} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ¿CÓMO ESTÁ NUESTRO PRIMER AMOR, VIVO O MUERTO?

jueves, 7 de junio de 2018

¿CÓMO ESTÁ NUESTRO PRIMER AMOR, VIVO O MUERTO?



 Os va a llevar tiempo la lectura de esta reflexión. Poneros cómodos.

   No sabría cómo titular esta meditación que viene rumiándose en mi mente desde hace meses. Me preocupa y me carga percibir como el primer amor que debiera manifestarse en las congregaciones está a punto de apagarse en muchas de ellas, cuando no lo está ya.
Con temor y temblor alzo mis ojos a Jesús, e inmediatamente, vienen a mi mente las palabras del mismo Jesucristo a la Iglesia de Éfeso, en Apocalipsis 2; 1-7:
 Escribe al ángel  de la iglesia de Éfeso: Esto dice el que tiene las siete estrellas en su mano derecha y se pasea en medio de los siete candelabros de oro:
   Conozco tus obras, tu duro trabajo y tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a los malvados, y que has puesto a prueba a los que dicen ser apóstoles pero no lo son; y has descubierto que son falsos.
   Has perseverado y sufrido por mi nombre, sin desanimarte.
   Sin embargo, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor.
   ¡Recuerda de dónde has caído! Arrepiéntete y vuelve a practicar las obras que hacías al principio. Si no te arrepientes, iré y quitaré de su lugar tu candelabro.
   Pero tienes a tu favor que aborreces las prácticas de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco.
   El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que salga vencedor le daré derecho a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios. (Nueva Versión Internacional 1999)

Jesús me recuerda como en alguna congregaciones sus "primeras obras" (versículo 5) de gran entusiasmo, que tenían en el principio, reflejaban el amor que habían tenido al principio. Perdido el "primer amor", en lugar de ardor y devoción queda solamente una formalidad fría, ritualista, legalista
         La iglesia en Éfeso tenía problema cardiaco. Aborrecía lo que el Señor aborrecía, pero no amaba lo que Él, Jesús, amaba. Ya cumplía con sus deberes, pero sin ardor y fervor, como una esposa sumisa, pero faltante en amor, o como el miembro de la iglesia que asiste, canta, y ofrenda en las asambleas regulares, pero no motivado por amor a Cristo. Se encontraba esta iglesia de Éfeso en un estado de apatía espiritual. Tuvo que ser recordada. La memoria puede servir de palanca para el arrepentimiento (Luc_15:17). Hay en las palabras de Cristo una seria advertencia, diría cuasi amenaza: si no hay arrepentimiento,  sufrirán las consecuencias. Arrepentirse, o perecer (Luc_13:3).
         Una iglesia de Cristo puede dejar de serlo, a pesar del nombre puesto sobre la puerta de entrada de su edificio. Cristo advierte, cada día, a toda iglesia Suya de que puede perder su identidad como iglesia de Cristo. Una vez quitado el candelero, ya no es más iglesia de Cristo.
En este caso había perdido el primer ardor de amor por la fraternidad. En sus primeros días, los miembros de la iglesia de Éfeso habían estado unidos por un verdadero amor; la disensión no había asomado nunca su fea cabeza; el corazón estaba dispuesto para inflamarse, y la cabeza para ayudar. Pero algo se había echado a perder. Bien puede ser que la caza de herejes hubiera matado el amor, y la ortodoxia se había mantenido a costa de la fraternidad. Cuando pasa eso, la ortodoxia ha costado demasiado. Toda la ortodoxia del mundo no puede compensar la pérdida del amor.

Algo se había echado a perder en Éfeso. La riña dedicada continuaba; la constancia galana también, lo mismo que la ortodoxia impecable; pero el amor había desaparecido. Así es que el Cristo Resucitado hace Su llamamiento exhortando a que se den los tres pasos del camino de vuelta.
(i) Primero, dice: Recuerda.
No está hablando con ninguno que no ha estado nunca en la iglesia, sino a los que están en ella, pero han perdido el camino de alguna manera. El recuerdo puede ser muchas veces el primer paso del camino de regreso. En el país lejano, el hijo pródigo se acordó de pronto del hogar (Luc_15:17).
(ii) Segundo, dice: Arrepiéntete.
Cuando descubrimos que algo se ha echado a perder, podemos tener más de una reacción. Podemos tener el sentimiento de que nada puede conservar su lustre original, así es que debemos aceptar lo que consideramos inevitable. Puede que nos embargue un sentimiento de resentimiento y que le echemos las culpas a la vida en lugar de enfrentarnos con nosotros mismos. Puede que decidamos que la vieja emoción ha de encontrarse yendo por senderos prohibidos, y tratemos de encontrarle el sabor a la vida en el pecado. Pero el Cristo Resucitado dice: " ¡Arrepentíos!» El arrepentimiento es reconocer que somos nosotros los que tenemos la culpa, y sentir dolor por ello. La reacción del pródigo es: " Me levantaré e iré a mi padre y le diré que he pecado» Luc_15:18). El clamor angustioso del corazón de Saúl cuando se da cuenta de su necedad es: «He obrado neciamente, he cometido un gran error» (1Sa_26:21). Lo más difícil del arrepentimiento es aceptar la responsabilidad personal por nuestro fracaso; porque, una vez que se acepta la responsabilidad, el dolor piadoso seguirá en breve.
(iii) Tercero, dice: Haz.
El dolor del arrepentimiento está diseñado para conducir a una persona a dos cosas. La primera, tiene la misión de movernos a arrojarnos en la gracia de Dios diciendo solamente: «Dios, sé propicio a mí, tan pecador como soy.» Y segunda, tiene la misión de conducirnos a la acción para que produzcamos frutos dignos del arrepentimiento. Uno no se ha arrepentido de veras si sigue haciendo las mismas cosas. La gran verdad del Cristianismo es que «nadie tiene por qué quedarse lo mismo que estaba.» La prueba del arrepentimiento es una vida cambiada por nuestro esfuerzo en colaboración con la gracia de Dios.
Pero ¿Qué le ocurrió a la Iglesia de Éfeso? Prefirió morir, desaparecer; le fue quitado su candelero, y dejó de brillar. Se apagó su brillo para siempre.

Tú que has leído hasta aquí, te has preguntado alguna vez ¿Cómo está mi primer amor? ¿Cómo de incondicional es el amor en mi congregación? ¿Cómo puedo discernir, comprobar bíblicamente si está vivo ese AMOR en mi congregación?
La Palabra de Dios en la Biblia nos va ayudar a descubrir cuál es la verdadera situación en que se encuentran las iglesias “cristianas evangélicas” en cualquier lugar del planeta. Cristo es la cabeza, y como hemos podido comprobar en Apocalipsis capítulos 2 y 3, vigila y controla cada lugar donde se reúnen dos o tres en Su nombre.
Comencemos:

Jn 13:34  Os doy un nuevo mandamiento: que os améis unos a otros; que también vosotros os améis entre vosotros como Yo os he amado

