1Jn
4:1-6
Amados, no creáis a todo
espíritu, sino probad los espíritus para ver si son de Dios, porque muchos
falsos profetas han salido al mundo.
En
esto conocéis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha
venido en carne, es de Dios;
y todo
espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; y este es el espíritu
del anticristo, del cual habéis oído que viene, y que ahora ya está en el
mundo.
Hijos
míos, vosotros sois de Dios y los habéis vencido, porque mayor es el que está
en vosotros que el que está en el mundo.
Ellos
son del mundo; por eso hablan de parte del mundo, y el mundo los oye.
Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de
Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del
error.
Los creyentes no podemos ser tan ingenuos
como para aceptar indiscriminadamente los pronunciamientos de todos los profetas que pretendan ser de Dios; esto es, que hablen con
autoridad e inspiración divinas. Ciertamente, detrás de cada profeta hay un espíritu, pero puede que sea un falso
espíritu, descrito aquí como el «espíritu del anticristo» y «el espíritu del
error», no como «el Espíritu de Dios», el cual es «el espíritu de la verdad».
Por lo que, teniendo en cuenta que hay muchos maestros de cultos heréticos que
afirman ser mensajeros de Dios, debemos probar los espíritus que los poseen para determinar su origen. Pablo da
instrucciones similares en 1Tes_5:19-22.
Para Juan, la fe cristiana se podía
resumir en una sola frase: " La Palabra se hizo carne, y habitó entre
nosotros» (Jn_1:14).
Cualquier espíritu que negara la realidad de la Encarnación, no procedía de
Dios. Juan establece dos pruebas de fe.
(i) Para que se vea que es de Dios, un
espíritu debe reconocer que Jesús es el Cristo, el Mesías. Según lo veía Juan,
el negarlo sería negar tres cosas acerca de Jesús.
(a) Sería negar que
Él es el centro de la Historia, Aquel para quien toda la Historia anterior
había sido una preparación.
(b)
Sería negar que Él es el cumplimiento de las promesas de Dios. A lo largo
de todas sus luchas y sus derrotas, los judíos se habían adherido a las
promesas de Dios. Negar que Jesús es el Mesías prometido es negar que esas
promesas sean verdad.-
(c) Sería negar Su Reino. Jesús vino, no sólo
a sacrificarse, sino a reinar; y negar Su mesiazgo es excluirle de Su realeza
esencial.
(ii) Para
proceder de Dios un espíritu debía reconocer que Jesús ha venido en la carne. Cristo no es un simple ser espiritual, como
creen los gnósticos. No es únicamente la cifra de algo que (según las ideas
gnósticas) emana de Dios en sentido físico. Sino que Cristo es verdadero
hombre, hasta tal punto que pudo él dar su vida. Este tema de que Jesús ha
venido en carne se recoge nuevamente en 5,6 ss: Jesús vino en agua y sangre; 2Jn_1:7.
Por
consiguiente, confesar a Cristo es fundamentalmente confesar la encarnación de
Jesús.
Ya en la
introducción de la carta sonaba este tema de la encarnación (el tema de la
manifestación de la Palabra de la vida). He aquí, pues, lo que diferencia
sencillamente a los predicadores cristianos de los falsos profetas gnósticos:
la confesión de fe en la encarnación de Jesús o la negación de la misma. Ahora
bien, con la confesión de fe en Jesús que vino en carne, no se piensa
únicamente en el acto singular de la "encarnación» (o "humanización»)
del Logos . "Carne» no significa aquí sencillamente "naturaleza
humana». Aquí no se trata de una afirmación cristológica abstracta, sino de una
afirmación soteriológica. No se cultiva una metafísica de la encarnación, sino
que se afirma algo acerca de la realidad del hombre Jesús, realidad sin la cual
no habría para nosotros salvación.
Tenemos que
guardar en mente que Juan en esta epístola está tratando el problema que, en el
tiempo de escribirla, confrontaba la iglesia. Los gnósticos negaban o la
humanidad de Cristo, o la deidad de Jesús de Nazaret. No
habla de la prueba de cualquier maestro de cualquier época y con cualquier
doctrina. Negar la humanidad y la deidad de Jesucristo era señal de la falsedad
del profeta, mientras que confesarlas era indicación de que era de Dios. (El
simple hecho de que alguno de hoy en día admita el hecho de la deidad de Jesús
no prueba que es de la verdad en sus demás reclamaciones religiosas, para
ejemplo tenemos el romanismo).
