1 Juan 1; 6-7
Si decimos que
tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la
verdad;
pero si andamos en luz,
como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo
su Hijo nos limpia de todo pecado
Aquí está escribiendo Juan para contrarrestar
una manera herética de pensar. Había algunos que pretendían ser muy avanzados
intelectual y espiritualmente (lo mismo que ocurre hoy) pero cuyas vidas no daban señales de ello.
Pretendían haber avanzado tanto en el camino del conocimiento y de la
espiritualidad que para ellos el pecado había dejado de tener importancia, y
las leyes, de existir. Aquellos herejes pretendían ser tan elevados
que, aunque pecaran, no tenía ninguna importancia. Posteriormente Clemente de
Alejandría nos dice que había herejes que decían que era indiferente cómo
viviera una persona. Ireneo nos dice que declaraban que un hombre
verdaderamente espiritual era totalmente incapaz de incurrir nunca en ninguna
contaminación, independientemente de la clase de cosas que hiciera.
En respuesta, Juan insiste en ciertas cosas:
Insiste
en que para tener comunión con el Dios que es luz, una persona debe andar en la
luz; y que, si está todavía andando en las tinieblas morales y éticas de la
vida sin Cristo, no puede tener esa comunión. Esto es precisamente lo que había
dicho el Antiguo Testamento siglos antes. Dios dijo: «Seréis santos; porque Yo,
el Señor vuestro Dios, soy santo» (Levítico_19:2).
El que quiera encontrarse en comunión con Dios se compromete a una vida de santidad
que refleje la santidad de Dios. Esto no quiere decir que una persona debe ser
perfecta para poder tener comunión con Dios; porque, en ese caso, todos
estaríamos excluidos. Pero sí quiere decir que toda su vida reconocerá sus
obligaciones, y se esforzará en obedecerlas, y se arrepentirá cuando falle.
Querrá decir que nunca pensará que el pecado no tiene importancia; que, cuanto
más cerca se encuentre de Dios, más terrible le parecerá el pecado.
Insiste
en que estos pensadores equivocados tienen una idea errónea de la verdad. Dice
que, si los que pretenden estar especialmente avanzados siguen andando en
tinieblas, no están haciendo la
verdad. Exactamente la misma frase se usa en el Cuarto Evangelio cuando se
habla del que hace la verdad (Juan 3:21). Esto quiere decir que, para el cristiano,
la verdad no es nunca exclusivamente intelectual; es siempre moral. No es algo
que ejercita solamente la mente, sino algo en lo que está implicada toda la
personalidad, todo su ser. La verdad no es sólo el descubrimiento de cosas
abstractas; es la vida concreta. No consiste solamente en pensar, sino también
en actuar, evidenciar un estilo de vida. Las palabras que usa el Nuevo
Testamento juntamente con verdad son
significativas. Habla de obedecer a
la verdad (Romanos_2:8; Gálatas_3:7);
seguir la verdad (Gálatas 2:14; 3 Juan_1:4); oponerse a la verdad (2 Timoteo_3:8);
extraviarse de la verdad (Santiago_5:9).
Hay algo que podría llamarse «Cristianismo de tertulia.» Es posible
considerar el Cristianismo como una serie de problemas intelectuales que hay
que resolver, y en la Biblia como un libro sobre el cual hay que apilar
información y datos. Pero el Cristianismo es algo que hay que vivir, y la Palabra
de Dios en Biblia es un libro que hay que obedecer. Es posible que la eminencia
intelectual y el fracaso moral vayan de la mano. Para el cristiano, la verdad
es algo, primero, que hay que descubrir; y luego, que hay que obedecer. Nunca
podrá obedecer aquello que desconoce.
Para Juan hay dos grandes
pruebas de la verdad.
La
verdad es la creadora de la comunión. Si estamos realmente andando en la luz,
tenemos comunión unos con otros. Ninguna creencia que separe a una persona de
las demás puede ser plenamente cristiana. Ninguna iglesia puede ser exclusiva,
y seguir siendo Iglesia de Cristo. Lo que destruye la comunión no puede ser
verdadero.
La
sangre de Jesús le va limpiando cada día más y más del pecado al que de veras
conoce la Verdad. La Reina-Valera es bastante correcta aquí, pero se puede
malentender. Dice: " La sangre de Jesucristo, Su Hijo, nos limpia de todo
pecado.» Eso se puede tomar como un gran principio; pero se refiere a lo que
debería suceder en la vida individual. Lo que quiere decir es que todo el
tiempo, día a día, constante y consistentemente, la sangre de Jesucristo lleva
a cabo un proceso purificador en la vida del cristiano individual.
