1 Juan 4; 21
Y este mandamiento tenemos
de El: que el que ama a Dios, ame también a su hermano
Es fácil decir
que amamos a Dios cuando no nos cuesta nada más que asistir semanalmente a los
cultos. Pero la verdadera prueba de nuestro amor a Dios consiste en cómo
tratamos a quienes están delante de nosotros: los miembros de nuestra familia y
los amigos creyentes. No podemos amar a Dios si somos negligentes al amar a
quienes fueron creados a su imagen y semejanza.
Amar a Dios
equivale a guardar sus mandamientos, y uno de ésos es que amemos a los
hermanos. No podemos rechazar o ignorar un mandamiento de Dios y al mismo
tiempo reclamar amar a Dios.
El amor de Dios
en Cristo, en los corazones de los cristianos por el Espíritu de adopción, es
la prueba grande de la conversión. Esta debe ser probada por sus efectos en sus
temperamentos, y en sus conductas para con sus hermanos. Si un hombre dice amar
a Dios y, sin embargo, se permite ira o venganza, o muestra una disposición
egoísta, desmiente a su confesión. Pero si es evidente que nuestra enemistad
natural está cambiada en afecto y gratitud, bendigamos el nombre de nuestro
Dios por este sello y primicia de dicha eterna. Entonces nos diferenciamos de
los profesos falsos que pretenden amar a Dios a quien no han visto pero odian a
sus hermanos a los que han visto.
El amor fraterno
práctico es decisivo, porque el amor debe encarnarse, si es que no quiere ser
«mentira» y engaño de sí mismo. El pasaje de 1Jn_4:21 suele
entenderse hoy día a menudo en el sentido de que hay que amar a Dios en el
hermano. Porque no se trata de amar a
Dios «en el hermano» (tal cosa sería pensarlo todo excesivamente desde el punto
de vista del hombre), sino de hacer que el amor de Dios siga fluyendo hacia el
hermano. Tal vez una imagen aclarará las cosas: la agape es una corriente
dinámica que va de Dios al cristiano y del cristiano al hermano. Si esta
corriente se interrumpe en un lugar, entonces todo el movimiento queda
paralizado. Esto significa la muerte del amor, porque el amor sólo puede
recibir su vida de Dios. Quizás podamos llevar más adelante todavía esta
comparación, relacionándola con el fenómeno -bien conocido por nosotros- de la
electrotecnia: si el cristiano no ama a su hermano, surge una interrupción de
la corriente y se hace imposible también que la corriente salga de Dios.
Mateo 25; 40
Respondiendo el Rey, les
dirá: "En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos
hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis."
Los "más pequeños" no nos
pueden recompensar. No pueden reciprocar, Luc_6:35;
Luc_14:12-14. Los que persiguen a éstos persiguen a Cristo. Otros textos
enseñan que se debe practicar la benevolencia hacia todos (Gál_6:10; Stg_1:27), pero las acciones benévolas hacia
otros cristianos son aceptadas porque indican clara y enfáticamente la relación
e identificación con Cristo. Los que hacen así son imitadores de Cristo y, por
eso, son llamados "hijos de Dios". Tienen la mente de Cristo (Flp_2:5). Heb_2:11,
"no se avergüenza de llamarlos sus hermanos".
Jesús nos coloca cara a cara con la
maravillosa verdad de que toda ayuda de esta clase que prestemos a nuestros
semejantes se Le da a Él, y toda la ayuda que se niega, se Le niega a Él. ¿Cómo
puede ser esto? Si de veras queremos alegrar el corazón de un padre, si de
veras queremos moverle a gratitud, la mejor manera de hacerlo es ayudando a uno
de sus hijos. Dios es el gran Padre; y la manera de alegrar el corazón de Dios
es ayudando a Sus hijos, nuestros hermanos en la fe de Cristo.
¡Maranata! ¡Sí,
ven Señor Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario