} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 1; 5-25

miércoles, 1 de diciembre de 2021

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS Capítulo 1; 5-25

 

 5  Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías;(A) su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet.

 6  Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor.

 7  Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada.

 8  Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase,

 9  conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor.

 10  Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso.

 11  Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso.

 12  Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor.

 13  Pero el ángel le dijo: Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan.

 14  Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento;

 15  porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.

 16  Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos.

 17  E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.

 18  Dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada.

 19  Respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas.

 20  Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.

 21  Y el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que él se demorase en el santuario.

 22  Pero cuando salió, no les podía hablar; y comprendieron que había visto visión en el santuario. Él les hablaba por señas, y permaneció mudo.

 23  Y cumplidos los días de su ministerio, se fue a su casa.

 24  Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo:

 25  Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres.

       

           Zacarías, el personaje principal de esta escena, era sacerdote. Pertenecía a la orden de Abías. Todos los descendientes directos de Aarón, el hermano de Moisés, eran sacerdotes de nacimiento. Esto hacía que hubiera demasiados sacerdotes para todos los propósitos ordinarios.

Estaban divididos en veinticuatro órdenes o secciones. No ejercían el sacerdocio todos más que en Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. El resto del año cada orden ministraba dos períodos de una semana cada uno. Los sacerdotes que amaban su ministerio estaban deseando que les llegara su semana de turno, que era lo más importante de su vida.

Los sacerdotes se tenían que casar con mujeres que fueran de pura raza judía, y constituía un mérito especial el casarse con una descendiente de Aarón, que era el caso de Elisabet, la mujer de Zacarías.

Había tantos como veinte mil sacerdotes en total, así es que había casi un millar en cada sección, y en ella se echaban a suerte las intervenciones de los distintos miembros.

Los sacrificios de la mañana y de la tarde se ofrecían por toda la nación. Se sacrificaba en holocausto un cordero de un año sin mancha ni defecto, con una ofrenda de comida, de harina y aceite, y de bebida, de vino. Antes del sacrificio de la mañana y después del de la tarde se quemaba incienso en el altar del incienso, para que los sacrificios se elevaran, como si dijéramos, envueltos en un aroma agradable. Era posible que a muchos sacerdotes no les correspondiera quemar incienso en toda la vida; pero si le tocaba en suerte, aquel día era el más grande de la vida de un sacerdote, el más deseado y esperado. Y aquel día le tocó en suerte a Zacarías, que estaría de lo más emocionado. .

               Pero había una tragedia en la vida de Zacarías: su esposa y él no tenían hijos. Los rabinos judíos decían que hay siete personas que están privadas de la comunión con Dios, y la lista empezaba por " un judío que no tiene esposa, o un judío que tiene esposa pero que no tiene ningún hijo.» La esterilidad era causa suficiente para el divorcio. Por tanto, no nos sorprendería que Zacarías, aun en este su gran día, estuviera pensando en su tragedia doméstica y personal y la tuviera presente en sus oraciones. Y entonces tuvo aquella maravillosa visión y recibió el gozoso mensaje de que, aunque ya había perdido toda esperanza, le nacería un hijo.

Se quemaba el incienso y se hacía la ofrenda en el atrio más interior del templo, el Atrio de los Sacerdotes. Mientras se ofrecía el sacrificio, la congregación se agolpaba en el siguiente atrio, el Atrio de los Israelitas. El sacerdote que había oficiado el sacrificio de la tarde tenía el privilegio de salir a la barandilla que separaba ambos atrios para bendecir desde allí a los presentes. La gente se sorprendía de que Zacarías se retrasara tanto. Cuando por fin apareció, no podía hablar, y la gente comprendió que había tenido una visión. Y así, en un deslumbramiento inefable de gozo Zacarías terminó su semana de servicio y se marchó a casa; y allí y entonces empezó a hacerse realidad el mensaje de Dios, y Elisabet se dio cuenta de que iba a tener un niño.

Hay un detalle que sobresale en este relato: fue en la casa de Dios donde Zacarías recibió el mensaje de Dios. Zacarías estaba en el templo sirviendo a Dios. La voz de Dios viene a los que le prestan atención, como Zacarías, en la casa de Dios.

 

  En este pasaje percibimos el poder que la incredulidad ejerce sobre un justo. Recto y santo como era Zacarías, el anuncio del ángel le parece increíble. No cree  haya posibilidad de que un anciano como él, tenga hijos. "¿En qué conoceré esto?" dice, " porque yo soy viejo, y mi mujer avanzada en días...

Un judío de la erudición de Zacarías no debió haber suscitado semejante cuestión. Él, sin duda, se había instruido bien en las Escrituras del Antiguo  Testamento. Debió pues haberse acordado de los nacimientos maravillosos de Isaac, y Sansón, y de Samuel, en los tiempos antiguos. Debió haber tenido  presente que Dios puede repetir lo que una vez ha hecho y que para El nada hay imposible. Mas olvidando todo esto no pensó sino en los argumentos que le  sugirió su propia inteligencia. Así acontece a menudo en materias religiosas, que donde empieza la razón, termina la fe.

