Juan 15; 1-2,5
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.
Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel
que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.
Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y
yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.
Jesús, como en otras ocasiones, elabora
en este pasaje figuras e ideas que eran parte de la herencia religiosa de la
nación judía. Una y otra vez en el Antiguo Testamento, Israel se representa
como la parra o la viña de Dios. «La viña del Señor de los ejércitos es la casa
de Israel» (Isa_5:1-7). "Yo te planté de pura cepa,» es el mensaje de Dios
a Israel por medio de Jeremías (Jer_2:21). Ezequiel 15 compara a Israel a una
vid cuya madera no sirve nada más que para el fuego, y Eze_19:10-14 con una parra en medio de la viña, que luego
es arrojada al desierto. «Israel es una frondosa parra» Ose_10:1). "Te
trajiste una vid de Egipto» Sal_80:8). La vid había llegado a ser de hecho el
símbolo de la nación de Israel. La vid era una pieza especial de la imaginería
judía, y el mismísimo símbolo de Israel.
Jesús
Se llama "la Vid verdadera.» La punta de esa palabra aléthinós -verdadera,
real, genuina- es la siguiente. Es curioso que el símbolo de la vid no se usa
nunca en el Antiguo Testamento sino unido a la idea de degeneración. La punta
de la alegoría de Isaías es que la viña se ha vuelto silvestre. Jeremías dice
que Dios se queja de que la nación que Él plantó de pura cepa se ha vuelto cepa
borde.
Es
como si Jesús dijera: «Creéis que porque pertenecéis a la nación de Israel sois
sarmientos de la verdadera vid de Dios; pero la nación es una vid degenerada,
como dijeron todos vuestros profetas. Pero la auténtica Vid de Dios soy Yo. Por
el hecho de ser judíos no os vais a salvar. Lo único que os puede salvar es
estar unidos vitalmente conmigo, porque Yo soy la auténtica Vid de Dios y, por
tanto, tenéis que ser sarmientos unidos a Mí.» Jesús estaba estableciendo el
principio de que el verdadero camino a la salvación de Dios no es tener sangre
judía, sino tener fe en Él. Ninguna cualificación externa puede poner a una
persona en la debida relación con Dios; sólo la amistad de Jesucristo puede
hacerlo.
Cuando
Jesús trazó la alegoría de la vid sabía de lo que estaba hablando. La vid se
cultivaba y se cultiva todavía en toda Palestina, más o menos como en España,
aunque más en terrazas. Es una planta que requiere mucha atención si se quiere
obtener un fruto de calidad. El terreno tiene que estar perfectamente limpio, y
las plantas se separan convenientemente para que se puedan desarrollar. Se
suelen podar los sarmientos en el invierno reduciendo la cepa a su mínima
expresión. Algunas veces se poda la cepa a menos de un metro de altura,
dejándole brazos radiales que se atan a tutores hasta que se hacen resistentes,
que son los que producen los sarmientos, y estos el fruto; otras veces se
apoyan las varas en espalderas o en árboles. Y, desde luego, a veces como
parras, que se hacen muy frondosas a la puerta de las cabañas. Pero siempre
requieren una buena preparación y un buen cuidado del suelo. No se deja que la
vid dé fruto los tres primeros años, para que desarrolle conservando toda su
energía. Ya adulta produce dos tipos de sarmientos, unos que dan fruto y otros
que no. Los que no van a dar fruto se cortan bien atrás para que no vuelvan a
brotar ni esquilmen la fuerza de la planta. La vid no puede dar buen fruto a
menos que se la pode drásticamente-y Jesús lo sabía muy bien.
Además,
la madera de la vid tiene la curiosa particularidad de que no sirve para nada.
Es demasiado fibrosa y poco compacta. En ciertas épocas del año, establecía la
ley, se tenían que llevar al templo ofrendas de madera para los fuegos de los
altares; pero no se consideraban aceptables las cepas. Lo único que se podía
hacer con los sarmientos de la poda o con las cepas que se arrancaban era una
fogata, para que no trajeran miseria -plagas-a los árboles.
