La mayoría de nosotros piensa que es
sabio visitar al doctor de vez en cuando para hacernos un examen. Da seguridad confirmar
nuestra salud, pero también es un alivio identificar un problema antes de que
sea demasiado tarde. No obstante, muchos de los que vivimos en el mundo de la “América
cristiana moderna” —y más allá— somos reticentes a la idea de examinar nuestras
vidas para ver si la Palabra de
Dios confirma la
salud de nuestro cristianismo. Esto es precisamente lo que Pablo dijo a los
corintios:
“Examinaos
a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os
conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis
reprobados?” (2 Co. 13:5).
La realidad es
que el infierno está lleno de personas que profesaron el cristianismo pero que
nunca se examinaron a sí mismas. Será demasiado tarde si entramos en la
eternidad solo para oír aquellas aterradoras palabras de nuestro Señor:
“Y
entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:23).
Durante mis treinta
años de camino con el Señor, siempre he anhelado saber si soy un cristiano
verdadero y me he esforzado para entender la relación correcta entre la fe y los
frutos de las buenas obras. El problema consiste en pensar que producir los
frutos adecuados nos convertirá en el tipo de árbol adecuado. El dueño de cualquier
huerto te dirá que el fruto es aquello que un árbol produce de forma natural,
lo que simplemente revela la naturaleza del árbol. Si el fruto está en mal
estado, podrido, o simplemente no existe, la solución no es colgar frutos de
plástico en las ramas.
Muerte al yo y al pecado
“No
os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare,
eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará
corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna”
(Gálatas 6:7, 8).
Cuidado con ese evangelio falso que deja al
hombre seguir en sus pecados y sembrar para la carne y, no obstante, le ofrece
la esperanza de llegar al cielo.
Cuidado con ese evangelio falso que sólo vende una
póliza contra las llamas del infierno pero no da ningún poder sobre el pecado. Cuidado con ese evangelio falso que
deja que uno siga en su vida carnal y no exige la muerte de su naturaleza carnal.
Cuidado con ese evangelio falso
que permite una religión sin vida, o una profesión de fe sin la posesión de la
fe. Cuidado con ese evangelio
falso que hace creer que hay dos caminos al cielo, y no el único camino que
nuestro Señor describe en Mateo 7:13, 14 como
“el camino angosto”. Lo que sucede es que este evangelio falso abre un segundo
camino, el camino del cristianismo carnal “camino que parece derecho al hombre, pero su fin es
camino de muerte”
(Proverbios 16:25). ¡A la carne le encanta, pero es un
camino que lleva al infierno!
¿Un compañero amistoso?
Vuelvo a
repetirlo: cuidado con ese
evangelio falso que se predica en la actualidad, que no exige nada, sino que
muestra un camino fácil a la salvación (que no es más que el camino más corto
al infierno). Este evangelio falso no se opone a la carne, sino que es “un
amigo”, y, comprendido correctamente, es la fuente de mucha diversión buena y
limpia y placeres inocentes. Nos deja vivir sin interferencias, nunca nos
cambia la vida; sigue dejándonos vivir disfrutando de nuestros placeres, pero
ahora, en lugar de cantar en la cantina y beber licor, nos deleitamos en cantar
coros y ver películas religiosas. Sigue habiendo un énfasis en pasarla bien,
pero ahora nos divertimos a un nivel más elevado tanto moral como
intelectualmente.
Este evangelio
falso promueve un tipo de evangelismo nuevo y distinto. No
procura dar
muerte a la vida pecaminosa antes de brindarle la nueva vida en
Cristo, sino que
lo manda recibir la nueva antes de hacer morir la vieja. Así que sólo intenta
encaminar al pecador en una nueva dirección. Lo encamina a una manera de vivir
alegre, en la que puede mantener su amor al “yo”. Este evangelio falso le dice
al hombre seguro de sí mismo: “Ven y muéstrale tu seguridad a Cristo”. Al
egotista le dice: “Ven, jáctate en el Señor” y, al que siempre anda en busca de
una nueva emoción, le dice: “Ven y goza de la emoción del compañerismo
cristiano”. Intenta echar vino nuevo en odres viejos, pero ¡esto no puede ser!