Jesús estaba dándoles a Sus discípulos Su mandamiento de despedida. Le quedaba poco tiempo; si aún necesitaban oír Su voz, tenía que ser entonces. Él iba a hacer un viaje en el que ninguno podía acompañarle; iba a ponerse en camino, y tenía que ir Él solo. Y, antes de marcharse, les dio el mandamiento de que se amaran entre sí como Él los había amado. ¿Qué quiere decir eso para nosotros, en nuestras relaciones con nuestros semejantes? ¿Cómo amó Jesús a Sus discípulos?
(i) Los amó sin el menor egoísmo.
Hasta en el amor humano más noble hay algo de egoísmo. A menudo pensamos -puede que inconscientemente- en lo que vamos a sacar. Pensamos en la felicidad que disfrutaremos, o en la soledad en que quedaremos si el amor falla o se nos niega. A menudo estamos pensando: ¿Qué me reportará este amor? Por detrás de todo, es nuestra felicidad lo que estamos buscando. Pero Jesús no pensaba nunca en Sí mismo. Su único deseo era darse a Sí mismo y todo lo que tenía por los que amaba.
(ii) Jesús amaba a Sus discípulos sacrificialmente.
No había límite a lo que su amor pudiera llegar o dar. Ninguna demanda era excesiva. Si el amor quería decir la Cruz, Jesús la aceptaba. A veces cometemos el error de pensar que el amor está para darnos la felicidad. A fin de cuentas, así es; pero también puede traer dolor, y demandar una cruz.
(iii) Jesús amaba a Sus discípulos comprensivamente.
Conocía íntima y totalmente a Sus discípulos. No conocemos a una persona a menos que hayamos convivido con ella. Si se trata de un encuentro casual, la vemos en su mejor momento. Es después de vivir con ella cuando conocemos sus rarezas y debilidades. Jesús había convivido con Sus discípulos día tras día durante muchos meses y sabía todo lo que había que saber de ellos -y, sin embargo, los amaba. A veces decimos que el amor es ciego. No hay tal, porque el amor que es ciego pronto se queda en nada, como no sea en desilusión y desencanto. El amor verdadero tiene los ojos bien abiertos. Ama, no lo que se imagina, sino lo que es. El corazón de Jesús es lo bastante grande como para amarnos tal como somos.
(iv) Jesús amaba a Sus discípulos perdonándolos.
El primero de la compañía, Pedro, Le negaría. Todos Le abandonarían cuando más los necesitaba. Nunca, en toda Su vida, Le comprendieron realmente. Eran ciegos e insensibles, lentos para aprender y faltos de comprensión. Al final, todos se portaron como unos cobardes. Pero Jesús nunca les tuvo rencor; no tenían fallo que Él no pudiera perdonar. El amor que no ha aprendido a perdonar no puede hacer más que marchitarse y morir. Somos pobres criaturas; y hay una especie de fatalidad en las cosas que nos hace herir más a los que más nos aman. Por esa misma razón todo amor duradero ha de edificarse sobre el cimiento del perdón; porque, sin perdón, está destinado fatalmente a morir.

En parte la presencia física de Jesús sería remplazada por el amor no fingido de los apóstoles los unos por los otros. Era un mandamiento nuevo, porque nunca había existido tal amor, el amor explicado y mostrado por El mismo. Ese amor no solamente incluía todo el amor que les mostró durante su ministerio, sino también el amor que muy pronto mostraría en su muerte.
El amor de los apóstoles (y el de todos los discípulos de Cristo) los unos a los otros debería ser de la misma naturaleza que el amor que Cristo mostraba hacia ellos.
Jesús no amaba a sus apóstoles para su propia felicidad. No los amaba pensando en un amor recíproco. ¿Nos amamos los unos a los otros pensando en qué recibiremos por nuestro amor? ¿Si nos traerá felicidad a nosotros? ¿Nos amamos los unos a los otros con un amor egoísta? El amor egoísta ama solamente a la persona que le devuelve su amor (Mat_5:46-47).
El amor que Jesús tenía por sus apóstoles le costó trabajo y dolor. Su amor por ellos y por todos los perdidos le llevó al Calvario. De esa misma manera nuestro amor los unos por los otros nos cuesta trabajo y dolor, porque requiere la abnegación de sí. El amor verdadero busca el bienestar (físico y espiritual) de otros.
Jesús amaba a sus discípulos aunque los conocía a fondo, conocía no solamente su fuerza, sino también su debilidad, pero a pesar de ello "los amó hasta el fin" (Jn 13:1).
Hay personas que se bautizan y quieren ser miembros de una congregación, pero se escandalizan porque no conocen a los hermanos. Al bautizarse creen que amarán a sus hermanos pero, en realidad, su amor es condicional. Por eso, al venir desacuerdos y disgustos entre ellos ya no quieren ser miembros.
Los cristianos deben amarse los unos a los otros incondicionalmente. Desde luego, el amor requiere la enseñanza, la exhortación, la reprensión y hasta la disciplina, pero en todo caso "permanezca el amor fraternal" (Heb_13:1). Tantos miembros se disgustan con otros hermanos, se escandalizan y se retiran de la iglesia. El amor de los tales no es como el modelo, no es como el amor mostrado por Jesús, quien tenía muchas razones para impacientarse con los apóstoles, pero no lo hizo, sino que "los amó hasta el fin".
Así pues, el tener amor verdadero los unos por los otros requiere que se imite el ejemplo de Jesús quien amaba a sus apóstoles aunque los conocía a fondo. Aunque sabía que Judas lo entregaría, que Pedro lo negaría y que todos lo desampararían, "los amó hasta el fin".
    Los esposos deben amarse el uno al otro como Cristo amaba a sus apóstoles (hasta el fin). ¿Por qué hay tanto divorcio? ¿Cómo es posible que tantas personas que hayan hecho votos de amor y de fidelidad, diciendo que su matrimonio durará "hasta que la muerte nos separe", tarde o temprano se divorcian? Seguramente pensaban que se amaban, pero ¿qué pasó? No se conocían. Prometieron ser fieles el uno al otro para "lo mejor o para lo peor", pero no se imaginaban "lo peor" (lo pésimo) que sería. Esto significa que sus votos se hicieron sin conocerse el uno al otro; es decir, en muchos casos si en realidad se hubieran conocido el verdadero carácter el uno del otro, no se habrían casado. El "amor" de tales personas no es incondicional sino condicional. Después de la luna de miel, la vida matrimonial empieza. Ahora comienzan a conocer la realidad de las cosas, y en muchísimos casos, lo dulce se convierte en amargura.
Surge, pues, una pregunta: ¿Cómo puede una persona conocer a fondo a su novio(a) para estar seguro que después de casarse se llevarán bien. No se puede. Es imposible conocer a fondo a otro sin vivir con él (ella). Desde luego, esto es imposible antes del matrimonio. Los novios deben visitarse el uno al otro en sus respectivos hogares, para que cada quien conozca la familia de su futuro cónyuge y, sobre todo, observar cómo es su futuro (a) esposo(a) con su propia familia. ¿Cómo trata a su mamá, a su papá, y a sus hermanos? Porque de esa misma manera tratará a su cónyuge después de la luna de miel.
Pero, en fin de cuentas, repítase, es imposible conocer a fondo a otro sin vivir con él (ella); por eso, el amor debería ser incondicional. Muchas personas erróneamente ponen un "hasta aquí" y se divorcian, pero ¿qué dijo Jesús acerca del divorcio y nuevas nupcias? (Mat_5:32; Mat_19:9).
Otro aspecto del amor de Jesús era que Él estaba dispuesto a perdonar a estos discípulos débiles y errantes. Ese es el amor modelo que tenemos que imitar: "Como yo os he amado, que también os améis unos a otros".
¡Este es, pues, el nuevo mandamiento!


Jn 13:35  en esto es en lo que todos reconocerán que sois discípulos Míos: si existe este amor entre vosotros.

