Pareciera que
hemos estado atravesando décadas de desilusión. Cada generación que surge se
encuentra insatisfecha con el mundo que ha heredado. A veces han reaccionado
con ingenuidad aunque esto no significa que no hayan sido sinceras en su
reacción. Aquellos que obsequiaron flores y pusieron de moda su slogan
"Haz el amor no la guerra" no
por ello acabaron con los horrores de la guerra de Vietnam, aunque su protesta
no pasó inadvertida. Otros repudian hoy la opulencia codiciosa del Occidente
que parece hincharse por la destrucción del ambiente natural o bien por la
explotación de los países en vías de desarrollo, o por ambas; y registran la
totalidad de su rechazo viviendo en forma sencilla, vistiéndose de manera
informal, andando descalzos y evitando el derroche. En vez de las farsas del
trato social burgués ansían relaciones auténticas de amor.
Desprecian la
superficialidad tanto del materialismo irreligioso como del conformismo religioso,
porque sienten que hay una "realidad" sublime mayor que estas trivialidades,
y buscan esta elusiva dimensión "trascendental" mediante la
meditación, las drogas o el sexo. Abominan el mero concepto de vivir una vida deshumanizante,
apresurada y competitiva, y consideran más honroso retirarse que participar.
Todo esto es sintomático de la incapacidad de la generación más joven de
acomodarse al status quo o aclimatarse a la cultura predominante.
No se sienten en casa. Están alienados. En cierto modo los cristianos hallan en
esta búsqueda de una alternativa cultural una de las señales más esperanzadas y
aun emocionantes de los tiempos. Porque nosotros reconocemos en ella la actividad de
aquel espíritu que antes de ser consoladores perturbador, y sabemos a quién los
dirigirá su búsqueda, si es que va a encontrar satisfacción. En verdad, es
significativo que cuando buscas a tientas las palabras para expresar
la realidad que la juventud contemporánea busca, te sientes obligado a recurrir a
las palabras de Jesús: "¿Qué aprovechará al
hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma'"
Pero al lado de la esperanza que esta forma de
protesta y búsqueda inspira en los cristianos, hay también (o debería haber) un
sentido de vergüenza. Porque si bien la juventud de hoy busca lo correcto
(significado, paz, amor, realidad), lo busca en los lugares equivocados. El primer
lugar al cual ellos deberían poder acudir es el único que normalmente ignoran:
la iglesia. Porque demasiado a menudo lo que ven en la iglesia no es
contracultura
sino
conformismo; no una nueva sociedad que encarna los ideales que ellos tienen,
sino otra versión de la antigua sociedad a la que han renunciado; no vida, sino
muerte. Hoy adjudicarían con prontitud lo que Jesús dijo de una iglesia en el
primer siglo:
"Tienes
nombre de que vives, y estás muerta'"
Es urgente no
sólo que veamos sino también que sintamos la magnitud de esta tragedia. Porque
en la medida en que la iglesia se conforma al mundo, y las dos comunidades parecen
al espectador como dos versiones de lo mismo, la iglesia contradice su
verdadera identidad. Ningún comentario podría ser más hiriente para el
cristiano que el contenido en las palabras, "Pero si no eres diferente de los demás':
Porque el tema
esencial de toda Biblia, del principio al fin, estriba en que el propósito histórico
de Dios es llamar a un pueblo hacia sí mismo; que este pueblo es un pueblo
"santo", apartado del mundo para pertenecerle y obedecerlo; y que su vocación
debe ser congruente con su identidad, es decir, ser "santo" o
"diferente" en toda su apariencia y conducta.
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