} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL ESPÍRITU DE VERDAD, Y EL ESPÍRITU DE ERROR

lunes, 18 de junio de 2018

EL ESPÍRITU DE VERDAD, Y EL ESPÍRITU DE ERROR



 1Jn 4:1-6 

Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus para ver si son de Dios, porque muchos falsos profetas han salido al mundo.
   En esto conocéis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios;
   y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, del cual habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.
   Hijos míos, vosotros sois de Dios y los habéis vencido, porque mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo.
   Ellos son del mundo; por eso hablan de parte del mundo, y el mundo los oye.
   Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error.

      Los creyentes no podemos ser tan ingenuos como para aceptar indiscriminadamente los pronunciamientos de todos los profetas que pretendan ser de Dios; esto es, que hablen con autoridad e inspiración divinas. Ciertamente, detrás de cada profeta hay un espíritu, pero puede que sea un falso espíritu, descrito aquí como el «espíritu del anticristo» y «el espíritu del error», no como «el Espíritu de Dios», el cual es «el espíritu de la verdad». Por lo que, teniendo en cuenta que hay muchos maestros de cultos heréticos que afirman ser mensajeros de Dios, debemos probar los espíritus que los poseen para determinar su origen. Pablo da instrucciones similares en 1Tes_5:19-22.

Para Juan, la fe cristiana se podía resumir en una sola frase: " La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros» (Jn_1:14). Cualquier espíritu que negara la realidad de la Encarnación, no procedía de Dios. Juan establece dos pruebas de fe.

(i) Para que se vea que es de Dios, un espíritu debe reconocer que Jesús es el Cristo, el Mesías. Según lo veía Juan, el negarlo sería negar tres cosas acerca de Jesús.
(a) Sería negar que Él es el centro de la Historia, Aquel para quien toda la Historia anterior había sido una preparación.
 (b) Sería negar que Él es el cumplimiento de las promesas de Dios. A lo largo de todas sus luchas y sus derrotas, los judíos se habían adherido a las promesas de Dios. Negar que Jesús es el Mesías prometido es negar que esas promesas sean verdad.-
 (c) Sería negar Su Reino. Jesús vino, no sólo a sacrificarse, sino a reinar; y negar Su mesiazgo es excluirle de Su realeza esencial.

(ii) Para proceder de Dios un espíritu debía reconocer que Jesús ha venido en la carne.  Cristo no es un simple ser espiritual, como creen los gnósticos. No es únicamente la cifra de algo que (según las ideas gnósticas) emana de Dios en sentido físico. Sino que Cristo es verdadero hombre, hasta tal punto que pudo él dar su vida. Este tema de que Jesús ha venido en carne se recoge nuevamente en 5,6 ss: Jesús vino en agua y sangre;   2Jn_1:7.

  Por consiguiente, confesar a Cristo es fundamentalmente confesar la encarnación de Jesús.  

Ya en la introducción de la carta sonaba este tema de la encarnación (el tema de la manifestación de la Palabra de la vida). He aquí, pues, lo que diferencia sencillamente a los predicadores cristianos de los falsos profetas gnósticos: la confesión de fe en la encarnación de Jesús o la negación de la misma. Ahora bien, con la confesión de fe en Jesús que vino en carne, no se piensa únicamente en el acto singular de la "encarnación» (o "humanización») del Logos . "Carne» no significa aquí sencillamente "naturaleza humana». Aquí no se trata de una afirmación cristológica abstracta, sino de una afirmación soteriológica. No se cultiva una metafísica de la encarnación, sino que se afirma algo acerca de la realidad del hombre Jesús, realidad sin la cual no habría para nosotros salvación.
Tenemos que guardar en mente que Juan en esta epístola está tratando el problema que, en el tiempo de escribirla, confrontaba la iglesia. Los gnósticos negaban o la humanidad de Cristo, o la deidad de Jesús de Nazaret.   No habla de la prueba de cualquier maestro de cualquier época y con cualquier doctrina. Negar la humanidad y la deidad de Jesucristo era señal de la falsedad del profeta, mientras que confesarlas era indicación de que era de Dios. (El simple hecho de que alguno de hoy en día admita el hecho de la deidad de Jesús no prueba que es de la verdad en sus demás reclamaciones religiosas, para ejemplo tenemos el romanismo).
En esto de probar los espíritus (versículo l), y considerar su confesión respecto a Cristo Jesús (versículo 2), el cristiano sabe si el Espíritu de Dios guía al espíritu del individuo a confesar la humanidad y deidad de Cristo. Dios es la fuente (“es de Dios”, dice este versículo) de esta reclamación y doctrina.
No entró Cristo en el cuerpo existente de Jesús, hijo de José y María, según afirmaba Cerinto, sino ¡se hizo carne! Su modo de existencia entre nosotros era “en carne.”
         El verbo “ha venido” es del tiempo perfecto en el griego, e indica acción en el pasado con consecuencias presentes. La encarnación de Dios, con sus bendiciones subsecuentes, es la base de la iglesia (Mat_16:13-18). Los gnósticos (como también los modernistas de hoy en día) negaban esa verdad básica y así probaban que eran falsos. Para los gnósticos la carne era mala de por sí, y por eso no podía encarnar el espíritu, decían ellos. Negaban terminantemente la encarnación de Cristo.

