Salmo 140; 4
Guárdame,
SEÑOR, de las manos del impío; protégeme de los hombres violentos, que se han
propuesto hacerme tropezar.
Los enemigos, físicos y
espirituales, son violentos y usan trampas; pueden usar cosas que parezcan
buenas para hacer caer al piadoso. Pero el salmista sabe que solamente Dios
puede guardarnos y liberarnos de estos enemigos. El justo se halla aislado en
una atmósfera de incomprensión y hostilidad por parte de gentes desalmadas que
no vacilan en violentarlo hasta
la efusión de sangre. Constantemente traman ardides contra los que siguen a
Dios y con sus lenguas lanzan calumnias que son más perniciosas que el veneno del áspid. Como diestros
cazadores, esconden lazos para
hacer caer la ansiada presa. Frente a una hostilidad sistemática, no le queda
al devoto sino confiar en Dios, implorando su poderoso auxilio. En los momentos
difíciles, Dios siempre ha sido su fuerza
salvadora, cubriendo su cabeza con
un yelmo protector en el fragor del combate.
Salmo 32; 7
Tú eres mi escondedero; de la angustia me preservarás; con
cánticos de liberación me rodearás. (Selah)
Este
es el punto central del Salmo, el salmista confiesa su pecado a Dios. La
fórmula es sencilla: confesar, humillarse, reconocer que hizo mal; es la misma
verdad de 1Jn_1:8-9, y tiene el mismo resultado,
y tú perdonaste. Dios está pronto a perdonar porque es Dios de amor y ha
hecho provisión en la obra de Cristo.
El
efecto de la restauración es inmediato: el salmista quiere compartir su gozo
con otros, que ellos oren también y sean restaurados. En el tiempo en que
puedas ser hallado subraya la importancia de responder cuando el Espíritu
de Dios redarguye, pues uno que rechaza la voz de Dios puede endurecerse hasta
el punto cuando ya no le oye más. El ser humano siempre necesita la protección
de Dios para que no se pierda en las caudalosas aguas de maldad y
destrucción.
Ahora
el salmista se dirige a Dios con un canto gozoso, en alabanza y confianza
renovada.
Es
muy difícil llevar al hombre pecador a que acepte humildemente la misericordia
gratuita, con la confesión total de sus pecados y la condena de sí mismo. Pero
el único camino verdadero a la paz de conciencia es confesar nuestros pecados
para que sean perdonados; declararlos para ser justificados. Aunque el
arrepentimiento y la confesión no merecen el perdón de la transgresión, son
necesarios para disfrutar realmente la misericordia que perdona. ¡Y qué lengua
podría expresar la felicidad de esa hora cuando el alma, oprimida por el
pecado, es capacitada para derramar libremente sus penas ante Dios, y para
recibir la misericordia del pacto en Cristo Jesús! -Los que prosperan en
oración, deben buscar al Señor cuando, por su providencia, Él los llama a
buscarlo y, por su Espíritu, los incita a que lo busquen a Él.
En
el tiempo de encontrar, cuando el corazón está ablandado por la tristeza y
cargado por la culpa; cuando falla todo refugio humano; cuando no se puede
hallar reposo para la mente turbada, entonces Dios aplica el bálsamo sanador
por su Espíritu.
El salmista se apropia
estas consideraciones y proclama a Dios
como refugio suyo en los
momentos de angustia, pues cambia las situaciones de peligro en momentos
de triunfo, en los que no faltan los cantos de liberación o de gozo por la salvación conseguida gracias a su protección.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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