NACIMIENTO DEL REY DE REYES
Mateo
2:1-2
Después de nacer Jesús en Belén de Judea, en
tiempos del rey Herodes, he aquí, unos magos del oriente llegaron a Jerusalén,
diciendo:
¿Dónde
está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el oriente
y hemos venido a adorarle.
En cuanto al tiempo del nacimiento de Jesús,
Luc_2:8 dice
que "Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las
vigilias de la noche sobre su rebaño". Esto indica que Jesús no nació en
diciembre, sino en la primavera.
Fue en Belén donde nació Jesús. Belén
era un pueblecito a unos ocho kilómetros al Sur de Jerusalén. Antiguamente se
había llamado Efrat o Efratá. El nombre completo en hebreo es Bedéjem, que quiere decir casa de pan, y Belén estaba situado
en una región fértil, lo que justificaba su nombre. Estaba ubicada sobre unas
montañas de caliza gris a más de ochocientos metros sobre el nivel del mar.
Tenía una cima a cada lado y un valle como una silla de montar entre las dos.
Así que, por su posición, Belén parecía un pueblo asentado en un anfiteatro de
colinas.
Belén tenía una
larga historia. La tierra de Israel había sido dividida en cuatro distritos
políticos y en varios territorios pequeños. Judea estaba al sur, Samaria en el
centro, Galilea al norte e Idumea al sudeste.
Belén de Judea
fue profetizado como el lugar de nacimiento del Mesías (Mic_5:2). Jerusalén estaba también en Judea y era la sede del
gobierno de Herodes el Grande, el que reinó sobre los cuatro distritos
políticos. Después de la muerte de Herodes, los distritos fueron asignados a
tres reyes. A pesar de que fue insensible y malvado al asesinar a muchos de su
propia familia, Herodes el Grande supervisó la renovación del templo,
haciéndolo más grande y hermoso. Esto lo hizo muy popular ante muchos judíos.
Jesús visitó Jerusalén muchas veces porque allí se llevaban a cabo las más
grandes de las festividades judías.
Fue allí donde Jacob enterró a Raquel y
erigió un pilar en su memoria junto a la tumba (Gen_48:7; Gen_35:20). Fue allí
donde vivió Rut después de casarse con Booz (Rut_1:22), y desde Belén Rut
podía ver la tierra de Moab, su antigua patria, al otro lado del valle del
Jordán. Pero, sobre todo, Belén fue el hogar y la ciudad de David (1Sa_16:1; 1Sa_17:12; 1Sa_20:6); y era del agua del pozo de
Belén de lo que David tenía tanta nostalgia cuando era un fugitivo perseguido
por las colinas, lo que motivó una preciosa escena de lealtad y de piedad (2Sa_23:14 s).
En tiempos posteriores leemos que
Jeroboam fortificó el pueblo de Belén (2Cr_11:6). Pero, en la historia de Israel y en
las mentes del pueblo, Belén era supremamente la ciudad de David. Era de la
dinastía de David de la que Dios haría venir al gran Libertador de Su pueblo.
Como dijo el profeta Miqueas: «Pero tú, Belén
Efratá, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti ha de salir el que será
Señor en Israel; Sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días
de la eternidad» (Miq_5:2).
Era en Belén, la ciudad de David, donde
los judíos esperaban que naciera el mayor Hijo del gran David; era de allí de
donde esperaban que viniera al mundo el Ungido de Dios. Y así fue.
La imagen del establo y del pesebre como
el lugar del nacimiento de Jesús está grabada indeleblemente en nuestras
mentes; pero puede que no sea totalmente correcta. Justino Mártir, uno de los
más grandes de los primeros padres, que vivió hacia 150 d.C. y que procedía del
distrito cercano a Belén, nos dice que Jesús nació en una cueva cerca de la
aldea (Justino Mártir, Diálogo con
Trifón 78, 304); y puede que la información de Justino fuera correcta.
