Capítulo 3; 7-9
7 Y
decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de
víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?
8
Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento, y no comencéis a decir
dentro de vosotros mismos: Tenemos a Abraham por padre; porque os digo que Dios
puede levantar hijos a Abraham aun de estas piedras.
9
Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto,
todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego.
Estos
versículos nos presentan un episodio de la carrera de Juan el Bautista. Es una
parte de la Escritura que debe tener siempre interés particular para el cristiano. De los afectos inmensos que Juan
produjo entre los judíos, aunque solo por corto tiempo, hay pruebas evidentes
en los Evangelios. La aserción notable
que en favor de Juan hizo nuestro Señor, de ser "el mayor profeta nacido
de mujer," es bien conocida de todos los lectores de la Biblia ¿Cuál pues
era el carácter de la misión de Juan?
Esta es la pregunta a que responde prácticamente el capítulo que tenemos a la
vista.
Algunas personas querían que Juan las
bautizara a fin de escapar del castigo eterno, pero no buscaban a Dios para
salvación. Juan tuvo palabras duras para dichas personas. Sabía que Dios valora
más el cambio que el rito.
Debemos notar en primer lugar la santa osadía
con que Juan la palabra a las gentes que vinieron a recibir el bautismo. “¡Generación
de víboras!” También existían costumbres judías (Mateo
12:34 ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis
hablar lo bueno, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la
boca.; 23:23 ¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el
eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la
misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.).
Esto aparece en Mateo 3:7 (Al ver él que muchos de los fariseos y de los saduceos venían
a su bautismo, les decía: ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la
ira venidera?) Para identificar a
los saduceos, quienes se creían mejores que los demás. Debemos recordar que la
gente miraba con admiración al liderazgo religioso (saduceos y fariseos). Juan,
definitivamente no les admiraba, y más bien hizo un llamado personal al
arrepentimiento y la fe (Marcos 1:15 diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha
acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.).
El nota
la falsedad y la hipocresía de las protestas que hace el gentío que lo rodea, y
emplea un lenguaje descriptivo de su conducta. La popularidad trastorna la cabeza. No se le da cuidado de
que algunos se ofendan al oír sus palabras. La enfermedad espiritual de los que
lo rodean era larga y difícil de curar,
y él sabía que tales enfermedades exigen remedios fuertes.
Bueno sería que la iglesia de Cristo tuviese
en nuestros días más ministros francos en el hablar como Juan el Bautista. La
repugnancia natural a usar un lenguaje
fuerte; el temor excesivo de causar ofensa; la oposición constante a hablar sin
rodeos ni ambages, son desgraciadamente demasiado comunes en el pulpito moderno, debe usarse lenguaje áspero o
satírico, pero no es bueno a los no convertidos, absteniéndose de mencionar sus
vicios o aplicando epítetos suaves a
pecados detestables. Hay dos textos que los predicadores Cristianos olvidan con
mucha frecuencia: Luc_6:26 ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de
vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas. ; Gal_1:10.
Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de
Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres,
no sería siervo de Cristo.
Debemos notar, cuan francamente habla Juan
sobre el infierno y el peligro. Habla del "hacha" de los juicios de
Dios, y de los árboles infructíferos que
serán arrojados "al fuego...
Todo lo que diga relación al infierno repugna
siempre a la naturaleza humana. El ministro que presente ese tema tiene que
pasar por violento, duro de corazón y de
pocos alcances. Los hombres gustan de oír " halagos," y de que se les
hable de paz, y no de peligro. Isai. 30:10. que dicen a los videntes: No veáis; y a los profetas: No nos
profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras; Más el tema es tan importante que no
debemos dejar de mencionarlo, si
deseamos trabajar en bien de las almas. Nuestro Señor Jesucristo lo trató con
frecuencia en Sus enseñanzas públicas. Este compasivo Salvador, que hablaba tan benignamente del
camino que conduce al cielo, empleó también lenguaje muy claro respecto al
camino del infierno.
