Capítulo 1; 57-66
57 Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de
su alumbramiento, dio a luz un hijo.
58 Y cuando oyeron los vecinos y los parientes
que Dios había engrandecido para con ella su misericordia, se regocijaron con
ella.
59 Aconteció que al octavo día vinieron para
circuncidar al niño;(K) y le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías;
60 pero respondiendo su madre, dijo: No; se
llamará Juan.
61 Le dijeron: ¿Por qué? No hay nadie en tu
parentela que se llame con ese nombre.
62 Entonces preguntaron por señas a su padre,
cómo le quería llamar.
63 Y pidiendo una tablilla, escribió, diciendo:
Juan es su nombre. Y todos se maravillaron.
64 Al momento fue abierta su boca y suelta su
lengua, y habló bendiciendo a Dios.
65 Y se llenaron de temor todos sus vecinos; y
en todas las montañas de Judea se divulgaron todas estas cosas.
66 Y todos los que las oían las guardaban en su
corazón, diciendo: ¿Quién, pues, será este niño? Y la mano del Señor estaba con
él.
En Israel, el nacimiento de un niño era una ocasión festiva. Cuando se aproximaba la fecha, se reunían cerca de la casa los amigos y los músicos locales. Y cuando se anunciaba el nacimiento, si era niño, los músicos se ponían a tocar y a cantar, y todo el mundo se congratulaba y se ponía jubiloso. Si era una niña, los músicos se alejaban tristemente y en silencio. Según un dicho: "El nacimiento de un hijo varón produce alegría universal; pero el de una niña, universal tristeza.» Así es que en la casa de Elisabet había doble motivo de gozo: por fin había tenido un niño, y era varón.
A los ocho días de nacer se circuncidaba y se ponía nombre a los niños. A las chicas se les podía poner nombre en cualquier momento durante su primer mes de vida. Los vecinos de Elisabet se deben haber gozado simplemente porque ella había tenido un hijo a pesar de su previa esterilidad. El octavo día era el señalado para la ceremonia judía de la circuncisión (Lev. 12:3 Y al octavo día se circuncidará al niño.). No es lo usual que se asociara ese día con el acto de poner nombre al niño, ya que éstos eran puestos normalmente al nacer, pero la vinculación dio ocasión para la ceremonia pública en la cual los presentes fueron sorprendidos de que el niño no recibiera el nombre de su padre, sino que se le llamara Juan. Esto era practicado por todos los pueblos vecinos de Israel, con excepción de los filisteos –un pueblo griego del Egeo-. En general, para la mayoría de las culturas fue un rito que se indicaba su llegada a la etapa de hombre adulto, pero no así para los israelitas. Esta vez se trataba de un rito de iniciación y entrada al pueblo del Pacto. Era la señal de una especial relación de fe con YHWH (Génesis 17:9-14. 9 Dijo de nuevo Dios a Abraham: En cuanto a ti, guardarás mi pacto, tú y tu descendencia después de ti por sus generaciones. 10 Este es mi pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti: Será circuncidado todo varón de entre vosotros. 11 Circuncidaréis, pues, la carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. 12 Y de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje. 13 Debe ser circuncidado el nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra carne por pacto perpetuo. 14 Y el varón incircunciso, el que no hubiere circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su pueblo; ha violado mi pacto.).
Cada Patriarca circuncidaba a sus propios hijos (actuando
como el sacerdote de su familia)
Robert Girdlestone en Sinónimos del Antiguo
Testamento, p. 214, dice que el rito de la circuncisión se relacionaba con el
rito del derramamiento de sangre. La sangre se identificaba con aparición del
Pacto (Génesis 15:17 Y
sucedió que puesto el sol, y ya oscurecido, se veía un horno humeando, y una
antorcha de fuego que pasaba por entre los animales divididos.), y la redención a través de Él (Isaías 53).
Era tan importante, que si ese día caía en sábado el
ritual debía practicarse. Una sorpresa siguió a otra cuando el padre mudo
confirmó la elección.
En Israel, los nombres eran descriptivos. Algunas veces recordaban algún detalle de su nacimiento, como en el caso de Esaú y Jacob (Gen_25:25-26. 25 Y salió el primero rubio, y era todo velludo como una pelliza; y llamaron su nombre Esaú.26 Después salió su hermano, trabada su mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob. Y era Isaac de edad de sesenta años cuando ella los dio a luz.). Otras veces describían al bebé: Labán, por ejemplo, quiere decir blanco o rubio. A veces se le ponía el nombre del padre. A menudo el nombre describía la alegría de los padres: Samuel y Saúl, por ejemplo, querían decir pedido (a Dios). Otras veces el nombre era un testimonio de la fe de los padres: Elías, por ejemplo, quiere decir Jehová es mi Dios; en tiempos de culto a Baal, los padres de Elías confesaban su fe en el Dios verdadero.
Elisabet, para sorpresa de los presentes, dijo que
su hijo se tenía que llamar Juan, y Zacarías también manifestó el mismo deseo.
Juan es la forma breve de Yehojanán, que quiere decir regalo de Jehová, o
Jehová es misericordioso. Era el nombre que Dios había dicho que se le pusiera
al niño, y que describía la gratitud de los padres por tan precioso y ya
inesperado regalo de Dios.
Todos los conocidos y los que se enteraban del
maravilloso suceso se preguntaban: «¿Qué llegará a ser este niño?" Y es
que cada niño es un racimo de posibilidades. Había un antiguo maestro latino que
siempre hacía una profunda reverencia ante la clase antes de empezar la
lección. Cuando le preguntaban por qué, él contestaba: «Porque nunca se sabe lo
que uno de estos chavales va a llegar a ser.» El nacimiento de un niño en una
familia representa dos cosas. La primera, es el más grande privilegio que se
puede conceder a un hombre y a una mujer; algo por lo que hay que dar gracias a
Dios. Segunda, es una de las más altas responsabilidades de la vida, porque ese
niño es un racimo de posibilidades, y depende de los padres y de los maestros
el que esas posibilidades se hagan o no realidad.
La primera palabra que sale de la boca de Zacarías, tan pronto como le vuelve
el habla, es de alabanza. Principia con la misma expresión con que S. Pablo
principia algunas de sus epístolas: "
Bendito el Señor...
En nuestros días con dificultad podemos comprender
la intensidad de los sentimientos de ese hombre virtuoso. Debemos colocarnos en
su lugar mentalmente, imaginarnos ver el
cumplimiento de la promesa más antigua del Antiguo Testamento--la promesa de un
Salvador, y que contemplamos verificarse delante de nosotros el cumplimiento de esta promesa.
Debemos procurar comprender cuan oscura e imperfecta era la idea que los
hombres tenían del Evangelio antes de la
venida de Cristo, y cuando los símbolos y los tipos no habían aun desaparecido.
De esta manera tal vez podemos formarnos alguna idea de lo que sintió Zacarías cuando exclamó: "Bendito el
Señor...
Hay razón para, temer que los cristianos, por lo
general, no sabemos estimar en su debido valor el inmenso privilegio de vivir
bajo la luz del Evangelio. Quizá
olvidamos que los estatutos del sistema Judaico eran apenas el
crepúsculo del día que iba a amanecer. No cerremos los ojos ante los favores
que se nos han concedido.
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