Las casas de Belén están construidas en la ladera de la montaña de- piedra
caliza; y era muy corriente en aquel entonces el tener establos en forma de
cuevas en la roca vaciada por debajo de las casas mismas; y muy probablemente
fue en un tipo de cueva-establo así donde nació Jesús.
Hasta este día se enseña en Belén una
cueva así como el lugar del nacimiento de Jesús, sobre la que se ha construido
la Iglesia de la Natividad. Hace mucho tiempo que se enseña esta cueva como el
lugar del nacimiento de Jesús. Ya era así en los días del emperador romano
Adriano; porque éste, en un deliberado intento de profanar el lugar, erigió un
altar al dios pagano Adonis sobre él. Cuando el imperio romano se hizo
cristiano, a principios del siglo IV, Constantino, el primer emperador
cristiano, construyó allí una gran iglesia que es la que todavía puede verse,
considerablemente reformada y restaurada posteriormente.
Alguien que viajó a Israel nos cuenta su
visita a la Iglesia de la Natividad de Belén. Llegó a una gran muralla en la
que había una puerta tan baja que uno se tenía que encorvar para entrar; y al
otro lado de la puerta, y al otro lado de la muralla, estaba la iglesia. Por
debajo del altar mayor de la iglesia está la cueva, y cuando el peregrino
desciende a ella se encuentra con una pequeña caverna de unos trece metros de largo
por cuatro de ancho, alumbrada por lámparas de plata. En el suelo hay una
estrella y alrededor de ella una inscripción latina: «Aquí nació Jesucristo de
la Virgen María."
Cuando el Señor de la Gloria vino a esta
Tierra nació en una cueva en la que se guardaban los animales. La cueva de la
Iglesia de la Natividad de Belén puede que sea la misma, o que no. Eso nunca lo
sabremos de seguro. Pero hay algo hermoso en el simbolismo de la iglesia en la
que la puerta es tan baja que uno tiene que inclinarse para entrar. Es
supremamente apropiado el que todos nos acerquemos al Niño Jesús de rodillas.
No
se sabe mucho de estos magos (sabios). No sabemos cuántos fueron ni de dónde
vinieron. La tradición dice que eran hombres de alta posición de Partia, cerca
de la antigua Babilonia. ¿Cómo supieron que la estrella representaba al Mesías?
(1) Quizás eran
judíos de los que permanecieron en Babilonia después del exilio, y por eso
conocían las predicciones del Antiguo Testamento acerca de la venida del
Mesías.
(2) Quizás eran
astrónomos orientales que estudiaban manuscritos antiguos de todo el mundo.
Debido al exilio judío de siglos anteriores, seguramente había ejemplares del
Antiguo Testamento en su tierra.
(3) Puede ser
que recibieran un mensaje especial de Dios y dirección para encontrar al
Mesías. Algunos eruditos dicen que eran de diferentes lugares, y que
representaron al mundo entero al postrarse ante Jesús. Aquellos hombres de
tierras lejanas reconocieron en Jesús al Mesías cuando la mayoría de los
elegidos de Dios en Israel no lo hicieron.
Los
magos seguramente aprendieron de los judíos de la dispersión acerca de la
esperanza de la venida de un Mesías que establecería un reino de paz. Muchos
judíos que fueron llevados cautivos a Asiria y Babilonia, durante los siglos V,
VI y VII a. de J.C., optaron por quedarse en ese territorio cuando Ciro les dio
permiso para regresar a Palestina. Estaban privados de participar
frecuentemente en las ceremonias en su gran templo en Jerusalén por razón de la
distancia. Entre estos judíos de la dispersión, creció en importancia una
institución que probablemente había nacido durante el cautiverio babilónico y
cuya influencia llegaba a ser vital para mantener la fidelidad a Jehová: la
sinagoga. En las sinagogas los judíos y prosélitos escuchaban la lectura de los
rollos sagrados. La lectura de los libros proféticos, con su tema dominante de
un Mesías que vendría a establecer paz en la tierra, mantenía una viva esperanza
entre los participantes. Algunos de sus vecinos paganos simpatizaban con la
moral judía y la esperanza mesiánica. No pocos de estos vecinos paganos
aceptaron la fe de los judíos, se sometieron a las demandas de la ley de Moisés
y abrigaban las esperanzas de la venida del Mesías judío.
