Deuteronomio 32; 3-4
Porque quiero aclamar el nombre de Yahvéh. ¡Dad gloria a su
nombre!
de lealtad y no de iniquidad; él es justo y
recto.
Después de esta bella y ampulosa
introducción, el poeta proclama el tema de su composición: celebrar el nombre
de Yahvé, sus manifestaciones gloriosas en la historia de Israel. Y,
llevado de su entusiasmo, invita a sus oyentes a proclamar la gloria de su Dios.
Los rasgos enérgicos y las insinuaciones delicadas se entrelazan en un conjunto
poético lleno de armonía y de inspiración. Yahvé es la Roca, es decir, el castillo, el refugio
seguro de Israel en todas sus tribulaciones. Es inconmovible, porque está revestido
de sus atributos intocables: perfección, justicia, fidelidad y rectitud. Sus
obras, sobre todo las obras de Dios para con Israel, son la manifestación clara
de estos atributos. Su perfección se revela en el mundo con sus maravillas, y su justicia y rectitud aparecen en el
gobierno de la humanidad, y especialmente en la historia de Israel, y su
fidelidad brilla en el cumplimiento de las- antiguas promesas para con su
pueblo.
“¡Él es una
Roca!”. Esta es la primera
vez que se llama así a Dios en la Escritura. La expresión denota que el poder,
la fidelidad y el amor divino, revelados en Cristo y el evangelio, forman un
fundamento que no puede ser cambiado ni movido, sobre el cual podemos edificar
nuestras esperanzas de felicidad. Bajo su protección podemos encontrar refugio
de todos nuestros enemigos y en todos nuestros problemas; como las rocas de aquellos países escudaban
contra los rayos abrasadores del sol, y de las tempestades o eran fortalezas
contra el enemigo. —”Su obra es
perfecta”: la de redención y salvación en que se despliega completa la
perfección divina en todas sus partes. Todos los tratos de Dios con sus
criaturas están regulados por una sabiduría que no puede errar y por su
perfecta justicia. Ciertamente Él es justo y recto; Él cuida que nadie se
pierda por Él.
Se
presenta una gran acusación contra Israel. Aun los hijos de Dios tienen sus
máculas mientras están en este estado imperfecto; pues si decimos que no
tenemos pecado, ninguna mancha, nos engañamos a nosotros mismos. Pero el pecado
de Israel no era habitual, notable e impenitente, lo cual es característico de
los hijos de Satanás.
Fueron
necios al abandonar sus misericordias a cambio de las vanidades mentirosas.
Todos los pecadores voluntarios, especialmente los pecadores de Israel, son
necios e ingratos.
Job 36; 5
He aquí que Dios es poderoso, pero no desprecia a nadie. Es
poderoso en la fuerza del entendimiento.
Eliú
muestra aquí que Dios actúa como Rey justo. Siempre está dispuesto a defender a
los que son heridos. Si nuestro ojo estuviera siempre dirigido a Dios en el
deber, su ojo estaría siempre sobre nosotros con misericordia y, cuando estamos
más hundidos, no nos pasaría por alto. Dios quiere develarnos pecados pasados
cuando nos aflige, y nos los trae a la memoria. También, dispone nuestros
corazones para ser enseñados: la aflicción hace que la gente se disponga a
aprender por medio de la gracia de Dios que obra con ella y por ella. Además,
nos disuade de pecar en el futuro. No tener más que ver con el pecado es un
mandamiento.
Si
servimos fielmente a Dios, tenemos la promesa
de la vida que es presente
y sus consolaciones, en cuanto sea para la gloria de Dios y nuestro bien: ¿y
quién los desearía más aun? Tenemos la posesión
de placeres interiores, la gran paz que tienen los que aman la ley de
Dios. Si la aflicción no hace su obra los hombres deben esperar que se caliente
el horno hasta que sean consumidos. Quienes mueren sin conocimiento, mueren sin
gracia y están deshechos por siempre. Véase la naturaleza de la hipocresía;
yace en el corazón: es por el mundo y la carne mientras, exteriormente, parece
ser por Dios y la fe. El caso de los pecadores es espantoso, sea que mueran
jóvenes o vivan mucho para acumular ira. Las almas de los malos viven después
de la muerte, pero en desgracia eterna.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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