Guardémonos de querer saber más de lo que está
escrito, y de ser más benignos que la misma Escritura. Grabemos profundamente
en nuestros corazones el lenguaje de
Juan el Bautista. No nos
avergoncemos nunca de manifestar abiertamente nuestra firme creencia de que hay
una "ira que vendrá" para el
impenitente, y que así como es posible que el hombre se salve, es también posible que se pierda.
Guardar silencio en esta materia es
cometer traición contra las almas de los
hombres; puesto que así se les da a estos márgenes para que continúen en la
maldad y para que den cabida en su mente al antiguo engaño del diablo: "No pereceréis." Es, en
verdad, nuestro mejor amigo el ministro del Evangelio que ingenuamente nos
habla del peligro, y nos aconseja, a semejanza de Juan el Bautista, que "huyamos de la ira
que vendrá." El hombre nunca huye mientras no ve que hay causa real de
temor. Una religión en que no se
haga mención del infierno, no es la
religión de Juan el Bautista, ni la de nuestro Señor Jesús y sus apóstoles.
Debemos notar, como Juan hace ver la inutilidad del arrepentimiento que no está acompañado
de buenos frutos. Él decía a las gentes que
venían a ser bautizadas: " Haced, pues frutos dignos de arrepentimiento;
“y: "Todo árbol que no produce buen fruto es talado...
Esta es una verdad que debe ocupar siempre un
lugar prominente en nuestras creencias. Nunca puede repetirse demasiado, que en
materias religiosas las pláticas y las
protestas son de ningún valor si no van acompañadas de las buenas acciones. Es en vano decir con nuestros labios que nos
arrepentimos, si al mismo tiempo no
mostramos el arrepentimiento en nuestra manera de vivir. Decir que sentimos pesar de nuestros pecados es mera
hipocresía, a menos que en realidad
demos pruebas del pesar, abandonándolos. Los hechos son el índice verdadero del
arrepentimiento. No nos digáis meramente lo que alguno dice en materia de religión. Decidnos más bien lo que
hace. Pro_14:23.
En toda labor hay fruto; Mas las
vanas palabras de los labios empobrecen.
Hemos de notar, cómo ataca Juan la idea común
de que el parentesco con personas religiosas puede salvar nuestras almas.
"No empecéis a decir, “dice a los
Judíos, "tenemos por padre a Abraham; porque os digo que puede Dios aun de
estas piedras levantar hijos a Abraham." Muchos de los oyentes se estremecieron cuando Juan dijo que ser
descendientes de Abraham no era suficiente para Dios. Para estar ante Dios, los
líderes religiosos dependían más de su genealogía que de su fe. Para ellos, la
religión era una herencia. Pero una relación con Dios no es posible trasmitirse
de padres a hijos. Cada uno la debe hallar solo. No confíe en nadie más para su
salvación. Ponga su fe en Jesús y luego ejercítela al ponerla en acción cada
día. La tenacidad con que el hombre se
ha aferrado de esta idea, en todas partes del mundo, es una prueba de nuestro
estado caído y corrompido. Se han hallado millares, en todas las épocas que ha atravesado la iglesia, que han
creído que sus relaciones con personas religiosas los hace aceptables a los
ojos de Dios. Millares han vivido y
muerto en el error de que por estar ligados a gentes santas por los
vínculos del parentesco, o aun por ser miembros de la misma iglesia, podían
confiar en ser salvos.
Tengamos
como principio inconcuso, que la religión que salva es asunto de cada
individuo: asunto entre el alma y Cristo. De nada nos servirá en el último día
haber pertenecido a la iglesia de Calvino, Cranmer, Knox, Owen, Wesley, o
Whitefield. ¿Tuvimos la fe de estos hombres justos? ¿Creemos nosotros como ellos creyeron, y nos esforzamos por vivir
como ellos vivieron, y en seguir a Cristo como ellos Lo siguieron? A ninguno salvará haber tenido
en las venas sangre de Abraham, si no poseyó la fe de Abraham, y no hizo las
obras de Abraham.
Debemos notar en este pasaje, la prueba a qué sometió Juan
la sinceridad de la conciencia de las diferentes clases de gentes dieron a su
bautismo.
Juan estaba convencido de que donde todos
podemos servir mejor a Dios es en nuestro trabajo diario.
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