El amor hermanable de los cristianos era uno de los sermones más convincentes del primer siglo. La gente decía, "Mirad cómo los cristianos se aman los unos a los otros". Además, aparte de llamar la atención de la gente hacia ellos, también este amor señalaba a Cristo (Mat_5:16; 1Pe_3:15).
Tal amor tiene poder para mover los corazones de la gente. Al verlo otros dirán "Yo también quiero ser cristiano".
Este amor fraternal se describe de la siguiente manera en otros textos del Nuevo Testamento:
Rom_12:10 - "en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros".
Rom_15:7 - "recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió".
1Co_12:25 - "se preocupen los unos por los otros".
Gál_5:13 - "servíos por amor los unos a los otros".
Gál_6:2 - "Sobrellevad los unos las cargas de los otros" (Gál_6:1 explica cómo se obedece este texto).
Efe_4:1 - "con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor".
Efe_4:32 - "antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros".
Efe_5:22 - "someteos unos a otros"; es decir, que las esposas estén sujetas a sus maridos (Efesios 5:22-24); que los hijos estén sujetos a sus padres (Efe 6:1-3); y que los siervos estén sujetos a sus amos (Efe 6:5-8).
Stg_5:16 - "confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros".
La Biblia describe la falta de amor de la siguiente manera: "si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros" (Gál_5:15); "no... irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros" (Gál_5:26); no "aborreciéndonos unos a otros"
 (Tit_3:3); "no murmuréis los unos de los otros"
 (Stg_4:11); "no os quejéis unos contra otros" (Stg_5:9).


Jn 14:15  Si me amáis, guardaréis mis mandamientos.

Aunque Cristo estaba a punto de volver al Padre y ya no estaría físicamente entre vosotros, dice que si en verdad le amaban, deberían continuar guardando su enseñanza, como si El todavía estuviera físicamente entre ellos. La obediencia es el fruto del amor. El amor verdadero es el amor activo; si no se puede observar en lo que hace, es porque no existe.
Jesús enfatiza la importancia del amor y de la obediencia a sus mandamientos como demostración del amor. Él dice que el primer mandamiento es amar a Dios (Mat_22:37), y la fe sin obediencia es fe sin amor.
Al decir, "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (es decir, continuar en comunión conmigo por medio del amor obediente), establece el requisito para recibir la promesa del siguiente versículo.
El versículo trata del amor a Jesús y en qué consiste: amar a Jesús equivale a guardar sus mandamientos o también sus palabras. Aquí se encuentra por primera vez la expresión típica de Juan, terein (griego): guardar, prestar atención, observar, mantener; giro que aparece frecuentemente en el Antiguo Testamento. Allí designa sobre todo la cuidadosa observancia de la ley mosaica, la Torá.
En Juan aparece en lugar de la ley la «palabra» de Jesús o su «mandamiento», que es necesario observar o guardar. El giro subraya el elemento de la duración de la posición observadora... Se trata de la obligatoriedad permanente de la palabra o mandamiento de Jesús y, en todo caso, también de la forma operativa de semejante constancia, en el sentido de un practicar la fe, especialmente en el amor. Creer y amar se entienden como una unidad, como un todo completo y vivo. De ahí que puedan intercambiarse el singular y el plural (la palabra, el mandamiento, las palabras, los mandamientos), sin que en nada cambie el sentido. Así pues, los «mandamientos de Jesús» no pueden referirse en modo alguno a los «diez mandamientos», sino en primer término al «amarse mutuamente», en que según Juan se compendia toda la práctica cristiana.
La idea del amor de los discípulos, o de los creyentes, a Jesús, se encuentra en el Nuevo Testamento muy rara vez; los sinópticos y Pablo todavía no conocen semejante giro, y fuera de Juan, sólo aparece en un lugar notable de la primera carta de Pedro, en que se dice: «Sin haberlo visto, lo amáis; y sin verlo por ahora, pero creyendo en él, os regocijáis con gozo inefable y glorioso, al lograr la finalidad de la fe: vuestra salvación» (1Pe_7:8s). La formulación es valiosa porque traza exactamente el problema, que alienta también en Juan: ¿Qué significa amar a Jesús, cuando no se le ha visto, y cuando respecto de él no se pueden establecer unas relaciones de amor como las que son posibles entre personas que viven simultáneamente? En este pasaje se echa de ver una vez más cómo el carácter «ficticio» de los discursos de despedida sirve para formular un problema que preocupa a la comunidad de Juan. No se trata simplemente de «si quien ha nacido después, y no tuvo ninguna relación personal con él» puede amar a Jesús; pues esto evidentemente es posible, incluso puede uno entusiasmarse emocionadamente con todo el corazón por ese Jesús; se le puede amar. El problema es lo que de ahí se sigue. ¿Se reduce todo a un entusiasmo sentimental, o se pide algo más? El texto da a la pregunta una respuesta cara: Amar a Jesús quiere decir obedecer sus mandamientos.

Ello indica ante todo que la «palabra» o la doctrina de Jesús sigue siendo obligatoria para la comunidad de los discípulos. La vinculación a Jesús, según la crea y acuña el amor a Él, significa siempre un estar obligado a su palabra. Justamente esto es lo que certifican también los otros evangelios, y por ese motivo han transmitido las palabras de Jesús. La fe no es un reconocimiento alegre y sin compromiso de Jesús, como el que se tributa a otros personajes históricos importantes y que ellos mismos pudieran ambicionar; es más bien la aceptación obligatoria de sus «mandamientos» como norma de vida. Se trata de la aceptación de la forma de proceder de Jesús, y ahí justamente se demuestra el amor a Él. La afirmación hay que entenderla, pues, en consonancia con 1Jn_4:20: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y odia a su hermano, es mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.» Esa es también la idea aquí presente: quien no guarda el mandamiento de Jesús tampoco puede amarle.


Jn 14:21  El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él.

El que tiene mis mandamientos, y los guarda (no solamente sabe hablar de ellos, sino que los guarda en su corazón y los practica en su vida), ése es el que me ama. Esta es la evidencia verdadera del amor a Cristo: guardan su enseñanza. Esto no significa obediencia perfecta (Flp_3:12; 1Jn_1:8-10), porque acerca de sus apóstoles Jesús dijo al Padre, "me los diste, y han guardado tu palabra" (Jn 17:6), aunque tuvieran sus debilidades. Todos debemos orar, "perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mat_6:12).
  Dios ama a todo el mundo (Jn 3:16), pero no de la manera que ama al verdadero discípulo de Cristo. El cristiano ama aun al enemigo (Mat_5:44), pero este amor no es lo mismo que el amor que tiene por su hermano en Cristo.
  Emphanizo, "  Manifestar, exhibir a la vista... metafóricamente, de que Cristo daría evidencia por la acción del Espíritu Santo en las almas de los discípulos que El (Cristo) vivía en el cielo"  
Algunos creen que Jesús "se manifiesta" a ellos, y dicen que sienten su presencia en su corazón, que sienten que Él está muy cercano, que tienen sentimiento de gran fuerza por la presencia del Espíritu Santo, etc., pero tales conceptos son subjetivos y peligrosos porque no son bíblicos sino humanos.
Esta sección recoge la palabra nexo del versículo 15, para desarrollarla ahora de un modo más profundo. El versículo 21a reafirma ante todo: sólo quien obedece los mandamientos de Jesús, quien se sabe ligado al modelo del proceder de Jesús -y cómo se presenta ese modelo lo sabemos por el lavatorio de los pies-, ése es quien ama a Jesús no sólo de un modo verbal, sino «en obra y verdad». Quien se conduce así entrará también en las relaciones divinas de Jesús, hasta el punto de que el amor del Padre cuenta para él como para el Hijo Jesús. También Jesús le amará «y me manifestaré a él». La fórmula resulta comprensible a la luz de la idea defendida por Juan sobre la unidad entre el Padre y el Hijo; más aún, a la fe se le abre ahora por Jesús la plena comunión por Dios; quien entra en ese «circuito» divino del amor, queda incorporado a él de manera total y absoluta; con lo que vuelve a quedar claro que en la revelación de Jesús, tal como Juan la presenta, en definitiva se trata de la plena comunión con Dios, de la comunicación, y desde luego de una comunicación en el amor inmenso por él y con él en que se da a conocer el auténtico ser de Dios. La palabra del mensaje está de lleno en conexión con la revelación como hecho comunicativo; por tanto no tiene primordialmente el sentido de una doctrina, sino de participación, y no por supuesto de la simple participación de una información nueva, sino de la abierta comunicación personal de Jesús y, a través de su palabra, de la comunicación personal de Dios. Que el hombre Jesús es mediador de la revelación divina constituye el contenido de la sentencia «la Palabra se hizo carne» (Jn_1:14). De ahí que también sea iluminador que al obrar de Jesús siga la revelación de Jesús. «El que quiera cumplir la voluntad de él (de Dios), conocerá si mi doctrina es de Dios o si yo hablo por mi cuenta» (Jn_7:17). No se trata aquí sólo de la adecuada postura moral, como condición para el conocimiento o comprensión de la doctrina de Jesús, la revelación. Lo que aquí se dice más bien en general, es que fe y amor, en su inquebrantable unidad, representan el primer paso, el comienzo, por el que se alcanza el «conocimiento de la revelación».

