Capítulo 5; 12-16
12
Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre
lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le
rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme.
13
Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio.
Y al instante la lepra se fue de él.
14 Y él
le mandó que no lo dijese a nadie; sino vé, le dijo, muéstrate al sacerdote, y
ofrece por tu purificación, según mandó Moisés, para testimonio a ellos.
15 Pero
su fama se extendía más y más; y se reunía mucha gente para oírle, y para que
les sanase de sus enfermedades.
16 Mas
él se apartaba a lugares desiertos, y oraba.
La lepra era un mal temido porque a menudo
era altamente contagiosa y no había cura conocida. La lepra tenía un impacto
emocional de terror similar al SIDA hoy. (La lepra, también llamada el mal de
Hansen, aún existe en una forma menos contagiosa que puede tratarse.) Los
sacerdotes se dedicaban a la prevención del mal, desterraban a los leprosos del
pueblo a fin de prevenir la infección y readmitían a quienes cuyo mal estaba en
remisión. Ya que la lepra destruía los terminales nerviosos, a menudo los
leprosos sin darse cuenta se lastimaban los dedos de pies y manos y la nariz.
En Palestina se conocían dos clases de lepra.
Una era más bien una grave enfermedad de la piel, y era la menos seria. La otra
empezaba por un punto, y de allí iba comiéndose la carne hasta que al desgraciado paciente no le
quedaban más que los muñones de las manos o de las piernas. Era literalmente
una muerte en vida.
Las disposiciones referentes a la lepra se
encuentran en Levítico, capítulos 13 y
14. Lo más terrible era el aislamiento al que tenía que someterse el paciente.
El leproso tenía que ir gritando por todas partes: «¡Inmundo; inmundo!» Tenía
que vivir solo, «fuera del campamento» (Lev 13:45,
46 Y el leproso en quien hubiere llaga llevará
vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: ¡Inmundo!
¡Inmundo! 46 Todo el tiempo que la llaga
estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del
campamento será su morada.). Se le excluía de la sociedad humana, y se
le desterraba del hogar: El resultado era, y es todavía, que las consecuencias
psicológicas de la lepra eran tan serias como las físicas.
El doctor A. B. MacDonald, que estaba a cargo
de una leprosería en Itu, escribe en un artículo: "El leproso es un enfermo de la mente tanto como del cuerpo. Por lo que
sea, se tiene una actitud diferente con
la lepra de la que se tiene con cualquier otra enfermedad deformante. Se asocia
con vergüenza y horror, y conlleva, de alguna manera misteriosa, un sentimiento
de culpabilidad, aunque se haya contraído tan inocentemente como cualquier otra
enfermedad contagiosa. Al verse evitados y despreciados, es frecuente que los
leprosos tengan la tentación de quitarse la vida, y algunos lo hagan.»
El leproso sabe que los demás le aborrecen
antes de aborrecerse a sí mismo. Este leproso era un caso avanzado, de manera
que sin duda había perdido gran parte de los tejidos de su cuerpo. Aun así,
creía que Jesús podría curarle su mal. Esta era la clase de hombre que vino a
Jesús: era inmundo, y Jesús le tocó.
Se advierte en este pasaje el poder que tenía
nuestro Señor Jesucristo sobre las enfermedades incurables. "Un hombre
lleno de lepra" acude a él en busca de
alivio, y es sanado al punto. Este fue un milagro. De todas las
dolencias que pueden afligir a la humanidad, la lepra es la más severa. Afecta a
la vez toda la constitución. Va
acompañada de úlceras, destrucción de la piel, corrupción de la sangre, y
putrefacción de los huesos. Es una muerte en vida, cuyo curso ninguna medicina puede hacer retardar o
contener. Empero, se nos dice de este leproso que sanó en un instante. Con solo
haber tocado la mano del Hijo de Dios,
la cura se efectuó. ¡Al mero contacto de esa mano omnipotente! "e
inmediatamente la lepra desapareció..
