Juan 17:20-23
Mas no ruego sólo por éstos, sino
también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos,
para
que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que
también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.
La
gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos
uno:
yo en
ellos, y tú en mí, para que sean perfeccionados en unidad, para que el mundo
sepa que tú me enviaste, y que los amaste tal como me has amado a mí. (LBLA)
17:20--Mas no ruego solamente por éstos, sino
también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos
(Hch_15:7; Rom_10:17) Primero ruega por sí mismo (el autor de la
salvación, Heb_5:9) y por los apóstoles (sus
embajadores, los vasos que llevarían el tesoro, 2Co_4:7)
y, por último, ruega por el objeto de esta obra, los que aceptarían la palabra
para ser salvos.
En esta sección, la oración de Jesús ha ido extendiéndose gradualmente
hasta abarcar todos los límites de la Tierra. Empezó pidiendo por Sí mismo al
encontrarse frente a la Cruz. Pasó luego a pedir por Sus discípulos, y por el
poder protector de Dios para ellos. Ahora Su oración remonta el vuelo para
contemplar el futuro y los países distantes, y ora por todos los que en tierras
y edades todavía lejanas llegarán a conocer y aceptar el Evangelio.
Aquí se nos despliegan dos grandes características de Jesús. La
primera: contemplamos Su fe integral y Su radiante certeza. En aquel momento
Sus seguidores eran pocos; pero, aun con la Cruz cerrándole aparentemente el
paso, Su confianza permanecía inalterable, y estaba pidiendo por los que
llegarían a creer en Su nombre. Este pasaje debería sernos especialmente
precioso, porque en él vemos a Jesús orando por nosotros. La segunda: vemos la
confianza que tenía en Sus hombres. Sabía que no habían llegado a entenderle
del todo; sabía que al cabo de muy poco tiempo iban a abandonarle cuando más
los necesitara. Sin embargo Jesús veía en esos mismos hombres, con una
confianza total, a los que iban a extender Su nombre por todo el mundo. Jesús
no perdió nunca ni la fe en Dios ni la confianza en Sus hombres.
¿Cuál fue Su oración por lo que llegaría a ser la Iglesia? Que todos
sus miembros fueran una sola cosa, como lo eran El y el Padre. ¿Qué era esa
unidad por la que Jesús pedía? No era una unidad de administración u
organización; no era, en ningún sentido, una unidad eclesiástica. Era una
unidad de relación personal. Ya hemos visto que la unión entre Jesús y Dios
era la del amor y la obediencia. Era la unidad del amor la que Jesús pedía al
Padre, una unidad en la que las personas se amaran porque Le amaban a Él, una
unidad basada totalmente en una relación de corazón a corazón.
Los cristianos no van a organizar sus iglesias nunca de la misma
manera en todas partes. Nunca darán culto a Dios exactamente de la misma forma.
Ni siquiera llegarán a creer exactamente las mismas cosas y de la misma manera.
Pero la unidad cristiana trasciende todas esas diferencias y une a las personas
en amor. La causa de la unidad cristiana en el momento presente, como, por
supuesto, a lo largo de toda la historia sufre y peligra porque los seres
humanos aman sus propias organizaciones eclesiásticas, sus credos y sus
rituales, más que a sus hermanos. Si nos amáramos realmente los unos a los
otros y a Cristo no habría iglesias que excluyeran a nadie que fuera discípulo
de Cristo. El amor que Dios planta en el corazón de las personas es lo único
que puede demoler las barreras que se han erigido entre unos y otros y entre
sus respectivas iglesias.
Además, según lo vio y lo pidió Jesús, había de ser precisamente esa
unidad la que convenciera al mundo de la verdad del Evangelio y del lugar de
Cristo. Es más fácil y natural para los humanos el estar divididos que el estar
unidos. Es más humano para las personas el disgregarse que el congregarse. La
unidad verdadera entre todos los cristianos sería «un hecho tan sobrenatural
que revelaría una intervención sobrenatural.» Y lo trágico es que ese frente
unido es lo que la Iglesia no le ha presentado nunca al mundo. Ante la desunión
de los cristianos, el mundo no puede ver el valor supremo de la fe cristiana.