    De este modo explica Juan el dato notable con que se tropieza una y otra vez en las cuestiones de fe y revelación: el solo conocimiento lógico teórico nunca basta para llegar a la fe y comprensión de Jesús. Ciertamente que en la Biblia se entienden muchísimas cosas, aun sin la fe. Frente a una conclusión demasiado precipitada, hay que decir que la Biblia es un libro, cuyos textos son accesibles a un análisis crítico racional en toda su amplitud, que no es una colección de doctrinas secretas y esotéricas. Hay, no obstante, una comprensión más profunda que sólo se abre a la fe; esa fe descansa en una apertura existencial del hombre, en un compromiso que osa adentrarse en un personal experimento con la Palabra, en un experimento práctico. Mas esta decisión al ejercicio en el cristianismo ya no es teorizable, sino más bien la condición ineludible para entender la revelación de Jesús. Da amantem et scit quod dico, «dame un amador y entenderá lo que digo» (·Agustín de Hipona)

Jn 14; 22  Judas (no el Iscariote) le dijo*: Señor, ¿y qué ha pasado que te vas a manifestar a nosotros y no al mundo?
Jn 14:23  Jesús respondió, y le dijo: Si alguno me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos con él morada.

La mala inteligencia del v. 22 subraya una vez más, con su referencia negativa, la peculiar naturaleza de la revelación de Jesús, que en definitiva continúa inaccesible para el mundo. La circunstancia de que la pregunta como tal no es escuchada ni respondida confirma que no se trata de una verdadera pregunta, sino de un recurso literario para llamar la atención sobre la diferencia entre el mundo, que permanece sin la revelación de Jesús, y el ámbito de los creyentes. De hecho vista desde la fe, la incredulidad del mundo es el problema difícil y sin solución en que la misma fe tropieza de continuo. Quizás late en la pregunta la reflexión familiar: ¡En realidad Dios debería darse a conocer de tal modo que hasta los «incrédulos» comprendieran! Se expresa en esa pregunta la angustia y tribulación del pequeño rebaño, que ciertamente no deja de ser peligrosa. Pues, desde esa reflexión hasta la idea de que es preciso forzar y meter la verdad en el mundo incrédulo sólo hay un paso pequeño. Si se busca una respuesta por ese camino, en la práctica no se andará muy lejos del resentimiento y de la voluntad de poder. Vistas así las cosas, resulta perfectamente lógico que Jesús haya pasado por alto la pregunta; hay que guardarse seriamente de entrar por ese sendero tortuoso.

     En lugar de eso se recoge y vuelve a enlazarse el hilo: la fe, el amor y la revelación tienen en definitiva su certeza en sí mismos; no dependen de confirmaciones exteriores por parte del mundo, y no podrían inquietar ni poner en tela de juicio ni a éste ni a la sociedad. Y en tal caso tampoco serían la victoria de Dios lograda sobre el mundo, victoria que debe testimoniarse renovadamente. Lo cierto es que la fe se mantiene referida a la Palabra de Jesús. Ahí descansa el fundamento de su obligatoriedad, así como de su esperanza y seguridad soberanas. Esa palabra introduce al creyente, como ya hemos dicho, en el «circuito» del amor divino. Justamente en este sentido la vinculación con la persona y la palabra de Jesús es de importancia capital para la fe cristiana.

El acoplamiento, pues, no tiene sólo un sentido «histórico», de tal modo que la fe mediante la vinculación con su origen insoslayable mantiene siempre su identidad. Conviene repetir una y otra vez que lo cristiano específico e inamovible no se deja definir por un criterio «objetivo» y funcional, sino en exclusiva por el criterio del propio Jesús.
Justamente la pregunta acerca de Jesús, como fundamento permanente y condición normativa y siempre válida de toda identidad cristiana, figura misma de Jesús, se amplía curiosamente hasta transformarse en la pregunta acerca de Dios, del amor divino como el sentido y trasfondo inamovible de la persona de Jesús. Ahí precisamente radica lo singular e insustituible de Jesús para la fe. A la pregunta que hoy se formula a menudo: ¿por qué realmente ese Jesús?, ¿no se pueden mantener todas las afirmaciones cristianas, o al menos aquellas que son importantes y esenciales al cristianismo sin necesidad de Jesús? ¿Por qué en definitiva hay que creer en Jesús?, de hecho sólo cabe dar una respuesta: porque Jesús es el revelador de Dios. Esta respuesta tiene siempre el carácter de un testimonio creyente, la fe confiesa así a Jesús e invita a entrar en la experiencia creyente de la que parte. Y, por consiguiente, habrá que decir que en tanto no se haya entendido la significación de Jesús como el único y exclusivo centro de interpretación para la fe cristiana, no se puede comprender el cristianismo, sino que uno se mueve en el «atrio de los gentiles». Juan lo subraya a su modo cuando hace ahora a la fe esta promesa: «Vendremos a él para fijar morada en él.» Se recoge aquí una vez más la cuestión de las moradas celestiales y podríamos decir que se le da una respuesta en sentido inverso: la venida de Jesús a los suyos comporta simultáneamente la llegada de Dios. Con el giro «hacer morada» se llama la atención sobre lo permanente y definitivo de la presencia y revelación divinas.

Así pues, según esta palabra, la comunidad de los creyentes es la nueva mansión divina escatológica, es el templo de Dios en el mundo. Pero lo es justo en cuanto la comunión de los creyentes ha encontrado en Jesús el centro de su fe. Se responde simultáneamente en este pasaje a una cuestión que se arrastra a lo largo del evangelio de Juan, a saber: la cuestión sobre el lugar de la presencia de Dios, del nuevo centro de culto. Ese culto ya no está ligado a ningún espacio físico. A la luz de la revelación cristiana queda superada la idea de un particular «lugar santo». Ahora es la comunidad creyente el único lugar de culto legítimo. Más aún, por la fe el mismo individuo se convierte en morada de Dios en Espíritu. Hablando metafóricamente, por Jesús el cielo ha bajado a la tierra; y la comunión divina, que se inicia con la fe, juzgada según su dinámica interna, es una comunión sin fin. Lo que Juan ha experimentado en su trato con Jesús y lo que ha testificado en su Evangelio es la maravilla sorprendente de la venida de Dios al hombre. Esto es para él el núcleo del cristianismo: que el misterio divino se ha desvelado hasta ese punto en Jesús, que Dios ha entrado en el hombre y por él en la humanidad, de modo que se ha hecho aquí presente y lo estará por siempre en el futuro.

