} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 5; 12-16

jueves, 23 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 5; 12-16


Capítulo 5; 12-16

 12  Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.

 13  Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él.

 14  Y él le mandó que no lo dijese a nadie; sino vé, le dijo, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación, según mandó Moisés, para testimonio a ellos.

 15  Pero su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades.

 16  Mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.

 

 

            La lepra era un mal temido porque a menudo era altamente contagiosa y no había cura conocida. La lepra tenía un impacto emocional de terror similar al SIDA hoy. (La lepra, también llamada el mal de Hansen, aún existe en una forma menos contagiosa que puede tratarse.) Los sacerdotes se dedicaban a la prevención del mal, desterraban a los leprosos del pueblo a fin de prevenir la infección y readmitían a quienes cuyo mal estaba en remisión. Ya que la lepra destruía los terminales nerviosos, a menudo los leprosos sin darse cuenta se lastimaban los dedos de pies y manos y la nariz.

En Palestina se conocían dos clases de lepra. Una era más bien una grave enfermedad de la piel, y era la menos seria. La otra empezaba por un punto, y de allí iba comiéndose la carne  hasta que al desgraciado paciente no le quedaban más que los muñones de las manos o de las piernas. Era literalmente una muerte en vida.

Las disposiciones referentes a la lepra se encuentran en  Levítico, capítulos 13 y 14. Lo más terrible era el aislamiento al que tenía que someterse el paciente. El leproso tenía que ir gritando por todas partes: «¡Inmundo; inmundo!» Tenía que vivir solo, «fuera del campamento» (Lev 13:45, 46 Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo! ¡Inmundo! 46  Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada.). Se le excluía de la sociedad humana, y se le desterraba del hogar: El resultado era, y es todavía, que las consecuencias psicológicas de la lepra eran tan serias como las físicas.

El doctor A. B. MacDonald, que estaba a cargo de una leprosería en Itu, escribe en un artículo: "El leproso es un enfermo de la mente tanto como del cuerpo. Por lo que sea,  se tiene una actitud diferente con la lepra de la que se tiene con cualquier otra enfermedad deformante. Se asocia con vergüenza y horror, y conlleva, de alguna manera misteriosa, un sentimiento de culpabilidad, aunque se haya contraído tan inocentemente como cualquier otra enfermedad contagiosa. Al verse evitados y despreciados, es frecuente que los leprosos tengan la tentación de quitarse la vida, y algunos lo hagan

El leproso sabe que los demás le aborrecen antes de aborrecerse a sí mismo. Este leproso era un caso avanzado, de manera que sin duda había perdido gran parte de los tejidos de su cuerpo. Aun así, creía que Jesús podría curarle su mal. Esta era la clase de hombre que vino a Jesús: era inmundo, y Jesús le tocó.

Se advierte en este pasaje el poder que tenía nuestro Señor Jesucristo sobre las enfermedades incurables. "Un hombre lleno de lepra" acude a él en busca de  alivio, y es sanado al punto. Este fue un milagro. De todas las dolencias que pueden afligir a la humanidad, la lepra es la más severa. Afecta a la vez toda la  constitución. Va acompañada de úlceras, destrucción de la piel, corrupción de la sangre, y putrefacción de los huesos. Es una muerte en vida, cuyo curso  ninguna medicina puede hacer retardar o contener. Empero, se nos dice de este leproso que sanó en un instante. Con solo haber tocado la mano del Hijo de  Dios, la cura se efectuó. ¡Al mero contacto de esa mano omnipotente! "e inmediatamente la lepra desapareció..

Esta maravillosa narración nos presenta un emblema del poder de Cristo para curar nuestras almas. ¿Qué somos todos nosotros a los ojos de Dios sino leprosos  espirituales? El pecado es la enfermedad mortal que a todos nos aflige. Ha arruinado nuestro cuerpo. Ha infectado todas nuestras facultades. Corazón,  conciencia, mente, la voluntad, todo lo ha atacado el pecado. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni suavizadas con aceite. Isaías 1: 6.  Tal es el estado en que nacemos. En cierto sentido estamos muertos mucho tiempo antes que nos entierren. Tal vez nuestros  cuerpos estén sanos y activos, pero nuestras almas están muertas a causa de nuestras culpas y pecados, "¿Quién nos librará del cuerpo de esta muerte?" Demos gracias a Dios que Jesucristo puede librarnos. Él es el Mediador divino que puede hacer que lo viejo  desaparezca, y todas las cosas se hagan de nuevo. En él tenemos vida. Él puede lavarnos enteramente de toda la inmundicia del pecado con Su propia sangre  ¡Él puede vivificarnos con su propio Espíritu!; Él puede, en fin, limpiar nuestros corazones, iluminar nuestro entendimientos, renovar nuestra voluntad, y  darnos salud. Guardemos todo esto en lo más íntimo de nuestros corazones. Hay bálsamo para curar nuestras dolencias. Si nos perdemos, no es porque no sea  posible salvarnos. Por corrompidos que sean nuestros corazones, y por depravada que haya sido nuestra vida pasada, podemos cifrar nuestras esperanzas en el  Evangelio. No hay lepra espiritual que Cristo no pueda curar.

Este pasaje demuestra, la buena voluntad con que Cristo socorría a los necesitados. La súplica del leproso afligido fue muy lastimera: “Señor," dijo, "si quisieres, puedes limpiarme." Nuestro Señor le contestó con palabras llenas de misericordia y de piedad: "Quiero, sé limpio."