No se dice tampoco que Jesús haya venido a la carne, sino que ha venido "en carne». En contraste con Dios, a quien corresponde el poder creador del Espíritu, vemos que "carne» significa aquí -como frecuentemente en la Biblia- la debilidad y caducidad de la criatura. Para un gnóstico (de manera muy distinta que para un judío) significaría un escándalo sin igual el que el Logos divino no sólo haya entrado en la oscuridad de la materia para rescatar de ella las centellas de luz, sino que además se haya asociado a sí mismo con la debilidad de esa «carne». Jesucristo vino en carne: ello significa que toda su obra de salvación está determinada por la vinculación con la «carne», e incluye que él -Jesús- dio su «carne» por la vida del mundo (Jn_6:51).

Era precisamente esto lo que los gnósticos no podrían aceptar nunca. Puesto que, según su punto de vista, la materia era totalmente mala, una Encarnación real era totalmente imposible, porque Dios nunca podría asumir la carne. Agustín habría de decir más tarde que podría encontrar paralelos en los filósofos paganos para todo lo del Nuevo Testamento excepto una cosa: " El Logos Se hizo carne.» De acuerdo con el punto de vista de Juan, el negar la completa humanidad de Jesucristo era atacar la fe cristiana en sus mismas raíces.

El negar la realidad de la Encarnación tiene ciertas consecuencias definidas.

(i) Es negar que Jesús pudiera ser nunca nuestro ejemplo. Si no era realmente un hombre, viviendo en las mismas condiciones humanas, no podría nunca mostrar a los hombres cómo vivir.

(ii) Es negar que Jesús pudiera ser el Sumo Sacerdote Que abre el acceso a Dios. El verdadero Sumo Sacerdote, como vio el autor de la Carta a los Hebreos, debía ser en todas las cosas semejante a nosotros, conociendo nuestras debilidades y nuestras tentaciones (Heb_4:14 s). Para guiar a los hombres a Dios, el Sumo Sacerdote debía ser un hombre; porque, de otra manera, les indicaría un camino que les sería imposible seguir.

(iü) Es negar que Jesús fuera, en ningún sentido real, el Salvador. Para salvar a los hombres tenía que identificarse con los que había venido a salvar.

(iv) Es negar la salvación del cuerpo. La enseñanza cristiana es totalmente clara en que la Salvación es la Salvación de toda la persona, del cuerpo tanto como del alma. El negar la Encarnación es negar la posibilidad de que el cuerpo pueda nunca llegar a ser el templo del Espíritu Santo.

(v) Con mucho lo más serio y terrible es que sería negar que pueda nunca haber ninguna unión real entre Dios y el hombre. Si el Espíritu es totalmente bueno y el cuerpo es totalmente malo, Dios y el hombre no se pueden encontrar nunca mientras el hombre siga siendo hombre. Se podrían encontrar si el hombre se desprendiera del cuerpo y se convirtiera en un espíritu desencarnado. Pero la gran verdad de la Encarnación es que aquí y ahora puede haber una comunión real entre Dios y el hombre.

No hay nada en el Cristianismo que sea más central que la realidad de la humanidad de Jesucristo.

