1 Timoteo 4; 7
Pero
nada tengas que ver con las fábulas profanas propias de viejas. Más bien
disciplínate a ti mismo para la piedad;
Despectivamente
llama Pablo a las doctrinas de los falsos maestros fábulas profanas, propias de
viejas. Ponen sus «fábulas y genealogías interminables» (Jn _1:4) en lugar de la revelación divina. Hay
oposición total entre la «buena enseñanza» de Jesucristo, que es la única que
debe guiar su vida y su obrar, y esta frívola charlatanería de las «fábulas
profanas, propias de viejas». Contra tales palabrerías no hay discusión
posible; no le queda a Timoteo sino una posición clara: rechazarlas claramente
y sin transigir.
Pablo ha
rechazado las severas exigencias ascéticas de los falsos maestros: abstención
del matrimonio y de determinados alimentos (Jn_4:3).
La práctica, la ascesis de Timoteo, debe ser totalmente distinta: debe
ejercitarse para crecer en su vida de piedad. Su vida debe reflejar cada vez
más plenamente lo que entraña la doctrina cristiana. En las situaciones
concretas de su vida debe dar expresión al nuevo ser, a la nueva vida del
cristiano, y realizarlo cada vez mejor. En su conducta y en su obrar debe
manifestar cada vez más claramente lo esencial de la doctrina de Cristo: el
amor a Dios y al prójimo. Al Apóstol de los gentiles le gusta tomar de la vida
deportiva antigua sus metáforas para la vida cristiana. También aquí usa una
expresión que toma del gimnasio griego, el lugar donde se lucha y se desarrolla
el cuerpo. Este «ejercicio» cuyo fin es crecer continuamente en la unión con
Dios y en la piedad, es mejor y está, por su valor, mucho más alto que
cualquier gimnasia corporal, pues a la religión se le ha prometido la vida, ya
aquí en la tierra, pero especialmente en la eternidad. Pablo conoce los
ejercicios corporales que se realizaban en el gimnasio antiguo. Reconoce su
valor, pero sabe que son de «poca utilidad», porque dan destreza y salud sólo
para la vida terrena. ¡Cuánto más importante es ejercitarse en la piedad! A
ella le ha sido prometido el don salvador más grande y más hermoso que se puede
conceder a un hombre: la vida eterna futura.
2 Corintios 13; 11
Por
lo demás, hermanos, regocijaos, sed perfectos, confortaos, sed de un mismo
sentir, vivid en paz; y el Dios de amor y paz será con vosotros.
Pablo termina la
carta severa con cuatro cosas.
(i) Termina con una advertencia. Va a ir a Corinto otra vez, y ésta
no habrá tiempo para andarse por las ramas. Lo que se diga se atestiguará y
decidirá definitivamente. Tendrá que haber una confrontación. No se debe
permitir que la situación se haga crónica. Pablo sabía muy bien que hay un
momento en el que hay que dar cara a las situaciones desagradables.
(ii) Termina con un deseo. Su deseo es que los corintios
actúen como es debido. En ese caso, él no tendrá que imponer su autoridad, y
eso no será ningún chasco para él sino una gran satisfacción y alegría. Pablo
no quería imponer su autoridad sólo por hacer gala. Lo hacía todo para
construir, y no para destruir. La disciplina debe tener siempre como objetivo
el levantar a las personas, y no el hundirlas.
(iii) Termina con una esperanza. Espera tres cosas de los corintios.
(a) Espera que sigan adelante
hacia la perfección. No debe haber parones en la vida cristiana. El que no
avanza, se queda atrás. Los cristianos siempre van de camino hacia Dios; por tanto
cada día, por la gracia de Cristo, deben estar un poco más listos para
enfrentarse con el escrutinio de Dios. (b) Espera que escuchen la exhortación
que les ha dirigido. Hay que ser una persona como Dios manda para prestar
atención a consejos difíciles. Estaríamos mucho mejor si dejáramos de una vez
de hablar de lo que queremos y empezáramos a escuchar a los sabios, y
especialmente a Jesucristo. (c) Espera que vivan en armonía y en paz. Ninguna
congregación puede dar culto al Dios de la paz con un espíritu de amargura.
Tenemos que amarnos unos a otros para que el amor de Dios tenga realidad entre
nosotros.
(iv) Por último, acaba con una bendición. Después de la severidad, de la
lucha y del debate, llega la serenidad de la bendición. Una de las mejores maneras
de hacer la paz con nuestros enemigos es orar por ellos; porque nadie puede
odiar a una persona y orar por ella al mismo tiempo.
Y así dejamos la turbulenta historia de
Pablo y la iglesia de Corinto con la bendición resonando en nuestros oídos. El camino
ha sido duro, pero la última palabra ha sido paz.
La paz y el amor
de Dios es el fruto de nuestra madurez, de consolarnos con las exhortaciones
bíblicas, de apegarnos a la regla divina descrita en las Escrituras, y de vivir
en paz. Solamente con los que practican esto, está el Dios de paz y amor. La
paz y el amor caracterizan a Dios. (No mostró su amor en darnos a Cristo? ¿No
nos dio paz cuando nos perdonó en Cristo?) Por eso Dios acompaña y tiene
comunión solamente con quienes evidencian estas cualidades, viviendo en paz y
amor entre sus hermanos en Cristo.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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