Lucas 13; 4
¿O pensáis que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la
torre en Siloé y los mató, eran más
deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén?
La muralla sur de Jerusalén corría hacia el este hasta la fuente de
Siloé. Probablemente había allí un torreón de la muralla. Podemos conjeturar
que este torreón se había derrumbado durante las obras de conducción de aguas
ejecutadas por Pilato. Todavía se recordaba la catástrofe. En este suceso se
trata de una desgracia que no se debió directamente a intervención humana. En
tal caso era todavía más obvio pensar que se trataba de un castigo de Dios.
Jesús no niega el carácter de castigo del accidente. Sin embargo, lo sucedido
es un aviso y un llamamiento a la conversión. Los dieciocho habitantes de
Jerusalén que habían sido víctimas de la catástrofe no eran más culpables que
los demás habitantes de la ciudad.
Jesús siguió diciendo que, si los que le estaban escuchando no se
arrepentían, también perecerían. ¿Qué quería decir? Una cosa está fuera de toda
duda, y es que Jesús previó y predijo la destrucción de Jerusalén, que sucedió
el año 70 d C. (Luc_21:21-24).
Jesús sabía muy bien que si los judíos seguían con sus intrigas, revoluciones,
conspiraciones y ambiciones políticas, sencillamente iban a cometer un suicidio
nacional; Jesús sabía que, a fin de cuentas, Roma iba a intervenir y acabar con
la nación; y eso fue lo que sucedió. Así que lo que Jesús quería decir era que
si la nación judía seguía buscando un reino terrenal y rechazando el Reino de
Dios sólo podía tener un fin.
Los acontecimientos de la época no son interpretados por Jesús
políticamente, sino sólo en sentido religioso. Dado que Jesús está penetrado de
la idea de que se ha iniciado el tiempo final, enjuicia el tiempo con normas
propias de los tiempos finales. Lo que sucede en el tiempo es evocación del
tiempo final, las catástrofes políticas y cósmicas son señales de la catástrofe
del tiempo final. El tiempo final exige decisión, conversión, penitencia.
Incluso todas las catástrofes que se producen en el tiempo son una llamada a
entrar dentro de nosotros mismos, anuncian la necesidad de volverse a Dios. Es
endurecimiento de los hombres el no convertirse a pesar de las pruebas. «El
resto de la humanidad, los que no fueron exterminados por estas plagas, no se
convirtieron de las obras de sus manos, de modo que no dejaron de adorar a los
demonios y a los ídolos de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, que
no pueden ver ni oír ni andar. Y no se convirtieron de sus asesinatos, ni de
sus maleficios, ni de su fornicación, ni de sus robos» (Apoc_9:20).
Dos
enseñanzas breves subrayan la necesidad de respuesta a la crisis provocada por
la venida de Jesús. Algunos peregrinos que habían venido a celebrar la Pascua
en Jerusalén murieron en manos de las tropas romanas mientras estaban
ofreciendo sus sacrificios. La información está plenamente acorde con el
carácter de Pilato, aunque este episodio en particular fue demasiado
insignificante como para provocar un comentario de Josefo en su historia de
este período. La respuesta de Jesús a esa historia fue la de contradecir la
creencia judía y ortodoxa de que la magnitud de la calamidad que había sufrido
aquella gente indicaba que eran pecadores recalcitrantes. También sería necio
decir que la gente que fue aplastada accidentalmente por una construcción que
se derrumbó era excepcionalmente pecadora. (Este episodio tampoco fue tan
importante como para aparecer en un libro de historia.) Más bien, la nación
judía en conjunto era pecadora a los ojos de Dios, y todos sus miembros
sufrirían el destino de los pecadores si no se arrepentían.
Si lo tomamos así, nos deja, a primera vista, en una situación paradójica:
no podemos decir que el sufrimiento del individuo sea la consecuencia
inevitable del pecado, pero sí podemos decir que el pecado y el desastre
nacionales están íntimamente relacionados. La nación que escoge el mal camino
acabará sufriendo por ello. Pero el caso del individuo es muy diferente. No es
una unidad aislada, sino unida con otros en la solidaridad de la vida. A menudo
puede que uno objete, hasta enérgicamente, al curso que está tomando su nación;
pero, cuando llegan las consecuencias de esa decisión nacional, no puede
escapar a ellas. El individuo se ve involucrado a menudo en una situación de la
que no es personalmente responsable, y si sufre no es por su culpa; pero la
nación es una unidad, y escoge su propia política y cosecha su fruto. Siempre
es peligroso atribuir el sufrimiento humano al pecado humano; pero es indudable
que la nación que se rebela contra Dios va camino del desastre.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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