La falta que cometió Zacarías nos enseña una lección provechosa. A esta misma falta el pueblo de Dios ha estado lastimosamente expuesto en todas las  edades. Las historias de Abrahán, Isaac, Moisés, Ezequías y Josafat, nos enseñan que el verdadero creyente puede algunas veces ser víctima de la  incredulidad. Fue uno de los primeros pecados que hallaron cabida en el corazón del hombre el día de su caída, cuando Eva creyó al diablo más bien que a  Dios. Es uno de los pecados que se arraigan más hondamente en el corazón del justo, y de cuyo poder no puede este librarse sino hasta el fin de su vida  terrenal. Boguemos diariamente, "Señor, aumenta mi fe," y no dudemos que se cumpla lo que Dios haya prometido.

Además, en estos versículos, se nos dice de qué clase de privilegios y de galardones gozan los ángeles de Dios. Traen mensajes a la iglesia verdadera y gozan  de la presencia inmediata del Todopoderoso. El mensajero celestial que se apareció a Zacarías, le reprende diciéndole quien era: "Yo soy Gabriel, que estoy  delante de Dios, y soy enviado a hablarte...

El nombre "Gabriel," sin duda, llenó a Zacarías de humillación y abatimiento de sí mismo. El debió recordar que el mismo Gabriel fue, quien 490 años antes  había traído a Daniel la profecía de las setenta semanas, y predíjole como había de ser inmolado el Mesías. Dan_9:26. Él, sin duda, contrastó la incredulidad  lastimosa que le aquejaba cuando estaba sirviendo pacíficamente en el templo de Dios, con la fe que animaba al santo Daniel cuando permanecía cautivo en  Babilonia, y en la época en que el templo de Jerusalén estaba en ruinas. Zacarías aprendió ese día una lección que no olvidó jamás.

La relación que Gabriel da de su ministerio, debería excitar en nosotros el deseo de hacer un severo examen de conciencia. Ese espíritu poderoso, mucho más  grande que nosotros en poder e inteligencia, reputa como su más alto honor el "asistir delante de Dios" y hacer Su voluntad. Dirijamos a este minino punto  nuestras miras y aspiraciones. Procuremos vivir de tal manera, que podamos algún día presentarnos sin temor ante el trono celestial, a servir día y noche en el  templo del Altísimo. El camino que conduce a este elevado y santo lugar se abre ante nuestros pasos. Cristo lo ha consagrado con la ofrenda voluntaria de su  propio cuerpo, y de su propia sangre. Hagamos lo posible para marchar por ese camino durante el corto tiempo de la vida presente, para que así podamos  ocupar eternamente el puesto que nos corresponda con los ángeles de Dios. Dan. 12.13.

Este pasaje demuestra, finalmente, cuan malo, en extremo, es a ¡los ojos de Dios el pecado de la incredulidad!. Las dudas y preguntas de Zacarías atrajeron  sobre él un castigo severo. "Serás mudo," dice el ángel, " y no podrás hablar, por cuanto no creíste a mis palabras. “Este castigo era el que requería la ofensa  cometida. La lengua que no se prestó a pronunciar el lenguaje de sincera alabanza, enmudeció de repente. Este castigo fue de larga duración. Por nueve meses,  a lo menos, Zacarías estuvo condenado al silencio, y tuvo que recordar diariamente que su incredulidad había ofendido a Dios.

Ningún pecado  desagrada  tanto a Dios, como el pecado de la incredulidad. Ningunos, ciertamente, han hecho recaer sobre el hombre juicios tan  severos. Es una negación explícita del poder de Dios dudar si Él es capaz de hacer algo que se propone ejecutar. Es injuriar a Dios el dudar si tiene intención  de llevar a efecto algo que claramente ha prometido hacer. Los cristianos que han hecho profesión de su fe nunca deberían olvidar los cuarenta años que Israel  anduvo errante en el desierto. Las palabras de San Pablo son muy solemnes: "No pudieron entrar a causa de la incredulidad." Heb. 3.19.

Velemos y oremos todos los días para no cometer este pecado que arruina el alma. Cejar ante la incredulidad es arrebatar a los creyentes la paz  interior debilitarles los brazos para el día de la lucha, es atraer negras nubes sobre el horizonte de sus esperanzas y arrojarles sobre los hombros cargas  gravosas. En proporción a la intensidad de nuestra fe será nuestro gozo en la redención del género humano, nuestra paciencia en el día de la prueba, nuestra  victoria sobre el mundo. La incredulidad, en resumen, es la causa verdadera de mil enfermedades espirituales, y si la dejamos anidarse en nuestros corazones,  carcomerá como un cáncer. "Si no creyereis, cierto no permanecer oís." Isai. 8.8. En todo lo que toca al perdón de nuestros pecados, y a la aceptación de  nuestros corazones a los deberes y a las pruebas de nuestra vida diaria establezcamos como máxima invariable en nuestra religión la siguiente: poner fe  implícita en todas y en cada una de las palabras de Dios, y desechar la incredulidad.

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