Capítulo 3; 10-20
10
Y la gente le preguntaba, diciendo: Entonces, ¿qué haremos?
11
Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene;
y el que tiene qué comer, haga lo mismo.
12
Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron:
Maestro, ¿qué haremos?
13
Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado.
14
También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué
haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos
con vuestro salario.
15
Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus
corazones si acaso Juan sería el Cristo,
16
respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad os bautizo en agua;
pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa
de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.
17
Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en
su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.
18
Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al
pueblo.
18 Con
estas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo.
19
Entonces Herodes el tetrarca, siendo reprendido por Juan a causa de
Herodías, mujer de Felipe su hermano, y de todas las maldades que Herodes había
hecho,
20
sobre todas ellas, añadió además esta: encerró a Juan en la cárcel
El
mensaje de Juan demandaba al menos dos respuestas específicas: (1) comparta con
los que están en necesidad, (2) cualquiera que sea su trabajo, hágalo bien y
con imparcialidad, y (3) conténtese con su salario. Juan no tenía tiempo para
dirigir un mensaje de consuelo a los que vivían con indiferencia o egoísmo,
hizo un llamamiento para que la gente viviera con justicia. Los cobradores de
impuestos eran muy conocidos por su deshonestidad. Los romanos reunían dinero
para su gobierno explotando los privilegios de la recaudación. Los cobradores
de impuestos obtenían su sustento agregando una considerable suma al total,
todo lo que pudieran quitar, y se quedaban con ella. A menos que la gente se revelara
y se arriesgara a la represalia romana, tenían que pagar lo pedido. Es obvio
que odiaban a los cobradores de impuestos, que eran deshonestos, avaros y
dispuestos a traicionar a sus compatriotas por dinero. Aun así, dice Juan, Dios
puede aceptar a estos hombres si se arrepienten y cambian en verdad sus
caminos. No quiso dar a entender que,
procediendo de este modo expiarían sus pecados, y harían paz con Dios, sino que
así sabrían si su arrepentimiento era sincero.
Este es el mejor modo de proceder con las
almas, y especialmente con las almas de
los que están comenzando a hacerse de fe; y sobre todo, aprendamos cuál es el
medio seguro de probar nuestros propios corazones. Es menester no contentarnos con vociferar contra pecados a
que por naturaleza no estamos inclinados, en tanto que permanecemos
indiferentes respecto de pecados de otra
clase. Descubramos en qué consiste nuestra corrupción; hallemos cuales
son nuestros pecados dominantes y dirijamos contra ellos nuestros mayores esfuerzos. Hagámosles guerra sin tregua. Que
el rico abandone los pecados del rico, y el pobre los pecados del pobre. Que renuncie
el joven los pecados de la juventud, y
el anciano los pecados de la ancianidad. Este es el primer paso para probar que
obramos con sinceridad, cuando principiamos a pensar seriamente acerca de nuestras almas. ¿No engañamos?
¿Somos sinceros? En tal caso empecemos por examinar nuestros corazones.
Aprendemos en estos versículos, en primer
lugar, que una de las dos de las tareas del buen ministro es hacer que los
hombres se dediquen más a la meditación.
Leemos acerca de los oyentes de Juan el Bautista, que "estaban esperando y
pensando todos de Juan en sus corazones si él fuese el Cristo...
La causa de la religión verdadera habrá dado
un gran paso hacia adelante en la iglesia, congregación o familia, si los
miembros de estas empiezan tan solo a
pensar. La indiferencia en las materias espirituales es uno de los
distintivos del impenitente. No puede decirse de estas muchas veces que le
agrade o le desagrade el Evangelio; más no le da lugar en sus pensamientos:
nunca examina.
Debemos siempre dar gracias a Dios cuando
vemos que la reflexión empieza a ocupar la mente de algún impenitente. La
investigación es el camino real que
conduce a la conversión. La verdad de Cristo nada tiene que temer del
examen concienzudo. El que esto escribe se dedica a leer y estudiar lo que
muchos comentaristas bíblicos han dejado como legado para los que seguimos sus
pasos, y la investigación desea ocupe el
lugar que merece. Él sabe bien que ella basta para satisfacer todas las
exigencias del corazón y de la conciencia del hombre, y que los que no
reconocen esto, no la entienden. Pensar,
sin duda, no es tener fe o arrepentimiento. Más siempre es un síntoma favorable
cuando los oyentes del Evangelio empiezan a
"pensar en sus corazones" debemos bendecir a Dios y llenarnos
de esperanza.