Es nuestra obligación personal el demostrar esa unidad del amor con los
semejantes que es la respuesta a la oración de Cristo. Los de a pie en las
iglesias podemos y debemos hacer lo que los líderes y responsables se niegan
oficialmente a hacer.
17:21
--para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en
ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me
enviaste
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están
perfectamente unidos en el mismo propósito en la misma obra (los que conocieron
a Cristo conocieron al Padre); Jn 12:45; Jn 14:9 (los
que vieron a Cristo vieron al Padre); Jn 12:44 (los
que creyeron en Cristo creyeron en el Padre); Jn 14:21-24
(los que aman a Cristo aman al Padre); Jn 13:20 (los
que reciben a Cristo reciben al Padre); Jn 5:23 (los que honran a Cristo honran al Padre); Jn 15:23 (los que rechazan a Cristo rechazan al
Padre).
¿Ruega Jesús solamente por la
unidad de sus discípulos entre sí? No, sino que seamos uno en el
Padre y en el Hijo. Muchos grupos están unidos entre sí, y se jactan de esa
"unidad", pero la oración de Jesús no tiene nada que ver con la
unidad de religiones humanas.
El ser uno en el
Padre y en el Hijo requiere la sumisión a la enseñanza de Cristo y los apóstoles
que está registrada en los veintisiete libros del Nuevo Testamento, es decir,
no solamente la enseñanza acerca de Cristo mismo en Mateo, Marcos, Lucas y
Juan, sino también la enseñanza y el ejemplo de los apóstoles en Hechos de los
Apóstoles y en las epístolas y en el Apocalipsis (1Co_2:11-13;
2Pe_3:1; 1Jn_4:6). Los que se apartan de la verdad se apartan de Dios y
también de los discípulos fieles. Cuando los discípulos de Cristo se extravían
y no perseveran en la doctrina de Cristo (2Jn_1:9),
se alejan de Dios, e ineludiblemente se alejan los unos de los otros y, al
hacerlo, ya no promueven la causa de Cristo, sino la causa de Satanás.
Pablo explica cómo
evitar y cómo corregir la división: "cuando recibisteis la palabra de Dios
que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según
es en verdad, la palabra de Dios" (1Ts_2:13);
"que habléis todos una misma cosa" (1Co_1:10);
"Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un
cuerpo, y un Espíritu... una misma esperanza... un Señor, una fe, un bautismo,
un Dios y Padre" (Efe_4:3-6).
Cristo no oró por la
unión de las muchas denominaciones porque son iglesias establecidas por los
hombres. Son humanas en todo sentido: en nombre, en organización, en doctrina,
en culto y en propósito (obra). En realidad los fundadores y proponentes de
tales iglesias ni siquiera buscan la unidad. No creen que sea posible ni
deseable. Cada denominación defiende su derecho de existir y de trabajar para
su crecimiento. No creen que la doctrina sea la base de la unidad, y creen que
su organización eclesiástica es cosa insignificante. En cuanto al culto creen
que hay completa flexibilidad y libertad, pues todo grupo simplemente hace lo
que agrade a sus feligreses y lo que les pueda ayudar a ganar más miembros. La
religión más popular del tiempo moderno es el pentecostalismo, porque el
llamado "culto" es nada más una libre expresión de las emociones. La
oración de Jesús en este capítulo no tiene nada que ver con alguna supuesta
unidad de tales grupos.
Muchos religiosos --
hasta miembros de la iglesia del Señor -- dicen que la doctrina no es la base
de la unidad. Entonces, si la base de la unidad no es la doctrina, ¿cuál será?
Si no importan las diferencias en cuanto al culto, la organización y la obra de
la iglesia, ¿qué cosas tendrán importancia? Puesto que la unidad tiene que ver
con la comunión, ¿en qué otras cosas habrá comunión? La verdad es que
precisamente en estas cosas (la doctrina, el culto, la organización y la obra de
la iglesia) debe haber unidad, pero no puede haber unidad entre las
denominaciones porque no la quieren.