Esta maravillosa narración nos presenta un emblema del poder de Cristo
para curar nuestras almas. ¿Qué somos todos nosotros a los ojos de Dios
sino leprosos espirituales? El pecado es
la enfermedad mortal que a todos nos aflige. Ha arruinado nuestro cuerpo. Ha
infectado todas nuestras facultades. Corazón,
conciencia, mente, la voluntad, todo lo ha atacado el pecado. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa
sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni
suavizadas con aceite. Isaías 1: 6. Tal es el estado en que nacemos. En cierto
sentido estamos muertos mucho tiempo antes que nos entierren. Tal vez
nuestros cuerpos estén sanos y activos,
pero nuestras almas están muertas a causa de nuestras culpas y pecados,
"¿Quién nos librará del cuerpo de esta muerte?" Demos gracias a Dios
que Jesucristo puede librarnos. Él es el Mediador divino que puede hacer que lo
viejo desaparezca, y todas las cosas se
hagan de nuevo. En él tenemos vida. Él puede lavarnos enteramente de toda la
inmundicia del pecado con Su propia sangre
¡Él puede vivificarnos con su propio Espíritu!; Él puede, en fin,
limpiar nuestros corazones, iluminar nuestro entendimientos, renovar nuestra
voluntad, y darnos salud. Guardemos todo
esto en lo más íntimo de nuestros corazones. Hay bálsamo para curar nuestras
dolencias. Si nos perdemos, no es porque no sea
posible salvarnos. Por corrompidos que sean nuestros corazones, y por
depravada que haya sido nuestra vida pasada, podemos cifrar nuestras esperanzas
en el Evangelio. No hay lepra espiritual
que Cristo no pueda curar.
Este pasaje demuestra, la buena voluntad con que Cristo socorría a los necesitados. La
súplica del leproso afligido fue muy lastimera: “Señor," dijo, "si
quisieres, puedes limpiarme." Nuestro Señor le contestó con palabras
llenas de misericordia y de piedad: "Quiero, sé limpio."
Esta pequeña
palabra, "quiero,"
merece señalada atención. Es una mina profunda, llena de consuelo y de solaz
para todas las almas afligidas y agobiadas de pesar. Pone de manifiesto cuáles son los sentimientos de
Cristo hacia los pecadores; y es una prueba de su infinita voluntad de hacer
bien a los hijos de los hombres, y de su
deseo de ser compasivo con ellos. Tengamos presente constantemente, que
si algunos hombres no se salvan, no es porque Jesús no quiera salvarlos. Él no desea que ninguno de nosotros perezca, sino,
antes bien, que todos vengamos al arrepentimiento. Él quiere que todos los hombres
sean salvos, y vengan al conocimiento de
la verdad. No se complace en la suerte del que perece. A la manera que
la gallina recoge sus polluelos, hubiera querido El a los hijos de Jerusalén, si ellos hubiesen querido tan solo
unirse a Él. Él quiso, más ellos no quisieron. El pecador debe atribuirse su
perdición. Es por su propia voluntad, y
no por la de Cristo, que se pierde para siempre. Solemnes son aquellas palabras
de nuestro Señor, " El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por
tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno
perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. 2Pe_3:9; Porque hay un solo
Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, 1Ti_2:5; Ezeq. 18:32 Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el
Señor; convertíos, pues, y viviréis. ;
Mat_23:37 ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los
que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina
junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! ; Juan 5.40. y no queréis venir a mí para que
tengáis vida.
Vemos con cuanto respeto miraba nuestro Señor
Jesucristo la ley ceremonial de Moisés. Manda al leproso que vaya presentarse
al sacerdote para que este, conforme a
lo prescrito en el Levítico, lo declare limpio. También le manda que lleve la
ofrenda por su curación, "como mandó Moisés." Nuestro Señor en que las ceremonias de la ley
Mosaica eran solamente tipos y emblemas de las cosas que estaban por venir, y
que en sí mismas no tenían poder
inherente. Sabía bien que los últimos días de las instituciones Levíticas se
estaban acercando, y que pronto serian siempre abolidas. Pero mientras estaban vigentes, quería que fuesen
respetadas. Habían sido establecidas por el mismo Dios; y representaciones
proféticas de las verdades del Evangelio; por
tanto no debían ser despreciadas.
