Salmo 107; 6
Entonces en su angustia clamaron al SEÑOR, y
El los libró de sus aflicciones;
En estos versículos hay
referencia a la liberación de Egipto y, quizá a la de Babilonia, pero las circunstancias
de los viajeros en esos países también se comentan. Escasamente se puede
concebir los horrores sufridos por el viajero indefenso cuando cruza las arenas
sin huellas, expuesto a los quemantes rayos del sol. Las palabras describen el
caso de quien el Señor ha redimido de la esclavitud de Satanás, el que pasa por
el mundo como por desierto peligroso y sombrío, a menudo listo para desmayarse
por los problemas, los miedos y las tentaciones. Los que tienen hambre y sed de
justicia, de Dios, y comunión con Él, serán saciados con la bondad de Su casa,
a la vez de gracia y gloria. Perdidos, hambrientos, sedientos, exhaustos, esos
errantes que tipifican a los israelitas del exilio. Pero también simbolizan a
cualquiera que no ha encontrado la satisfacción que proviene de conocer a Dios.
Cualquiera al reconocer que está perdido, puede recibir el ofrecimiento de
Jesús y satisfacer sus necesidades. Jesús es el camino (Jn_14:6), el pan de
Dios que descendió del cielo (Jn_6:33, Jn_6:35), el agua viva (Jn_4:10-14) y el
que nos da descanso (Mat_11:28-30). ¿Ha recibido usted todo esto?
Entonces clamaron al
Señor en su angustia, para ser dirigidos en su camino, y para comer y beber,
como hacen los viajeros cuando están en tal angustia. Los hombres naturales, cuando
están en apuros, clamarán a Dios por alivio, como lo hicieron los marineros de
Jonás ( Jonás 1: 5 ). Es un tiempo de problemas con los pecadores despiertos,
cuando están convencidos de los pecados por el Espíritu de Dios; cuando son
picados al corazón con un sentido de ello; cuando los terrores de la muerte y
el infierno se apoderen de ellos; cuando se ven a sí mismos perdidos y
deshechos, y de manera incorrecta, y no saben qué hacer; cuando se encuentran
hambrientos y listos para perecer; y luego claman, es decir, oran al Señor, el
Dios de sus vidas, cuyos oídos están abiertos a sus gritos.
Juan 6; 35
Jesús les
dijo: Yo soy el pan de la vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que
cree en mí nunca tendrá sed.
Este es uno de los grandes pasajes del Cuarto
Evangelio, y de todo el Nuevo Testamento. En él encontramos dos grandes líneas
de pensamiento que debemos tratar de analizar.
En primer lugar, ¿qué
quería decir Jesús con: " Yo soy el pan de la vida»? No basta con tomarlo
sencillamente como una frase bonita y poética. Vamos a analizarla paso a paso:
(i) El pan sostiene la vida. Es algo sin lo cual la vida no puede proseguir.
(ii) Pero, ¿qué es la
vida? No cabe duda de que es mucho más que la mera existencia física. ¿Cuál es
el sentido espiritual de la vida?
(iii) La vida verdadera
es la nueva relación con Dios, esa relación de confianza y obediencia y amor
que ya hemos considerado.
(iv) Esa relación sólo es posible por medio de
Jesucristo sin El no podemos entrar en
ella.
(v) Es decir: sin Jesús puede que haya
existencia, pero no vida.
(vi) Por tanto, si Jesús es esencial a la
vida, se Le puede describir como el pan de la vida. El hambre de la situación
humana termina cuando conocemos a Cristo y, por medio de Él, a Dios. En Él el
alma inquieta encuentra reposo; el corazón hambriento encuentra satisfacción.
En segundo lugar, este
pasaje nos despliega las etapas de la vida cristiana:
(i) Vemos a Jesús. Le
vemos en las páginas del Nuevo Testamento, en la enseñanza de la Iglesia, a
veces hasta cara a cara.
(ii) Habiéndole visto,
acudimos a Él. Le miramos, no como un héroe o dechado distante, no como el
protagonista de un libro, sino como Alguien accesible.
(iii) Creemos en Él. Es
decir, Le aceptamos como la suprema autoridad acerca de Dios, de nosotros
mismos y de la vida. Eso quiere decir que no acudimos a Él por mero interés, ni
en igualdad de términos; sino, esencialmente, para someternos.
(iv) Este proceso nos
da la vida. Es decir, nos pone en una nueva relación de amor con Dios, en la
que Le conocemos como Amigo íntimo; ahora podemos sentirnos a gusto con el Que
antes temíamos y no conocíamos.
(v) Esta posibilidad es gratuita y universal.
La invitación es para todos los seres humanos. No tenemos más que creer y
arrepentirnos; aceptarlo, y ya es nuestro el pan de la vida.
(vi) El único acceso a
esta nueva relación con Dios es por medio de Jesús; sin Él nunca habría sido
posible, y aparte de Él sigue siendo imposible. No hay investigación de la
mente ni anhelo del corazón que pueda encontrar a Dios aparte de Jesús.
(viii) Queda ese algo
tozudo en el corazón humano que nos hace seguir rehusando la invitación de
Dios. En último análisis, lo único que puede frustrar el propósito de Dios es
la oposición del corazón humano. La vida está ahí para que la tomemos... o para
que la rechacemos.
Cuando la tomamos,
suceden dos cosas. La primera es que entra en la vida una nueva satisfacción.
El corazón humano encuentra lo que estaba buscando, y la vida deja de ser un
mero vegetar para ser algo lleno a la vez de emoción y de paz. Y la segunda es
que tenemos seguridad hasta más allá de la muerte. Aun el último día, cuando
todo termine, estaremos a salvo. Como dijo un gran comentarista: " Cristo
nos lleva al puerto en el que se acaban todos los peligros.» Esas son la
grandeza y la gloria de las que nos privamos cuando rehusamos Su invitación.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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