1Jn
4:20 Si alguno
dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no
ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto.
1Jn
4:21 Y este
mandamiento tenemos de El: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.
Ahora se
mencionan los objetos específicos de nuestro amor: son Dios y nuestros hermanos.
La frase “sí alguno dice,” o alguna semejante, abunda en esta epístola (por
ejemplo, 1:6,8,10; 2:4,6,9), e indica las influencias malas que obraban en la
hermandad de aquel tiempo. Tenemos que interpretar esta epístola a la luz de
estas condiciones.
Se condena aquí el fingimiento.
Profesar estar amando habitualmente a Dios y al mismo tiempo estar aborreciendo
continuamente a su hermano, es mentir. El “apóstol del amor” emplea lenguaje
fuerte (1:6,10; 2:22). Dios está en el hermano y si éste no ama al hermano, no
ama a Dios. Además, no ama a Dios porque no le obedece (versículo 21). El que
no ama a su hermano permanece en muerte y es homicida (porque le aborrece,
3:14,15). Si no ama al hermano que constantemente está delante de sus ojos, es
imposible que ame a Dios quien no es visible (versículo 12), porque amar a Dios
requiere fe en lo que manda el Invisible (versículo 21). La prueba de la
profesión de amar a Dios consiste en amar al hermano.
A lo del
versículo 20 agrega Juan el testimonio de Jesucristo en mandamiento. Jn_13:34-35; Jn_15:12-17. (Mat_22:37; Mat_22:39
trata del amor hacía él mundo en general. De esto no habla Juan, sino
del amor entre hermanos).
La palabra “mandamiento” aquí trae a la
mente lo que ya escribió Juan en 2:3-8. Compárese también lo que dijo Jesús en Jn_14:15; Jn_14:21; Jn_14:23; Jn_15:10.
Amar a Dios equivale a guardar sus
mandamientos, y uno de ésos es que amemos a los hermanos. No podemos rechazar o
ignorar un mandamiento de Dios y al mismo tiempo reclamar amar a Dios.
No son los
gnósticos y otros negadores de la deidad y de la encarnación de Jesucristo los
nacidos de Dios, ni son los que vencen al mundo, sino son los nacidos de Dios
los creyentes en Cristo Jesús quienes aman a Dios y a los hermanos.
1Jn 5:1 Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y
todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de El.
1Jn 5:2 En esto
sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos sus
mandamientos.
Cuando Juan escribía este pasaje tenía
dos cosas en el trasfondo de la mente.
(i) Estaba el gran hecho que era la base
de todo su pensamiento: el hecho de que el amor a Dios y el amor al hombre son
partes inseparables de la misma experiencia. En respuesta a la pregunta del
escriba, Jesús había dicho que había dos grandes mandamientos: el primero establecía
que debemos amar a Dios con todo nuestro corazón y alma y fuerzas; y el
segundo, que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. No hay
ningún mandamiento mayor que estos (Mar_12:28-31). Juan tenía en mente esta palabra
de su Señor.
(ii) Pero también tenía en mente una ley
natural de la vida humana. El amor de la familia es parte de la naturaleza. El
hijo ama naturalmente a sus padres; y también naturalmente, a sus hermanos. La
segunda parte del versículo 1 dice literalmente: " Todo el que ama al que
ha engendrado, ama al que es engendrado por él.» Para decirlo más
sencillamente: " Si amamos a un padre, también amamos a su hijo.» Juan
está pensando en el amor que vincula naturalmente a una persona al padre que la
engendró y a los otros hijos que el padre ha engendrado.
Juan transfiere esto al reino de la
experiencia y del pensamiento cristiano. El cristiano pasa por la experiencia
de nacer de nuevo; el Padre es Dios, y el cristiano está obligado a amar a Dios
por todo lo que ha hecho por su alma. Pero uno nace siempre en una familia, y
el cristiano nace de nuevo en la familia de Dios. Como sucedió con Jesús, así
ha sucedido con él -los que hacen la voluntad de Dios, como él mismo, llegan a
ser su madre, sus hermanas y sus hermanos (Mar_3:35). Así que, si el
cristiano ama a Dios Padre Que le engendró, también debe amar a los otros hijos
que Dios ha engendrado. Su amor a Dios y su amor a sus hermanos y hermanas en
Cristo deben ser las dos caras del mismo amor, tan íntimamente entrelazados que
no se pueden separar nunca.