En la perspectiva de 1Jn, y también de todo el Nuevo Testamento (1Cor 12), las personas que anuncian un mensaje religioso están al servicio de un espíritu. Por sus labios habla o bien el «Espíritu de la verdad» o bien el «espíritu del error» . Nosotros diríamos más bien: Examinad a los predicadores para ver si por ellos habla el Espíritu de Dios o el espíritu del anticristo

Con respecto al v. 3 hay una interesante variante de traducción: En vez de «todo espíritu que no confiesa a Jesús», se dice: «...que disuelve [destruye] a Jesucristo». Quien retuerce de tal modo el mensaje de Cristo, que pueda acoplarlo a su metafísica gnóstica de la salvación, ese tal está «destruyendo a Jesús», está «disolviendo a Jesús». Expresión vigorosísima de que la negación de la «carne» de Jesús por parte de esos gnósticos (¡y de sus seguidores, en la historia de la Iglesia, hasta el día de hoy!) es de efectos destructores para la fe cristiana, hasta tal punto que aquí tenemos una alternativa ineludible.

La decisión acerca de si Cristo, como Hijo de Dios y Mesías, fue verdadero hombre, no sólo envuelto en la debilidad de la «carne», sino «hecho carne» realmente (Jn_1:14), o de si Jesucristo es una cifra de alguna concepción del mundo o de la salvación, es una decisión que sigue estando personalmente ante todo cristiano. Ya entonces se dio el escándalo -se escandalizaron- de que la salvación definitiva de Dios estuviera ligada a un hombre individual concreto, el cual es hombre hasta tal punto, que pudo morir ajusticiado en la cruz. Ya entonces se dio este escándalo. Y el escándalo no es, hoy día, menor. Ahora bien, ¿por qué es tan decisivo para nuestra relación con Dios, y por tanto para nuestra salvación, el que a Jesús se le confiese y se le crea como el que «ha venido en carne»?

Nos ayudará a dar una respuesta si tratamos de asociar la afirmación que se hace en estos versículos 4,1-3 con toda la teología de la carta. Porque hemos de hacernos la pregunta de si aquí ha desaparecido ya de repente, y por completo, aquello que hasta ahora nos había servido tantas veces como norma conocida, a saber, el amor. ¿Es que el amor se vincula quizás, de manera insospechada para nosotros, con la fe en Cristo? ¿Tendremos que asociar también las proposiciones acerca del amor de Cristo, en 3, con esta confesión de fe en Cristo, que se hace en 4,2s?

De hecho, la confesión de que Jesucristo ha venido en carne, contiene ya innegablemente   la ulterior confesión de que Él dio por nosotros la vida de esa carne (3,16), y que precisamente por esto nos ha purificado de todo pecado (por su sangre, 2,1s). Puesto que el autor ha concentrado de manera tan intensa y clara su concepto del pecado sobre la contradicción que el pecado representa contra el amor, ahora no puede hacer abstracción de este concepto del pecado y de este concepto de la obra de Jesús, quien supera al pecado como dureza de corazón y como odio. Además, en la confesión de que Jesucristo vino en carne se contiene también la confesión de la obligación que tenemos de seguir nosotros la norma de su entrega de amor y «dar la vida por los hermanos» (3,16). La obra salvífica de Cristo tiene tanta estructura encarnatoria, que también nuestra fe debe encarnarse -en el amor fraterno concreto- y no debe rehusar mancharse incluso las manos para aliviar al hermano en su necesidad.

Por consiguiente, existe la posibilidad de comprender muy mal 1Jn_4:1-3 como norma para el discernimiento de espíritus. Y de hecho, en la historia de la Iglesia, se ha entendido a veces muy mal, y con resultados funestos, estas frases. Se han entendido como si bastara con mantener intacta una irreprochable confesión de fe ortodoxa. Pero, en realidad, sólo un espíritu es de Dios, cuando proclama la encarnación del Logos juntamente con su consecuencia: la obligación de practicar el amor. Para examinar los espíritus -para el discernimiento de espíritus- hay que hacerse la pregunta de si esos espíritus endurecen a los hombres en el egoísmo, o los abren para el amor, que es de Dios. Valdría la pena examinar así los diversos influjos a que están sometidos los hombres de hoy, y ver si esos influjos los llevan al egoísmo y los apartan del amor y servicio, si los hacen tal vez incapaces para dejar que siga actuando el amor de Dios, que está depositado en los cristianos.