Ahora ya los discípulos no podían por menos de sentirse acechados por augurios de tragedia. Pero Jesús les dijo: «No os dejaré desvalidos.» La palabra en griego es órfanos, de la que viene la española con el mismo sentido: literalmente sin padre; pero también se aplicaba a situaciones de desamparo y falta de protección; se usa de los discípulos o estudiantes privados de la presencia y enseñanza de un querido maestro. Platón dice que, cuando murió Sócrates, sus discípulos pensaban que se tendrían que pasar el esto de la vida como niños abandonados o privados de un padre, y no sabían qué hacer. Pero Jesús les dijo a Sus discípulos que ese no sería su caso. «Volveré a vosotros,» les dijo.
Se refería a Su Resurrección y a Su presencia espiritual. Los discípulos Le verían, porque Él estaría vivo y ellos también. Lo que Él quería decirles era que ellos estarían espiritualmente vivos. De momento estaban confundidos y apabullados por el presentimiento de la inminente tragedia; pero llegaría el día en que se les abrirían los ojos -y entonces Le verían de veras. Eso fue exactamente lo que les sucedió cuando Jesús resucitó. Su resurrección cambió la desesperación en esperanza, y fue entonces cuando reconocieron, sin la menor sombra de duda, que Él era el Hijo de Dios.
En este pasaje Juan sigue barajando algunas ideas que nunca están lejos de su pensamiento.
(i) Primero y principalmente, está el amor.
 Para Juan el amor es la base de todas las cosas. Dios ama a Jesús; Jesús ama a Dios; Dios ama a la humanidad; Jesús ama a la humanidad; la humanidad ama a Dios por medio de Jesús; los seres humanos se aman unos a otros; el Cielo y la Tierra, la humanidad y Dios, las personas entre sí... todo está enlazado con el vínculo del amor.
(ii) Una vez más Juan subraya la necesidad de la obediencia, que es la única prueba del amor. Fue a los que Le amaban a los que Se apareció Jesús cuando resucitó, no a los escribas y fariseos y los demás adversarios.
(iii) Este amor obediente y confiado conduce a dos cosas.
La primera, a la seguridad absoluta. El día del triunfo de Jesús, los que hayan estado unidos a Él por el amor obediente estarán a salvo en un mundo que se hunde.
La segunda, a una Revelación cada vez más plena. La Revelación de Dios es algo costoso. Siempre tiene una base moral; es a la persona que obedece Sus mandamientos a la que Se revela Cristo. Una persona mala jamás podrá recibir la Revelación de Dios. Puede que Dios la use; pero no puede tener comunión con Él. Dios sólo se revela a los que Le buscan. Y es sólo a la persona que, a pesar de sus fracasos, se eleva hacia Dios, a la que Dios desciende. La comunión con Dios y la Revelación de Dios dependen del amor; y el amor depende de la obediencia. Cuanto más obedecemos a Dios, mejor Le entendemos; y la persona que anda por Sus caminos no puede por menos de caminar con Él.


Jn 14:24  El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que oís no es mía, sino del Padre que me envió.

  Respondiendo a la pregunta de Judas, Jesús establece otra vez la condición del discipulado verdadero: “el amor que se valida en la obediencia”. Luego explica cómo él se manifestará a los discípulos, pero no al mundo. Jesús promete tres bendiciones concretas para el discípulo verdadero: amor personal del Padre; la llegada a él por el Padre y el Hijo; y el establecimiento de su vivienda en la vida del discípulo. El concepto de Dios morando entre su pueblo escogido era muy común en el AT (Éxo. 25:8; 29:45; Zac. 2:10), pero en el NT por primera vez vemos el concepto del Padre y el Hijo morando en el corazón de sus fieles. El término morada se deriva del verbo griego que se traduce “permanecer”. La presencia, o morada, permanente con los discípulos es el énfasis del versículo. Esta descripción de una manifestación interna y espiritual de Jesús y el Padre indica que no tiene en mente ni las apariencias visibles después de la resurrección ni tampoco la Segunda Venida.
Habiendo dicho tres veces en forma positiva que el que le ama guardará sus mandamientos, ahora recalca este principio al expresarlo en forma negativa.  Pero una parte ineludible de esa presencia es la acción de Jesús. Si sólo se habla de esa verdad en afirmaciones dogmáticas, sin vincularlas con la acción de Jesús, tales afirmaciones resultan increíbles. La misma comunidad de Jesús corre el peligro constante de contentarse con la «gracia barata» (D. Bonhoeffer) para propagar con celo y fanatismo una fe dogmática o abstracta y sin amor. En tal caso también para ella resulta problemática la promesa. Acerca de ello podría advertir el versículo 24: «El que no me ama, no guarda mis palabras.» Esto es una advertencia contra la falsa seguridad. Cierto que detrás de la palabra de Jesús está toda la autoridad divina, pues la Palabra de Jesús es a la vez la Palabra de Dios, del Padre. Esa autoridad fundamenta la obligatoriedad de la Palabra de Jesús. Mas como esa autoridad está ligada a la práctica del amor, tampoco es manipulable. Pues, dígase lo que se quiera de la manipulación, una cosa habría que mantener: cualquier manipulación contiene una renuncia a la libertad y al amor. De ahí que en el comportamiento frente a los demás se excluyan la libertad y el amor, siendo objeto de burla consciente o inconsciente. Por el contrario, la Palabra de Jesús presenta sus exigencias a todos cuantos se reclaman a ella, y crea a la vez de este modo el espacio de libertad y amor sólo en el cual puede alcanzar su plena vigencia.
Hacía  su morada con los apóstoles: "Nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo" (1Jn_1:3), y hacen su morada con todos los hijos de Dios.
¿Contesta Jesús la pregunta de Judas? Sí, porque sigue hablando de cómo y a quiénes se manifestaría. Se manifestaría solamente a los que le aman y guardan su enseñanza. Su venida sería una venida al corazón y vida de sus discípulos (Luc_17:20; Apo_3:20). Para poder tener moradas celestiales , primero es necesario que nuestra vida sea la morada de Dios aquí en la tierra (Jn 14:23, 28).
Aquí obviamente Jesús no se refiere al poco tiempo que estaría con ellos después de resucitar, sino a la comunión duradera que todos sus discípulos gozarían con El y con el Padre. La morada de Dios es con su pueblo. Este concepto no es nuevo, pues Isa_57:15 dice, "Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu"   Eze_37:26-28; 2Co_6:16-18; Apo_3:20, "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo").

Teniendo los mandamientos de Cristo debemos obedecerlos. Y al tenerlos sobre nuestra cabeza, debemos guardarlos en nuestro corazón y en nuestra vida. La prueba más segura de nuestro amor a Cristo es la obediencia a las leyes de Cristo. Hay señales espirituales de Cristo y su amor dadas a todos los creyentes. Cuando el amor sincero a Cristo está en el corazón, habrá obediencia. El amor será un principio que manda y constriñe; y donde hay amor, el deber se desprende de un principio de gratitud. Dios no sólo amará a los creyentes obedientes, pero se complacerá en amarlos, reposará en amor a ellos. Estará con ellos como en su casa. Estos privilegios están limitados a los que tienen la fe que obra por amor, y cuyo amor a Jesús los lleva a obedecer sus mandamientos. Los tales son partícipes de la gracia del Espíritu Santo que los crea de nuevo.