Esta pequeña  palabra, "quiero," merece señalada atención. Es una mina profunda, llena de consuelo y de solaz para todas las almas afligidas y agobiadas de pesar. Pone de  manifiesto cuáles son los sentimientos de Cristo hacia los pecadores; y es una prueba de su infinita voluntad de hacer bien a los hijos de los hombres, y de su  deseo de ser compasivo con ellos. Tengamos presente constantemente, que si algunos hombres no se salvan, no es porque Jesús no quiera salvarlos. Él no  desea que ninguno de nosotros perezca, sino, antes bien, que todos vengamos al arrepentimiento. Él quiere que todos los hombres sean salvos, y vengan al  conocimiento de la verdad. No se complace en la suerte del que perece. A la manera que la gallina recoge sus polluelos, hubiera querido El a los hijos de  Jerusalén, si ellos hubiesen querido tan solo unirse a Él. Él quiso, más ellos no quisieron. El pecador debe atribuirse su perdición. Es por su propia  voluntad, y no por la de Cristo, que se pierde para siempre. Solemnes son aquellas palabras de nuestro Señor, " El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. 2Pe_3:9; Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, 1Ti_2:5;  Ezeq. 18:32  Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis. ; Mat_23:37 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! ; Juan 5.40. y no queréis venir a mí para que tengáis vida.

Vemos con cuanto respeto miraba nuestro Señor Jesucristo la ley ceremonial de Moisés. Manda al leproso que vaya presentarse al sacerdote  para que este, conforme a lo prescrito en el Levítico, lo declare limpio. También le manda que lleve la ofrenda por su curación, "como mandó Moisés."  Nuestro Señor en que las ceremonias de la ley Mosaica eran solamente tipos y emblemas de las cosas que estaban por venir, y que en sí mismas no tenían  poder inherente. Sabía bien que los últimos días de las instituciones Levíticas se estaban acercando, y que pronto serian siempre abolidas. Pero mientras  estaban vigentes, quería que fuesen respetadas. Habían sido establecidas por el mismo Dios; y representaciones proféticas de las verdades del Evangelio; por  tanto no debían ser despreciadas.

Esta es una lección que haremos bien en recordar. Tengamos cuidado de no menospreciar la ley ceremonial porque su objeto haya cumplido. Guardémonos  de echar a un lado aquellos pasajes de la Biblia que se refieren a ella pensando que tienen importancia alguna para el creyente en el Evangelio. Es verdad que:  Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. 1Jn_2:8. Nada tenemos que hacer con altares, sacrificios, o sacerdotes. Los que desean  establecer de nuevo estas cosas se parecen a los que encienden una luz a las doce del día. Aunque todo esto es cierto, conviene no olvidemos jamás que la ley  ceremonial está aún repleta de instrucción. Comparada con el Evangelio es como el botón comparado con la flor. Bien comprendida arroja brillante luz sobre  el Evangelio de Cristo.

Finalmente, en este pasaje vemos cuan diligente era nuestro Señor Jesucristo en la práctica de la oración secreta. Aunque mucha gente venía a oírlo y a que las  curase de sus enfermedades, sin embargo, Él siempre destinaba algún rato para este ejercicio de devoción. Santo y sin mancha como era, no permitía que las  exigencias del público lo privasen de una comunicación privada y periódica con Dios. Se nos dice que "se apartaba a los desiertos y oraba..

Aquí se nos pone un ejemplo cuya imitación se descuida mucho en nuestros días. Es de temerse que muy pocos de los que profesan ser cristianos, se esfuerzan  en imitar a Cristo en este punto. Hay abundancia de sermones, de pláticas, de conversaciones, de protestas de fe, de visitas, de ofrendas, de enseñanza en la  escuela y de contribuciones para sociedades de benevolencia. Mas ¿hay juntamente con todo esto la debida proporción de oración secreta? ¿Tienen los  creyentes suficiente cuidado de estar a solas con Dios frecuentemente? Estas son preguntas que humillan y que examinan el corazón; más será provecho  nuestro responderlas.

¿Por qué es que se trabaja con tanto empeño y afán en asuntos religiosos, y sin embargo hay tan pocas verdaderas conversiones? ¿Por qué hay tantos sermones, y tan  pocas almas se salvan; tanto trajín, y tan poco efecto; tanto correr de aquí para allá, y no obstante tan pocas personas que sigan a Cristo? ¿Por qué es todo  esto? La respuesta es corta y sencilla. No se hace bastante oración secreta. La causa de Cristo no necesita menos trabajo, pero sí necesita que los trabajadores  oren más. Examinémonos todos, y enmendemos nuestro modo de obrar. Los mejores trabajadores en la viña del Señor son los que como su Maestro se  arrodillan mucho tiempo y con frecuencia.

Un hombre no puede dar nada a menos que primero lo reciba; y ningún hombre puede tener éxito en el ministerio si no depende constantemente de Dios, porque la excelencia del poder proviene totalmente de él. ¿Por qué se predica tanto y se hace tan poco bien? ¿No es porque los predicadores se mezclan demasiado con el mundo, se mantienen demasiado tiempo entre la multitud y rara vez están en privado con Dios? ¡Lector! ¿Eres tú por heraldo del Señor de los ejércitos? ¡Haz plena prueba de tu ministerio! Que nunca se diga de ti: “Dejó todo para seguir a Cristo y predicar su Evangelio, pero su trabajo tuvo poco o ningún fruto; porque dejó de ser un hombre de oración y entró en el espíritu del mundo ”. ¡Pobre de mí! ¡Pobre de mí! ¡Es esta estrella luminosa, que una vez fue sostenida en la mano derecha de Jesús, caída del firmamento del cielo, a la tierra!

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