Los
ángeles de Jehová avisaron a los pastores del nacimiento de Jesús, según Lucas.
Dios utilizó el medio más familiar a los magos para comunicarles este evento
sin igual. Ellos notarían sin demora la aparición de una estrella nueva,
brillante, llamativa. El pronombre posesivo su está en la posición
enfática en el texto original. En alguna forma, desconocida a nosotros, los
magos interpretaron que esa nueva estrella estaba relacionada con la esperanza
mesiánica.
Esta no fue una
estrella ordinaria, pues "la estrella que habían visto en el oriente iba
delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el
niño". También "avisados por revelación en sueños que no volviesen a
Herodes, regresaron a su tierra por otro camino". Dios dirigió también a
los pastores (Luc_2:8-18), y dio revelaciones a
Simeón y a Ana con respecto a Jesús (Luc_2:25-38).
Parece, sin embargo, que al llegar a
Jerusalén ya no fueron guiados por la estrella, pues tuvieron que hacer
preguntas. Al salir de Jerusalén para ir a Belén otra vez fueron guiados por la
estrella. En Belén no tuvieron que hacer preguntas.
No sabemos cuál fue la brillante
estrella que vieron aquellos antiguos Mago¡. Se han hecho muchas sugerencias.
Hacia el año 11 a.C., el cometa Halley estuvo visible cruzando brillantemente
los cielos. Hacia el año 7 a.C. hubo una brillante conjunción de Saturno y
Júpiter. En los años 5 a 2 A.C. hubo un fenómeno astronómico inusual. En esos
años, el primer día del mes egipcio, Mesori, Sirio, la estrella perro, salió
helicalmente, es decir, al amanecer, mostrando un brillo extraordinario. Ahora
bien, el nombre Mesori quiere
decir el nacimiento de un príncipe, y
para aquellos antiguos astrólogos tal estrella querría decir
indudablemente el nacimiento de algún gran rey. No podemos decir cual fue la
estrella que vieron los Mago¡; pero su profesión consistía en observar los
cielos, y algún brillo celestial les anunció la entrada de un gran Rey en el
mundo.
Se
han hecho varios intentos para explicar, por vía natural, la aparición de la
estrella. Por ejemplo, el astrónomo Kepler, a principios del siglo XVII,
determinó que hubo una conjunción espectacular de los planetas Júpiter y
Saturno en mayo, octubre y noviembre del año 747 de Roma, fenómeno que ocurre
una vez cada 800 años. Pero estos planetas se acercaron solamente hasta un
grado de separación, lo que parecería al hombre en la tierra como una
separación del diámetro de la luna llena. El año siguiente, o sea, en el año
748 de Roma, el planeta Marte se unió a Júpiter y Saturno. Otro dato
descubierto en las tablas astronómicas chinas es la aparición de una estrella
—algunos la llaman cometa o estrella fugaz— en 750 de Roma. Pero de ninguna
manera tales datos científicos, por más interesantes que sean, satisfacen la
descripción. Hay por lo menos dos indicaciones de una intervención sobrenatural
de Dios. Mateo dice que la estrella iba delante de ellos, es decir, los
guiaba, indicando que la estrella se movía en la dirección hacia Belén. Además,
Mateo dice que se detuvo sobre donde estaba el niño. Parece que la
estrella se detuvo directamente sobre la casa donde estaba Jesús con sus
padres.
Los magos
viajaron miles de kilómetros para ver al Rey de los judíos. Cuando lo
encontraron, reaccionaron con gozo, adoración y le dieron regalos. Cuán
diferente a la forma en que reacciona la gente hoy. Esperamos que Dios venga a
buscarnos, que se dé a conocer, que demuestre quién es y que nos dé regalos.