Muchas veces verdades bíblicas se afirman tanto negativa como positivamente. Esto es para dar énfasis a la enseñanza. Si no hay amor, no habrá gratitud. Si no hay amor, no habrá respeto por el deber. Hay que seguir repitiendo que el amar no es asunto de sentimientos, sino de algo práctico, pues se puede ver y conocer solamente por sus acciones (Jn_3:16; Jn_13:34-35; 1Jn_3:17-18; Efe_5:24; Mat_5:44).

1Jn 2:3  Y en esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos sus mandamientos.
La prueba de conocerle (a Dios) consiste en “guardar sus mandamientos.” Hay quienes profesan conocerle pero no es cierto (Tit_1:16). Conocer a Dios en realidad es aprobar sus caminos (por medio de andar en ellos), pues “conoce” se usa bíblicamente en este sentido (Mat_7:23; Jn_17:3). Los que admiten la mera existencia de Dios y su poder en la creación, pero no se sujetan a su voluntad, ¡no le conocen! ¡No le aprueban! ¡En el Día Final Cristo no les “conocerá” a ellos!
         Los gnósticos se jactaban de tener “conocimiento” superior y especial, pero por su desobediencia probaban que no le conocían a él quien es luz.   2Pe_2:21. El camino a Dios no es por la inteligencia (conocimiento, ciencia) humana, según pensaban los filósofos griegos antiguos. Ellos no veían a Dios en términos de obediencia a su revelada voluntad. Por eso su gnosis les dejó en la corrupción del pecado y probó así en realidad que no conocían a Dios.

1Jn 2:4  El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él;

El texto griego aquí indica una acción continua y por eso apunta a cierta afirmación; a saber, a la de los gnósticos que afirmaban que conocían a Dios y al mismo tiempo no estaban guardando sus mandamientos. Por eso los tales eran mentirosos (en carácter, y no tan solamente en algún dado hecho). Mostraban así que su padre espiritual era el diablo (Jn_8:44).
El gnóstico repudiaba los mandamientos de Dios y vivía sensualmente, mientras reclamaba tener comunión con Dios y estar salvo (por medio de su gnosis, “ciencia”, acerca de Dios). Pero la única manera de saber que conocemos a Dios es por medio de guardar sus mandamientos. Uno prueba su conocimiento acerca de Dios por medio de su obediencia a Dios.
Juan está decidido a establecer de manera inequívoca y sin compromiso alguno que la única manera en que podemos mostrar que conocemos a Dios es obedeciéndole, y la única manera en que podemos mostrar que estamos unidos a Cristo es la imitación de Cristo. El Cristianismo es la religión que ofrece el mayor privilegio y que impone la mayor obligación. El esfuerzo intelectual y la experiencia emocional no se menosprecian -¡lejos de ello!- pero deben combinarse para desembocar en la acción moral.



1Jn 2:5  pero el que guarda su palabra, en él verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado. En esto sabemos que estamos en El.

Los gnósticos excluían a los demás por no ser de su “ciencia” o inteligencia. Aquí Juan afirma que todo el mundo puede conocer a Dios. Es por medio de la obediencia a su Palabra. La Palabra de Dios es lo completo de su revelación al hombre, mientras que los mandamientos son las partes de ese todo. La Palabra es una; los mandamientos son muchos.
La prueba de nuestro amor a Dios, como la de nuestro conocimiento de Dios, es el guardar su Palabra en nuestras vidas. El que guarda la Palabra de Dios tiene su amor a Dios en un estado completo o maduro. Ha alcanzado la meta en cuanto a amar a Dios. El amor a Dios, aparte de la obediencia a su Palabra, no es amor completo.
Guardando su Palabra nosotros, probamos que le conocemos, que le amamos, y que estamos en él. Compárense Jn_14:20; Jn_17:21; Jn_17:23. Estar en él es tener comunión con él; estar unido con él. Esto se logra solamente por nuestra obediencia a su Palabra. “En él” puede referirse a estar en Cristo, como también en Dios el Padre (Jn_15:4).
¿Cómo puede estar seguro de que pertenece a Cristo? Este pasaje menciona dos modos de saberlo: si usted hace lo que Cristo dice y vive como Cristo quiere. ¿Y qué quiere Cristo que hagamos? Juan responde en el 3.23 "que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros". La fe cristiana verdadera se traduce en una conducta afectuosa; esa es la razón por la que Juan dice que nuestra conducta nos otorga la seguridad de que pertenecemos a Cristo.

1Jn 2:6  El que dice que permanece en El, debe andar como El anduvo.

"Andar como El anduvo" o vivir como vivió Cristo no significa escoger doce discípulos, realizar grandes milagros y ser crucificado. No podemos tratar de imitar la vida de Cristo, porque mucho de ella tuvo que ver con su identidad como Hijo de Dios, su misión especial al morir por el pecado y el contexto cultural del primer siglo del mundo romano. Para vivir hoy como Cristo vivió en el primer siglo, debemos seguir su ejemplo de total obediencia a Dios y de servicio afectuoso a las personas.
La profesión de permanecer en Dios demanda la manera de vida que Cristo nos dejó como ejemplo (Jn_13:15; 1Pe_1:21; 1Co_11:1; Efe_5:1)
La obediencia a los mandamientos prueba nuestro conocimiento de Dios. El amor genuino a Dios y una verdadera relación con Él, deben evidenciarse en la lealtad que le profesamos.
Donde haya tinieblas espirituales, estarán entenebrecidos la mente, el juicio y la conciencia, y erraremos el camino a la vida celestial. Estas cosas exigen un serio examen de sí; y la oración ferviente para que Dios nos muestre qué somos y dónde vamos.

1Jn 2:7  Amados, no os escribo un mandamiento nuevo, sino un mandamiento antiguo, que habéis tenido desde el principio; el mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído.

Juan habla de un mandamiento que es al mismo tiempo viejo y nuevo. Algunos tomarían esto como una referencia al mandamiento que se implica en el versículo 6, que el que permanezca en Jesucristo debe vivir la misma clase de vida que su Maestro. Pero es casi seguro que Juan está pensando en las palabras de Jesús en el Cuarto Evangelio: "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros; como Yo os he amado, que también os améis los unos a los otros» (Jn_13:34). ¿En qué sentido era ese mandamiento tanto antiguo como nuevo?

(i) Era antiguo en el sentido de que ya estaba en el Antiguo Testamento. ¿No decía la Ley: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo»? (Lev_19:18). Era antiguo en el sentido de que esta no era la primera vez que la audiencia de Juan lo había escuchado. Desde el mismísimo primer día de su incorporación a la vida cristiana les habían enseñado que la ley del amor había de ser la ley de su vida. Este mandamiento había recorrido un largo camino en la Historia, y también en las vidas de los destinatarios de esta carta.

(ii) Era nuevo porque se había elevado a una nivel completamente nuevo en la vida de Jesús  y era como Jesús había amado a los hombres como los hombres habían ahora de amarse unos a otros. Bien podría decirse que la humanidad no sabía realmente lo que era el amor hasta que lo vio en Jesús. En todas las esferas de la vida es posible que una cosa sea antigua en el sentido de que ha existido desde mucho antes, y sin embargo alcance un nivel totalmente nuevo por la actuación de alguien. Un juego puede llegar a ser nuevo para una persona cuando ha visto jugarlo a un gran maestro. Una pieza de música puede llegar a ser algo nuevo para una persona que se la ha escuchado a una gran orquesta bajo la batuta de un gran director. Hasta un plato de comida puede llegar a ser una cosa nueva para el que lo prueba cuando lo ha preparado alguien que tiene el genio de la cocina. Una cosa antigua se puede convertir en una nueva experiencia en las manos de un maestro. En Jesús, el amor llegó a ser nuevo en dos direcciones.

