2 Corintios 5; 20-21
Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara
a ustedes por medio de nosotros: «En nombre de Cristo les rogamos que se
reconcilien con Dios.»
Al que no cometió pecado alguno, por nosotros
Dios lo trató como pecador, para que en
él recibiéramos la justicia de Dios.
Un embajador es
un oficial enviado a otro país para hablar oficialmente por su nación. Como el
turista en otro país no es embajador en esos países que visite, tampoco son
"embajadores" de Dios algunos, o todos los cristianos, hoy en día.
A los apóstoles
se les encargó la tarea de hablar al hombre de parte de Dios; a ellos se les
dio credenciales (12:12). Es totalmente incorrecto referirse ciertas personas a
sí mismas como "embajadores de Cristo". ¡No lo son! les falta la
inspiración para serlo.
La palabra de los apóstoles inspirados es la
misma palabra de Dios. Con razón el
cristiano tiene que continuar en la doctrina de los apóstoles (Hch_2:42), que es la misma doctrina de Cristo (2Jn_1:9; Apo_14:12), porque si no lo hace, es a Dios a
quién está rechazando.
Los apóstoles sufrieron mucho en su ministerio
de rogar a los hombres a que se reconciliaran con Dios. Lo hacían en vista de
todo lo que es Cristo y lo que ha hecho por el hombre pecador. Su trabajo
apostólico fue hecho por la autoridad que tiene Cristo como el Salvador del
mundo.
Lo que el hombre
pecador necesita, para escapar de la ira de Dios, es ser reconciliado con El.
Con sus pecados
lavados en la sangre de Cristo (Apo_1:5), el que
antes era pecador ahora es hombre justo. Dios le justifica (Rom_8:32-34); le hace hombre justo. Sí lo es (1Jn_3:7);
es justo porque no es pecador. No es pecador porque Dios le perdonó sus
pecados. Esta justicia es de Dios; es la que El da (Rom_1:17;
Rom_3:21). Es por el evangelio. Como Dios justificó a los corintios,
cuando fueron lavados en el bautismo (1Co_6:11;
Hch_18:8), así justifica a quienquiera que obedezca al evangelio (Mar_16:16; Heb_5:9). Dios es justo, y por eso no
ignora el pecado en el hombre; pero en la sangre de Cristo Dios puede perdonar
al pecador, y así justificarle (Rom_3:26). ¡Dios
sí le justifica! Ya es hombre justo.
El Nuevo Testamento nunca nos habla de
que Dios tenga que reconciliarse con la humanidad, sino siempre de que la
humanidad tiene que reconciliarse con Dios. No se trata de aplacar a un Dios
airado. Todo el plan de salvación tiene su origen en Dios. Fue porque Dios amaba
al mundo de tal manera por lo que envió a Su Hijo. No es que Dios no tenga
interés en la humanidad, sino viceversa. El mensaje de Pablo, el Evangelio, es
la invitación de un Padre amante a Sus hijos descarriados para que vuelvan a
casa, donde los espera el amor.
Pablo les suplica que no acepten el
ofrecimiento de la gracia de Dios sin sentido. Hay tal cosa como -y es la
tragedia de la eternidad- la frustración de la gracia. Pensemos en términos
humanos. Supongamos que un padre o una madre se sacrifican y trabajan para
darles a sus hijos las mejores oportunidades, rodearlos de amor, planificar su
futuro con cuidado y hacen, en fin, todo lo posible para equiparlos para la
vida. Y supongamos que esos hijos no sienten lo más mínimo su deuda de gratitud
ni ninguna obligación de devolver algo de lo mucho que han recibido siendo
dignos de ello. Y supongamos que los hijos fracasan, no por falta de capacidad,
sino por falta de interés y de voluntad, porque no consideran el amor que les
dio tanto. Eso es lo que quebranta el corazón de los padres. Cuando Dios le da
a la humanidad toda Su gracia, y la humanidad la pisotea para seguir su propio
camino equivocado, frustrando la gracia que podía haberla renovado y recreado,
una vez más Cristo es crucificado, y quebrantado el corazón de Dios.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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