Lucas 23; 46-47
Y
Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU. Y
habiendo dicho esto, expiró.
Cuando
el centurión vio lo que había sucedido, glorificaba a Dios, diciendo:
Ciertamente, este hombre era inocente.
Aquí tenemos la muerte de Cristo magnificada por los
prodigios que la acompañaron, y su muerte explicada por las palabras con que expiró
su alma. Estaba dispuesto a ofrendarse. Procuremos glorificar a Dios por el
arrepentimiento verdadero y la conversión; protestando contra los que
crucificaron al Salvador; por una vida santa, justa y sobria; y empleando
nuestros talentos al servicio de aquel que murió y resucitó por nosotros.
Se
produjo una gran oscuridad cuando murió Jesús. Era como si el Sol mismo no
pudiera mirar lo que las manos humanas habían hecho. El mundo queda sumido en
las tinieblas cuando los hombres intentan deshacerse de Jesús.
La cortina del templo se rasgó por en medio. Esta era la cortina que
ocultaba el Lugar Santísimo, donde moraba la presencia de Dios, el lugar en el
que nadie podía entrar más que el sumo sacerdote, una vez al año, el gran Día
de la Expiación. Era como si el camino a la presencia de Dios que había estado
cerrado se hubiera abierto totalmente para todos. Era como si el corazón de
Dios, hasta entonces oculto, se hubiera descubierto.
El nacimiento, la vida y la muerte de Jesús rasgaron el velo que había
ocultado a Dios a la vista de los hombres. " El que me ha visto a Mí -dijo
Jesús-, ha visto al Padre» Jua_14:9). En la Cruz, más claro que en ningún otro
lugar, vemos el amor de Dios.
Jesús clamó a gran voz. Los tres evangelios
sinópticos nos recuerdan ese grito final (Mat_27:50;
Mar_15:37). Juan, por otra parte, no menciona el gran grito, pero nos
dice que Jesús murió diciendo: " ¡Consumado es!» Jua_19:30).
En griego y en arameo, consumado es, es una sola palabra, y
esa fue la que Jesús dijo en voz muy alta al morir. Murió con un grito de
triunfo en sus labios. No susurró " Se acabó», como teniendo que reconocer
su derrota, sino que proclamó su triunfo como el vencedor que había derrotado
definitivamente al enemigo en el último enfrentamiento, y que había completado
una gloriosa misión. " ¡Terminado!», gritó Cristo, crucificado pero
victorioso.
Jesús murió con una oración en sus labios: «¡Padre, dejo mi espíritu en
tus manos!» Es una cita del Sal_31:5. Ese
versículo era la oración que pronunciaba un niño judío al acostarse por la
noche. Jesús hizo aún más tierna la oración confiada añadiéndole la palabra Padre. Aun en la cruz, la muerte era
para Jesús como el quedarse dormido en los brazos de su Padre.
La muerte de Jesús impresionó vivamente al centurión y a la multitud. Su
muerte tuvo el efecto que no había tenido su vida: quebrantó el duro corazón
humano. Ya se estaba cumpliendo el dicho de Jesús: «Cuando me levanten de la
tierra, atraeré hacia Mí a todos los hombres» Jua_12:32). El imán de la Cruz había empezado a producir efecto en el mismo
momento de la muerte de Jesús.
¡Maranata!
¡Sí, ven Señor Jesús!
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