mucha verdad, que ningún sermón debiera concluir sin hacer alguna aplicación dirigida a las conciencias de los que lo oyen.

El pasaje que tenemos a la vista ofrece un ejemplo de esta regla, y confirma su exactitud. Es la conclusión solemne y penetrante, del discurso más solemne.

Observemos en estos versículos cuan antiguo y común es el pecado de no practicar y cumplir lo que se dice y se promete. Escrito está que nuestro Señor  dijo: " ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que digo?" El mismo Hijo de Dios fue seguido de muchos que pretendían tributarle honor  llamándolo, Señor, y que sin embargo no cumplían Sus mandamientos. El mal que nuestro Señor denuncia en estos versículos ha afligido en todos tiempos  la iglesia de Dios. Había existido seiscientos años antes del nacimiento de nuestro Señor, en el tiempo de Ezequiel: " Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia Ezeq. 33:31. Existió también en la primitiva iglesia de Cristo en los días de Santiago. Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos.Stg_1:22. Es un mal que nunca ha cesado de prevalecer en toda la Cristiandad. Es  una plaga destructora de las almas, que está arrastrando continuamente por el camino ancho de la perdición multitud de oyentes del Evangelio. El pecado  que no se pone máscara para ocultar su fealdad, y la incredulidad declarada abiertamente arruinan sin duda a millares; más el pecado de que venimos  hablando arruina a millares de millares.

Persuadámonos que ningún pecado indica tanta imbecilidad e insensatez. El sentido común basta para enseñarnos que el nombre y la forma del Cristianismo  de nada nos aprovechan, en tanto que nuestros corazones permanezcan aferrados al pecado, y en tanto que llevemos una vida anticristiana. Debe sentarse  como principio fijo en nuestra religión, que la obediencia es la única prueba perfecta de la fe que salva, y que las protestas de los labios son peor que  inútiles, si no van acompañadas con la santificación de la vida. El hombre en cuyo corazón mora de veras el Espíritu Santo, jamás se contentará con estarse  quieto, y sin hacer nada que demuestre su amor hacia Cristo.

Para tener una idea más completa de esta parábola tenemos que leer también la versión de Mateo (7:24-27). En la versión de Lucas parece que la crecida del agua no viene a cuento; tal vez es porque Lucas no era natural de Palestina, y no tenía una idea muy clara de la escena; mientras que Mateo, que sí era de Palestina, la conocía muy bien. En verano, muchos valles presentan el lecho arenoso totalmente seco; pero en invierno, después de las lluvias de septiembre, vuelve el torrente con toda su fuerza. Puede ser que alguien que estaba buscando dónde hacerse la casa vio ese espacio libre y se decidió a construir en él, descubriendo para su mal cuando llegó la época de las lluvias que el río también volvía a su cauce, y se llevaba la casa. Un hombre sensato habría buscado la roca, para lo cual habría tenido que realizar más trabajo; pero, cuando llegara el invierno, se vería que no había sido en vano, porque la casa permanecería segura en su sitio. En cualquiera de las dos versiones queda clara la enseñanza de que es importante que nuestra vida tenga una cimentación firme. Y la única que lo es de verdad es la obediencia a las enseñanzas de Jesús.

Notemos en segundo lugar, en estos versículos, cuan a lo vivo nos pinta nuestro Señor la religión del hombre que no solamente oye la palabra de Cristo, sino  que también cumple su voluntad. Lo compara a uno que, "edificando una casa, cavó, y ahondó, y puso el fundamento sobre roca...

Su religión puede costar mucho a ese hombre. Como la casa edificada sobre la roca, puede acarrearle penas, trabajos y abnegación; pues tiene que desechar  el orgullo y la presunción, mortificar la carne rebelde, revestirse del amor y humildad de Cristo, cargar la cruz diariamente, y dar por perdidas todas las cosas  por amor de Cristo--todo esto es en verdad difícil. Pero a semejanza de la casa edificada sobre la roca, tal fe se sostendrá firme. El torrente de las  aflicciones puede dar contra ella impetuosamente, y las avenidas de las persecuciones pueden agolparse alrededor de sus paredes, más no caerá jamás. El  Cristianismo en que los hechos están en armonía con las buenas palabras es un edificio sólido, inmóvil.

Observemos, finalmente, en estos versículos, que cuadro tan melancólico bosqueja nuestro Señor del hombre que oye las palabras de Cristo, pero no las  observa. Lo compara a uno que edificó su casa sobre tierra sin fundamento.

Un hombre semejante puede parecer al principio muy religioso. Tal vez un ojo inexperto no descubra diferencia alguna entre su religión y la del cristiano  verdadero. Ambos asisten acaso al culto en la misma iglesia; observan las mismas reglas, profesan la misma fe. La apariencia exterior de la casa edificada en  la roca, y la de la casa sin ningún fundamento sólido, pueden ser casi lo mismo. Pero los padecimientos y las aflicciones son pruebas que el que profesa  meramente una religión exterior no puede resistir. Cuando la tormenta y la tempestad dan contra la casa que no tiene fundamento, las paredes que se  levantaban tan orgullosas en días serenos y bonancibles, caen al suelo inevitablemente. El Cristianismo que consiste solamente en oír las lecciones de la  religión, y no en practicarlas, es un edificio que tiene que derrumbarse. ¡Grande, en verdad, será la ruina! No hay pérdida igual a la pérdida de un alma.

Este es un pasaje de la Escritura que debe despertar en nuestras mentes pensamientos muy solemnes. Los cuadros que presenta son de cosas que están  pasando diariamente a nuestro rededor. Por todos lados veremos a millares de personas construyendo, para la eternidad edificios fundados sobre una  conformidad externa a las doctrinas del Cristianismo; esforzándose en amparar sus almas bajo vanos refugios; y contentándose con una mera apariencia de  santidad. ¡Pocos son en verdad los que edifican sobre la roca, y grande es el ridículo y la persecución que tienen que sufrir! Muchos los que edifican sobre  arena, y enormes son los chascos y reveses que experimentan como único fruto de su trabajo. Ciertamente, si jamás hubiera habido prueba de que el hombre  es un ser caído e ignorante de las materias espirituales, la tendríamos en el hecho que muchos de los que reciben el bautismo en cada generación, persisten  en fabricar sobre tierra deleznable.

¿Sobre qué cimiento estamos edificando nosotros? Esta es, al cabo, la pregunta que nos concierne. ¿Estamos edificando sobre la roca, o sobre la arena?  Gústanos oír el Evangelio; aceptamos todas sus doctrinas cardinales; y convenimos en todo lo que dice de Cristo y del Espíritu Santo, de la justificación y  santificación, del arrepentimiento y de la fe, de la conversión y santidad, de la Biblia y de la oración; pero ¿qué estamos haciendo? ¿Cuál  es   la historia  diaria y práctica de nuestra vida, en público y en privado, en el seno de la familia y en contacto con el mundo? ¿Puede decirse que nosotros no solamente  oímos las palabras de Cristo, sino que también las cumplimos? La hora se acerca, y pronto llegará, en que se nos hagan preguntas como estas, y nosotros tendremos que contestarlas, ya nos gusten o no. Á la hora de la  angustia y del desamparo, de la enfermedad y de la muerte, se revelará si estamos sobre la roca, o sobre la arena. Acordémonos de esto con tiempo; no nos  engañemos con nuestras almas. Procuremos creer y vivir, oír la voz de Cristo, y seguirle de tal manera que cuando sobrevengan las avenidas, y los torrentes  den contra nosotros, nuestro edificio permanezca inmóvil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario