Job 6; 14
Para el abatido, debe haber compasión de parte de su
amigo; no sea que abandone el temor del Todopoderoso. (LBLA)
La primera respuesta de Job
es un prolongado lamento en el que justifica sus quejas invocando lo profundo
de sus sufrimientos. Job acaba de quejarse de que no le quedan fuerzas, pero
ahora procede a un ataque amargo y sarcástico contra sus amigos. Su depresión
se ha convertido en ira. Empieza con indirectas, con la imagen de un arroyo o
torrente temporal que nunca tiene agua cuando se necesita. Acusa a sus amigos
de no haber pagado su deuda de amistad que sería su lealtad, la lealtad de la
amistad y aceptación sin reservas pase lo que pase. Los amigos interpretan la
“lealtad” como algo distinto. Ofrecen su simpatía y su apoyo, pero sólo en lo
que sea realista. No pueden decir “mi amigo, estés o no en lo correcto”, cuando
los sufrimientos de Job prueban claramente que ha actuado mal y está siendo
disciplinado por Dios por algún pecado. ¿Cómo pueden ignorar la evidencia ante
sus ojos y lo que han aprendido y alentar a Job en lo que ellos creen sería una
posición falsa, farisaica?
Expresa su desilusión por ser objeto de estas amargas e inmerecidas
críticas de sus amigos, y presenta su punto de vista de que Dios se ha
convertido en su cruel perseguidor. La autocompasión de Job comienza a
transformarse en ira y éste empieza a buscar alivio para sus males. Job subraya
el abismo que separa al que sufre del que lo viene a consolar. ¿Cuántas
máscaras al lado de un enfermo? Las palabras de consuelo a menudo son un
disfraz el que consuela al afligido quiere disimular su propio desconcierto
ante el dolor del otro y su incapacidad para darle un alivio eficaz. El
enfermo, sin embargo, no se deja engañar porque sabe lo que siente, y se halla
más aislado.
Juan 15; 13
Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida
por sus amigos.
Esta es una verdad aceptada por todos con respecto al amor. Aquila y
Priscila "expusieron su vida por mí", Rom_16:4;
Epafrodito "por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte, exponiendo
su vida para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mí", Flp_2:29-30; 1Jn_3:16; Rom_5:8.
Jesús nos envía al mundo para que nos amemos los unos a los otros. A
veces vivimos como si se nos hubiera echado al mundo para competir, o para
discutir, o hasta para pelearnos los unos con los otros. Pero el cristiano ha
de vivir de tal manera que muestre lo que quiere decir amar a sus semejantes.
Aquí Jesús hace otra de Sus grandes proclamas. Si Le preguntáramos: "¿Qué
derecho tienes Tú a exigirnos que nos amemos unos a otros?» Su respuesta sería:
«Nadie puede llegar a mostrar más amor que dando la vida por sus amigos: y eso
es lo que Yo he hecho.» Muchos les han dicho a los demás que se amaran, cuando
toda la vida de los que lo decían era una demostración de que eso era lo último
que hacían o harían ellos. Jesús nos dejó un mandamiento que El mismo fue el
primero en cumplir. Por eso nos dice: «Como Yo os he amado.»
De forma sencilla, esta declaración establece lo que debe ser
prioritario para nosotros y la senda que hemos de seguir:
1) Nuestra prioridad es amarnos los unos a los otros.
2) Nuestra senda es amar como Cristo nos amó, «poniendo su vida».
¿Quién puede medir este amor? Cristo dejó el confort, el gozo y la adoración
del cielo para llevar sobre sí los pecados de la humanidad. Soportó el dolor de
los azotes, los clavos en sus manos, la lanza que hirió su costado, la corona
de espinas sobre su cabeza, todo lo cual ejemplifica la medida de su amor.
Descubrimos su amor, vemos su manera de amar y, al mismo tiempo, somos llamados
a sobrellevar los pecados de otras personas, el dolor que se nos impone, los
golpes que nos propinan, las crueldades y el trato impropio de que nos hacen
objeto. ¿Imposible? Sí, para la naturaleza humana; pero como nuevos templos del
Espíritu Santo, quien ha derramado el amor de Dios en nuestros corazones,
podemos pedir y recibir la gracia y el poder de amar tal como Jesús amó. (Jn_12:26/2Pe_1:7-8)
Jesús dijo a los Suyos que ya no los iba a llamar más esclavos, sino
amigos. Ahora bien: ese dicho sería aún más glorioso para los que Se lo oyeron
por primera vez que para nosotros. Dulos, el esclavo, el siervo de Dios, no era
un título vergonzoso, sino del mayor honor. Moisés fue dulos de Dios (Deu_34:5); y lo mismo Josué (Jos_24:29),
y David (Sal_89:20). Era un título que Pablo se
sentía orgulloso de usar (Tit_1:1), lo mismo que
Santiago (Stg_1:1). Los más grandes del pasado
tenían a gala el ser duloi (plural), esclavos de Dios. Y Jesús dice: «Yo tengo
algo todavía mejor para vosotros: ya no vais a ser esclavos, sino amigos.»
Cristo, desde que vino al mundo, nos ofrece una confianza con Dios que ni los
mayores del pasado se atrevieron a soñar.
La idea de ser amigo de Dios tiene su trasfondo. Abraham fue el amigo
de Dios (Isa_41:8).
Jesús nos llama para que seamos Sus amigos y los amigos de Dios. Ese
es un ofrecimiento tremendo. Quiere decir que ya no tenemos que mirar a Dios
anhelantemente desde lejos. No somos como los esclavos, que no tienen el menor
derecho a entrar a la presencia de su amo; ni como las multitudes, que sólo
consiguen vislumbrar al rey cuando pasa en alguna ocasión especial. Jesús nos
ha introducido en esta intimidad con Dios, Que ya no es para nosotros un
extraño inasequible, sino nuestro Amigo íntimo.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario