1 Jn 4; 1-3
Amados, no creáis
a todo espíritu, sino probad los espíritus para ver si son de Dios, porque
muchos falsos profetas han salido al mundo.
En esto conocéis el Espíritu de Dios: todo
espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios;
y todo
espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, del cual
habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.
1Jn 4:6 Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no
es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el
espíritu del error.
Con ánimo de ser
constructivo y edificar la vida espiritual para un mayor conocimiento de Cristo,
me atrevo a decir, qué el culto de la mañana donde se celebra la Mesa del Señor
no es el momento para ponerse a disertar sobre el “Docetismo” desde un púlpito,
a no ser que con ello se trate de impresionar
a los escuchantes. No todo el mundo tiene la misma madurez para poder entender
esa corriente herética derivada del gnosticismo. El conocimiento intelectual en
nada aprovecha si no se refleja en una vida de humildad. Cuando lo
que se refleja es orgullo por pertenecer a l “grupo de liderazgo”, es síntoma de
haber entrado en un bucle, que sólo podemos apreciar quienes hemos pasado por
la misma situación, y que por la gracia de Dios y el auxilio del Espíritu Santo,
hemos dejado atrás. Como el mal aliento, que lo soportan quienes no rodean pero
el que lo emite , ni se inmuta. La soberbia espiritual es mala consejera y raíz
de todos los males que afrontan las iglesias evangélicas. Creo necesario hacer
un alto, y mirarnos en el espejo de la Palabra de Dios en la Biblia para ser
escudriñados hasta el tuétano y sea revelado nuestro verdadero estado, y no
aquél que queremos aparentar. No es lo mismo “ser” que “parecer”. Puedo ir a la
congregación, llevar una Biblia en la mano, decir palabras piadosas, hacer
muchas cosas “para el Señor” y NO SER nacido de nuevo (Mat
25; 11-12) (Luc 13; 23-27) ( Jn 15; 5-6)
Para Juan, la fe cristiana se podía
resumir en una sola frase: " La Palabra se hizo carne, y habitó entre
nosotros» (Jn_1:14).
Cualquier espíritu que negara la realidad de la Encarnación, no procedía de
Dios. Juan establece dos pruebas de fe.
Para que se vea que es de Dios, un espíritu
debe reconocer que Jesús es el Cristo, el Mesías. Según lo veía Juan, el
negarlo sería negar tres cosas acerca de Jesús.
(a) Sería negar que
Él es el centro de la Historia, Aquel para quien toda la Historia anterior
había sido una preparación.
(b) Sería negar que
Él es el cumplimiento de las promesas de Dios. A lo largo de todas sus luchas y
sus derrotas, los judíos se habían adherido a las promesas de Dios. Negar que
Jesús es el Mesías prometido es negar que esas promesas sean verdad.
(c) Sería negar Su Reino. Jesús vino, no
sólo a sacrificarse, sino a reinar; y negar Su mesiazgo es excluirle de Su
realeza esencial.
Para proceder de Dios un espíritu debía
reconocer que Jesús ha venido en la carne. Era precisamente esto lo que los
gnósticos no podrían aceptar nunca. Puesto que, según su punto de vista, la
materia era totalmente mala, una Encarnación real era totalmente imposible,
porque Dios nunca podría asumir la carne. Agustín habría de decir más tarde que
podría encontrar paralelos en los filósofos paganos para todo lo del Nuevo
Testamento excepto una cosa: " El Logos Se hizo carne.» De acuerdo con el
punto de vista de Juan, el negar la completa humanidad de Jesucristo era atacar
la fe cristiana en sus mismas raíces.
El negar la realidad de la Encarnación
tiene ciertas consecuencias definidas.
Es negar que Jesús pudiera ser nunca nuestro
ejemplo. Si no era realmente un hombre, viviendo en las mismas condiciones
humanas, no podría nunca mostrar a los hombres cómo vivir.
Es negar que Jesús pudiera ser el Sumo
Sacerdote Que abre el acceso a Dios. El verdadero Sumo Sacerdote, como vio el
autor de la Carta a los Hebreos, debía ser en todas las cosas semejante
a nosotros, conociendo nuestras debilidades y nuestras tentaciones (Heb_4:14 s). Para
guiar a los hombres a Dios, el Sumo Sacerdote debía ser un hombre; porque, de
otra manera, les indicaría un camino que les sería imposible seguir.
Es negar que Jesús fuera, en ningún sentido
real, el Salvador. Para salvar a los hombres tenía que identificarse con los
que había venido a salvar.
Es negar la salvación del cuerpo. La enseñanza
cristiana es totalmente clara en que la Salvación es la Salvación de toda la
persona, del cuerpo tanto como del alma. El negar la Encarnación es negar la
posibilidad de que el cuerpo pueda nunca llegar a ser el templo del Espíritu
Santo.
Con mucho lo más serio y terrible es que sería
negar que pueda nunca haber ninguna unión real entre Dios y el hombre. Si el
Espíritu es totalmente bueno y el cuerpo es totalmente malo, Dios y el hombre
no se pueden encontrar nunca mientras el hombre siga siendo hombre. Se podrían
encontrar si el hombre se desprendiera del cuerpo y se convirtiera en un
espíritu desencarnado. Pero la gran verdad de la Encarnación es que aquí
y ahora puede haber una comunión real entre Dios y el hombre.
No hay nada en el Cristianismo que sea
más central que la realidad de la humanidad de Jesucristo.
Juan establece en una gran verdad, y
encara un gran problema.
El cristiano no tiene por qué tenerle miedo al
hereje. En Cristo se ganó la victoria sobre todos los poderes del mal. Los
poderes del mal Le hicieron todo el mal que pudieron, hasta el punto de matarle
en la Cruz; pero Él surgió victorioso. La victoria le corresponde al cristiano.
Sea cual fuere el aspecto de las cosas, los poderes del mal están peleando una
batalla perdida. Todo lo que tiene que hacer el cristiano es
tener presente la verdad que ya conoce, y aferrarse a ella. La verdad es aquello
por lo que viven los hombres; el error es a fin de cuentas lo que hace que los
hombres mueran.
Sigue el problema de que los falsos maestros
ni escucharán ni aceptarán la verdad que ofrece el verdadero cristiano. ¿Cómo
se puede explicar eso? Juan vuelve a su antítesis favorita: la oposición entre
el mundo y Dios. El mundo, como ya hemos visto antes, es la naturaleza humana
aparte de Dios y en oposición a Él. El hombre que tiene su origen en Dios
recibirá la verdad; el hombre que tiene su origen en el mundo, la rechazará.
Cuando llegamos a pensar en ello, es una
verdad obvia. ¿Cómo puede una persona cuya consigna es la competencia empezar a
entender una ética cuya clave es el servicio? ¿Cómo puede una persona cuya
finalidad es la exaltación del yo, y que mantiene que los más débiles deben ir
al paredón, empezar a entender una enseñanza cuyo principio vital es el amor?
¿Cómo puede una persona que cree que este es el único mundo, y que, por tanto,
las cosas materiales son las únicas que importan, empezar a entender una vida
que se vive a la luz de la eternidad, en la que las cosas invisibles poseen los
valores supremos? Una persona no puede escuchar nada más que lo que se ha
entrenado a escuchar, y puede estar absolutamente incapacitada para escuchar el
mensaje cristiano.
Eso es lo que Juan está diciendo. Ya
hemos visto una y otra vez que es característico de él el ver las cosas en
blanco y negro. Su pensamiento no se para en matices. Por una parte está el
hombre cuya fuente de origen es Dios, y que puede oír la verdad; por otra parte
está el hombre cuya fuente y origen es el mundo, y que es incapaz de oír la
verdad. Ahí surge un problema que es muy probable que Juan ni siquiera
reconociera. ¿Hay personas para las que toda predicación es fatalmente inútil?
¿Hay personas cuyas defensas no se pueden penetrar nunca, cuya sordera no les
permite nunca oír, y cuyas mentes están cerradas para siempre a la invitación y
al mandamiento de Jesucristo?
La respuesta debe de ser que no hay límites
para la gracia de Dios, y que hay tal Persona como el Espíritu Santo. La vida
nos enseña que el amor de Dios puede derribar cualquier barrera. Es verdad que
una persona se puede resistir; puede que sea verdad que una persona se puede
resistir hasta lo último; pero lo que es también verdad es que Cristo está
siempre llamando a la puerta de todos los corazones, y es posible que una
persona oiga la voz de Cristo, aun por encima de las muchas voces del mundo.
¡Maranata!
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