Lo viejo tiene que ser derribado antes de que lo nuevo pueda ser edificado.
El
significado de la cruz
Como ves, a este
evangelio falso del cristianismo carnal se le pasa completamente por alto el
significado principal de la cruz, el cual es la muerte.
Pero el
evangelio de la gracia de Dios en Cristo, que es poder de Dios para
salvación, exige
la muerte, la sepultura y la resurrección de ti, pecador, en Cristo.
Presenta la cruz
de Cristo como el final repentino y violento de todo lo que eres por
naturaleza, y te resucita a una vida nueva en Cristo con las cadenas del pecado
ya rotas. Pone fin a tu orgullo y ambición, y te deja a los pies de un Dios
Santo implorándole misericordia.
El verdadero
evangelio de Dios te dice que debes tomar la cruz de Cristo, y
despedirte de
tus amigos y del mundo, porque ya no vuelves como la misma persona. No te dice
que dará una nueva dirección a tu vida, sino que vas al lugar de muerte. Hebreos 13:13 dice: “Salgamos,
pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”, porque allí es
donde morimos al mundo. El propio Señor Jesús dice en Lucas
14:27: “Y el que no lleva su cruz y viene en
pos de mí, no puede ser mi discípulo”. Tenemos que morir al mundo y a
todos sus placeres y atracciones, tal como
nos dice Gálatas 6:14: Por medio de la cruz de
Jesucristo “el mundo me es crucificado a mí, y yo
al mundo”.
¿Sabías que los
dos ingredientes que componen la sal casera que usamos todos los días, son un
veneno mortal si se consumen por separado, y que pueden causar la muerte? Pero
cuando se combinan, se convierten en una bendición en la forma de sal, la cual
purifica, da sabor, preserva y es usada de tantas maneras diferentes.
¡Es lo mismo con
el verdadero evangelio, el evangelio de la gracia de Dios!
¡Podemos
predicar a Cristo y su sangre para el perdón de los pecados, engañando al
pecador, si no le contamos que la muerte de Cristo significa la muerte también para
él mismo y sus costumbres, y la muerte al pecado! Si no incluimos todos los ingredientes en el mensaje
que predicamos, lo que predicamos se convierte en un veneno mortal para su
alma, que lo condena en lugar de salvarlo.
¡Nada
de compromisos!
Esta doctrina o
evangelio del cristianismo carnal (que ni es un evangelio) se ha extendido por
toda la cristiandad en la actualidad, y no contiene ese
ingrediente que
es el arrepentimiento. Es el
ingrediente que causa que
aborrezcamos al
pecado, mostrándonos que el poder del pecado debe ser roto, y que Dios, por su
Espíritu, no sólo nos justifica sino que también nos santifica cuando la
salvación es auténtica. La justificación y la santificación son las dos caras
de una misma moneda, y cuando Dios nos justifica ante sí mismo en Cristo mediante
su sangre, también nos santifica, es decir, nos separa para su uso, y nos hace
andar en sus caminos.
Así que el
verdadero evangelio de Cristo no se
compromete con el pecado.
Exige realmente
arreglar cuentas con Dios o perecer. Dice: “Sométete pecador, sométete al Dios
santo y soberano con un corazón arrepentido, sométete, a Cristo con fe,
confiando sólo en él para ser salvo”. Y debes abandonar todos los pecados, tienes
que renunciar a todos tus pecados, arrepentirte de todos tus pecados, y aborrecer
todo pecado. Tienes que morir al mundo, y el mundo a ti. Tienes que dejar a un
lado tus pecados y a ti mismo. De otra manera, nunca podrás conocer a Cristo en
una auténtica experiencia de salvación. El evangelio de la gracia de Dios en
Cristo Jesús no te permitirá encubrir, defender o excusar ningún pecado, porque
cuando el poder convencedor del Espíritu Santo obre en tu corazón, morirás al
pecado y a ti mismo; y luego Cristo, con su gran poder, el poder del evangelio,
te resucitará a una vida nueva. Esta será su vida en ti, y serás una nueva
criatura en Cristo.