En esto de
probar los espíritus (versículo l), y considerar su confesión respecto a Cristo
Jesús (versículo 2), el cristiano sabe si el Espíritu de Dios guía al espíritu
del individuo a confesar la humanidad y deidad de Cristo. Dios es la fuente
(“es de Dios”, dice este versículo) de esta reclamación y doctrina.
No entró Cristo
en el cuerpo existente de Jesús, hijo de José y María, según afirmaba Cerinto,
sino ¡se hizo carne! Su modo de existencia entre nosotros era “en carne.”
El verbo “ha venido” es del tiempo
perfecto en el griego, e indica acción en el pasado con consecuencias
presentes. La encarnación de Dios, con sus bendiciones subsecuentes, es la base
de la iglesia (Mat_16:13-18). Los gnósticos
(como también los modernistas de hoy en día) negaban esa verdad básica y así
probaban que eran falsos. Para los gnósticos la carne era mala de por sí, y por
eso no podía encarnar el espíritu, decían ellos. Negaban terminantemente la
encarnación de Cristo.
No se dice
tampoco que Jesús haya venido a la carne, sino que ha venido "en carne».
En contraste con Dios, a quien corresponde el poder creador del Espíritu, vemos
que "carne» significa aquí -como frecuentemente en la Biblia- la debilidad
y caducidad de la criatura. Para un gnóstico (de manera muy distinta que para
un judío) significaría un escándalo sin igual el que el Logos divino no sólo
haya entrado en la oscuridad de la materia para rescatar de ella las centellas
de luz, sino que además se haya asociado a sí mismo con la debilidad de esa
«carne». Jesucristo vino en carne: ello significa que toda su obra de
salvación está determinada por la vinculación con la «carne», e incluye que él
-Jesús- dio su «carne» por la vida del mundo (Jn_6:51).
Era precisamente esto lo que los
gnósticos no podrían aceptar nunca. Puesto que, según su punto de vista, la
materia era totalmente mala, una Encarnación real era totalmente imposible,
porque Dios nunca podría asumir la carne. Agustín habría de decir más tarde que
podría encontrar paralelos en los filósofos paganos para todo lo del Nuevo
Testamento excepto una cosa: " El Logos Se hizo carne.» De acuerdo con el
punto de vista de Juan, el negar la completa humanidad de Jesucristo era atacar
la fe cristiana en sus mismas raíces.
El negar la realidad de la Encarnación
tiene ciertas consecuencias definidas.
(i) Es negar que Jesús pudiera ser nunca
nuestro ejemplo. Si no era realmente un hombre, viviendo en las mismas
condiciones humanas, no podría nunca mostrar a los hombres cómo vivir.
(ii) Es negar que Jesús pudiera ser el
Sumo Sacerdote Que abre el acceso a Dios. El verdadero Sumo Sacerdote, como vio
el autor de la Carta a los Hebreos, debía
ser en todas las cosas semejante a nosotros, conociendo nuestras debilidades y
nuestras tentaciones (Heb_4:14
s). Para guiar a los hombres a Dios, el Sumo Sacerdote debía
ser un hombre; porque, de otra manera, les indicaría un camino que les sería
imposible seguir.
(iü) Es negar que Jesús fuera, en ningún
sentido real, el Salvador. Para salvar a los hombres tenía que identificarse
con los que había venido a salvar.
(iv) Es negar la salvación del cuerpo.
La enseñanza cristiana es totalmente clara en que la Salvación es la Salvación
de toda la persona, del cuerpo tanto como del alma. El negar la Encarnación es
negar la posibilidad de que el cuerpo pueda nunca llegar a ser el templo del
Espíritu Santo.
(v) Con mucho lo más serio y terrible es
que sería negar que pueda nunca haber ninguna unión real entre Dios y el
hombre. Si el Espíritu es totalmente bueno y el cuerpo es totalmente malo, Dios
y el hombre no se pueden encontrar nunca mientras el hombre siga siendo hombre.
Se podrían encontrar si el hombre se desprendiera del cuerpo y se convirtiera
en un espíritu desencarnado. Pero la gran verdad de la Encarnación es
que aquí y ahora puede haber una comunión real entre Dios y el hombre.
No hay nada en el Cristianismo que sea
más central que la realidad de la humanidad de Jesucristo.
