1 Timoteo 2; 5-6
Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los
hombres, Jesucristo hombre,
quien dio su vida como
rescate por todos. Este testimonio Dios lo ha dado a su debido tiempo,
Pablo concluye con la afirmación de las
grandes verdades de la fe cristiana. Este versículo
(2:5) da dos razones por que Dios manda que oremos por todos los hombres: (1)
Dios es uno, (2) Jesucristo el Mediador es uno.
(i) Hay un solo Dios. No vivimos
en un mundo como el que los gnósticos inventaron con sus teorías de dos dioses
hostiles entre sí. No vivimos en un mundo como el que suponían los paganos con
su horda de dioses, a menudo rivales entre sí. Los misioneros nos dicen que uno
de los grandes alivios que trae el Cristianismo a los paganos en la convicción
de que no hay más que un solo Dios. Viven constantemente aterrados con los
dioses y es para ellos una emancipación el descubrir que no hay más que un solo
Dios cuyo nombre es Padre y cuya naturaleza es amor.
(ii) Hay un solo Mediador. Aun
los judíos habrían dicho que hay muchos mediadores entre Dios y el hombre. Un
mediador es uno que se coloca entre dos partes y actúa como intermediario.
El hombre no tenía acceso directo a
Dios, ni según el pensamiento judío ni según el griego. Pero por medio de
Jesucristo, el cristiano tiene ese acceso directo, que nada puede interrumpir.
Además, no hay más que un solo mediador.
Los hindúes encuentran tan difícil creer en un solo Dios. Ellos dicen:
" Vuestra religión está bien para vosotros y la nuestra para nosotros.»
Pero a menos que haya un solo Dios y un solo mediador no podrá haber tal cosa
como fraternidad humana. Si hay muchos dioses y muchos mediadores compitiendo
por la lealtad y el amor de los humanos, la religión se convierte en algo que
divide a los hombres en lugar de unirlos. Es precisamente porque hay un solo
Dios y un solo mediador por lo que los hombres pueden ser hermanos entre sí.
Pablo pasa a llamar a Jesús el Que dio
Su vida en rescate por todos. Eso quiere decir simplemente que Le costó a Dios
la vida y la muerte de Su hijo el recuperar para Sí a los hombres. Eso es lo que hizo Jesús; dio Su vida para
revelarnos el amor de Dios y traernos de vuelta a casa.
Isaías 53; 5
Él fue traspasado por
nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el
castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados.
¿Cómo podía una
persona del Antiguo Testamento entender la idea de Cristo muriendo por nuestras
culpas (rebeliones y pecados), en realidad cargando con el castigo que
merecíamos? Los sacrificios sugerían esta idea, pero una cosa es matar a un
cordero y otra muy distinta es pensar en el Siervo escogido de Dios ocupando el
lugar del cordero. Pero Dios descorría a un costado la cortina del tiempo para
permitir que la gente de la época de Isaías mirara más adelante hacia el sufrimiento
del futuro Mesías y el perdón resultante que quedaría al alcance de toda la
humanidad.
El significado
aumenta en claridad: el dolor que soporta es el nuestro; es el castigo por el
pecado; es el precio de la salvación. No fue
estrictamente hablando castigado; porque eso sólo puede tener lugar
donde hay culpa, cosa que él no tenía; sino que tomó sobre sí mismo el castigo
en virtud del cual la paz (la reconciliación con el Padre) de los hijos
de Dios había de efectuarse (Rom_5:1; Efe_2:14-15,
Efe_2:17; Heb_2:14).
Pero permanece
siendo una paradoja, una de las maneras de Dios, más elevada que las nuestras,
según se nos recuerda por la sorprendente conjunción de sus heridas y de
nuestra curación como causa y efecto. Este versículo es quizá el más penetrante en
su descripción del pecado y de la expiación, poniendo al descubierto la
futilidad, que es en nosotros una segunda naturaleza que nos aísla tanto de
Dios como de los hombres; pero también es la iniciativa divina que transfirió
el castigo que merecíamos a un sustituto. La metáfora según la cual cargó en
él el pecado, se aclara en Gén. 4:13; Lev. 5:1, 17 (donde
cada uno paga su propia penalidad) y también Lev.
10:17; 16:22 (donde la responsabilidad recae sobre otro).
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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