Por lo tanto,
querido amigo, no procures ponerle
condiciones a Dios, porque mereces ser arrojado al infierno, pero por
causa de Cristo, Dios puede tener, y tendrá, misericordia de ti si acudes a él
como un pecador que sólo merece el infierno, y renuncias a tus pecados y
vuelves a Dios, y te apartas de ellos con un arrepentimiento auténtico y
sincero. Esta es tu única esperanza de salvación en Cristo, o sea, acercarte a
él como un hombre condenado, implorándole que te quite la vida o te salve por
causa de Cristo. Ven a él con la cabeza baja tal como eres, un pecador perdido,
porque él vino a “salvar lo que se había perdido”
(Lucas 19:10).
El verdadero
evangelio de Cristo no sólo se niega a comprometerse con el
pecado, sino que
tampoco da lugar a un camino
intermedio, o uno que tiene
algo del camino ancho y algo del camino angosto. ¡Esto no existe! Porque
cuando acudes a Cristo para
librarte del castigo del pecado en el infierno por medio de su obra en la cruz (y esto es justificación), también te acercas a
él por tu necesidad de librarte
del poder y del dominio del pecado en esta vida (y esto es santificación). La misma naturaleza
de la fe que incluye al Cristo completo,
requiere que no se separe la justificación de la santificación. Porque
Cristo mismo —su Persona misma—
es nuestra salvación y esperanza de gloria, y no se puede dividir a la Persona de Cristo.
Nadie puede llamarle Señor sino
por el Espíritu Santo (1 Corintios 12:3), y no podemos conocerlo como
Salvador sin conocerlo como
Señor que rompe el poder del pecado y nos pone en libertad. Como nos dice
Juan
8:36:
“Así que, si el Hijo os libertare, seréis
verdaderamente libres” —¡libres
del pecado! Por la salvación de Dios morimos al pecado y al dominio de
su poder (Romanos 6:2).
Hemos
muerto al pecado
¡Qué trampa tan
sutil ha tendido Satanás a la vasta mayoría de la cristiandad en la actualidad!
Es tan sutil que muchos han sido engañados y no pueden ver que lo han sido,
piensan que es posible ser salvos sin que el poder del pecado sea roto en sus
vidas (el dominio de su poder). Creen que pueden vivir en la carne y sembrar
para la carne. ¡No obstante, se sienten muy seguros en cuanto a su alma eterna
por el hecho de haber tomado la decisión de seguir a Cristo y estar viviendo lo
mejor que pueden! Pero escucha lo que dice Romanos
5:19-21:
“Porque así como por la desobediencia de un hombre los
muchos fueron
constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos
justos. Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el
pecado abundó, sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para
muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante
Jesucristo, Señor nuestro”. Esto es lo que te he estado
presentando: que cuando Dios nos salva, rompe el dominio del pecado, y entonces
la gracia reina.
¿Cómo? Por medio de la justicia, y no aparte
de ella, para que, por la gracia de Dios, podamos andar en la justificación y
en la santidad auténticas.
Lo que sucede,
mi amigo, es que este falso evangelio del cristianismo carnal ha saturado tanto
a nuestras iglesias en la actualidad que nadie
cuestiona su relación con
Cristo, porque se le enseña que el creyente puede seguir viviendo según
la carne, sembrar para la carne, y tener esperanza de ir al cielo cuando muera.
Pero esta es una mentira que procede del infierno, porque, como te he mostrado,
la Palabra de Dios enseña algo muy distinto. Según los versículos que hemos
leído en Romanos 5, vemos que cuando la ley comienza a convencernos de qué
terrible, culpables y ofensivos son nuestros pecados delante de Dios,
descubrimos que el pecado abunda y reina en nuestro corazón y nuestra vida, y
clamamos a Dios pidiendo misericordia. Cuando Dios nos salva en Cristo, nos da
su nueva naturaleza, y envía su Espíritu para morar en nosotros; su gracia
abunda y reina en el corazón y en la vida de su hijo redimido.
Romanos
6 comienza
con la pregunta “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la
gracia abunde?” El versículo 2 da la respuesta: “En ninguna manera”. ¡Claro que
no! ¡Imposible! ¡Ni lo pienses! Porque “los que hemos muerto al pecado, ¿cómo
viviremos aún en él?” Si hemos sido librados del castigo y del poder del
pecado, ¿seguiremos viviendo en él? ¡No! Porque hemos muerto al pecado.