El autor de nuestra carta debe de tener la convicción de que los negadores de la encarnación de Cristo y difunden -de hecho- el odio y lo fomentan, porque niegan el amor de Dios, tal como ese amor es realmente y se reveló.
El pronombre vosotros en el texto griego está en una posición que indica énfasis. Se contrastan los hermanos fieles (que eran de Dios) con los falsos maestros bajo consideración (que no lo eran). Era fácil, pues, probar a todo maestro religioso y distinguir entre los de Dios y los falsos. Eran de Dios los maestros que afirmaban la encarnación de Jesucristo (versículo 2), y eran de Dios los enseñados por éstos (versículo 4); así es que tenían comunión entre si.

 El autor dice a sus cristianos: «Los habéis vencido (a los falsos profetas)». Ahora bien, aquí aflora también la objeción o la contradicción: ¿Es que la actitud cristiana ante los herejes es la de quererlos vencer? Pero... tengamos en cuenta que no se dice: "Podéis vencerlos», sino: "Los habéis vencido.» Sus cristianos, según la opinión de nuestro autor, ¿han vencido quizás a estos falsos profetas con algo que no iba dirigido, ni mucho menos, contra los herejes como hombres? ¿Qué puede ser eso? ¿Con qué se consigue esta victoria? ¿Sólo por medio de la recta confesión? ¿O también de la manera como los cristianos, según 2,13s, han vencido al «maligno»? En efecto, el autor ve a los falsos profetas en unión con el maligno. ¿No tendría él en la mente tanto la victoria por medio del amor como la victoria por medio de la confesión? Y ambas cosas ¿no formarán una unidad para el autor?
El verbo aquí es del tiempo perfecto y según el uso griego significa esto: “estáis en una condición de estar victoriosos sobre los falsos.” Los hermanos habían podido rechazar a los tales porque Dios obraba en ellos y él es mayor en poder que Satanás. Los falsos fueron derrotados en sus esfuerzos por engañar (2:26) a los fieles.

La razón que el autor da para sostener su afirmación de la victoria sobre los falsos profetas, nos permite responder afirmativamente a esta pregunta. Los cristianos han vencido a los herejes, porque «el que está en ellos» es mayor que «el que está en el mundo». Esta referencia al «Dios mayor», no podemos interpretarla sino teniendo a la vista el texto de 3,19. Dios es «mayor» que su adversario, que «está en el mundo», como «príncipe de este mundo», porque Dios es luz y amor, porque el poder del amor, que Él derrama por medio del Espíritu en los corazones de los suyos, es un poder absolutamente victorioso. Los cristianos son vencedores de los falsos profetas, porque aquéllos se han decidido y han preferido «ser de Dios», porque aquéllos se han decidido en favor de la fe en Cristo como fe en el amor.

  Los falsos profetas son «del mundo». Esto quiere decir, en el sentido de 1Jn: son de las tinieblas, en las cuales no se conoce el verdadero amor. Por consiguiente, sus conversaciones no pueden ser distintas de lo que son. No disponen sino de las energías y de las desfiguradas normas de conocimiento que son propias de estas «tinieblas». «Y el mundo los oye»: El cristiano (sobre todo cuando se dedica a la predicación) ¿no tendrá que examinarse para ver si quizás el aplauso que recoge procede de que también él «habla desde el mundo», y de que las «tinieblas» no manifiestan o manifiestan muy poco, la conmoción de ser embestidas por la «luz» de la «verdad»?

Juan establece una gran verdad, y encara un gran problema.

(i) El cristiano no tiene por qué tenerle miedo al hereje. En Cristo se ganó la victoria sobre todos los poderes del mal. Los poderes del mal Le hicieron todo el mal que pudieron, hasta el punto de matarle en la Cruz; pero Él surgió victorioso. La victoria le corresponde al cristiano. Sea cual fuere el aspecto de las cosas, los poderes del mal están peleando una batalla perdida. Como expresaba el proverbio latino: «Grande es la verdad, y acabará por prevalecer.» Todo lo que tiene que hacer el cristiano es tener presente la verdad que ya conoce, y aferrarse a ella. La verdad es aquello por lo que viven los hombres; el error es a fin de cuentas lo que hace que los hombres mueran.

(ii) Sigue el problema de que los falsos maestros ni escucharán ni aceptarán la verdad que ofrece el verdadero cristiano. ¿Cómo se puede explicar eso? Juan vuelve a su antítesis favorita: la oposición entre el mundo y Dios. El mundo, como ya hemos visto antes, es la naturaleza humana aparte de Dios y en oposición a Él. El hombre que tiene su origen en Dios recibirá la verdad; el hombre que tiene su origen en el mundo, la rechazará.