En la
perspectiva de 1Jn, y también de todo el Nuevo Testamento (1Cor 12), las personas que anuncian un mensaje
religioso están al servicio de un espíritu. Por sus labios habla o bien el
«Espíritu de la verdad» o bien el «espíritu del error» . Nosotros diríamos más
bien: Examinad a los predicadores para ver si por ellos habla el Espíritu de
Dios o el espíritu del anticristo
Con respecto al
v. 3 hay una interesante variante de traducción: En vez de «todo espíritu que
no confiesa a Jesús», se dice: «...que disuelve [destruye] a Jesucristo». Quien
retuerce de tal modo el mensaje de Cristo, que pueda acoplarlo a su metafísica
gnóstica de la salvación, ese tal está «destruyendo a Jesús», está «disolviendo
a Jesús». Expresión vigorosísima de que la negación de la «carne» de Jesús por
parte de esos gnósticos (¡y de sus seguidores, en la historia de la Iglesia,
hasta el día de hoy!) es de efectos destructores para la fe cristiana, hasta
tal punto que aquí tenemos una alternativa ineludible.
La decisión
acerca de si Cristo, como Hijo de Dios y Mesías, fue verdadero hombre, no sólo
envuelto en la debilidad de la «carne», sino «hecho carne» realmente (Jn_1:14), o de si Jesucristo es una cifra de alguna
concepción del mundo o de la salvación, es una decisión que sigue estando
personalmente ante todo cristiano. Ya entonces se dio el escándalo -se
escandalizaron- de que la salvación definitiva de Dios estuviera ligada a un
hombre individual concreto, el cual es hombre hasta tal punto, que pudo morir
ajusticiado en la cruz. Ya entonces se dio este escándalo. Y el escándalo no
es, hoy día, menor. Ahora bien, ¿por qué es tan decisivo para nuestra relación
con Dios, y por tanto para nuestra salvación, el que a Jesús se le confiese y
se le crea como el que «ha venido en carne»?
Nos ayudará a
dar una respuesta si tratamos de asociar la afirmación que se hace en estos
versículos 4,1-3 con toda la teología de la carta. Porque hemos de hacernos la
pregunta de si aquí ha desaparecido ya de repente, y por completo, aquello que
hasta ahora nos había servido tantas veces como norma conocida, a saber, el
amor. ¿Es que el amor se vincula quizás, de manera insospechada para nosotros,
con la fe en Cristo? ¿Tendremos que asociar también las proposiciones acerca
del amor de Cristo, en 3, con esta confesión de fe en Cristo, que se hace en
4,2s?
De hecho, la
confesión de que Jesucristo ha venido en carne, contiene ya innegablemente la ulterior confesión de que Él dio por
nosotros la vida de esa carne (3,16), y que precisamente por esto nos ha
purificado de todo pecado (por su sangre, 2,1s). Puesto que el autor ha
concentrado de manera tan intensa y clara su concepto del pecado sobre la
contradicción que el pecado representa contra el amor, ahora no puede hacer
abstracción de este concepto del pecado y de este concepto de la obra de Jesús,
quien supera al pecado como dureza de corazón y como odio. Además, en la
confesión de que Jesucristo vino en carne se contiene también la confesión de
la obligación que tenemos de seguir nosotros la norma de su entrega de amor y
«dar la vida por los hermanos» (3,16). La obra salvífica de Cristo tiene tanta
estructura encarnatoria, que también nuestra fe debe encarnarse -en el amor
fraterno concreto- y no debe rehusar mancharse incluso las manos para aliviar
al hermano en su necesidad.
Por
consiguiente, existe la posibilidad de comprender muy mal 1Jn_4:1-3 como norma para el discernimiento de
espíritus. Y de hecho, en la historia de la Iglesia, se ha entendido a veces
muy mal, y con resultados funestos, estas frases. Se han entendido como si
bastara con mantener intacta una irreprochable confesión de fe ortodoxa. Pero,
en realidad, sólo un espíritu es de Dios, cuando proclama la encarnación del
Logos juntamente con su consecuencia: la obligación de practicar el amor. Para
examinar los espíritus -para el discernimiento de espíritus- hay que hacerse la
pregunta de si esos espíritus endurecen a los hombres en el egoísmo, o los
abren para el amor, que es de Dios. Valdría la pena examinar así los diversos
influjos a que están sometidos los hombres de hoy, y ver si esos influjos los
llevan al egoísmo y los apartan del amor y servicio, si los hacen tal vez
incapaces para dejar que siga actuando el amor de Dios, que está depositado en
los cristianos.
El autor de
nuestra carta debe de tener la convicción de que los negadores de la
encarnación de Cristo y difunden -de hecho- el odio y lo fomentan, porque
niegan el amor de Dios, tal como ese amor es realmente y se reveló.
