Salmo 51; 17
Los sacrificios de Dios son el
espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no
despreciarás tú, oh Dios.
'
Para el salmista, como para el creyente hoy, una nueva reconciliación
con Dios y una nueva limpieza dirige a un compromiso renovado y más profundo. La
propia experiencia de David le enseñó que reconciliarse con Dios era cuestión
del corazón. Este es el mensaje que quería compartir con otros y
establecer una realidad fundamental en la nueva comunión. Entonces
cuando los pecadores penitentes ponen su seguridad en Dios, la religión es
un deleite para el Señor; sacrificios de justicia, sacrificios que son todo
lo que Dios espera de ellos.
El sacrificio ritual, o
cualquier otra manifestación externa de religiosidad, sin un cambio de actitud
en lo íntimo del espíritu, no es
suficiente como verdadero arrepentimiento. Dios quiere un espíritu quebrantado
y un corazón contrito. Nunca complaceremos a Dios mediante acciones externas,
por muy buenas que sean, si la actitud interna de nuestro corazón no es
correcta. La buena obra hecha en todo penitente verdadero es un espíritu
quebrantado, un corazón contrito y humillado, y pesar por el pecado. Es un
corazón tierno y dócil a la Palabra de Dios en la Biblia. ¡Oh, que hubiera un
corazón así en cada uno de nosotros! Dios se complace por gracia en acoeptar
esto en lugar de todos los holocaustos y sacrificios. El corazón quebrantado es
aceptado por Dios sólo por medio de Jesucristo; no hay verdadero
arrepentimiento sin fe en Él. Los hombres desprecian lo que está quebrantado,
pero Dios no. Él no lo pasará por alto, no lo rehusará ni lo rechazará; aunque
no haga satisfacción para Dios por el mal que se le hizo por el pecado. La
alabanza es mejor que el sacrificio (Salmo 50:14),
y comprende la fe, el arrepentimiento y el amor, y glorifica a Dios. En los
verdaderos arrepentidos el gozo del perdón se confunde con el pesar por el
pecado.
Quienes hemos estado en problemas espirituales sabemos compadecernos y
orar por el prójimo así afligido. David tenía miedo que su pecado ocasionara
juicios contra la ciudad y al reino. Ningún temor o problema personal de
conciencia puede hacer que el alma, habiendo recibido la gracia, sea
indiferente a los intereses de la Iglesia de Dios. Que esto sea el gozo
continuo de todos los redimidos, que ellos tengan redención por la sangre de
Cristo, el perdón de pecados por las riquezas de su gracia.
¿Tienes una actitud de remordimiento por tu pecado? ¿Tienes la
intención sincera de apartarte del pecado? Dios se agrada de esta clase de
humildad.
1 Reyes 8; 39
tú oirás en los cielos, en el lugar
de tu morada, y perdonarás, y actuarás, y darás a cada uno conforme a sus
caminos, cuyo corazón tú conoces (porque sólo tú conoces el corazón de todos
los hijos de los hombres);
Además de
enseñar la Palabra de Dios, Salomón suplica al Señor mismo que enseñe al pueblo
a sacar provecho de todo, aun de sus castigos. Ellos harán conocer a cada
hombre la plaga de su corazón, qué es lo que le hace doler; y extenderá sus
manos en oración hacia esta casa; sea el problema corporal o mental, lo
presentarán ante Dios. Parece que se refiere especialmente a las cargas
interiores. El pecado es la plaga de nuestros corazones; las corrupciones que
moran en nosotros son nuestras enfermedades espirituales: todo israelita
verdadero se esfuerza por conocerlas para mortificarlas y velar contra su
aparición. Esto lo lleva a arrodillarse; lamentándolas extiende sus manos en
oración.
Después de muchos detalles, Salomón concluye con la petición general a
Dios para que escuche a su pueblo que ora. Ningún lugar ahora, en el evangelio,
puede agregar a las oraciones hechas en Él o dirigidas hacia Él. La sustancia
es Cristo; todo lo que pidamos en su nombre será dado. De esta manera, se
establece y santifica el Israel de Dios, se recupera y sana al descarriado. De
este modo, el extranjero se hace cercano, se consuela al doliente, se glorifica
el nombre de Dios. El pecado es la causa de todos nuestros problemas; el
arrepentimiento y el perdón conducen a toda felicidad humana.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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