Gálatas 1; 10
Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O
trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no
sería siervo de Cristo.
La
verdad fundamental que se esconde en esta epístola es que el Evangelio de Pablo
era el Evangelio de la Gracia. Él creía con todo su corazón que una persona no
podía hacer nada para ganar el amor de Dios; y, por tanto, lo único que uno
podía hacer era rendirse a merced de Dios en un acto de fe. Lo único que uno
podía hacer era aceptar con admirada gratitud lo que Dios le ofrecía; lo
importante no es lo que podamos hacer por nosotros mismos, sino lo que Dios ha
hecho por nosotros.
Lo
que Pablo había predicado a los Galátas había sido el Evangelio de la Gracia de
Dios. Después de él habían llegado unos predicando una versión judía del
Evangelio. Proclamaban que si se quería agradar a Dios había que circuncidarse
y consagrarse a cumplir todas las reglas y normas de la Ley. Siempre que uno
realizara una obra de la ley, decían, se apuntaba algo positivo en su cuenta
corriente con Dios. Estaban enseñando que una persona necesitaba ganarse el
favor de Dios. Para Pablo eso era imposible.
Los
oponentes de Pablo declaraban que él ponía la religión demasiado fácil para
congraciarse con la gente. De hecho, esa acusación era lo contrario de la
verdad. Después de todo, si la religión consistiera en cumplir un conjunto de
reglas y normas sería posible, por lo menos en teoría, satisfacer sus exigencias;
pero Pablo presentaba la Cruz diciendo: " Así os ha amado Dios.» La
religión se convierte en un asunto, no de satisfacer las exigencias de la ley,
sino de cumplir las demandas del amor. Una persona puede satisfacer las
exigencias de la ley, porque tienen límites estrictos y estatutarios; pero
nunca podrá cumplir las demandas del amor, que son infinitas. Si una persona
pudiera darle al ser querido el Sol, la Luna y las estrellas, seguiría
sintiendo que todo eso era una ofrenda demasiado pequeña. Pero lo único que
podían ver los oponentes judíos de Pablo era que había enseñado que la
circuncisión ya no era necesaria, ni la ley pertinente.
Pablo
negaba estar intentando congraciarse con la gente. No era a la gente a la que
servía, sino a Dios. No le importaba lo más mínimo lo que la gente pensara o
dijera de él: su único Amo era el Señor. Y entonces presentó una prueba
concluyente: «Si yo estuviera tratando de congraciarme con la gente no sería
esclavo de Cristo.» Lo que tenía en mente era que un esclavo llevaba marcado en
el cuerpo con un hierro candente el nombre de su amo; y él llevaba en su cuerpo
las cicatrices de sus sufrimientos, que eran la marca de ser esclavo de
Jesucristo. «Si -decía- no me propusiera más que ganar el favor de los seres
humanos, ¿llevaría estas señales en el cuerpo?» El hecho de que estuviera
marcado era la prueba definitiva de que su propósito era servir a Cristo, y no
agradar a los demás.
Es
cuando los demás ven que estamos dispuestos a sufrir por la fe que decimos
tener cuando empiezan a creer que la tenemos de veras. Si la fe no nos costara
nada, los demás no la valorarían en nada.
Juan 5; 44
¿Cómo podéis vosotros creer, pues recibís gloria los unos de los
otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios único?
¿Qué
tiene que ver el recibir gloria los unos de los otros con el no creer en
Cristo? Los que buscan y reciben la gloria humana, se sienten contentos y
satisfechos. Los judíos se sentían más santos que los otros y, por eso, se
sentían satisfechos. De esto Pablo advierte en 2Co_10:12, "Porque no nos
atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos;
pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo
mismos, no son juiciosos". Si nos comparamos unos con otros y nos sentimos
satisfechos, no veremos la necesidad de creer en Cristo, pero si sinceramente
nos comparamos con Cristo, veremos nuestra condición verdadera y esto puede ser
el principio de la fe.
La
gloria que se recibe puede ser aprobación o aceptación. Muchos no obedecen a
Cristo por no ofender a su familia (Mat_10:34-37). Muchos otros no obedecen por
no ser criticados por sus amigos y conocidos. Estos no buscan la gloria de Dios
sino la gloria (aprobación, aceptación) de los hombres.
--
y no buscáis la gloria que viene del Dios único? -- Era y es fácil ser
convencido de que Jesús de Nazaret es el Cristo. Hay mucha evidencia para
confirmar esta verdad. Sin embargo, los judíos no creían porque eran rebeldes
contra Dios y no buscaban su aprobación, y solamente querían recibir gloria
(aprobación) los unos de los otros.
Los
que buscan la gloria, aprobación y aplauso de los hombres no tienen la humildad
para creer en Cristo y obedecerle. Cuando algún predicador o alguna iglesia
tratan de impresionar a los del mundo para tener influencia sobre ellos por
medio de cosas materiales, dejan de ser iglesias y predicadores de Cristo. El
honor del mundo es incompatible con el honor de Dios; los que buscan el honor
del mundo pierden el honor de Dios, y los que buscan el honor de Dios pierden
el honor del mundo.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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