Se nos
enseña en segundo lugar, en estos versículos, que el ministro fiel ensalza
siempre a Cristo. Leemos que cuando Juan percibió el estado mental en que se hallaban sus oyentes, les habló de la
venida de un Maestro mucho más poderoso que él. Rehusó el que el pueblo estaba
inclinado a tributarle, y los encaminó a
que tenía el "aventador en su mano," el Cordero de Dios, al Mesías.
Esta debe ser siempre la conducta del verdadero "hombre de Dios." Él
no puede jamás permitir que se le dé,
por ningún motivo, el honor que corresponde a su divino Maestro. Está dispuesto
a decir como S. Pablo: "No me predico a mí mismo, sino a Jesucristo el Señor, y yo
siervo vuestro por amor de Jesús." 2Co_4:5.
Dar loor a Jesucristo por
haber muerto y resucitado por el impío;
hacer conocer su amor para con los pecadores y su poder para salvarlos,
he aquí el objeto principal del ministro del Evangelio. "A El
conviene crecer, más a mí decrecer" es el principio que debe guiarlo en
todos sus sermones. No importa que su nombre sea arrojado al olvido con tal que
Cristo crucificado sea ensalzado.
¿Deseamos saber si algún ministro es puro en
la fe, y merece nuestra confianza como guía espiritual? Solo tenemos que hacer
esta sencilla pregunta: ¿Qué dice de
Cristo? ¿Deseamos saber si nosotros mismos estamos recibiendo provecho de los
sermones que oímos? Preguntémonos si su efecto es engrandecer a Cristo en nuestra estimación. El ministro que
predica en edificación nuestra nos hará pensar más y más en Jesús.
Estos versículos nos enseñan, en tercer lugar,
que hay una diferencia esencial entre el Señor Jesús y aun los mejores y más
justos de Sus ministros.
Percibírnosla en las palabras solemnes de Juan
el Bautista: "Yo, a la verdad, os bautizo con agua: él os bautizará con el
Espíritu Santo...
Un hombre que ha sido ordenado, puede
administrar los ritos externos del Cristianismo, más ese hombre no puede leer
los corazones. Puede predicar lealmente el Evangelio a los oídos exteriores,
pero no puede hacer que el corazón lo
acepte. Puede aplicar al cuerpo el agua del bautismo, más no puede purificar el
interior. Puede poner en los labios el pan y el vino de la cena del Señor, más no puede hacer a nadie
digno según la fe de comer el cuerpo, y de beber la sangre de Cristo. Puede
llegar hasta cierto punto, pero no más
allá. Ninguna ordenación, por sagrada que se considere, puede dar a nadie la
facultad de cambiar el corazón. Solamente Cristo, gran Cabeza de la Iglesia, puede hacer esto por medio del Espíritu
Santo; y él no ha delegado su poder a ningún hombre.
¡Quiera Dios que nunca nos sintamos tranquilos
hasta tanto hayamos experimentado el poder de la gracia de Cristo! Bien que
hayamos sido bautizados con agua; ¿lo
hemos sido también con el Espíritu Santo? Bien que nuestros nombres
aparezcan en el registro de bautismo; ¿aparecen también en el libro de la Vida?
Bien que seamos miembros de la iglesia visible; ¿lo somos también de aquel
cuerpo místico, del cual solo Cristo es la cabeza? Todas estas son mercedes
que solo Cristo otorga, y por las cuales, preciso es que todos los que
quisieren salvarse acudan en persona a Él. El hombre no puede concederlas. Son tesoros depositados en manos
de Cristo: es preciso que de él las solicitemos con fe y oración.
Aprendamos, en cuarto lugar, en estos
versículos, el cambio que Cristo hará en Su iglesia visible, cuando aparezca la
segunda vez. Según las palabras
figuradas de su precursor, "él limpiará su era, y, trigo en su
alfolí; y quemará la paja en fuego que nunca se apagará...