Jesús
dice que así son Sus seguidores. Algunos de ellos son estupendos sarmientos
productores Suyos, y otros son chupones que no dan ningún fruto. ¿En quién
estaba pensando Jesús al hablar de los sarmientos estériles? Se pueden dar dos
respuestas.
La
primera es que estaba pensando en los judíos. ¿No era esa la lección que habían
dado los antiguos profetas? La mayoría de los judíos se negaron a escuchar a
Jesús y a aceptarle; por tanto, eran sarmientos estériles y secos. La segunda
es que estaba pensando en algo más general que incluye a los cristianos cuyo
cristianismo es pura profesión sin práctica -como se definen muchos: creyentes,
pero no practicantes. Estaba pensando en los cristianos inútiles: todo hoja,
pero nada de fruto. Y estaba pensando en los cristianos que se vuelven
apóstatas, que oyeron el mensaje y lo aceptaron y lo abandonaron convirtiéndose
en traidores al Maestro al Que se habían comprometido a servir.
Así
es que hay tres maneras en que podemos ser sarmientos improductivos. Podemos
negarnos a escuchar a Jesucristo. O podemos escucharle, y luego confesarle de
labios para fuera, sin acciones. O podemos aceptarle como Maestro y luego, en
vista de las dificultades que se nos presentan o el deseo de vivir nuestra
vida, Le abandonamos. Es uno de los principios fundamentales del Nuevo
Testamento que la inutilidad invita al desastre. El sarmiento improductivo
acaba en el fuego.
Este
pasaje nos dice mucho acerca de mantenernos en Cristo. ¿Qué quiere decir eso?
Es verdad que el que el cristiano está en Cristo y Cristo en él. Pero hay
muchos -puede que la mayoría- que no tienen nunca esta experiencia. Si nos
encontramos entre ellos, no debemos acomplejarnos. Hay una manera mucho más
simple de considerarlo y experimentarlo que está abierta a todos.
Usemos
una analogía humana. Todas las analogías son imperfectas, pero tenemos que
hacer uso de las ideas de que disponemos. Supongamos que una persona es débil.
Ha caído en una tentación; ha hecho un lío de su vida. Está deslizándose hacia
un estado de degeneración mental, moral y física. Ahora supongamos que tiene un
amigo o amiga de carácter fuerte y amable y amante, que la rescata de su
degradación. Sólo hay una manera en la que puede mantener su reforma y
mantenerse en el buen camino: manteniéndose en constante contacto con quien le
ha otorgado su amistad y ayuda. Si pierde el contacto, todas las probabilidades
apuntan a que sus debilidades se le impondrán otra vez. Las viejas tentaciones
le saldrán al paso otra vez, y caerá. Su vida de santidad depende de que se
mantenga en contacto constante con el carácter fuerte que es su apoyo.
Muchas
veces una persona derrotada por el vicio o por la vida ha ido a vivir con otra
que le ha ofrecido ayuda. Mientras se mantuvo en aquel hogar y compañía, todo
parecía ir bien; pero cuando saltó la barrera otra vez y se fue a lo suyo,
cayó. Tenemos que mantenernos en contacto con el bien para derrotar al mal.
Mantenernos
en Cristo es algo así. El secreto de la vida de Jesús era Su constante contacto
con Dios; con frecuencia se retiraba a algún lugar solitario a encontrarse con
Él. Debemos mantenernos en contacto con Jesús. No podremos hacerlo a menos que
nos lo propongamos. Por ejemplo: orar por las mañanas, aunque sea sólo un
momento, es tomar un antiséptico que nos dura todo el día: porque no podemos
salir de la presencia de Cristo a tocar cosas malas. Para la
mayor parte de nosotros, será un constante contacto con Él. Querrá decir
organizar la vida, y la oración, y el silencio, de tal manera que no haya nunca
un día que nos olvidemos de Él.
Por
último, fijémonos en que aquí se establecen dos cosas acerca del buen
discípulo. Primera, que enriquece su propia vida; su contacto con Jesús le hace
fructífero. Segunda, que da gloria a Dios. El ver una vida así hace que la
gente piense en Dios. Dios es glorificado cuando llevamos mucho fruto y nos
mostramos discípulos de Jesús. La mayor gloria de los cristianos es dar gloria
a Dios con nuestra vida y conducta.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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