(a) Llegó a ser nuevo por la amplitud que alcanzó. En Jesús el amor alcanza hasta al pecador. Para el rabino judíos ortodoxo, el pecador era una persona a la que Dios quería destruir. «Hay gozo en el Cielo -decían- cuando un pecador desaparece de la tierra.» Pero Jesús fue el amigo de los marginados y de los pecadores, y estaba seguro de que había gozo en el Cielo cuando un pecador volvía al hogar. En Jesús el amor alcanza hasta a los gentiles. Según algún rabino lo veía, «los gentiles fueron creados por Dios para servir de leña en los fuegos del infierno.» Pero para Jesús Dios amaba al mundo( hombres de cualquier era u época) de tal manera que dio a Su Hijo. El amor llegó a ser algo nuevo en Jesús porque Él extendió sus fronteras hasta que no quedó nadie fuera de su abrazo.

(b) Llegó a ser nuevo por los límites a los que llegó. Ninguna falta de reacción, nada que pudiéramos hacerle nunca podía convertir en odio el amor de Jesús. Él pudo hasta pedir a Dios que tuviera misericordia de los que Le estaban clavando a la Cruz.
El mandamiento del amor era antiguo en el sentido de que se conocía desde hacía mucho; pero era nuevo porque en Jesucristo el amor alcanzó un nivel que no había alcanzado nunca antes, y era conforme a ese nivel como nos mandaba a Marcos
Juan pasa a decir que este mandamiento del amor se ha hecho realidad en Jesucristo y también en las personas a las que dirige su carta. Para Juan, como ya hemos visto, la verdad no es solamente algo que hay que captar con la mente, sino algo que hay que poner por obra. Lo que quiere decir es que el mandamiento del amor mutuo es la verdad suprema; en Jesucristo podemos ver ese mandamiento en toda la gloria de su plenitud; en Él ese mandamiento se hace verdad; y en el cristiano podemos verlo, no en la plenitud de su verdad, pero sí llegando a ser realidad. Para Juan, el Cristianismo es un progreso en el amor.

1Jn 2:8  Por otra parte, os escribo un mandamiento nuevo, el cual es verdadero en El y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya está alumbrando.
 Juan pasa luego a decir que la luz ya está brillando, y las tinieblas están pasando. Esto hay que leerlo en su contexto histórico. Para cuando Juan estaba escribiendo, al final del primer siglo, las ideas estaban cambiando. En los primeros días de la Iglesia se había estado esperando la Segunda Venida de Jesús como un acontecimiento repentino e inminente. Cuando aquello no tuvo lugar, no abandonaron la esperanza, sino permitieron que la experiencia la cambiara. Para Juan la Segunda Venida de Cristo no es un acontecimiento dramático y repentino, sino un proceso en el cual las tinieblas van siendo derrotadas paulatinamente por la luz; y el final del proceso será un mundo en el que las tinieblas hayan sido derrotadas totalmente, y la luz haya triunfado en toda la línea.
Las tinieblas representan al error, a la superstición, al odio. El amor de Dios en nosotros alumbra al mundo lleno de tinieblas y al grado en que obra el amor en nosotros, a ese grado pasan las tinieblas.
En este pasaje la luz se identifica con el amor, y la oscuridad con el odio. Eso es decir que el fin de este proceso es un mundo en el que reine el amor, y el odio haya sido desterrado. Cristo ha entrado en el corazón de una persona cuando toda su vida es gobernada por el amor; y Él habrá entrado en el mundo de los hombres cuando todos obedezcan Su mandamiento del amor. La Venida y el Reino de Jesús son equivalentes a la venida y el reinado del amor.
Cristo es la luz (Jua_1:4-5; Jua_1:9; Jua_8:12) que alumbra en este mundo, pero alumbra por medio de los que andan como él anduvo (Mat_5:14-16). Esta luz quita a las tinieblas de los corazones de los hombres. La verdad del evangelio nos alumbra el camino en el cual debemos andar. Andar en luz  = practicamos la verdad. “La luz verdadera alumbra” por medio de la predicación del evangelio y el ponerlo por obra.


1Jn 2:9  El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está aún en tinieblas.
Lo primero que nos impacta en este pasaje es que Juan ve las relaciones personales en blanco y negro. En relación con nuestro hermano hombre no hay más que amor u odio; según lo ve Juan, no hay tal cosa como neutralidad en las relaciones personales. «La indiferencia es imposible; no hay crepúsculos en el mundo espiritual.»
Hay que notar además que de lo que está hablando Juan es de la actitud de un hombre hacia su hermano; es decir, el vecino de al lado, el que vive y trabaja con él, con el que está en contacto todos los días. Hay una supuesta actitud cristiana que predica con entusiasmo el amor a las gentes de otras tierras, pero que nunca busca ninguna clase de relación con el vecino de al lado, ni tan siquiera vivir en paz con el propio círculo familiar. Juan insiste en el amor hacia la persona con la que estamos diariamente en contacto. Esto no es «una filosofía insípida, ni un pretendido cosmopolitismo;» es algo inmediato y práctico.

Juan tiene toda la razón del mundo cuando traza una aguda distinción entre la luz y la oscuridad, el amor y el odio, sin matices intermedios. No podemos pasar por alto a nuestro hermano; es parte de nuestra circunstancia. La cuestión es, ¿cómo le consideramos?

(i) Podemos considerar a nuestro hermano hombre como prescindible. Podemos hacer todos nuestros planes sin incluirle de ninguna manera en nuestros cálculos. Podemos vivir con la suposición de que su necesidad y su dolor y su bienestar y su salvación no tienen nada que ver con nosotros. Una persona puede ser tan egocéntrica  a menudo inconscientemente que lo único que le importa en el mundo es ella misma.

(ii) Podemos mirar a nuestro hermano hombre con desprecio. Le podemos tratar como un necio en comparación con nuestros logros intelectuales, y como alguien de cuya opinión podemos prescindir totalmente. Puede que le consideremos, como los griegos a los esclavos, una casta inferior aunque necesaria, bastante útil para las tareas vulgares de la vida, pero que no se puede comparar con nosotros.

(iii) Podemos considerar a nuestro hermano hombre como un fastidio. Puede que reconozcamos que la ley y los convencionalismos le han dado un cierto derecho sobre nosotros, pero que no es nada más que una desgraciada imposición. Así es que uno puede considerar como lamentable cualquier contribución que tenga que hacer a la caridad, y cualquier impuesto que tenga que pagar para el bienestar social. Algunos consideran en lo más íntimo de su corazón que los que se encuentran en una condición de pobreza o de necesidad, lo mismo que todos los demás marginados, no son más que un fastidio.

(iv) Puede que consideremos a nuestro hermano hombre un enemigo. Si consideramos que la competencia es el principio fundamental de la vida, tendrá que ser así. Cualquier otra persona de la misma profesión o negocio es un competidor en potencia, y por tanto un enemigo en potencia.

(v) Puede que consideremos a nuestro hermano hombre un hermano; sus necesidades, como si fueran nuestras; sus intereses, como si fueran nuestros, y el estar en la debida relación con él como el verdadero gozo de la vida.


