Juan
19; 28-29
Después de esto, sabiendo Jesús que todo se había ya
consumado, para que se cumpliera la Escritura, dijo*: Tengo sed.
Había allí una vasija llena de vinagre;
colocaron, pues, una esponja empapada del vinagre en una rama de hisopo,
y se la acercaron a la boca.
En este pasaje Juan
nos coloca frente a frente a dos cosas acerca de Jesús.
(i) Nos pone cara a
cara con Su sufrimiento humano; cuando Jesús estaba en la Cruz experimentó la
agonía de la sed. Cuando Juan estaba escribiendo su evangelio, había surgido
una cierta tendencia en el pensamiento filosófico y religioso que se llamaba el
gnosticismo. Una de sus doctrinas básicas era que el espíritu es totalmente
bueno, y la materia totalmente mala. De ahí se deducían ciertas conclusiones.
Una era que Dios, que es Espíritu puro, no puede de ninguna manera asumir un
cuerpo que es materia, y por tanto malo. Por tanto, los gnósticos enseñaban que
Jesús no tenía un cuerpo de verdad, sino que era sólo un fantasma. Decían, por
ejemplo, que cuando andaba no dejaba huellas en el suelo, porque era un
espíritu puro en un cuerpo irreal.
De ahí pasaban a
decir que Dios no podía sufrir; y, por tanto, Jesús no sufrió de veras, sino
que pasó por la experiencia de la Cruz sin padecer ningún dolor. Cuando los
gnósticos hablaban así creían que estaban honrando a Dios y a Jesús; pero lo
que estaban haciendo era destruyendo la realidad de Jesús. Si Él había de
redimir a la humanidad, tenía que hacerse humano. Tenía que hacerse como
nosotros para hacernos como Él. Por eso Juan hace hincapié en el hecho de que
Jesús sufrió la sed. Quería hacer ver que era verdaderamente humano, y que
realmente experimentó la agonía de la Cruz. Juan se detiene todo lo necesario
para subrayar el hecho de la perfecta humanidad y el sufrimiento real de Jesús.
(ii) Pero,
igualmente, nos pone cara a cara ante el triunfo de Jesús. Cuando comparamos
los cuatro evangelios descubrimos un hecho iluminador. Los otros tres
evangelios no nos relatan que Jesús dijera: " ¡Ya todo está completo!»;
pero sí nos dicen que exclamó en voz muy alta (Mateo
27.50; Mar_15:37; Luc_23:46). Por otra parte, Juan no nos menciona
el gran grito; pero sí nos dice que Sus últimas palabras fueron: «¡Ya todo está
completo!» La explicación es que el gran grito y las palabras «¡Ya todo está
completo!» son la misma cosa. "¡Ya todo está completo!» es sólo una
palabra en griego, tetélestai; y Jesús murió con un grito de triunfo en
Sus labios. No dijo: «Todo se acabó,» como reconociendo Su derrota; sino
proclamando Su victoria con un grito de júbilo. Parecía estar destrozado en la
Cruz, pero sabía que había obtenido la victoria.
La última frase de
este pasaje aún lo deja más claro. Juan dice que Jesús recostó la cabeza hacia
atrás y entregó el espíritu. Como si reclinara la cabeza en la almohada. Para
Jesús, el combate había terminado, y aun en la Cruz conoció el gozo de la
victoria y el descanso del Que ha completado Su tarea y puede relajarse,
contento y en paz.
Hay otras dos cosas
que no debemos pasar por alto en este pasaje. La primera es que Juan relaciona
el grito de Jesús: "¡Tengo sed!», con el cumplimiento de un versículo del
Antiguo Testamento: «Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron
a beber vinagre» (Sal_69:21).
La segunda es otra
de las alusiones de Juan. Nos dice que fue en una caña del hisopo donde
pusieron la esponja con el vinagre. Ahora bien: la caña o junco de hisopo era
una cosa muy poco idónea para ese uso, porque no era más que un junco semejante
a la hierba fuerte, pero que no tenía mucho más de medio metro de altura. Tan
improbable es que se tratara de esa planta que algunos investigadores han
sugerido que se trata de un pequeño error ortográfico, y que la palabra sería
la que quiere decir lanza. Pero fue hisopo lo que escribió y quería
decir Juan. Si retrocedemos bastantes siglos hasta la primera Pascua, cuando
los israelitas salieron para siempre de la esclavitud de Egipto, recordamos que
el ángel de la muerte iba pasando por todas las casas aquella noche matando a
los primogénitos de los egipcios. Recordamos que los israelitas tenían que
matar su cordero pascual, y untar los lados de las puertas de sus casas con la
sangre para que el ángel de la muerte pasara por alto sus casas -que es
lo que quiere decir la Pascua. Y las instrucciones originales habían
sido: «Y tomad un manojo de hisopo, y mojadlo en la sangre que estará en
un lebrillo, y untad el dintel y los dos postes con la sangre del lebrillo» (Exo_12:22). Fue
la sangre del cordero pascual la que salvó al pueblo de Dios; y era la sangre
de Jesús la que salvaría al mundo del pecado. La sola mención del hisopo conduciría
el pensamiento de cualquier israelita al poder salvador de la sangre del
cordero pascual; y esta era la manera en que Juan presentaba a Jesús como el
Cordero pascual de Dios Cuya muerte salva al mundo del pecado. ¡Maranata!¡Sí,
ven Señor Jesús!
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