Pero los que son sabios todavía buscan a Jesús y lo adoran, no por lo que
pueden conseguir, sino por lo que Él es.
De esta manera
milagrosa Dios guio a los magos para que encontraran a Cristo para adorarle. (Todos los hombres sabios adoran a Cristo, Mat_7:24).
Cuando Jesús nació en Belén vinieron a
rendirle homenaje unos sabios de Oriente. El nombre que se les da en el
original es mago¡, una palabra que es difícil de traducir. Heródoto (1: 101,
132) tiene cierta información acerca de los Mago¡. Dice que eran en su origen
una tribu de Media. Los medos eran parte del imperio de Persia. Trataron de
desplazar a los persas sustituyendo su poder por el de los medos. El intento
fracasó. Desde entonces, los Mago¡ dejaron de tener ninguna ambición de poder o
de prestigio, y se convirtieron en una tribu de sacerdotes. Llegaron a ser en
Persia algo parecido a lo que eran los levitas en Israel. Se convirtieron en
los maestros e instructores de los reyes persas. En Persia no se podía ofrecer
ningún sacrificio a menos que estuviera presente uno de los Mago¡. Llegaron a
ser hombres de santidad y sabiduría.
Estos magos eran hombres versados en
filosofía, medicina y ciencias naturales. Eran profetas e intérpretes de
sueños. En tiempos posteriores la palabra magos adquirió un significado mucho
más bajo, y llegó a querer decir poco más que adivino, brujo o charlatán. Tal
era Elimas el mago (Hec_13:6-8), y Simón, conocido corrientemente
como Simón Mago (Hec_8:9; Hec_8:11). Pero en su mejor época los
Magoi eran hombres buenos y santos, que buscaban la verdad.
En
aquellos días de la antigüedad, todo el mundo creía en la astrología. Creían
que se podía predecir el futuro por las estrellas, y creían que el destino de
una persona quedaba decidido por las estrellas bajo las que nacía. No es
difícil de comprender cómo surgió esa creencia. Las estrellas siguen cursos
invariables; representan el orden del universo. Y entonces, si repentinamente
aparecía alguna estrella brillante, si el orden invariable de los cielos se
quebrantaba por algún fenómeno especial, parecía como si Dios estuviera
interviniendo en Su propio orden, y anunciando algo muy especial.
Puede que nos parezca extraordinario el
que aquellos hombres iniciaran un viaje desde Oriente para encontrar a un rey;
pero lo extraño es que, precisamente en el tiempo en que nació Jesús, hubo en
el mundo un sentimiento extraño de expectación de la venida de un rey. Hasta
los historiadores Romanos lo sabían. No mucho tiempo después, Suetonio podía
escribir: «se había extendido por todo el Oriente una vieja creencia
establecida de que estaba programado para aquel tiempo que vinieran hombres de
Judasa a regir el mundo» (Suetonio: Vida
de Vespasiano 4: 5). Tácito nos habla de la misma creencia de que «había
una firme convicción... de que por este mismo tiempo el Oriente habría de tener
mucho poder, y gobernantes que vinieran de Judasa adquirirían un imperio universal»
(Tácito: Historias, 5: 13).
Los judíos tenían la
creencia de que «hacia ese tiempo uno de su país se convertiría en el
gobernador de todo el mundo habitado» (Josefo: Guerras de los judíos, 6: 5, 4).
En un tiempo
ligeramente posterior encontramos a Tirídates, rey de Armenia, visitando a
Nerón en Roma acompañado con sus Magui (Suetonio: Vida de Nerón 13:1).
Encontramos a los Magui en Atenas
sacrificando en memoria de Platón (Séneca: Epístolas, 58: 31). Casi por el mismo tiempo en que nació Jesús
encontramos al emperador Augusto aclamado como el Salvador del Mundo; y
Virgilio, el poeta latino, escribe en su Cuarta égloga, que se conoce como la
Égloga Mesiánica, acerca de los dorados días por venir.
No tenemos ni la más mínima necesidad de
pensar que la historia de la llegada de los Magoi a la cuna de Cristo sea
simplemente una preciosa leyenda. Es exactamente la clase de cosa que podía
suceder fácilmente en aquel mundo antiguo. Cuando vino Jesucristo, el mundo
estaba en una ansiedad de expectación. La humanidad estaba esperando a Dios, y
el deseo de Dios estaba en sus corazones. Habían descubierto que no podían
construir la edad de oro sin Dios. Fue a un mundo en expectativa al que vino
Jesús; y, cuando vino, los fines de la Tierra se reunieron a Su cuna. Fue la
primera señal y símbolo de la conquista universal de Cristo.
Estos versículos nos demuestran que puede
haber verdaderos siervos de Dios en localidades donde no esperaríamos
encontrarlos. Jesús tiene a muchos
"ocultos", semejantes a estos sabios. Su historia puede ser
tan poco conocida en el mundo, como la de Melquisedek, Jetró y Job. Pero sus
nombres están escritos en el libro de la
vida, y se hallarán con Cristo el día que El aparezca. Es bueno acordarse de
esto. No debemos mirar alrededor de la tierra y decir temerariamente, "Todo es estéril".
La
gracia de Dios no está circunscrita a ciertas localidades y familias. El
Espíritu Santo puede conducir almas a Cristo sin ayuda de medios exteriores. Algunos hombres
pueden nacer en lugares oscuros de la tierra como estos Magos, y sin embargo,
como ellos llegar a ser "sabios
para la salvación".
En este instante hay algunos encaminándose al
cielo, de quienes la iglesia y el mundo nada saben. Florecen en lugares
escondidos como el lirio entre las
espinas. Cristo los ama, y ellos aman a Cristo.
Estos
versículos nos enseñan que no siempre sucede que los que tienen más privilegios
religiosos, son lo que tributan más Gloria a Cristo. Podríamos haber pensado que los escribas y fariseos hubieran
sido los primeros en correr presurosos a Belén, al oír el más ligero rumor que
el Salvador había nacido. Pero no fue
así. Unos pocos desconocidos extranjeros de una tierra lejana fueron los
primeros hombres, excepto los pastores mencionados por Lucas,
en celebrar Su nacimiento. "El vino
a los suyos, y los suyos no le recibieron" ¡Que pintura tan triste de la
naturaleza humana! ¡Con cuánta frecuencia se puede ver lo mismo entre nosotros! ¡Cuán a menudo las personas
que viven más próximas a los medios de gracia son las que menos se aprovechan
de ellos! Hay sin duda en algunos casos
mucha verdad en el proverbio antiguo: "Cuánto más cercanos a la iglesia,
tanto más remotos de Dios" La familiaridad con las cosas sagradas tiene en algunos casos una funesta tendencia
a engendrar desprecio. Hay muchos que por su residencia y facilidades debían
ser los primeros en dar culto a Dios, y que
sin embargo son siempre los últimos. Hay otros, que bien pudiera esperarse
fuesen los últimos y son siempre los primeros.
Estos
versículos nos enseñan, que en la mente puede haber mucho conocimiento de la
Escritura, mientras que en el corazón no hay gracia. Más no
fueron a Belén en busca del Salvador. No quisieron creer en El, cuando en medio
de ellos ejercía Su ministerio. Sus
mentes eran superiores a sus corazones. No nos contentemos con solo el
conocimiento intelectual. Es excelente cuando se usa rectamente. Más puede suceder que uno haya
adquirido mucha erudición y que no obstante perezca eternamente. ¿Cuál es el
estado de nuestros corazones? Esta es la
gran cuestión. Poca gracia es mejor que muchos dones intelectuales. Estos solos
no salvan a nadie. La gracia nos guía a la Gloria.
¡Maranata!
Continuará…
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