Pero esta oración sí
tiene que ver con la necesidad de unidad entre los miembros de la iglesia de
Cristo. Durante años ha habido divisiones amargas causadas por la enseñanza de
las doctrinas y mandamientos de los hombres: p. ej., (1) el establecimiento de
instituciones e "iglesias patrocinadoras" que se encargan del dinero
de muchas (potencialmente todas) las congregaciones para hacer obras de
edificación, evangelismo y benevolencia; (2) varios aspectos del calvinismo con
respecto al pecado y al plan de salvación; (3) el llamado
"individualismo" que niega la existencia de la iglesia local; (4) la doctrina
de que el adulterio mencionado por Cristo en Mat_19:9 no
es sexual, sino sólo los trámites legales para divorciarse y volver a casarse;
y (5) la doctrina de que al venir al mundo Cristo se despojó a sí mismo de sus
atributos divinos. Todas estas cuestiones afectan la comunión y causan
divisiones en la iglesia.
Los hermanos
liberales son los que no respetan la autoridad de Cristo y los apóstoles con
respecto a la naturaleza, organización y obra de la iglesia y otras prácticas
(no conservan el patrón apóstolico, 2Ti_1:13).
Es triste leer los comentarios de estos mismos hermanos acerca de la división:
p. ej., "Cuando los hombres siguen sus propias opiniones y enseñanzas,
hacen barreras entre los creyentes". "Es precisamente en la cuestión
de división que la iglesia de Dios está más indefensa en el tiempo presente.
Ninguna cosa produce más infidelidad e injusticia que las doctrinas
conflictivas de los profesados seguidores de Cristo. Por medio de multiplicar
las divisiones, Satanás ha evitado que innumerables millones obedezcan al
evangelio". "El espíritu de esta oración es totalmente ajeno al
espíritu faccioso que frecuentemente caracteriza a los miembros de la iglesia;
y los que promueven partidos, facciones y divisiones en el cuerpo del Señor son
culpables del pecado grave...
Dos de las cinco peticiones son por la unidad del pueblo del Señor, y
mientras que las divisiones que ahora desgarran el cuerpo de Cristo evitan la
consumación de su sincero deseo para su pueblo, esperemos y oremos y trabajemos
con el fin de que todos los que lleven el nombre de Cristo algún día puedan ser
uno y que todos los cismas, divisiones, contenciones, enajenaciones, con toda
la rivalidad y amargura, terminen para siempre, y que los que profesan ser sus
seguidores ¡manifiesten delante del mundo la bendita unidad por la cual El
oró!"
Aparte de las
divisiones causadas por el error doctrinal, también ha habido muchas divisiones
a causa de la carnalidad de los miembros (1Co_3:1-4).
Las obras de la carne (Gál_5:19-21) no solamente
destruyen la unidad de la iglesia, sino también a la iglesia misma:
"acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los
que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios". La unidad es uno
de los temas dominantes de las epístolas (p. ej., Rom_12:16;
Efe_2:16; Flp_1:27; Flp_2:1-4). Lucas describe la unidad que existió
entre los apóstoles y otros discípulos (1:14; 2:1, 46;
2:46; 4:32).
Para promover la
unidad es necesario que todo cristiano practique las exhortaciones en cuanto a
la relación correcta los unos con los otros (Rom_12:10;
1Co_12:25; Gál_5:13-15; Gál_5:26; Gál_6:2; Efe_4:2; Efe_4:32; 1Ts_5:11; Heb_10:24;
Stg_4:11; Stg_5:9; Stg_5:16).
17:22 --La gloria que me diste les he
dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno:
La gloria de la cual
Jesús habla en este texto es la unidad de los discípulos, los unos con los
otros en el Padre y el Hijo, por medio de la perfecta revelación del Padre por
Cristo. Para enfatizar la unidad de los cristianos Pablo habla de la iglesia
como el cuerpo de Cristo ("son muchos los miembros, pero el cuerpo
es uno solo", 1Co_12:20).
Cristo ha dado la
gloria que El recibió del Padre a su iglesia, pues "amó a la iglesia, y se
entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en
el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia
gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante" (Efe_5:25-27).
Por medio de las
enseñanzas de Jesús y los apóstoles, la iglesia tiene comunión con el Padre y
con el Hijo (1Jn_1:1-4; 1Jn_1:7), y se hace
participante de la naturaleza divina: "Como todas las cosas que pertenecen
a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el
conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de
las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas
llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina" (2Pe_1:3-4).