Cuando llegamos a pensar en ello, es una verdad obvia. ¿Cómo puede una persona cuya consigna es la competencia empezar a entender una ética cuya clave es el servicio? ¿Cómo puede una persona cuya finalidad es la exaltación del yo, y que mantiene que los más débiles deben ir al paredón, empezar a entender una enseñanza cuyo principio vital es el amor? ¿Cómo puede una persona que cree que este es el único mundo, y que, por tanto, las cosas materiales son las únicas que importan, empezar a entender una vida que se vive a la luz de la eternidad, en la que las cosas invisibles poseen los valores supremos? Una persona no puede escuchar nada más que lo que se ha entrenado a escuchar, y puede estar absolutamente incapacitada para escuchar el mensaje cristiano.

Eso es lo que Juan está diciendo. Ya hemos visto una y otra vez que es característico de él el ver las cosas en blanco y negro. Su pensamiento no se para en matices. Por una parte está el hombre cuya fuente de origen es Dios, y que puede oír la verdad; por otra parte está el hombre cuya fuente y origen es el mundo, y que es incapaz de oír la verdad. Ahí surge un problema que es muy probable que Juan ni siquiera reconociera. ¿Hay personas para las que toda predicación es fatalmente inútil? ¿Hay personas cuyas defensas no se pueden penetrar nunca, cuya sordera no les permite nunca oír, y cuyas mentes están cerradas para siempre a la invitación y al mandamiento de Jesucristo?

La respuesta debe de ser que no hay límites para la gracia de Dios, y que hay tal Persona como el Espíritu Santo. La vida nos enseña que el amor de Dios puede derribar cualquier barrera. Es verdad que una persona se puede resistir; puede que sea verdad que una persona se puede resistir hasta lo último; pero lo que es también verdad es que Cristo está siempre llamando a la puerta de todos los corazones, y es posible que una persona oiga la voz de Cristo, aun por encima de las muchas voces del mundo.


Los gnósticos reclamaban conocer a Dios, pero solamente los cristianos fieles, que guardan sus mandamientos, le conocen y saben que le conocen, y la evidencia es que oyen a los apóstoles.


  «Nosotros somos de Dios.» De esta conciencia de ser él de Dios, deriva él la pretensión de que todo el que es de Dios, le escucha. ¿Será esto arrogancia y presunción clerical? Me sospecho que tales lugares han ofrecido pretexto, a menudo, durante la historia de la Iglesia, para tales pretensiones injustificadas. Ahora bien, hay una diferencia radical entre las injustificadas pretensiones clericales que pueden observarse en la historia de la Iglesia (y no sólo en el pasado) y la conciencia de nuestro autor. En el caso de nuestro autor, no se trata de una declaración de infalibilidad en cuestiones de detalle. Aquí no se convierte el escuchar (o el rechazar) las doctrinas de detalle en razón gnoseológica para conocer la salvación, sino que se da esta categoría a lo más central del cristianismo. Y esta conciencia no estriba, evidentemente, en mera rectitud dogmática, sino en la experiencia del Espíritu de Dios, del Espíritu que actúa vigorosamente y que impulsa al amor activo. Los cristianos tienen un criterio para examinar la seguridad de su maestro (del autor de nuestra carta), y lo tienen porque y en cuanto "conocen a Dios» y lo aman. El amor a Dios, que es un amor activo en el amor fraternal, da la posibilidad de discernir entre el Espíritu de la verdad (de la realidad divina) y el espíritu del error (del engaño). Cuando los negadores de la encarnación de Cristo actúan en contra del amor, porque niegan el amor de Dios, tal como Él se ha revelado de hecho: entonces el «espíritu del error» (del engaño) se identifica con el espíritu del odio, y «el Espíritu de la verdad» (de la realidad divina que se manifiesta en la entrega del Hijo) se identifica con el Espíritu del amor.

Los falsos maestros son populares con el mundo porque, al igual que los falsos profetas del Antiguo Testamento, dicen lo que la gente quiere oír. Juan advierte que los cristianos que enseñan con fidelidad la Palabra de Dios no ganarán ninguna competencia de popularidad en el mundo. La gente no quiere que se denuncie su pecado ni quiere escuchar las exigencias de que cambie su conducta. Un falso maestro será bien recibido por los que no son cristianos.

¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!

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