“Si
no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3).
Estas fueron las palabras del Hijo de Dios
encarnado. Nunca han sido canceladas, ni lo serán mientras exista este mundo.
El arrepentimiento es absolutamente necesario si el pecador ha de hacer paz con
Dios (Isa. 27:5), porque arrepentirse es echar a
tierra las armas de rebelión contra Él. El arrepentimiento no salva, sin
embargo ningún pecador jamás fue ni será salvado sin el mismo. Sólo Cristo
salva, pero un corazón no arrepentido no lo puede recibir.
Un pecador no
puede creer verdaderamente hasta que se arrepiente. Esto es visto claramente en
las palabras de Cristo respecto a su precursor: “Porque
vino a vosotros Juan en camino de justicia, y no le creísteis; y los publicanos
y las rameras le creyeron; y vosotros viendo esto, no os arrepentisteis después
para creerle” (Mateo 21:32). Es evidente
también en su llamado autoritario, (claro y fuerte como eran las órdenes que se
pregonaban a son de trompeta), que hizo en Marcos 1:15:
“Arrepentíos y creed en el evangelio.” Es
por esto que el apóstol Pablo testificaba “acerca
del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hechos 20:21).
No te equivoques
en este punto, estimado lector; Dios “ahora manda a
todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30).
Al exigirnos el
arrepentimiento, Dios reclama sus derechos justos sobre nosotros. Él es
infinitamente digno de amor y honor supremo, y de obediencia universal.
Maliciosamente se lo hemos negado. Nos requiere tanto un reconocimiento del
mismo, como un cambio al respecto. Es necesario confesar y acabar con nuestro
desapego para Él y nuestra rebelión contra Él. Así que, el arrepentimiento es darnos
cuenta sinceramente de haber fracasado espantosamente, a través de toda la
vida, en darle a Dios su puesto legítimo en nuestro corazón y vida cotidiana.
La justicia de
la demanda de Dios para mi arrepentimiento es evidente si consideramos la
naturaleza infame del pecado. El pecado es una renuncia de Aquél que me formó.
Es negarle su derecho de gobernarme. Es mi determinación de agradarme a mí
mismo, y por lo tanto es rebeldía contra el Todopoderoso. El pecado es anarquía
espiritual, y menosprecio total por la autoridad de Dios. Es decir en mi
corazón: “No me importa lo que Dios requiere; voy a hacer todo a mi manera. No
me importan cuales sean sus derechos en mi vida; voy a ser mi propio señor.”
Lector, ¿te das cuenta que has vivido así? Yo, si me di cuenta en su momento.
El
arrepentimiento verdadero surge cuando, por la obra del Espíritu Santo en el
corazón, nos damos cuenta sinceramente de que el pecado es sobremanera
pecaminoso, y de lo terrible que es ignorar las demandas y desafiar la
autoridad de Aquél que nos formó. Por lo tanto, consiste en un odio y horror
santo por el pecado, y en una tristeza profunda por él. Además, consiste en la
confesión honesta de él delante de Dios, y en un abandono sincero y completo del
mismo. Dios no nos perdona hasta que esto se realiza.
“El que encubre sus pecados no prosperará; Mas
el
que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Prov. 28:13).
En el verdadero
arrepentimiento el corazón se vuelve a Dios y confiesa: “He ido en pos de un
mundo vano que no puede satisfacer las necesidades de mi alma. Te abandoné a ti,
la Fuente de Aguas de vida, yendo tras cisternas rotas que no retienen agua.
Ahora reconozco y lamento mi necedad.” Y además, dice: “He sido un sujeto
desleal y rebelde, pero ya no lo seré más. Ahora deseo y me propongo servirte y
obedecerte con todas mis fuerzas, como mi único Señor. Dependo de tí como mi
Porción presente y eterna.”
Lector, profese
ser cristiano o no, la opción es: arrepentirte o perecer. Para cada uno de
nosotros, seamos miembros de alguna iglesia o no, no hay otra alternativa más
que volverme o quemarme. Tienes que apartarte de caminar conforme a tu propia
voluntad y gusto, y volverte a Dios con el corazón quebrantado, buscando su misericordia
en Cristo. Tienes que volverte con el corazón plenamente decidido a agradarle y
servirle a Él. De lo contrario, serás atormentado día y noche por los siglos de
los siglos en el lago de fuego. ¿Cuál de los dos será? ¡Oh! arrodíllate ahora
mismo y ruégale a Dios que te dé el espíritu de verdadero arrepentimiento.
¡Maranata!
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