El pronombre
vosotros en el texto griego está en una posición que indica énfasis. Se
contrastan los hermanos fieles (que eran de Dios) con los falsos maestros bajo
consideración (que no lo eran). Era fácil, pues, probar a todo maestro
religioso y distinguir entre los de Dios y los falsos. Eran de Dios los
maestros que afirmaban la encarnación de Jesucristo (versículo 2), y eran de
Dios los enseñados por éstos (versículo 4); así es que tenían comunión entre
si.
El autor dice a sus cristianos: «Los habéis
vencido (a los falsos profetas)». Ahora bien, aquí aflora también la objeción o
la contradicción: ¿Es que la actitud cristiana ante los herejes es la de
quererlos vencer? Pero... tengamos en cuenta que no se dice: "Podéis
vencerlos», sino: "Los habéis vencido.» Sus cristianos, según la opinión
de nuestro autor, ¿han vencido quizás a estos falsos profetas con algo que no
iba dirigido, ni mucho menos, contra los herejes como hombres? ¿Qué puede ser
eso? ¿Con qué se consigue esta victoria? ¿Sólo por medio de la recta confesión?
¿O también de la manera como los cristianos, según 2,13s, han vencido al
«maligno»? En efecto, el autor ve a los falsos profetas en unión con el
maligno. ¿No tendría él en la mente tanto la victoria por medio del amor como
la victoria por medio de la confesión? Y ambas cosas ¿no formarán una unidad
para el autor?
El verbo aquí es
del tiempo perfecto y según el uso griego significa esto: “estáis en una
condición de estar victoriosos sobre los falsos.” Los hermanos habían podido
rechazar a los tales porque Dios obraba en ellos y él es mayor en poder que
Satanás. Los falsos fueron derrotados en sus esfuerzos por engañar (2:26) a los
fieles.
La razón que el
autor da para sostener su afirmación de la victoria sobre los falsos profetas,
nos permite responder afirmativamente a esta pregunta. Los cristianos han
vencido a los herejes, porque «el que está en ellos» es mayor que «el que está
en el mundo». Esta referencia al «Dios mayor», no podemos interpretarla sino
teniendo a la vista el texto de 3,19. Dios es «mayor» que su adversario, que
«está en el mundo», como «príncipe de este mundo», porque Dios es luz y amor,
porque el poder del amor, que Él derrama por medio del Espíritu en los
corazones de los suyos, es un poder absolutamente victorioso. Los cristianos
son vencedores de los falsos profetas, porque aquéllos se han decidido y han
preferido «ser de Dios», porque aquéllos se han decidido en favor de la fe en
Cristo como fe en el amor.
Los
falsos profetas son «del mundo». Esto quiere decir, en el sentido de 1Jn: son
de las tinieblas, en las cuales no se conoce el verdadero amor. Por
consiguiente, sus conversaciones no pueden ser distintas de lo que son. No
disponen sino de las energías y de las desfiguradas normas de conocimiento que
son propias de estas «tinieblas». «Y el mundo los oye»: El cristiano (sobre
todo cuando se dedica a la predicación) ¿no tendrá que examinarse para ver si
quizás el aplauso que recoge procede de que también él «habla desde el mundo»,
y de que las «tinieblas» no manifiestan o manifiestan muy poco, la conmoción de
ser embestidas por la «luz» de la «verdad»?
Juan establece una gran verdad, y encara
un gran problema.
(i) El cristiano no tiene por qué
tenerle miedo al hereje. En Cristo se ganó la victoria sobre todos los poderes
del mal. Los poderes del mal Le hicieron todo el mal que pudieron, hasta el
punto de matarle en la Cruz; pero Él surgió victorioso. La victoria le
corresponde al cristiano. Sea cual fuere el aspecto de las cosas, los poderes
del mal están peleando una batalla perdida. Como expresaba el proverbio latino:
«Grande es la verdad, y acabará por prevalecer.» Todo lo que tiene que hacer el
cristiano es tener presente la verdad que ya conoce, y aferrarse a ella. La
verdad es aquello por lo que viven los hombres; el error es a fin de cuentas lo
que hace que los hombres mueran.
(ii) Sigue el problema de que los falsos
maestros ni escucharán ni aceptarán la verdad que ofrece el verdadero
cristiano. ¿Cómo se puede explicar eso? Juan vuelve a su antítesis favorita: la
oposición entre el mundo y Dios. El mundo, como ya hemos visto antes, es la
naturaleza humana aparte de Dios y en oposición a Él. El hombre que tiene su
origen en Dios recibirá la verdad; el hombre que tiene su origen en el mundo,
la rechazará.