La
iglesia visible es al presente en cuerpo heterogéneo. Creyentes y no creyentes,
justos e injustos, convertidos é impenitentes, todos están mezclados en
cada congregación; y muchas veces se
sientan juntos. El
hombre no tiene la facultad de distinguirlos, las falsas protestas son a menudo
tan semejantes a las verdaderas, y la fe
es a menudo tan débil, que la distinción es en muchos casos imposible. El
trigo y la paja continuarán juntos hasta que el Señor venga.
Más en el último día habrá una separación
solemne. El infalible Rey de reyes separará el trigo de la paja, y la
separación será eterna. Los justos serán
congregados en un lugar de gloria y felicidad. Los impíos serán
condenados a la deshonra y al oprobio sempiterno. En el gran día de la
separación, cada uno irá al lugar que le
corresponde. ¡Pluguiese a Dios que dirigiésemos nuestras miradas hacia ese día,
y nos juzgásemos a nosotros mismos para no ser juzgados por el Señor! Hagamos cuanto esté a nuestro
alcance para que nuestra vocación y elección sean seguras, y para saber si
somos el " trigo " de Dios.
Estos versículos nos enseñan, finalmente, que
muchas veces los siervos de Dios no reciben su recompensa en este mundo. San
Lucas concluye la reseña de los
servicios de Juan el Bautista con su prisión por orden de Herodes. Otros
pasajes del Nuevo Testamento nos dicen como terminó esa prisión: Juan fue decapitado.
Juan era tan atrevido y tan claro predicando
la integridad que no pudo por menos de meterse en problemas. Herodes acabó por
meterle en la cárcel. El historiador judío Josefo dice que Herodes le metió
preso «porque temía que la gran influencia que Juan ejercía sobre el pueblo le
colocara en posición y en disposición de levantar una revuelta; porque la gente
parecía dispuesta a hacer todo lo que Juan aconsejara.» No cabe duda de que eso
sería verdad, pero los autores del Nuevo Testamento dan una razón mucho más
personal e inmediata. Herodes Antipas se había casado con Herodías, y Juan se
lo reprochaba.
La relación que estaba involucrada en ese
matrimonio era tremendamente complicada. Herodes el Grande se había casado
muchas veces. Herodes Antipas, el que se casó con Herodías y metió a Juan en la
cárcel, era hijo de Herodes el Grande y de una mujer que se llamaba Maltake.
Herodías misma era hija de Aristóbulo, que era hijo de Herodes el Grande y de
Mariamne, al que llamaban el Hasmoneo. Como hemos visto, Herodes había dividido
el reino entre Arquelao, Herodes Antipas y Herodes Felipe. Tenía otro hijo, que
también se llamaba Herodes, al que tuvo con otra Mariamne, hija de un sumo
sacerdote. Este Herodes no tuvo parte en el reino de su padre, y vivió en Roma
como un mero ciudadano, y se casó con Herodías. De hecho era medio tío suyo,
porque él y su suegro eran hijos del mismo padre aunque de diferentes mujeres.
Herodes Antipas, en una visita que hizo a Roma, sedujo a Herodías y se casó con
ella. Herodías era al mismo tiempo su cuñada, porque estaba casada con su
hermanastro, y su sobrina, porque era hija de Aristóbulo, otro hermanastro.
Todo el asunto era repugnante a los ojos de
los judíos y totalmente contrario a la ley judía, e incluso a cualquier moral.
Era peligroso reprender a un tirano oriental, pero Juan lo hizo. La
consecuencia fue que le arrestaron y encarcelaron en los calabozos del castillo
de Maqueronte, a orillas del Mar Muerto. Nada podía ser más cruel que meter a
este hijo del desierto en una mazmorra. Por último le decapitaron para
complacer el resentimiento de Herodías (Mat_14:5-12
5 Y
Herodes quería matarle, pero temía al pueblo; porque tenían a Juan por profeta.