Antes de
continuar definamos la palabra “muerto”, porque “morir, muerto y muerte”,
aparecen 14 veces aquí en Romanos 6. Entonces, ¿qué significa? Las Escrituras
se refieren a la muerte física como la separación del individuo de su cuerpo
físico, mientras que la muerte espiritual es la separación del individuo de la
vida de Dios en la salvación. Entonces, lo que el Espíritu Santo nos está diciendo
aquí es que hemos muerto de una vez para siempre al pecado —hemos sido separados del pecado como el soberano
reinante en nuestra vida —y que ahora el principio de la gracia reina, y reina
como soberano. Por lo tanto, andamos en una vida nueva (v. 4) y el poder del
pecado está roto, y nunca más volveremos a estar bajo su dominio. ¿Por qué?
Porque el poder de la gracia abunda
mucho más, y, por consiguiente, éste es el verdadero evangelio: el evangelio
de la gracia de Dios en Cristo.
“Entonces,
¿qué?”, vuelve a preguntar, “¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino
bajo la gracia?” Y nuevamente contesta: “En ninguna manera”.
Porque, siendo
lo que somos —pecadores justificados, lavados por su sangre y purificados—
¿cómo podemos nosotros, que hemos muerto al pecado, continuar viviendo en él?
La respuesta es que no podemos, porque, como nos dice Tito
2:11, la gracia de Dios
que reina ahora, nos enseña a renunciar a la impiedad y a los deseos mundanos y
a vivir sobria, justa y piadosamente en este siglo presente.
La
línea fina de separación
Pero aunque
podemos ver claramente en estos versículos de Romanos 5:20, 21 y 6:1, 2 que el
verdadero cristiano, el auténtico hijo de Dios, ha muerto tanto a la culpa del
pecado y su castigo como al poder del pecado y su dominio en el corazón humano,
es justamente en este detalle tan delicado que se divide la cristiandad en la
actualidad. Porque aquí es donde Satanás ha entrado con esta enseñanza cristiana
carnal que sostiene que: “En el momento en que el hombre hace una profesión de
fe en Cristo, es salvado de la culpa y del castigo del pecado. Pero el poder
del pecado no ha sido roto, de manera que necesariamente continuará viviendo en
pecado, y el pecado seguirá reinando en su vida”. Una vez más debo protestar y
proclamar lo que la Palabra de Dios enseña: que, en la salvación, Dios quita
tanto el castigo del pecado como su dominio (su poder). Sí, es cierto que el
creyente todavía
tiene pecado en la carne, pero éste ya no reina sobre él ni lo domina. Si en
verdad es un creyente auténtico dirá: “He muerto al dominio del pecado, porque
ahora el pecado no tiene dominio sobre mí, porque ahora el principio de la
gracia y no del pecado reina en mi corazón y mi vida”. Entonces vemos
nuevamente que esto es lo que el poder del verdadero evangelio de Cristo hace
por nosotros: nos libera y nos pone en
libertad en Cristo.
Escúchame, por
favor. O estamos bajo el reinado del pecado en Adán, y, por lo tanto, perdidos,
o estamos bajo el reinado de la gracia en Cristo y, por lo tanto, salvos. ¡No
hay un camino intermedio como el cristianismo carnal! Si el Espíritu Santo, por
medio de su omnipotencia, no nos ha sacado del dominio del pecado, estamos
perdidos para siempre. Pero esto es sólo lo negativo; hay que hacer algo más.
El mismo Espíritu Santo tiene que también trasladarnos al reinado de la gracia,
y esto es lo que realiza en la salvación: porque conocemos su poder, su fuerza,
su potencia y su influencia dinámica sobre nuestra vida cuando reina en nuestro
corazón y vida mediante la justicia. Te advierto, mi querido amigo, ¡no te dejes engañar! Si siembras para tu carne, de tu carne segarás
corrupción y condenación eterna. Pero si siembras para el Espíritu, del Espíritu
segarás vida eterna en Cristo por medio
de su gracia (Gálatas 6:6-8).
¡No te dejes engañar!
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