Cuando llegamos a pensar en ello, es una
verdad obvia. ¿Cómo puede una persona cuya consigna es la competencia empezar a
entender una ética cuya clave es el servicio? ¿Cómo puede una persona cuya
finalidad es la exaltación del yo, y que mantiene que los más débiles deben ir
al paredón, empezar a entender una enseñanza cuyo principio vital es el amor?
¿Cómo puede una persona que cree que este es el único mundo, y que, por tanto,
las cosas materiales son las únicas que importan, empezar a entender una vida
que se vive a la luz de la eternidad, en la que las cosas invisibles poseen los
valores supremos? Una persona no puede escuchar nada más que lo que se ha
entrenado a escuchar, y puede estar absolutamente incapacitada para escuchar el
mensaje cristiano.
Eso es lo que Juan está diciendo. Ya
hemos visto una y otra vez que es característico de él el ver las cosas en
blanco y negro. Su pensamiento no se para en matices. Por una parte está el
hombre cuya fuente de origen es Dios, y que puede oír la verdad; por otra parte
está el hombre cuya fuente y origen es el mundo, y que es incapaz de oír la
verdad. Ahí surge un problema que es muy probable que Juan ni siquiera
reconociera. ¿Hay personas para las que toda predicación es fatalmente inútil?
¿Hay personas cuyas defensas no se pueden penetrar nunca, cuya sordera no les permite
nunca oír, y cuyas mentes están cerradas para siempre a la invitación y al
mandamiento de Jesucristo?
La respuesta debe de ser que no hay límites
para la gracia de Dios, y que hay tal Persona como el Espíritu Santo. La vida
nos enseña que el amor de Dios puede derribar cualquier barrera. Es verdad que
una persona se puede resistir; puede que sea verdad que una persona se puede
resistir hasta lo último; pero lo que es también verdad es que Cristo está
siempre llamando a la puerta de todos los corazones, y es posible que una
persona oiga la voz de Cristo, aun por encima de las muchas voces del mundo.
Los gnósticos
reclamaban conocer a Dios, pero solamente los cristianos fieles, que guardan
sus mandamientos, le conocen y saben que le conocen, y la evidencia es que oyen
a los apóstoles.
«Nosotros somos de Dios.» De esta conciencia
de ser él de Dios, deriva él la pretensión de que todo el que es de Dios, le
escucha. ¿Será esto arrogancia y presunción clerical? Me sospecho que tales
lugares han ofrecido pretexto, a menudo, durante la historia de la Iglesia,
para tales pretensiones injustificadas. Ahora bien, hay una diferencia radical
entre las injustificadas pretensiones clericales que pueden observarse en la
historia de la Iglesia (y no sólo en el pasado) y la conciencia de nuestro
autor. En el caso de nuestro autor, no se trata de una declaración de
infalibilidad en cuestiones de detalle. Aquí no se convierte el escuchar (o el
rechazar) las doctrinas de detalle en razón gnoseológica para conocer la
salvación, sino que se da esta categoría a lo más central del cristianismo. Y
esta conciencia no estriba, evidentemente, en mera rectitud dogmática, sino en
la experiencia del Espíritu de Dios, del Espíritu que actúa vigorosamente y que
impulsa al amor activo. Los cristianos tienen un criterio para examinar la
seguridad de su maestro (del autor de nuestra carta), y lo tienen porque y en
cuanto "conocen a Dios» y lo aman. El amor a Dios, que es un amor activo
en el amor fraternal, da la posibilidad de discernir entre el Espíritu de la
verdad (de la realidad divina) y el espíritu del error (del engaño). Cuando los
negadores de la encarnación de Cristo actúan en contra del amor, porque niegan
el amor de Dios, tal como Él se ha revelado de hecho: entonces el «espíritu del
error» (del engaño) se identifica con el espíritu del odio, y «el Espíritu de
la verdad» (de la realidad divina que se manifiesta en la entrega del Hijo) se
identifica con el Espíritu del amor.
Los falsos
maestros son populares con el mundo porque, al igual que los falsos profetas
del Antiguo Testamento, dicen lo que la gente quiere oír. Juan advierte que los
cristianos que enseñan con fidelidad la Palabra de Dios no ganarán ninguna
competencia de popularidad en el mundo. La gente no quiere que se denuncie su
pecado ni quiere escuchar las exigencias de que cambie su conducta. Un falso
maestro será bien recibido por los que no son cristianos.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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