La palabra griega
para limpiar es katharízein, que era en su origen una
palabra ritual que describía las ceremonias y lavatorios que cualificaban a un
hombre para acercarse a sus dioses. Pero la palabra, conforme fue
desarrollándose la religión, adquirió un sentido moral, y describe la santidad
que permite a una persona entrar a la presencia de Dios. Así es que, lo que
Juan está diciendo es: "Si realmente sabes lo que ha obrado el sacrificio
de Cristo, y estás experimentando de veras Su poder, día a día irás añadiendo
santidad a tu vida, y capacitándote más para entrar a la presencia de
Dios."
Aquí se nos
presenta una gran concepción. Considera el sacrificio de Cristo como algo que,
no solamente expía los pecados pasados, sino que nos equipa de santidad día a
día.
La verdadera fe es
la que acerca más y más, día a día, a la persona a sus semejantes y a Dios.
Produce la comunión con Dios y con los hombres. Y no existe la una sin la otra.
Juan acusa cuatro
veces en su carta sin rodeos a los falsos maestros de ser mentirosos; y la
primera de estas cuatro se encuentra en este pasaje.
Los que pretenden
tener comunión con el Dios Que es totalmente Luz, y sin embargo andan en la
oscuridad, están mintiendo. Un poco más tarde repite esta acusación de una
manera un poco diferente. El que diga que conoce a Dios, y sin embargo no obedece
Sus mandamientos, es un mentiroso (1Juan_2:4).
Juan está estableciendo la verdad indiscutible de que el que diga una cosa con
sus labios y otra con sus obras es un mentiroso. No está pensando en la persona
que hace todo lo posible, pero a veces falla. Y uno
puede que sea muy consciente de sus fallos, y sin embargo esté apasionadamente
enamorado de Cristo y de Su camino. Juan está pensando en la persona que
presenta las más elevadas pretensiones de conocimiento, de eminencia
intelectual y espiritual, y que sin embargo se permite cosas que sabe muy bien
que están prohibidas y su desobediencia se evidencia en su estilo de vida. El
que profese amar a Cristo y Le desobedezca a sabiendas es culpable de falsedad.
El que niegue que Jesús es el Cristo es un
mentiroso (1Juan_2:22). Aquí tenemos algo que
discurre por todo el Nuevo Testamento. La piedra de toque definitiva de una
persona es su reacción a Jesús. La pregunta clave que Jesús dirige a cada
persona es: " ¿Quién dices tú que soy Yo?" (Mateo_16:13). Cuando uno se encuentra cara a cara con Cristo no pude por menos de,
ver Su grandeza, Su Obra en la Cruz; y si la niega, es un mentiroso.
El pecado, por su propia naturaleza, trae consigo muerte. Ese es un
hecho tan cierto como la ley de la gravedad. Jesucristo no murió por sus
propios pecados; no los tenía. En su lugar, por una transacción que nunca
lograremos entender totalmente, murió por los pecados del mundo. Cuando le
entregamos nuestra vida a Cristo y nos identificamos con El, su muerte llega a
ser nuestra. Descubrimos que de antemano pagó el castigo de nuestros pecados;
su sangre nos ha limpiado. Así como resucitó del sepulcro, resucitamos a una
nueva vida de comunión con El (Romanos_6:4).
Mientras se insiste en la necesidad de un andar
santo, como efecto y prueba de conocer a Dios en Cristo Jesús, se advierte con
igual cuidado en contra del error opuesto del orgullo de la justicia propia.
Todos los que andan cerca de Dios, en santidad y justicia, están conscientes de
que sus mejores días y sus mejores deberes están contaminados con el pecado.
Dios ha dado testimonio de la pecaminosidad del mundo proveyendo un Sacrificio
eficaz y suficiente por el pecado, necesario en todas las épocas; y se muestra
la pecaminosidad de los mismos creyentes al pedirles que confiesen
continuamente sus pecados y recurran por fe a la sangre del Sacrificio. Declarémonos
culpables ante Dios, humillémonos y dispongámonos a conocer lo peor de nuestro
caso. Confesemos honestamente todos nuestros pecados en su plena magnitud,
confiando totalmente en su misericordia y verdad por medio de la justicia de
Cristo, para un perdón libre y completo y por nuestra liberación del poder y la
práctica del pecado.
El que diga que ama a Dios, y al mismo tiempo
aborrezca a su hermano, es un mentiroso (1Juan_4:20).
El amor a Dios y el odio a un semejante no pueden
coexistir en la misma persona. Si hay rencor en el corazón de alguien hacia
algún otro, eso es prueba de que no ama de veras a Dios. Todas nuestras
protestas de amor a Dios son inútiles y falsas si hay odio en nuestro corazón
hacia algún otro.
¡Maranata! ¡Sí, ven Señor Jesús!
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