"Caminar en la luz» y «guardar los mandamientos» es sinónimo de "amar a su hermano». Y «caminar en las tinieblas» es igual que ser cautivo del odio fraterno Los v. 10 y 11 sirven de explicación al v. 9, el cual ofrece en primer lugar la síntesis de manera negativa. Según el v. 10, aquel que ama a su hermano está (realmente) en la luz. Y en él no hay «tropiezo»: está bien afincado por el poder de la luz, que es el amor de Dios. Permanece en el amor y no cae en el pecado.   El que aborrece ha perdido toda orientación, está completamente desorientado, «porque las tinieblas le han cegado los ojos». En 1,8 se decía del que se imagina que no tiene pecado, que se estaba engañando a sí mismo. ¡Raras veces se expresa con tanta claridad como aquí en qué consiste el engaño propio, la mentira moral! Por el odio fraterno el hombre ha caído en las tinieblas, y ha quedado ciego, las «tinieblas», detrás de las cuales está -finalmente- un poder maligno de índole personal; se han apoderado de él y ya no lo sueltan.
Para orientar el pasaje hacia la vida de los lectores, vemos que la «fórmula de conocer»,  nos ofrece un primer punto de partida. Evidentemente, los destinatarios de la carta tenían el problema de cómo estar seguros de su comunión con Dios (es decir, de su salvación). El autor les muestra el camino para ello: por medio del amor mutuo, de un amor activo, llegan a estar seguros de la comunión con el Dios que es amor. Nos preguntaríamos si el cristiano de hoy día no tendrá también el mismo problema de saber cómo podrá estar seguro de su comunión con Dios.

El problema existe para todo aquel que, aunque sea nebulosamente, ha descubierto algo de lo que es Dios o, más exactamente, de quién es Dios. Es antinatural que los cristianos de hoy día no experimentemos ya con tal intensidad la pregunta a que la carta 1Jn quiere dar respuesta. Es inadecuado el que no lo experimentemos, porque ello está señalando una desaparición de la fe. Pero incluso el hombre no creyente, el hombre de hoy día, dentro y fuera de la Iglesia, tiene de hecho este problema: la cuestión de cómo podrá estar seguro del sentido de su vida (y el sentido de su vida es -en la visión de la fe- Dios, sin que él lo sepa). Así que el mensaje de 1Jn sigue siendo actual: nos ofrece la posibilidad de tal experiencia y certidumbre, y, por cierto, desde el punto decisivo, desde el punto del amor. Las aseveraciones sobre el mandamiento «antiguo» y «nuevo», no pretenden formular un precepto, sino que pretenden estar al servicio de la seguridad y gozo de quien «camina como caminó Jesús», y le hablan de la victoriosa energía de la luz del amor, que triunfa sobre todas las tinieblas.

1Jn 2:10  El que ama a su hermano, permanece en la luz y no hay causa de tropiezo en él.
1Jn 2:11  Pero el que aborrece a su hermano, está en tinieblas y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.

Juan tiene algo más que decir. Tal como él lo ve, nuestra actitud hacia nuestro hermano hombre tiene un efecto, no sólo en él, sino también en nosotros.

(i) Si amamos a nuestro hermano, estamos caminando en la luz y no hay nada en nosotros que nos haga tropezar. El original griego podría querer decir que, si amamos a nuestro hermano, no habrá nada en nosotros que le haga tropezar; y, por supuesto, eso sería perfectamente cierto. Pero es mucho más probable que lo que Juan quiere decir sea que, si amamos a nuestro hermano, no hay nada en nosotros que nos haga, a nosotros, tropezar. Es decir, que el amor nos permite hacer un progreso en la vida espiritual, y el odio lo hace imposible. Cuando pensamos en ello, eso es perfectamente obvio. Si Dios es amor, y si el mandamiento nuevo de Cristo es el amor, entonces el amor nos acerca a las personas y a Dios, y el odio nos separa de las personas y de Dios. Deberíamos recordar siempre que el que tiene odio o resentimiento en su corazón no puede nunca crecer en la vida espiritual.

(ii) Juan pasa a decir que el que odia a su hermano camina en tinieblas y no sabe adónde va porque las tinieblas le ciegan. Es decir, que el odio vuelve a las personas ciegas; y esto también es perfectamente obvio. Cuando uno tiene odio en el corazón, se le oscurece la capacidad de juicio; no puede ver claramente una situación. No es nada raro ver a una persona oponerse a un buen proyecto simplemente porque no le cae bien la persona que lo presenta. Una y otra vez el progreso en algún esquema de iglesia o de cualquier otra sociedad se interrumpe por animosidades personales. Nadie puede dar un veredicto sobre nada si tiene odio en su corazón, ni tampoco dirigir su propia vida como debe cuando le domina el odio.

El amor le permite a uno andar en la luz; el odio le deja a uno en la oscuridad  aunque no se dé cuenta.
Según el Nuevo Testamento, amar es más que sentir afecto; envuelve acción o hechos. El amor nos impulsa a buscar el bien del amado. Amar a Dios es hacer su voluntad. Mat_22:37-40.
         La frase “permanece en” la luz” indica una condición continua y no solamente un estado temporáneo. “Andar en luz” = conducta; “estar en luz” y “permanecer en la luz” = condición.
  La palabra “tropiezo” traduce el vocablo griego skandalon. La palabra escándalo viene de esta palabra griega, skandalon quiere decir trampa e indica cualquier cosa que sirve de tropiezo. En Mat_13:41 y Mat 18:7 la referencia obviamente es al tropiezo que uno pone a otro, pero aquí parece que la idea es que el hermano que anda en la luz no se da a sí mismo ocasión de caer. Así indica el versículo 11, pues no pudiendo ver a causa de las tinieblas, tropieza.   Jn_11:9-10.
         El que ama a su hermano permanece en la luz, la cual le advierte contra las trampas del pecado. No va a odiar a su hermano, ni hacerle mal en ningún sentido. No va a caer en tal trampa. Las trampas se ven en la luz, pero no en las tinieblas. El no amar prepara la mente para cometer otros pecados, pero la luz del evangelio ilumina la mente y conduce bien al que anda. Sal_119:165.
         Como en el versículo 4 no está en él la verdad en quien no guarda los mandamientos de Dios, así es que no hay en él tropiezo en quien ama a su hermano y permanece en la luz.
         Si el tropiezo de este versículo es para otros, la idea es que el que ama a su hermano no le sirve de trampa para hacerle caer en el error de herejía como le sirve el que no ama a su hermano, y que no está en la luz.

Hay tres condiciones aquí que describen al que aborrece a su hermano:
         1- la esfera en que anda es una de tinieblas,
         2- su conducta o caminar es caracterizado por las tinieblas, y
         3- es ignorante de su condición verdadera. Comparemos la expresión hallada en Sal_82:5.
La ceguera que caracteriza al inconverso tiene cautivo al que aborrece a su hermano. Anda incierto como lo hace en la vida física el ciego. Profesa ser muy sabio, pero no sabe nada.
El aborrecimiento ciega al hombre. Nadie puede actuar con justicia si el aborrecimiento es el principio de su vida. Va a tropezar más y más porque no ve hacia dónde va, ni por donde va ahora.
¿Eso significa que, si a usted no le agrada alguien, usted no es un cristiano? Estos versículos no se ocupan de no aceptar a los cristianos desagradables. Siempre habrá personas que no nos agradarán tanto como otras. Las palabras de Juan señalan la actitud que motiva despreciar o marginar a otros, tratarlos como irritantes, competidores o enemigos. Afortunadamente, el amor cristiano no es un sentimiento sino una elección. Podemos optar por interesarnos por el bienestar de las personas y preocuparnos por ellas con respeto, sintamos o no afecto por ellas. Si optamos por amar a otros, Dios nos ayudará a expresar nuestro amor.

 ¡Maranata!


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