Como se ha dicho: " Una persona no
nace solamente para amar, sino
también para ser amada." " Todo el que ha nacido de Dios debe amar
a los que han tenido el mismo privilegio.»
Mucho antes de esto había dicho el
salmista: " Dios hace habitar en familia a los desamparados» (Sal_68:6). El
cristiano, en virtud de su nuevo nacimiento, se encuentra en la familia de
Dios; y, como ama al Padre, debe también amar a los hijos que forman parte de
la misma familia que él.
Muchos citan
este versículo, 1 Juan 5; 1 ignorando el
contexto, y concluyen que para que el pecador del mundo llegue a ser hijo de
Dios, se requiere ¡solamente creer! (solamente admitir o aceptar mentalmente el
hecho histórico de que Jesús es el Cristo). Juan no escribió a inconversos en
esta epístola; no trata tal propósito como arriba es descrito. El habla de la
prueba, o evidencia, de que uno ya es “nacido de Dios,” para distinguir éstos
de los gnósticos que profesaban ser hijos de Dios también pero no lo eran
porque negaban la encarnación de Cristo.
El verbo de esta
frase (“cree”) en el texto griego es un participio presente e indica esto:
“todo el que va creyendo.” El nacido de Dios es el cristiano que continúa en
esta persuasión, obedeciendo al que es el objeto de su fe (a Cristo). Ya que
los gnósticos rehusaban hacer tal confesión, se probaban como no nacidos de
Dios.
Para el gnóstico
Jesús (el hombre) no era el Cristo, deidad, y la muerte del hombre Jesús no
tenía ninguna eficacia especial. Aquí Juan refuta a los gnósticos y los pone
como no hijos (nacidos) de Dios. Ellos negaban terminantemente la encarnación.
Bástale a Juan en este pasaje hablar en breve, al decir creer que Jesús es el
Cristo, porque ya ha expresado en su carta todo el caso referente a la
humanidad y deidad de Jesucristo, y a su muerte expiatoria.
Como en el caso
del verbo “creer”, así también aquí: es un participio presente, y puede
traducirse así: “todo el que va amando,” o “todo el que está amando.” Se indica
acción habitual.
Dios es el que engendra; los hermanos
(en Cristo) son los engendrados. Amar al Padre implica amar a los que componen
la familia del Padre.
El amor y la fe van juntos (3:23). Este amor se manifiesta en hechos (3:17,18), y esta fe en confesión. Los gnósticos,
aunque profesaban amar a Dios, no amaban a los hermanos y así se probaban
mentirosos (4:20), y como quienes andaban en
tinieblas (2:9,11). No confesaban fe en la
humanidad ni en la deidad de Jesucristo, y así se probaban mentirosos y como
quienes no tenían al Padre (2:22,23). Por su
falta de amor (para con los hermanos), de fe (en la humanidad y en la deidad de
Jesucristo) y de vida de pureza, probaban que no eran nacidos de Dios (2:29; 3:9; 4:7; 5:1). Eran hijos del diablo y del
mundo como está representado por Caín.
En el versículo 1 Juan 5; 2 declara la misma verdad que 4:20,21, pero
en orden inverso.
Amar a Dios y a los hermanos es cosa
simultánea y una cosa es evidencia de la otra.
El versículo 1 declara que la fe es la
base de la filiación divina; aquí la base es el amar a Dios y la obediencia.
Según el Nuevo Testamento, la fe y la obediencia son términos inseparables.
Amar a Dios requiere guardar sus
mandamientos (Jn_14:15), uno de los cuales es
este: “Que os améis unos a otro” (Jn_13:34).
Dice Juan, “conocemos.” De nuevo
aparece el verbo griego guinosko (saber o conocer por experiencia). Amar a Dios
y guardar sus mandamientos nos da por experiencia el conocimiento de que amamos
a los hermanos; es decir, lo percibimos.
El
cristiano que está guardando habitualmente los mandamientos de Dios está amando
a sus hermanos. El profesado hijo de Dios, que sólo tiene doctrina como los escribas
y fariseos que no está guardando los mandamientos de Dios, tampoco está amando
a los hermanos y sus reclamaciones son mentirosas.
Cuando
hemos nacido de nuevo por gracia de Dios, llegamos a formar parte de la familia
de Dios, y los demás nacidos de nuevo son nuestros hermanos. Es Dios el que
determina quiénes son los otros miembros de la familia, no nosotros. Hemos sido
llamados simplemente a aceptarlos y a amarlos.
¿Cómo
tratamos a los miembros de la familia de
Dios?
¡Maranata!
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