En consecuencia de
esta naturaleza gloriosa, la iglesia fiel y unida es el reflejo de Dios. Pablo
predicó el evangelio de Cristo "para que la multiforme sabiduría de Dios
sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y
potestades en los lugares celestiales... A él sea gloria en la iglesia en
Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén". (Efe_3:10; Efe_3:21).
Jesús dijo que les había dado a Sus discípulos la gloria que el Padre
Le había dado a Él. Debemos comprender bien lo que quería decir. ¿Cuál era la
gloria de Jesús? Él mismo hablaba de ella de tres formas.
(a) La
Cruz era Su gloria. Jesús no hablaba nunca de ser crucificado, sino de ser
glorificado. Por tanto, en primero y principal lugar, la gloria del cristiano
es la cruz que le corresponde llevar. Es un honor sufrir por Jesucristo. No
debemos considerar nuestra cruz como nuestro castigo, sino como nuestra gloria.
Cuanto más dura era la tarea que se le asignaba a un caballero andante, mayor
consideraba su gloria. Cuanto más dura sea la tarea que se le imponga a un
estudiante, o a un artesano, o a un cirujano, tanto mayor honor le corresponde.
En efecto, lo que se quiere decir es que, cuando el ser cristiano
supone difíciles renuncias o privaciones, y aun esfuerzos y sacrificios,
debemos considerarlo como una gloria que Dios nos otorga.
(b) La perfecta obediencia de Jesús a la voluntad de
Dios era Su gloria. Nosotros encontramos la nuestra, no en hacer lo que nos
gusta a nosotros, sino lo que Dios quiere de nosotros. Cuando tratamos de hacer
lo que nos gusta -como muchos de nosotros hemos hecho- no cosechamos más que
dolor y desastre, para nosotros y para otros. La verdadera gloria de la vida la
encontramos en hacer la voluntad de Dios. Cuanto
mayor la obediencia, mayor la gloria.
(c) La gloria de Jesús consiste en el hecho de que, al considerar Su
vida, se reconoce Su relación única y exclusiva con Dios. Es indudable que
nadie podría vivir como Él si no estuviera en una relación extraordinariamente
íntima con Dios. Como con Cristo, nuestra gloria consiste en que se vea en
nuestra vida el reflejo de Dios.
(ii) En segundo
lugar, Jesús dijo que era Su deseo que Sus discípulos vieran Su gloria en los
lugares celestiales. El cristiano va a compartir todas las experiencias
de Cristo. Si comparte Su Cruz, también compartirá Su gloria. " Palabra
fiel es esta: Si morimos con Él, también viviremos con Él; si resistimos,
también reinaremos con Él» (2 Timoteo_2:11-12).
Aquí y ahora vemos borrosamente, como en un espejo, la gloria del Señor; pero
un día Le veremos cara a cara (1Co_13:12; 2Co_3:18). El gozo que experimentamos aquí y ahora es
sólo un adelanto del que disfrutaremos entonces allá. La promesa de Cristo es
que si compartimos Su gloria y Sus sufrimientos en la Tierra, compartiremos Su
gloria y Su triunfo cuando haya terminado nuestra vida presente ¿Qué mayor
promesa podría habérsenos hecho?
Después de esta
oración de Jesús pasamos inmediatamente a la traición, el juicio y la Cruz. Ya
no hablaría más con Sus discípulos antes de padecer. Es maravilloso y precioso
recordar que, inmediatamente antes de aquellas terribles horas, Sus últimas
palabras no fueron de desesperación, sino de gloria.
17:23--
yo en ellos, y tú en mí, para que sean
perfeccionados en unidad, para que el mundo sepa que tú me enviaste, y que los
amaste tal como me has amado a mí.
"Solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la
paz" (Efe_4:3). ¿Por qué? Para que el mundo
conozca que Dios envió a Cristo para salvarnos, y que en verdad Dios los ha
amado (3:16). Si la unidad produce este fruto precioso, ¿qué fruto lleva la
división?
La unidad de la
iglesia le da mucha influencia y fuerza para convertir al mundo. Sin lugar a
dudas, las muchas divisiones de la iglesia son el obstáculo más grande en la
obra del Señor.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor
Jesús!
No hay comentarios:
Publicar un comentario