Isaías 57; 15
Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo
nombre es Santo: Habito en lo
alto y santo, y también con el
contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y
para vivificar el corazón de los contritos.
Yahvé, que, a pesar de su trascendencia (santo en el A.T. sustancialmente
equivale a “trascendente,” “incontaminado,” “aparte de todas las cosas”), se
abaja al contrito y humillado, porque
esta atmósfera de contrición y de
humildad es la que debe respirar el hombre para acercarse a Dios. Sólo
entonces la santidad de Dios puede entrar en relaciones con el
pecador. Dios conoce el fondo frágil de los seres humanos, y por eso está
dispuesto a perdonarles; de ahí que no quiere estar siempre contendiendo, ni enojado.
Una de las causas del enojo
divino ha sido la desmesurada avaricia de los israelitas. Sabemos que, en la
época de Nehemías y Esdras, la avaricia era el pecado más generalizado, pues
hasta se escatimaban a Yahvé las víctimas de calidad para los sacrificios. Yahvé,
por este estado de transgresión, ocultó
su rostro, retirando su protección sobre su pueblo. Pero el pueblo judío
siguió, rebelde, los caminos de su
corazón de sus sendas descarriadas, sin reconocer sus yerros.
Dios se
relaciona con los humildes y arrepentidos (quebrantados). El Alto y Sublime
Dios bajó a nuestro nivel para salvarnos debido a que nos resulta imposible
subir a su nivel para salvarnos a nosotros mismos (2Cro_6:18;
Salm 51:1-7; Filipenses 2).
El orgullo y la justicia propia del
judío eran las piedras de tropiezo que había en el camino que conducía al
reconocimiento de Cristo. La contrición
de Israel en los últimos días estará seguida de la interposición de Dios en su
favor.
¡Maranata!¡Ven pronto mi Señor Jesús!
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