Esta es una lección que haremos bien en
recordar. Tengamos cuidado de no menospreciar la ley ceremonial porque su
objeto haya cumplido. Guardémonos de
echar a un lado aquellos pasajes de la Biblia que se refieren a ella pensando
que tienen importancia alguna para el creyente en el Evangelio. Es verdad que: Sin embargo, os
escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las
tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. 1Jn_2:8. Nada tenemos que hacer con altares,
sacrificios, o sacerdotes. Los que desean
establecer de nuevo estas cosas se parecen a los que encienden una luz a
las doce del día. Aunque todo esto es cierto, conviene no olvidemos jamás que
la ley ceremonial está aún repleta de
instrucción. Comparada con el Evangelio es como el botón comparado con la flor.
Bien comprendida arroja brillante luz sobre
el Evangelio de Cristo.
Finalmente, en este pasaje vemos cuan
diligente era nuestro Señor Jesucristo en la práctica de la oración secreta.
Aunque mucha gente venía a oírlo y a que las
curase de sus enfermedades, sin embargo, Él siempre destinaba algún rato
para este ejercicio de devoción. Santo y sin mancha como era, no permitía que
las exigencias del público lo privasen
de una comunicación privada y periódica con Dios. Se nos dice que "se
apartaba a los desiertos y oraba..
Aquí se nos pone un ejemplo cuya imitación se
descuida mucho en nuestros días. Es de temerse que muy pocos de los que
profesan ser cristianos, se esfuerzan en
imitar a Cristo en este punto. Hay abundancia de sermones, de pláticas, de
conversaciones, de protestas de fe, de visitas, de ofrendas, de enseñanza en
la escuela y de contribuciones para
sociedades de benevolencia. Mas ¿hay juntamente con todo esto la debida
proporción de oración secreta? ¿Tienen los
creyentes suficiente cuidado de estar a solas con Dios frecuentemente?
Estas son preguntas que humillan y que examinan el corazón; más será
provecho nuestro responderlas.
¿Por qué es que se trabaja con tanto empeño y
afán en asuntos religiosos, y sin embargo hay tan pocas verdaderas
conversiones? ¿Por qué hay tantos sermones, y tan pocas almas se salvan; tanto trajín, y tan
poco efecto; tanto correr de aquí para allá, y no obstante tan pocas personas
que sigan a Cristo? ¿Por qué es todo
esto? La respuesta es corta y sencilla. No se hace bastante oración
secreta. La causa de Cristo no necesita menos trabajo, pero sí necesita que los
trabajadores oren más. Examinémonos todos, y enmendemos nuestro
modo de obrar. Los mejores trabajadores en la viña del Señor son los que
como su Maestro se arrodillan mucho
tiempo y con frecuencia.
Un hombre no puede dar nada a menos que primero lo
reciba; y ningún hombre puede tener éxito en el ministerio si no depende
constantemente de Dios, porque la excelencia del poder proviene totalmente de
él. ¿Por qué se predica tanto y se hace tan poco bien? ¿No es porque los
predicadores se mezclan demasiado con el mundo, se mantienen demasiado tiempo
entre la multitud y rara vez están en privado con Dios? ¡Lector! ¿Eres tú por
heraldo del Señor de los ejércitos? ¡Haz plena prueba de tu ministerio! Que
nunca se diga de ti: “Dejó todo para seguir a Cristo y predicar su Evangelio,
pero su trabajo tuvo poco o ningún fruto; porque dejó de ser un hombre de
oración y entró en el espíritu del mundo ”. ¡Pobre de mí! ¡Pobre de mí! ¡Es
esta estrella luminosa, que una vez fue sostenida en la mano derecha de Jesús,
caída del firmamento del cielo, a la tierra!
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