6 Pero cuando se celebraba el cumpleaños
de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio, y agradó a Herodes, 7 por lo cual éste le prometió con juramento
darle todo lo que pidiese. 8 Ella,
instruida primero por su madre, dijo: Dame aquí en un plato la cabeza de Juan
el Bautista. 9 Entonces el rey se
entristeció; pero a causa del juramento, y de los que estaban con él a la mesa,
mandó que se la diesen, 10 y ordenó decapitar
a Juan en la cárcel. 11 Y fue traída su
cabeza en un plato, y dada a la muchacha; y ella la presentó a su madre. 12 Entonces llegaron sus discípulos, y tomaron
el cuerpo y lo enterraron; y fueron y dieron las nuevas a Jesús; Mar_6:17-29 17 Porque el mismo Herodes había enviado y
prendido a Juan, y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías,
mujer de Felipe su hermano; pues la había tomado por mujer. 18 Porque Juan decía a Herodes: No te es lícito
tener la mujer de tu hermano.19 Pero
Herodías le acechaba, y deseaba matarle, y no podía; 20 porque Herodes temía a Juan, sabiendo que era
varón justo y santo, y le guardaba a salvo; y oyéndole, se quedaba muy
perplejo, pero le escuchaba de buena gana. 21
Pero venido un día oportuno, en que Herodes, en la fiesta de su
cumpleaños, daba una cena a sus príncipes y tribunos y a los principales de Galilea,
22 entrando la hija de Herodías, danzó, y
agradó a Herodes y a los que estaban con él a la mesa; y el rey dijo a la
muchacha: Pídeme lo que quieras, y yo te lo daré. 23 Y le juró: Todo lo que me pidas te daré,
hasta la mitad de mi reino. 24 Saliendo
ella, dijo a su madre: ¿Qué pediré? Y ella le dijo: La cabeza de Juan el
Bautista. 25 Entonces ella entró
prontamente al rey, y pidió diciendo: Quiero que ahora mismo me des en un plato
la cabeza de Juan el Bautista. 26 Y el
rey se entristeció mucho; pero a causa del juramento, y de los que estaban con
él a la mesa, no quiso desecharla. 27 Y
en seguida el rey, enviando a uno de la guardia, mandó que fuese traída la
cabeza de Juan. 28 El guarda fue, le
decapitó en la cárcel, y trajo su cabeza en un plato y la dio a la muchacha, y la
muchacha la dio a su madre. 29 Cuando
oyeron esto sus discípulos, vinieron y tomaron su cuerpo, y lo pusieron en un
sepulcro.).
Siempre
es peligroso decir la verdad; pero, aunque el que se identifica con la verdad
puede acabar en la cárcel o en la horca, a fin de cuentas es un vencedor. El
conde de Morton, que era el regente de Escocia, amenazó una vez al reformador
Endrew Melville:
-¡No habrá nunca tranquilidad en este país
hasta que se os destierre o ahorque a media docena de vosotros!
-¡Menos amenazas, señor! -le contestó
Melville-. En esa guisa no conseguiréis amedrentar a vuestros súbditos. Lo
mismo me da pudrirme en la tierra que en el aire. ¡Dios sea glorificado, que no
está en vuestro poder el ahorcar o el desterrar su verdad!
Platón dijo una vez que un sabio siempre
preferirá que se cometa una injusticia con él, a cometerla él. No tenemos más
que preguntarnos a nosotros mismos sí en última instancia preferiríamos ser
Herodes Antipas o Juan el Bautista.
Todos los verdaderos siervos de Dios deben
contentarse con la esperanza de la recompensa. El mejor galardón les está
reservado para la otra vida. Es menester
no extrañen si reciben mal trato de los hombres. El mundo que persiguió a
Cristo, nunca vacilará en perseguir a los cristianos. "Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece”
1Jn_3:13.
Consolémonos con la idea de que el gran
Maestro nos tiene atesoradas en el cielo mayores cosas de las que nosotros
podemos imaginar. De la sangre que Sus
santos han derramado a causa de Su nombre se tomará cuenta en aquel gran
día; y las lágrimas derramadas abundantemente a consecuencia de la crueldad
de los malvados, serán enjugadas. Y
cuando Juan el Bautista y todos los que han sufrido por la verdad sean al fin
congregados, verán que es cierto que el cielo
indemniza por todo.
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